viernes, 3 de mayo de 2019

Dios y la No Contradicción. Otra Óptica







Será que si la no contradicción afirma la verdad, entonces es la contradicción el motor que impulsa y revela a ésta; siendo que en el mundo ideal de las certezas la no contradicción sería la regla, mientras que en este mundo de las incertidumbres, la contradicción impera?
El principio de no contradicción es un camino hacia la verdad, es una forma lógica de ver concretarse y de pensar de la manera esperada la realidad; empero es la contradicción, en criterio de Platón," los contrarios en acción o reacción, en el mismo lugar, en la misma relación y al mismo tiempo", quien delata la verdad, en cuanto direccionada hacia el propósito o fin que constituye el hecho existencial, y en tanto responde a un sentido teleológico de la realidad.

Podrá argumentarse que lo relevante de la aplicación del principio de no contradicción es la acción lógica per se, lo cual inicialmente es cierto, pues él es constituyente fundamental del armazón desde el cual se desarrolla todo el proceso intelectivo; pero llega el momento en el cual su aplicación a nivel filosófico alcanza los límites impuestos por la percepción y conocimiento dados de la realidad, perdiendo toda funcionabilidad respecto de una realidad desvelada que ha impuesto otra forma de pensarla y razonarla.

Porque los principios determinan el sentido percibido de la realidad diversificada en multiplicidad de expresiones hacia un mismo propósito ontológico que la encauza. Ahora, para tener certeza total de los principios, tendríase que conocer el principio; y si la verdad final es absoluta, el principio y el final deberían encontrarse, desde el trayecto expresado por el acontecimiento existencial, luego entonces, en la conciencia de la verdad absoluta la existencialidad carecería de razón de ser, pues no habría sobre qué razonar, ni adonde ir ni qué buscar ni en qué soñar ni en quién creer, pues faltaría el factor que la motoriza desde y hacia el sentido teleológico de la evolución: la incertidumbre. Un ser así sería un absurdo, sin sentido racional ni eficacia existencial, una inconcreción, ya que el acontecimiento existencial es la razón de su ser, lo que justifica al universo y lo que concreta a Dios, quien sin su obra sería una divinidad resumida en sí misma, tal vez en un punto. De esa forma, existencialmente la ignorancia es cualidad, el conocimiento virtud, el existir camino y la verdad horizonte. 

Hasta el siglo XIX, los acertijos filosóficos acerca de la realidad discurrian sin mayores contratiempos, al menos para satisfacer el ego de quienes prepotente y torpemente pretendían, con una simpleza pasmosa, comprender el final del proceso evolutivo por mero  instrumento del puro proceso intelectivo; es decir, la verdad absoluta, sin la mediación del acontecimiento existencial, engrandeciendo así hasta niveles supremos al ser humano, y consecuentemente reduciendo a sus “necesarias” expresiones la existencialidad, la verdad real y a Dios mismo. Dando raíz a teorías y concepciones políticas, por ejemplo, que en un tris tras pretendían establecer la “sociedad perfecta”, con un “hombre nuevo”, o ancladas a una “historicidad” que segrega lo humano y convencionaliza lo moral; lo cual engendró aberraciones políticas como el comunismo y el nacional socialismo. Todo por no comprender que el significado de esa verdad última es tan inmenso, que es privilegio racional tan solo poder intuirla, y a la vez tan elemental, que se vive en cada momento, siendo búsqueda perenne siempre inacabada, concretada, en plenitud actual, desde el hecho existencial.

Luego, en el siglo XX, gracias a la exponenciación sin precedentes del saber científico, emergen por doquier “contradicciones” de todo tipo, llevando la realidad del universo a niveles de abstracción tan grandes, que el planteamiento de la contradicción debe implicar un proceso intelectivo exhaustivamente desarrollado para la construcción de las premisas desde la ponderación y discriminación de las identidades, el establecimiento de las relaciones causales entre los hechos y la determinación y correlación del espacio-tiempo, amén de la ineludible ubicación y valoración de la dicotomía respecto del ámbito existencial en el cual se inscriben.  

Por eso la contradicción constituye el verdadero impulsor hacia la comprensión de la realidad, pues su existencia delata la cualidad del conocimiento de lo real, y, sobre todo, impone la busca de nuevo saber.

Así, por sobre las no contradicciones, el sendero hacia la verdad absoluta está calzado de contradicciones, explicitas, implícitas, ciertas, aparentes, desveladas y por desvelar, evidenciando el grado de conciencia respecto de la verdad suprema, desde la cual la contradicción carecería de su sentido instrumental.

La no contradicción enuncia el principio y establece una consecuencia necesaria, pero su sustanciación existencial se produce en la determinación de la contradicción, pues, donde hay conocimiento germina la contradicción.

