El nombre de la señora
no viene al caso, lo importante es que igual
a millones en este país de desgracias y al contrario de Marcelino, esta ciudadana no tiene ni harina, ni pan y
mucho menos vino.
Pascualina puede ser la
señora que tiene cuatro años esperando a que este gobierno gobierne; o la madre
a la que se le murió el hijo porque en el hospital no tenían ni guantes
quirúrgicos y el quirófano estaba contaminado; o la abuelita que se le va la
pensión en un solo medicamento; o la trabajadora que entre el transporte y
cuatro alimentos se le esfuma el salario mínimo “más alto de América Latina”; o
la que padece de terror y desasosiego por el foso en que se está
sumiendo su país.
Igualmente se pudiere llamar
así cualquiera de los personajes que hacen de mercenarios de la economía, colocando
el conocimiento a favor de la “causa” de turno, sin valoración crítica ni
cuestionamiento ético alguno; independientemente de que lo
hagan por dinero o ad honorem; pues es la manipulación de la sociedad por instrumento amoral del saber, lo que cualifica el actuar
de esos personajes. Porque, ciertamente Simón, “el talento sin probidad es un
azote”
Es que aún concediéndoles el
beneficio de la duda respecto de su mala fe, resultan en reverendísimos torpes,
por pretender justificar lo injustificable, por no poder mirar el complejo
fenómeno social más allá de la hendija que les permite sus ciencias.
Precisamente todo se reduce a ese yerro procedimental
fundamental: tratar de explicar, actuar y corregir el problema social desde la
parcialidad de los criterios técnicos y
no desde la perspectiva político sociológica que debería integrarlos hacia
acciones que eficaz y eficientemente posibiliten el buen vivir en sociedad.
Es lo que ocurre en nuestro
tristísimo país, en donde ciertos economistas se han dado a la tarea de
“demostrar científicamente” que la crisis económica atroz que padece Venezuela,
no es producto del fracaso de los criterios políticos del gobernante, o en todo
caso, por errores en su implementación. No, en argumento de esos expertos, no
es el actuar del gobernante la causa de
los males, sino factores externos que
dolosamente impiden la concreción de la bondad infinita de las políticas
del Ejecutivo Nacional.
Números van y números
vienen, para convencer a la señora Pascualina de que sus males son por culpa
del imperio y no por la mala gestión del gobierno. En fin, si los números dan
para todo y el papel aguanta lo que sea,
lo importante es que la señora se coma la coba y termine alimentada de
esperanzas con el estómago vacío.
Llegan incluso esos
personajes, a justificar los horrores políticos sociales y culturales de la
“revolución” Rusa y a elogiar la “prosperidad económica” de la Unión
Soviética, imperio militar y económico
que, como el Romano, se desintegró por culpa del asedio de unos
“malucos bárbaros”, capitalistas” bla, bla, bla…
¡¡Válganos Dios!!
La rusa fue una revolución
socialista que nació trasmontada en una revolución burguesa campesina antimonárquica. Implantada a sangre y
fuego, su “triunfo” se resumió en un personaje siniestro que inició la más atroz purga en contra de sus “camaradas”, incluso
persiguiéndolos y asesinándolos en
cualquier rincón del mundo. Instaurando un régimen dictatorial en el cual hasta
las libertades ciudadanas más elementales fueron suprimidas: la propiedad
privada, las libertades económicas, la libertad a la libre expresión del
pensamiento, la libertad de estudiar la carrera y o dedicarse al oficio, profesión
o arte que viniese en gana; además de la actividad comercial desactivada, las
pocas empresas productivas expropiadas, la familia eliminada, la religión prohibida y Dios proscripto.
Eso sí, produciendo
muchísima “prosperidad y felicidad” a un pueblo con la vida tan gris como su
alma.