Existe una diferencia abismal entre el mundo no contradictorio y el mundo en perenne contradicción. Aunque ambos se ponderan bajo el principio de no contradicción, el primero expresa una realidad única y lineal, desarrollándose conclusivamente dentro de un tiempo absoluto, mientras que el segundo supone diversidad de aristas respecto de una realidad referenciada a un espacio tiempo trascurriendo probabilísticamente hacia una intención teleológica que la encauza. En el primero, el razonamiento inicia y progresa en función de certezas, convergiendo por razón necesaria en la última gran verdad. En el segundo, al contrario, la razón es movida por la incertidumbre, por lo cual la certeza y la no contradicción constituyen contingencias hacia una verdad que se define desde el hecho existencial. El primero, es un mundo en que bastan tres o cuatro principios para desarrollarlo hasta el final; es un mundo elementalmente simple, en el que el ser humano, conocedor de sus principios, y, por ende, con la facultad inmediata de acceder a la verdad final, carecería de sentido existencial, sin el fundamento de lo pasado, ni el asombro del presente, ni la novedad del porvenir, innecesarios, se limitaría a lo que muchos filósofos han hecho, a contemplar el mundo desde el cetro de su verdad. Mientras que el segundo mundo, el de las contradicciones, la realidad se descubre y  la verdad se sustancia desde y con el hecho existencial; siendo el ser humano, en cuanto ente racional, su mayor concreción y  toda posibilidad hacia su verdad, lo cual evolutivamente requiere tiempo, es decir, de la existencialidad, del vivirla, del sustanciar las premisas con la razón de ser que va descubriendo.

Porque resulta torpe limitarse a tratar el establecimiento lógico de "verdades" y "falsedades", y no avocarse a la determinación de los motivos, la razón de esa verdad; a decir de Leibniz: “no podría hallarse ningún hecho verdadero o existente, ni ninguna enunciación verdadera, sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo". Ese principio, a la vez de propiciar la inutilidad de la filosofía y de engendrar la ciencia, le da sentido, coherencia y certeza a la actualidad existencial, posibilitándola.

Desde el elemental relacionamiento lógico, la razón humana genera un despliegue epistemológico, ontológico, axiológico, moral, ético, teológico, sociológico, cultural, histórico evolutivo, biológico, antropológico, científico... respecto de la realidad; a cuya multidimensionalidad puede acceder merced a la complejidad de su racionalidad.

La lógica configura el texto, pero el contexto es asunto de la racionalidad, lato senso, expresante de la otra dimensión existencial: la inmaterial o espiritual. Por lo cual la “verdad lógica” necesariamente está relativizada, respecto, tanto de la validez de sus premisas, como de los juicios de valor a los cuales se adscribe. 

El caso, por ejemplo, de una madre aferrada a un poste al borde de un caudaloso rio, que al ver a pequeño hijo arrastrado por las aguas, va a su rescate a costa de su propia vida. Tan elemental suceso es absolutamente irresoluble para la lógica formal, anegada en “razones” que hacen absurdo lo humanamente lógico, pues si aquella mujer dispone de miles de óvulos, que en sus 15 años restantes de vida fértil le pudieren dar al menos 20 hijos, si además su función reproductora de la especie la obligan a optar por el “mal menor”, y si también, el “principio” de preservación de su vida impera, entonces lo “lógico” es que la madre, impotente, vea morir a su hijo. El problema es que en ese momento el razonamiento de la madre es inmensamente superior a toda la lógica de Gödel; pues ella apuesta, no a salvar lo que se pueda, en función de la “economía” y “eficacia” de los recursos, sino a perder o ganarlo todo en expresión del amor; en un puro proceso selectivo desde los valores, sin explicación lógica posible, ni con un cúmulo de premisas, principios y leyes lógicas, tan alto como el Éverest. Y tal proceder no es ilógico ni constituye una irracionalidad hacia un buen propósito; no, es aún más racional, pues comprende la expresión espiritual, que redefine las premisas y determina su razón lógica.

Siendo ahí, en esos “detalles” cuya sumatoria quiebra toda la capacidad predictiva de la “lógica”, donde se posibilita que el mundo existencial humano sea lo que es y no lo que la lógica formal dice que debería ser. A Dios gracias es así, pues de lo contrario el mundo sería una estructura funcionalmente predicha y predecible, encerrada en un clasicismo que, sin referencialidad alguna, no sería sino “perfectismo” eterno; sin renacimientos, sin barrocos, ni romanticismos, ni impresionismos, ni modernismos, ni contemporaneidades, ni existencialismos, ni misticismos, ni religiones, ni artes, ni culturas, ni los grandes cambios sociales, ni los cantos, ni las poesías, ni la paz, ni los sueños, ni las creencias, ni la esperanzas, ni la fe, ni Dios.

En ese sentido, resulta curiosa la no correlación entre la capacidad de análisis lógico de ciertos personajes y lo “ilógico” e “irracional” del proceder en el desarrollo de sus existencias individuales. El caso de Gödel, por ejemplo, resulta patético ver a su lógica genial emergiendo de entre la esquizofrenia y la paranoia, desvelándole “verdades” y “soluciones” para todo, menos para sobrellevar, con la más elemental lógica, con la primaria racionalidad del ente pensante, o, en todo caso, con el mínimo sentido común, la responsabilidad de su existir; a la cual terminó absurdamente renunciando…

Caso contrario es el de la madre Teresa de Calcuta. De razonamiento muy elemental en lo técnico, pero profundísimo en lo existencial. Son las dos formas expresar la racionalidad: enunciándola o viviéndola. Quien la enuncia, generalmente no la vive, adentrado en un laberinto infinito que le consume el existir; en tanto el que la vive, no sabe explicarla, simplemente sustancia su existir con esa facultad maravillosa que lo privilegia, siempre potencialmente plena en cada actualidad. Mientras Gödel desde sus demonios internos pretendía con una docena de guarismos probar o falsear la existencia de Dios, la madre Teresa comulgaba en Dios con cada uno de sus prójimos. Gödel abrazó la muerte resentido con la vida, habiendo buscado inútilmente a Dios  en sus números, sin comprender que su propio existir y el prodigio de esos números que él legó a la humanidad, eran evidencia misma de la maravillosa obra de Dios. La madre Teresa, en cambio, murió conciliada con la vida, agradeciendo a Dios el privilegio de haber participado del gran acontecimiento existencial del universo: la vida, en su manifestación superior: la vida  racional, y en su expresión más sublime: la vida espiritual.

Es que la lógica verdadera de la existencialidad trasciende en trillonésimas a la lógica aparente con la cual se la pretende explicar, por dos razones elementales, ella es esencialmente analógica y trascendentemente espiritual, y por ende, desarrollable mediante una relación de continuidad derivada en una probabilística extremadamente compleja, encauzada teleológicamente hacia una verdad siempre actual e infinitamente posible. Incluso hasta en los más simple hechos naufraga la retahíla de sistemas lógicos, y aún con todas las “modalidades” que le adosen, apenas explican e instrumentan ciertas posibilidades del razonamiento humano. Desde el caso de la madre del ejemplo anterior, hasta los grandes descubrimientos científicos, nacidos del “error”, o hechos por quienes, por lógica, no podían. Por ejemplo, la “teoría de la relatividad”, planteada por un físico recién graduado, empleado de una oficina de patentes, y la vacuna contra la viruela, creada por un humilde médico de pueblo; o “Windows”, “Apple”, “Google” y “Amazon”, siendo obras de estudiantes desertores gestando sus ideas en los reductos materiales de una precaria disponibilidad de recursos. Pasando por un quehacer artístico rompiendo toda relación temporal evolutiva, para hacer tan obras de arte los “Bisontes de Altamira” como los “frescos sixtinos”, o la “Gioconda” o “Las Meninas” o “Guernica”; o las pinturas de un esquizofrénico Van Gogh, vendidas por las pocas monedas que lo aliviaban de la inopia. No se diga de Jesús, el de Nazaret, el humilde hijo de carpintero que andando en burro iniciaba con una religión, la más grande revolución cultural de la humanidad.

Con ello se ejemplifica cómo la presumida linealidad de la lógica formal tiende irremediablemente hacia lo ilógico o lo menos lógico; generando las fisuras, grietas y quiebres que hacen de su pretendida solidez estructural, escombros sobre los que se erigen nuevas súper estructuras que también terminan escombradas. Y si al final la estructura lógica que soporta la comprensión actual del ser humano de su existencialidad, está ensamblada con las ruinas de los paradigmas que en sus momentos la hubieron validado, es de esperar que el paradigma actual se esté derruyendo merced a la primacía de la realidad, que ha impuesto otra forma de pensarla y razonarla.

La explicación newtoniana del universo hubo parecido inexpugnablemente incontrovertible, en su perfecta coherencia con la realidad, hasta que Einstein desveló su aparente solidez lógica como lo que fue: una estructura racional contingente a una verdad que mientras más se aprehende más abstracta y huidiza se hace; iniciando así todo un proceso derivando en los postulados cuánticos que, incluso dejando atrás a Einstein, están trastocando los  fundamentos mismos de la concepción de la realidad y del universo, sobre los cuales se ha asentado el pensamiento  y la cultura de las sociedades humanas.

Es que si Aristóteles tan solo se hubiese preguntado lo mismo que Einstein a los dieciséis años: “Si se corriese a la par de la luz ¿se la vería detenida?”. O si hubiese considerado que si el universo fuese infinito y eterno, de la forma por él planteaba, entonces, tal como lo delata “la paradoja de Olbers”, el cielo terrestre debería ser como un inmenso farol, pues la luz tendría infinito tiempo para alcanzar a nuestro planeta, alcanzando niveles equivalente a 50.000 veces la luz del sol, con temperaturas de más de 5.000 grados Celsius…  Más de dos milenios sin que nadie se percatase de tan elemental detalle lógico; todo porque esas contradicciones atentaban contra el proceso no contradictorio y la lógica perfectamente coherente que lo desarrollaba.