Un pueblo, el soviético,
despojado de sus más elementales derechos humanos y al servicio de un sistema
que a cambio de cuatro víveres les arrebataba sus existencias. Encarcelados si
pretendían irse a cualquier nación
democrática. Ametrallados si intentaban traspasar el muro, que más que de
ladrillos, estaba hecho de apisonados de estiércol ideológico. Las naciones
sometidas a la fuerza de la metralla. El individuo aniquilado, sin familia,
vasallo de una ideología, con el alma marchita; a veces, cuando mirando la
imagen proscripta de San Isidro, sacada a riesgo de la catacumba bajo la
repisa, se enfermaba de esperanza y sonreía, porque el mal tiempo siempre pasa
y el sol al final sale para todos.
Incluso, mientras los
gringos, muy a su pesar, acogieron a un científico declaradamente nazi y lo
erigieron como el gran gestor e impulsor del proyecto Apolo, que en una década llevaría
a la humanidad a la inmensa hazaña de pisar la luna; los soviéticos, aún teniendo mayor background en
astronáutica, no lo lograron por la muerte prematura del “diseñador jefe” Serguéi
Koroliov, el Braun ruso, a causa de las secuelas de los años de purga de su
disidencia en los campos de concentración siberianos.
En verdad, ante semejante
prontuario hay que ser muy caradura para argumentar a favor del sistema
político del imperio “socialista” ruso. Porque es un asunto fundamentalmente
ético. Fue el desfase o saldo negativo entre el “crecimiento económico” y la plenitud
de ser del ciudadano, lo que terminaría por derrumbar toda esa gigantesca
estructura política económica militar, fundada en la aberración de aniquilar al
ser individual para prevalecer un ser social huérfano de la plenitud de su
expresión humana, llevado solamente a conformar un todo que no lo manifestaba a
él, sino a la ideología que lo avasallaba.
Porque hay un valor o
facultad ínsita al ser humano y a la sociedad que el comunismo jamás ha
comprendido: la libertad. Que no solamente es la actual relativizada sino principalmente
es la posible en su plenitud, valga decir, la posibilidad plena de ser libre.
Por lo que la sociedad es tan plena y posible como lo sea la libertad de sus
ciudadanos. Y eso a los comunistas les entra por un oído y les sale por el
otro.
Al final el imperio
socialista Ruso terminó repleto de soviets
pero vacío de ciudadanos y de seres humanos. Era ese el destino ineluctable de su ideología
falaz: un Estado gigantesco con una sociedad diminuta.
Y fue ese desequilibrio entre
las dimensiones del Estado y la sociedad que no expresaba y los seres humanos
libres que no tenía, lo que paradójicamente permitió el exponencial crecimiento económico de URRSS
y también lo que a la postre causó su catastrófico derrumbe.
Cuba, por su parte, arrancó prepotentemente
comunista anticapitalista por la calle del medio; fusilamientos como arroz (ni
el camarada Camilo se salvó de las purgas de la disidencia); abolida la
propiedad privada, prohibida la actividad comercial, perseguida la libertad de
pensamiento y asediada la libertad espiritual; la disidencia bajo tierra o en el exilio o en
los calabozos (ni sus hermanas, hijos, familiares, parientes y afines se
salvaron de las purgas sociales); la camarilla dirigencial viviendo a cuerpo de
rey y el pueblo pasando penurias.
Hoy se le ven a Cuba las
costuras de su ideología; retornando a la propiedad privada, queriendo el
comercio, buscando la inversión capitalista mundial, vaciando mediáticamente
los calabozos, contradictoriamente declarándose irrevocablemente democrática,
coqueteando con el catolicismo, congraciándose con Dios, por si acaso, y de
ñapa puteando con el imperio.
Eso sí, ostentando la isla
de los Castro, muchas cifras de logros sociales, que por ser tan relativos
apenas se perciben tras el ahogo existencial que sintomatizan sus ciudadanos,
venido, más que desde afuera del territorio materialmente, desde adentro de
su patria, espiritualmente, como si quisiesen liberarse de sí mismos, como
si tuviesen un nudo en la garganta, de prepotencias, de errores, de torpezas, de
negaciones y de culpas, que no les permite gritarle a la evolución, a la vida, plena, libre y
auténtica, al Estado de Derecho y a la democracia, que los esperen, porque se
equivocaron..