Actualmente existe un replanteamiento radical del universo, considerando su infinitud desde otras perspectivas, incluso la existencia de un sustrato infinito, universo esencia, desde el cual se concretan expresiones espaciales-temporales como en la que existimos; llevando a niveles de abstracción extremos la conceptualización de lo real, del ser, de la vida… ¿Será esa complejidad razón directa de la ignorancia? ¿No será que el horror que algunos le tienen a la infinitud del universo, de la forma que sea, es porque entonces la ignorancia respecto de él también sería infinita?

Más de veinte siglos para comenzar a ver el mundo de otra forma, ¿Conclusión necesaria, o acaso fue innecesario gran parte de ese trayecto, por fundamentar la razón alienadamente a “principios” deducidos de la apariencia de la realidad, pretendiendo absurdamente desde ellos alcanzar la verdad ultima de la existencialidad? ¿No procedía usar otra metodología en la aplicación de esos principios?  ¿Por qué precisamente cuando el ser humano inició el cuestionamiento del conocimiento, la filosofía comenzó a hacer aguas? ¿Por qué cuando el ser humano dejó de escudriñar en su mente una verdad que está en el hecho existencial, fue que nació la ciencia; por qué no antes? ¿Por qué el filósofo se empeña en plantear la realidad como el vendutero de la esquina, solo que con prolijo vocabulario y enrevesada sintaxis; considerando, por ejemplo, a una naranja tal como lo mira  aquel, y no como lo que científicamente se sabe que es? ¿Por qué tanto temor a la verdad  científica, si el filósofo puede trascenderla hacia la comprensión de otro plano existencial, allende la materialidad de la realidad?          

Algo no cuadra entre la lógica del filósofo y la “lógica” de la existencialidad. Hay razones existenciales que están de menos en la lógica del filósofo, porque no las puede comprender y menos alcanzar, aunque sea en retacitos, pues le implicaría reinventarse, existiendo de por medio mucha tradición, fundamento, prestigio, orgullo y arrogancia, como para aceptar el cambio que por vía de hecho ha venido ocurriendo.

Los principios Aristotélicos al final son instrumentos formalizados del pensamiento para salir del atolladero de la ignorancia y, por ende, poder plantearse y expresar la realidad desde la circunstancialidad evolutiva. Si fuesen principios definitivos, el universo sería radicalmente diferente a lo que es y, obviamente, como algunas veces algunos pretendieron, el filósofo estaría hoy en la cúspide del saber humano en vez de en semejante crisis de identidad.

Si lo absolutamente contradictorio para Aristóteles es hoy una simpleza sin oposición alguna; y al contrario, si lo evidentemente no contradictorio para el sabio de Estagira, actualmente convulsiona las neuronas por la contradicciones que implica, a la luz de los nuevos saberes, entonces, además del carácter de principio de la no contradicción, también se ha de poner en tela de juicio la eficacia de su  instrumentación metodológica.

La realidad ha pasado de ser expresión temporal-espacial de un absoluto, a constituirse en construcción histórica evolutiva de una forma de ser, explayada probabilísticamente en multiplicidad de expresiones; valga decir, la realidad no es necesariamente como se percibe, sino como está configurada para ser percibida. Sería parecido a creer la continuidad del movimiento de una película, e incluso la existencia real de sus imágenes, sin saber que ese movimiento es una ilusión óptica creada por la proyección sucesiva de fotogramas individuales registrados en un sustrato transparente. O sea, conociendo la verdadera naturaleza de la película, la cuestión estaría en el cómo se registra en el celuloide y por qué se perciben los fotogramas en continuidad; y sabido eso, comenzaría la ineludible analogía respecto de la realidad, obviamente escudriñando la naturaleza de la luz, en seguidilla la electricidad, el átomo, el electrón, el fotón… y desde todos ellos la teoría de la relatividad, de la mecánica cuántica...; para terminar igualmente en suspenso, riendo o conmovido ante alguna “obra maestra” del “séptimo arte”.

Algo parecido ha venido ocurriendo en la comprensión de la realidad y del universo. Aunque es radicalmente diferente la actual concepción del tiempo, del espacio, de la luz, del universo, a la que tenía Aristóteles, por ejemplo, sin embargo, se continúan validando y “aceptando” a “la gruesa” sus postulados, simplemente porque la realidad continúa siendo igual, y aún desapareciendo evolutivamente la especie humana, la realidad seguiría siendo la misma. Esto le plantea al ser humano el problema del para qué del conocimiento y comprensión de la realidad, si al final, como el cinéfilo su filmografía, terminará viviéndola tal cual es. El asunto es que, más allá del conocer la verdadera mecánica de la realidad o “película” de su existir, él desea comprender, y más que eso, comprenderse dentro del fenómeno existencial, en cuanto personaje desde cuyo intelecto la realidad adquiere sentido, propósito y razón. De manera que por sobre las millones de cosas y significados buscados, por buscar, conocidos y por conocer, al ser humano lo mueve una razón fundamental: encontrase consigo mismo, con su verdad existencial, con Dios.