Es que el tiempo siempre les
cobra caro a esos regímenes. Podrán avasallar a una, dos, tres generaciones,
pero al final el espíritu libertario del ser humano se impone; no
necesariamente para alcanzar algo mejor, en lo inmediato, ni siquiera para desprenderse
absolutamente de ese sistema político, sino para simplemente tener la
posibilidad de ser libre.
Libertad de conciencia, de
espíritu, de ser; es lo más caro al ser
humano después de la vida. Que no son algo
concreto por sí solas, ni medibles ni cuantificables materialmente, y no pueden
ni tienen por qué ser absolutas; simplemente deben expresar en su mayor integralidad
el ser humano individual y social.
Es cierto que el capitalismo
crea tanta “libertad” que el individuo se hace presa de su pretendido ser libre,
y desde esa condición de autovasallaje se enraíza y desarrolla toda una estructura
político económica que se nutre del espíritu libre del individuo; es decir, usufructúa
la libertad dando libertad.
Empero también es innegable
que el socialismo tradicional, con su clásico materialismo, secuestra de plano
la libertad del individuo, transmutándola en tres expresiones: una verdad
colectiva histórica, una verdad política y una verdad ideológica. De manera que
las penurias del individuo y de las sociedades quedan justificadas por servir a
una verdad extraña a su ser; que por falaz resulta inalcanzable, y por
inalcanzable se constituye en las quimeras que insuflan revoluciones que luego
estallan como pompas de jabón. Aniquila la libertad para dar libertad.
La diferencia política fundamental
entrambas radica en que el capitalismo salvaje inicia desde el ser humano integralmente
posible, es decir, en todas sus expresiones, posibilidades y potencialidades.
Mientras que el socialismo tradicional coarta toda posibilidad de expresión de
la potencialidad del individuo, para someterlo a una estructura modélica de lo
humano, cuya concreción constituye necesariamente el fin de la “dialéctica”
social, pues sostener lo contrario implica reconocer la libertad de la razón,
de la conciencia, del espíritu y de ser del individuo; y siendo así, entonces
el modelo político se derrumba, y con él la justificación del sometimiento del
individuo al colectivo, al proyecto político y a la ideología. Es decir, el
socialismo tradicional queda ideológicamente entrampado en su propia
dialéctica, pretendiendo alcanzar un fin que se les devuelve como principio.
¿Será por eso que los
“revolucionarios” de hoy terminan siendo los conservadores del mañana, preservando
como sea sus estatus quo, ante el avanzar inexorable de la evolución?
La
“ventaja” de capitalismo,
es que posibilita desarrollar cualquier proyecto político, inclusive
expresiones socialistas tradicionales, permitiendo soñar con mundos y
sociedades mejores. Al respecto es muy flexible y ha demostrado gran
capacidad
de adaptación a los cambios políticos que su estructura tolera (Hasta
el punto
de que Estados radicalmente capitalistas, como Alemania, hace 100 años
habrían sido
considerados de avanzada socialista), lo
cual le garantiza, dentro de todos sus
inmensos desequilibrios, sociedades más o menos estables y suficientemente igualitarias y justas; siempre y cuando la
dinámica social traspase de su mínimo la movilidad social. La experiencia histórica así lo ha
evidenciado.
Mientras que el socialismo
tradicional, por su naturaleza excluye cualquier posibilidad de proyectos
políticos alternativos. Toda opinión crítica es considerada traición.
Constituyen estructuras y sistemas políticos muy rígidos, incapaces de
adaptarse a las exigencias generacionales sin implosionar. Resultan en
sociedades “planas”, prácticamente con cero movilidad social, que no sea el
cambio forzado a la condición ideal de comunero; y por ello terminan siendo
humanamente discriminatorias e injustas, aún cuando paradójicamente ostenten
logros sociales importantes.
Es que estos proyectos
políticos socialistas tradicionales, como el que se pretende imponer en
Venezuela, no son viables. No porque carezcan de “buenas intenciones”,
presumiendo que las tengan; ni porque no concreten importantes obras de
infraestructura; ni porque no logren darle respuesta a ciertas necesidades y exigencias sociales; ni
porque no puedan conseguir apoyo popular suficiente para sortear procesos
electorales.
Son absolutamente inviables
porque niegan al ser humano individual en su diversidad y potencialidad, y con
ello imposibilitan la expresión integral de la sociedad en toda su plenitud
evolutiva. Porque el ser humano es más que un cuerpo viviendo laboriosamente a
término, como una abeja, pues su racionalidad, conciencia y espiritualidad lo
redimen del destino de la abeja, ser siempre ella, proyectando su ser hacia
linderos evolutivos que lo llevan hasta la diestra de Dios.
Es que la riqueza de un país
debe palparse en el vivir bien. La diferencia entre la riqueza de Dinamarca y la
de Venezuela no es material sino conceptual, cultural, ético política; el plantear
la igualdad en cuanto fundamento ético de la sociedad; el concebir la complementariedad de la diversidad como un
valor social; el condenar no la posesión de riqueza sino su origen y
legitimidad; y el conformar la institucionalidad que lo posibilite y
desarrolle.
Porque tanto el capitalismo como
el socialismo tradicional convergen sus propuestas políticas en la igualdad
social. Unos pretendiendo “igualar hacia
arriba”, haciendo a todos ricos; y los otros tratando de “igualar hacia
abajo”, haciendo a todos pobres. Unos acentúan las diferencias sociales, haciendo a unos muy ricos y a otros muy pobres;
mientras los otros las eliminan, truncando cualquier
posibilidad de generar riqueza. En ambos continúa intacto el concepto de la
pobreza, referida tanto a la disfunción social por no poder acceder a la
riqueza, como a la virtud de repudiarla, dependiendo de que se trate del uno o
del otro.
Lo ideal sería el término
medio, que erradique definitivamente el concepto de la pobreza, conformando una
sociedad que haga justa y legítimamente más
o menos ricos a todos los ciudadanos. Porque, hay que insistir, el
problema político de la sociedad no es la pobreza, sino la ponderación ética de
la riqueza.
El reino de Dios no puede
ser ni de los pobres ni de los ricos, sino de los justos, igualitarios y
solidarios; tengan o no riqueza.
No puede pretender la
política “aplanar” la sociedad para moldearla a aspiraciones ideológicas.
Incluso los términos religioso
se están discerniendo o racionalizando. En ese sentido ha llamado el Papa a
sustituir el “Cristo murió por todos”
por “Cristo murió por muchos” –lo que sería la traducción fiel- , pues, a decir
del Papa: “Algunos despertarán a la vida
eterna, otros a la vergüenza eterna”.
Así también, en toda sociedad habrá siempre quienes,
por diversos factores ínsitos a la naturaleza humana, sobre acumulen riquezas,
mientras otros relativamente menguaran de ella o simplemente les será
indiferente. Lo importante es que los muchos equilibren el cuerpo social tanto
como éste racionalice, espiritualice y posibilite en la mayor plenitud sus
existencias.
Es inmensamente injusto
cargarle al esfuerzo y sacrificio de un ciudadano, la dejadez, desidia o
indiferencia del otro, por los motivos que fueren; como pretenden los regímenes
de izquierda tradicional. La sociedad justa permite la expresión del ser humano
en toda su integralidad existencial, valúa los esfuerzos y capacidades
individuales y, por ende, genera diferenciación social, que en su justa complementariedad
asume como un valor existencial.