Una lógica de lo ilógico se requiere para poder aproximarse a las resultas de la racionalidad humana. Porque la realidad y la existencialidad son construcción colectiva, y, por ende, su “lógica” resultante siempre habrá de ser “ilógica”, en atención a su carácter histórico evolutivo.  

Y no se trata en modo alguno de negar el fundamento no contradictorio primario a la certeza respecto del sentido de la realidad, sino de ubicarlo en su justa eficacia metodológica, a los fines de ampliar el abanico de posibilidades hacia la comprensión de la auténtica naturaleza del acontecimiento existencial, sin caer en los anquilosamientos cognoscitivos de siglos, y hasta de milenios, debidos al sometimiento inflexible a un “principio” cuya única certeza es la determinación de los lineamientos de la realidad tal como se percibe, más no en su primaria naturaleza; toda vez que la evidencia científica está desvelando un quiebre entre la “lógica” del principio de no contradicción y la de la realidad subyacente; imponiendo otra forma de pensar y plantearse el problema existencial, en cuanto patrimonio exclusivo del ser racional.   

Porque una cosa es plantearse metodológicamente el estudio de la realidad referenciada al mundo “macro” ordinariamente percibido, y  cosa distinta es persistir en la  pretensión de ajustar su lógica a la realidad subyacente, desvelada así como falsamente contradictoria, por imponer otra forma de razonamiento. De manera que entre el micro y el macro mundo debe existir una coherencia perfecta, conforme a la funcionalidad real de la estructura  y no de las expectativas de quien la pondera desde una perspectiva física espacial temporal infinitesimalmente pequeña, aunque con una cualidad extraordinariamente maravillosa: la conciencia, conocimiento y vivencia del plano existencial inmaterial o espiritual.

A la filosofía le ocurre lo que a las tecnologías, como las telefónicas, que en determinado momento comienzan a parchar sus inicialmente sólidas plataformas, a fin de adecuarlas a las nuevas exigencias tecnológicas, hasta que el sistema pierde funcionalidad, imponiéndose el rediseño conceptual de la plataforma. En ese sentido, la filosofía “CDMA” requiere de su “5G”.

L a igualdad. El principio rector.
La percepción humana de la realidad es esencialmente analógica. De manera que el cerebro busca la relación de continuidad de las cosas, si no la encuentra, la crea, si no la conoce, la descubre, y si no la valida, la asume. Empero, esa data para ser procesada sinápticamente debe ser descompuesta en sus diversos componentes, en función de una estructura fundamental: el concepto.

Igualmente, la existencialidad no constituye una continuidad absoluta, una linealidad monolítica, pues ella se configura en base a una pre-concepción histórico evolutiva, registrada en códigos que le posibilitan reconstruirse en cada actualidad, en un maravilloso proceso de analogías en donde todo se parece a todo. Un individuo es igual a sí mismo porque se parece a la especie que lo configura existencialmente, la cual a su vez se parece a todo el proceso que la posibilitó. Las especies no se “diferencian”, pues ello no tendría sentido, ellas se especializan en función de una relación de igualdad. Del mismo modo, los opuestos, al tender al equilibrio, buscan la igualdad. La electricidad no es sino la búsqueda de la igualdad en la carga de electrones. Los sistemas planetarios operan con base en la igualdad proporcional. La conciencia del tiempo nace de una relación de igualdad entre actualidades presentes y pasadas. El código genético preserva los caracteres que fundamentan la igualdad de una especie. Las especies no se enfrentan a las demás para sobrevivir, pues ellas proceden conforme, igual, a sus naturalezas; además, las cadenas alimentarias implican una relación de igualdad en función de la vida. El calor tiende a su equilibrio. La distancia, la materia y la energía y el tiempo, están correlacionados. El universo mismo se revela como un único sistema en donde todo se referencia al todo. La gravedad expresa un eficiente mecanismo de ordenación y equilibrio. La entropía, desordena para generar mayor probabilidad de orden y de evolución. Lo bueno no se contrapone a lo malo, sino que constituye un juicio de valor que llama a la igualdad en la bondad. El creyente en Dios no se contrapone al no creyente, sino que lo llama a la igualdad en la fe. Las clases sociales y la diversidad de expresiones humanas no se diferencian divergentemente, se complementan hacia una única expresión existencial. Las sociedades estables son las que han logrado mayor grado de igualdad. La libertad mana de la igualdad, y la justicia es la proporción y cualidad de ser igualitariamente libre. La vida no se contrapone a la muerte, pues ambas expresan igualdad en el privilegio y oportunidad de existir. Lo dulce, salado, amargo, agrio, lo son en función de una relación de igualdad desde la estructura sensitiva de los sabores. Todo en la naturaleza tiende al equilibrio, o correlación perfecta de la igualdad.   

Así, la igualdad es el motor impulsor de todo ese proceso evolutivo, por el cual a la probabilística maravillosa de la existencialidad no le es posible contradecirse, ni ser injusta, ni inmoral, ni mucho menos desigual, pues todo vale para todo, en las mismas oportunidades evolutivas dentro de la probabilística que la expresa.

Un proceso extenso y agreste ha sido la búsqueda de la identidad del ser humano; al punto de llevarlo casi a su extinción. Todo por no comprender que su individualidad no constituye una diferenciación, sino que ella nace de un proceso de identificación, con el todo, con la vida, con la racionalidad, con el ser humano, con la verdad, con Dios.

Solamente desde la igualdad puede el ser humano hallar su individualidad, pues la igualdad es el factor determinante en toda expresión del ser. Por eso al establecer la igualdad se define la identidad. Y por eso precisamente la igualdad ha venido mutando desde el ser consigo mismo, que lo aísla, hacia el ser respecto del todo, que lo integra. Valga decir, una naranja es agua más algunas moléculas orgánicas; y al final no es sino un conjunto de átomos conformados históricamente en una fórmula evolutiva que los concreta en un espacio tiempo determinado, en una función estructural que los unifica e identifica.

Esto ha sido ratificado por los recientes descubrimientos cuánticos, del origen y constitución común de todo cuanto existe en el universo; y también por el descubrimiento y descifrado del código genético, evidencia irrefutable del origen en común de la vida.

En ese sentido el ser humano expresa la afirmación de todo un proceso probabilístico evolutivo cuya máxima expresión lo constituye su racionalidad. De manera que las contradicciones, absurdos, diferencias, disputas entre opuestos, divergencias irreconciliables y confrontaciones históricas entre lo moral e inmoral, lo justo y lo injusto, la igualdad y la desigualdad, la vida y la muerte, el existir y la extinción, la felicidad y la infelicidad, la paz y las guerras… son problemas exclusivamente del ser humano; nacidos de su incapacidad actual para comprender el proceso existencial en toda su magnitud, de su torpeza al pretender absurdamente ajustar la realidad a su verdad, de su ineptitud para ubicarse en la verdad existencial tal y como ésta se le revela, sin renunciar a su libérrima facultad de desarrollar su racionalidad en toda su integralidad y plenitud posibles, empero también, por poder mirar y comprender él la existencialidad allende la materialidad y la inmediatez de su acontecer, descifrando sus códigos generatrices y , por ende, constituyéndose en sujeto activo del acontecimiento evolutivo del universo; privilegio éste, cuya acción hacia su justa  y pertinente comprensión y contextualización existencial, determina el gran acontecer cultural humano; es decir, la búsqueda y encuentro del ser humano con la verdad de su existir, existiendo.

Por eso  el principio de no contradicción ha venido delatando la falsedad del carácter supremo que se le atribuye, lo cual en primera instancia no afecta su aplicabilidad instrumental, pues ineluctablemente la realidad se seguirá percibiendo y pensando bajo su supremacía. La cuestión radica en sí su razón de ser es primaria, o si, como pareciera evidenciarse del saber científico, deriva de otras razones superiores; valga decir, si es un verdadero principio  o si más bien es una consecuencia necesaria a una forma de ser definida, expresada en un principio suficiente a la explicación y  comprensión de la realidad.

Si  “A” teniendo una manzana justamente a un metro de distancia, se alejare al 99,9% de la velocidad de la luz, sin perder contacto visual con ella, luego de 20 años luz continuaría observado la manzana tal como era a su partida, aunque para la realidad referencial de la manzana hayan transcurrido unos 2.000 años (conforme a la teoría de la relatividad) Ahora ¿cuál es la diferencia entre visualizar la manzana a veinte años luz o a un metro de distancia?; precisamente la participación del contexto de la realidad en el cual transcurre la manzana. Si “A” y “B” avanzando desde diferentes planos del espacio tiempo, mirasen a la manzana equidistante entre ellos, “A” la vería antes que “B”, o viceversa, dependiendo de la referencialidad de cada quien; valga decir, la manzana no estará allí para ambos al mismo tiempo, porque la realidad para ellos no es simultánea. Aún más, si se mirase la manzana tal  cual es: una estructura de 80 por ciento agua y veinte por ciento de materia orgánica y mineral,  conformada por un conjunto de átomos que alguna vez fueron naranjas o coliflores o seres humanos o dinosaurios, que, engendrados por alguna supernova, otrora conformaron otros planetas extintos; se vería no a la manzana sino al proceso evolutivo que, conformándola históricamente, le asigna la identidad y la afirma existencialmente.  

Así pues, las cosas son y, por ende, están, porque responden y se parecen a todo el  proceso evolutivo que las ha conformado y reafirmado en su existencialidad. Por tanto, dos principios fundamentales para ponderar la realidad lo constituyen el de igualdad, lato senso, todo deviene de un mismo todo; y también el que se pudiere llamar de afirmación, todo existe por un proceso histórico evolutivo concluido en su individualidad desde los infinitos modos posibles, siendo su realidad la verdad que testimonia el acontecimiento existencial. De esa forma, entre el ser y el no ser, se afirma el ser en cuando hecho concreto y en tanto que existiendo, en su infinitud de posibilidades, le es imposible no ser. De manera que el ser es una única posibilidad, actualmente plena y probabilísticamente infinita, expresada teleológicamente mediante el acontecimiento existencial. Por eso, la no contradicción es, más que un principio rector, esencialmente una consecuencia necesaria.