Es decir -para los
"mercenarios económicos", que les gustan los gráficos- la curva de la “riqueza” de cualquier sociedad
no puede jamás ser plana, pues el ser humano expresa un espectro muy amplio de aptitudes,
capacidades, caracteres, voluntades, necesidades materiales e intelectuales,
virtudes, vicios, valores, antivalores, y expectativas ante el fenómeno
existencial. Luego, así de amplia y diversa debe ser la curva de la riqueza de
la sociedad; que por supuesto, no es sólo material sino principalmente
espiritual, intelectual, artística y cultural, en el sentido pleno de los términos. Siendo que la justicia e igualdad integran y
delimitan complementaria y éticamente las variables de la riqueza social, elevándola
sinérgicamente a la potencia de ser humano posible
Es por eso que la libre
competencia y el libre mercado son ínsitos a la economía de las sociedades
humanas; simplemente porque expresan integralmente al ser humano evolutivo
actual. El problema es conceptual; volviendo al punto central de este post: la
incomprensión del significado y alcance de la libertad. Que no es el
libertinaje capitalista ni la opresión redentora del socialismo tradicional.
Y precisamente por esas
causas la economía socialista tradicional es un fiasco. No puede restringirse el ser social a una interpretación idealizada
del ser humano, porque se anquilosa, se paraliza, se cunde de desasosiego y
siempre, siempre se derrumba estrepitosamente.
El caso de Venezuela es
patético, mutatis mutandis es lo que ocurrió en la Unión Soviética.
La inacción del gobernante
ante la inflación atroz, más allá de los aumentos de salarios, no pretende más
que dejar quebrar la economía, con los costos sociales y los dramas humanos que
sean, para ir llevando al ciudadano hacia la dependencia irremediable del
Estado, y tras él, del proyecto y de la ideología; para que sea el gobernante
quien termine decidiendo sobre la cualidad, cantidad y diversidad de sus gustos
y o preferencias de consumo, pudiendo controlar así los medios de producción, y
con ello, sometiendo la voluntad del individuo al proyecto nodriza. Con el
horror añadido de que tales propósitos no admiten oposición política y mucho
menos gobiernos alternos.
Con otros criterios de
gobierno, o mejor aún, con otro gobierno, mañana mismo puede iniciar el cambio
para bien del País.
Por eso urge un gobierno
democrático, seguido de una Asamblea Nacional Constituyente instaurada sobre la
base de un diálogo social amplio y franco, convocada y aprobada por el
soberano; que constituya un Estado moderno, productivo y con todos los
mecanismos institucionales para que nadie pretenda exterminar nuestra vida y
cultura republicana democrática. Después, que continúe la diatriba política,
dentro de linderos institucionales eficaces y con blindaje jurídico efectivo contra
aventurerismos políticos. Y los ciudadanos que se dediquen cada quien a su
oficio, profesión, labor o arte; viviendo las malas, las regulares y las
buenas, pero siempre hacia adelante; en un país que sea de todos, en el que
todos puedan coexistir pacíficamente en su diversidad, y al que todos puedan
construir desde la complementariedad.
Mientras tanto, los
mercenarios de la economía continúan pregonando sus cifras muertas, a la vez
que entre aplausos y carcajadas las inhabilitaciones políticas “a la carta” se
activan y desactivan sin criterio jurídico válido. Leyes contra el odio, que en realidad lo que
pretenden es aniquilar el espíritu crítico ciudadano (ya inexistente en lo
interno del partido del gobierno), criminalizar la protesta social y fundamentalmente
abrir compuertas para la ilegalización de los partidos y movimientos políticos
disidentes, quienes incluso han sido amenazados con suspenderles del ejercicio
de sus derechos democráticos ante la negativa de participar en el próximo evento
electoral. ¡¡Váganos Dios!!
Cualquier mal pensado podría
asegurar que el gobernante, con las leyes contra el odio también busca curarse
en salud, por el “por si acaso” inminente.
Esas restricciones
draconianas a las libertades y derechos humanos fundamentales, fabricadas desde
enunciados hermosos y eruditas apologías jurídicas, siempre terminan
revirtiéndose cual búmeran, pues contra el espíritu libertario del ser humano
nadie puede; sino que lo digan los rusos.