Dicho de otra forma, la realidad no se contradice no porque un principio se lo impida, en el sentido de la rectitud de un proceder perfectamente concatenado, que en contrapartida implicaría la posibilidad del error, en cuanto factor indeseable y pernicioso al sistema, como estadio opcional y hasta irrevocablemente definitivo a la vía no contradictoria del proceso evolutivo. No, la realidad no se contradice porque de suyo le resulta imposible, pues ella expresa un proceso integral en donde todo está interrelacionado al todo, en un propósito evolutivo construido desde cada actualidad, y por ello la contradicción y el error son expresiones necesarias de la probabilística evolutiva, y siempre contingentes a la incomprensión de su sentido teleológico, que delataría otra forma de razonarlos. Cabe recordar, que todas las leyes físicas conocidas aplicarían perfectamente en contramarcha del sentido de la realidad que se percibe; dotando a la realidad de una plasticidad cuya posibilidad, alcance y propósito apenas comienzan a desvelarse.

Porque la conciencia de la realidad expresa una construcción histórica, fundamentada en principios cuya validez radica en que una vez siendo, ya no pueden ser de otra forma, respondiendo a una razón mayor, adquiriendo lo real un sentido histórico que hila la existencialidad desde una “lógica” también en construcción evolutiva, y por eso, o evidentísima o absurda o contradictoria, según se le pondere desde cada actualidad. La realidad comprendida por el griego era radicalmente diferente a la que se pondera en la actualidad, y sin embargo continúa siendo la realidad. Para los helenos el mundo y la realidad debían ser como se pensaban; hoy, el ser humano los va repensando a medida que va descubriendo su verdad existencial.

He ahí el escándalo de Aristóteles y Avicena, ante la posibilidad de negar el principio de no contradicción, pues ello abre las puertas para otra lógica del proceso evolutivo, diferente a la aparente; implicando un cambio radical en la forma de plantear la racionalidad, de ubicarse el ser humano en el acontecimiento existencial y de concebir la multidimensionalidad de la realidad, que impondría otra forma de razonarla y vivirla ¿O no es eso lo que de una u otra forma está ocurriendo?

La cuestión no es tan simple como argumentar la negación de lo obvio, sino de validar lo evidente conforme al mismo principio desde el cual se asume, y la primera condición metodológica es el planteamiento contradictorio del principio mismo; siendo precisamente cuando ello ocurre, que nace la ciencia; o sea, el abandono del confort intelectual de las verdades asumidas, por la precariedad cognoscitiva de la evidencia siempre por descubrir.

Por eso  la filosofía clásica está muriendo, porque se quedó sin razón de ser. Por eso se ha disgregado en un montón de hijas bastardas de aquella otrora garbada reina de las reinas del conocimiento. Por eso la ciencia por su naturaleza está cercada dentro de los límites de su lógica. Por eso el ser humano siempre trasciende sus propias expectativas existenciales; es su cualidad racional espiritual, ser más de lo que puede ser y poder abarcar más de lo que puede comprender; gracias al prodigio de su intuición, que mueve su razón y voluntad hacia todo lo posible.

Porque el puro discurrimiento lógico, sin la debida consustanciación cognoscitiva con la realidad, necesariamente termina en un inútil "deshojar de margaritas". ¿O acaso no será eso lo que mutatis mutandis ha ocurrido?

Llega el momento en que la filosofía comienza a ser víctima de su propio objeto pasivo: la ignorancia. Lo cual necesariamente debe ser así, pues de lo contrario, el ser humano pisaría los linderos de la facultad divina de la omnisciencia, pretendiendo ser Dios ¿O  acaso no ha habido quienes lo han presumido?

La Ciencia. El milagro.
Cuando aquella filosofía, nacida desde la humidad del asombro ante la maravillosa obra existencial, estaba de capa caída en cuanto a su razón de ser; prepotente, autárquica, con obras prodigiosamente monumentales como la de Hegel, que comprendiéndolo todo no llegaba a nada, o la de Kant, naufragada en la genialidad de su lógica. Tal vez haya sido esa la fortaleza del hoy inconsistente tomismo, desarrolladas en función de en un propósito de fe.

Cuando ello ocurría, en cuanto instrumento para abrir caminos hacia la verdad, para consustanciar la razón con la realidad, para retomar, desde otras perspectivas y criterios, el desciframiento de la realidad, como vía de hecho para llegar a la verdad del ser, y desde allí, irremediablemente, a su encuentro con Dios; la ciencia iniciaba a ver luz.