La intención sería aniquilar
cualquier expresión política que ponga en riesgo la hegemonía del proyecto
político del gobernante. Afortunadamente los países que recibieron la
hospitalidad de Venezuela en sus tiempos aciagos, hoy retribuyen el favor a los
venezolanos declarados en persecución política o en crisis humanitaria.
En estas, la Asamblea
Nacional Constituyente se empecina por demostrar la fortaleza política que no
tiene, ya que, además del cuestionamiento ciudadano respecto de la validez
jurídica de su convocatoria y aprobación; el solo hecho de estar conformada por
solamente seguidores del gobierno, la hace peligrosamente inestable y
anárquica, pues es de perogrullo que el ejercicio del poder tiende a
desbordarse si no existen debidos contrapesos que lo reorienten hacia la razón
de la institucionalidad.
En elecciones se gana poder
y fuerza; en el gobierno se adquiere autoridad.
Viendo la argumentación fuera
de contexto, profundamente “subjetiva” y con relaciones de causalidad traídas
por los cabellos, del Fiscal General ante una ANC en asunción de las prerrogativas de la
Asamblea Nacional, durante el allanamiento de la inmunidad del primer
parlamentario de la larga lista que aseguran tener. No puede sino concluirse
que las cosas van de mal para peor en la patria de Bolívar, cuando el
régimen ha caído en el abismo político de divorciar irreconciliablemente el
ejercicio del poder de los valores democráticos y principios y fines de la sociedad.
Porque la legitimidad política, más que facultad ponderada cuantitativamente,
supone el compromiso ético del gobernante ante los propósitos superiores de la
sociedad; valga decir, las mayorías democráticas facultan hacia un compromiso
ético con el ente social.
Por tal razón, la única “hegemonía”
política posible es la del Estado, enunciada en los valores sociales, jurídicos,
culturales e históricos consagrados por la constitución, expresados por la institucionalidad
y manifestados por la sociedad. Siendo por eso que en democracia ningún
proyecto político puede asumirse como hegemónico, sin destruir los principios
democráticos institucionales y los valores sociales y culturales; y también por
eso es que las intentonas hegemonistas de
mayorías circunstanciales se constituyen en factores terriblemente desestabilizadores
de la sociedad.
El problema es que siete
puntos de ventaja electoral no alcanzan siquiera para presumir falazmente de
hegemonía; al contrario, expresan un país peligrosamente dividido en dos
mitades ya prácticamente irreconciliables.
Es decir, Venezuela padece hoy
un régimen político de tendencia evidentemente hegemonista, que coloca al
ciudadano ante tres opciones: o someterse resignadamente a ese destino, o
entrañarse del país en procura de libertad y democracia, o quedarse y luchar
sabia, racional, estratégica y espiritualmente contra su realidad, con la única
arma válida, mientras la tenga: el voto.
De ahí la inmensa
responsabilidad de los factores políticos llamados por las circunstancias
históricas a conformar el frente de batalla electoral, teniendo presente el
significado de permitir que el actual sistema político se consolide.
No perdonarían las
generaciones venideras semejante irresponsabilidad de la dirigencia política de
no deslastrarse de sus apetencias personales para priorizar el país. No
entendería jamás el porvenir, que esta dirigencia no tuviese la
mínima sensatez y sentido estratégico para configurar un movimiento político
amplio y abierto, capaz de expresar a todos los venezolanos, sin distingo de ningún
tipo. Por siempre recordaría la Venezuela del futuro, las cobardías y miserias
racionales, intelectuales, humanas y espirituales de quienes hoy pudieron
evitar sus destinos.
En fin, hay que insistir, el
problema de Venezuela no es económico, es ético político.
Mientras no se entienda eso,
a Venezuela no habrá cifras que le valgan, ni misiones que le vengan, ni leyes que la salven.
La cuestión es: ¿Quién prefiere el bien del país por sobre sus intereses
particulares, tribales y político ideológicos?
Javier A. Rodríguez G.