Por supuesto, como toda obra humana, la ciencia adolece de imperfecciones y aberraciones, de origen y de ejercicio, pero resulta incuestionable el rol que juega y de cualquier forma habrá de jugar en el desarrollo evolutivo de la humanidad.

Por ser la ciencia instrumento racional fundamental a su desarrollo evolutivo, y porque está aquí para quedarse y evolucionar junto al todo, recae en la sociedad la responsabilidad de su "bondad evolutiva", o apropiado aprovechamiento, manteniéndola dentro de las demarcaciones de los principios morales y razones ontológicas, poniéndola al servicio del ser humano y, sobre todo, apercibiéndola de que la realidad tiene otra expresión, inmaterial, la espiritual, que la posibilita y la define teleológicamente respecto de su verdad última, hacia la cual ella es instrumento fundamental.

Precisamente, es este momento de falsas dicotomías, entre ciencia y religión, entre la ley positiva y la ley moral, entre el conocimiento científico y la creencia, entre la razón y la fe, entre objetividad y subjetividad, entre el ahora y el por siempre; es cuando la filosofía (o lo que quede de ella) y la religión, están obligadas a replantearse, para cumplir eficazmente con el deber de dotar a la ciencia de las herramientas deontológicas suficientes para que ser instrumento auténtico de evolución y no de destrucción.

Cuando la razón se queda sin verdades, nace la ciencia; cuando el conocimiento científico se hace inútil, se evidencia la dimensión espiritual; y cuando se comulga con lo espiritual, se descubre a Dios.
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¿Será que si dos religiones dadas, A y B, afirman cada una excluyentemente la existencia de su único Dios, luego entonces, habrá una contradicción fundamental entre ambas, considerando, además y en su justa medida, el factor de los mil millones de creyentes de A y los mil millones de B?

Por supuesto que existe una "contradicción fundamental", entendida como la "ignorancia", esperada y "necesaria" respecto de lo que verdaderamente es Dios.

Aunque el número de integrantes no determina la virtud de una religión, estadísticamente sí expresa su eficacia funcional, pertinencia histórica y estatus sociológico; factores a considerar en análisis comparativos.

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¿Será que si A y B se contradicen recíprocamente, entonces, según el principio de no contradicción, o una de ellas es falsa, o ambas son falsas porque Dios no existe. Y si se admitiese que ambas son verdaderas en relación a un Dios que es el mismo, entonces no  estaría en la contradicción entrambas, la expresión de Dios en cuanto igual a Dios?

Dios no falsea ni valida nada, pues todo en él es verdad, lo contrario sería la negación de su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, sin cortapisa alguna, porque si no Dios no sería Dios, sino un ente superior racionalista en función de gerencia.

De manera que para Dios, en cuanto omnisciente, todas las contradicciones están resueltas desde el principio, simplemente porque desde su omnisciencia no las hay; siendo el afán, conciencia y voluntad del ser humano, quien debe solventarlas desde su momento existencial, no Dios, porque su verdad no puede estar construida de razonamientos, pues ellos expresan el alcance de la verdad. Por eso Dios no puede tener simple "capacidad" para hacer, como sostiene santo Tomás de Aquino, pues supondría un Dios capacitado por un poder, y en consecuencia, con la posibilidad de ser incapaz, lo cual negaría la naturaleza de su divinidad. Él simplemente tiene el poder de poderlo todo, esa es la esencia de su divinidad. Y también por eso es un contrasentido la afirmación de Leibniz: “Solo Dios puede comprender las verdades de hecho, pues ello presupone un análisis infinito”; porque para “comprender” habría de razonar, y para razonar y analizar tendría que desconocer, lo cual negaría su omnisciencia.  

Por eso toda expresión de fe, afirmativa o negativa, necesariamente está referida a Dios, y por ende, desde esa óptica, todas son válidas, agnósticos y ateos incluidos, quienes al negar a Dios, lo afirman. La verdadera distinción nace de la cualidad hacia la verdad de Dios; porque el valor de las religiones no radica en la falaz capacidad de falsear a la otra, sino en su mayor aptitud y actitud hacia Dios.

Desde esa perspectiva, la de Dios, no puede existir religión falsa ni verdadera, sino erradas o acertadas, desviadas o encauzadas, en formación o deformación, pervertidas o virtuosas, en destrucción o en construcción, hacia él o en contra de él; todas conformando un mismo camino hacia su verdad.

Aun más, si se considera la existencia de una verdad última, que todo lo comprende, todo lo puede y en todo está; necesariamente el proceso evolutivo debe converger en ella, y, por tanto, todo integra su verdad. No le pueden ser verdaderos, porque la verdad es ella; pero tampoco le son falsos, porque su verdad no puede ser negada. Luego entonces, es en y desde la realidad evolutiva, donde la verdad es asumida y la falsedad atribuida, por experiencia, comprobación, creencia o revelación; pero nunca afirmadas absolutamente, pues ello negaría la verdad última.

De manera que resulta torpe el pretender aplicar leyes, o principios, como el de la no contradicción, bajo criterios y conclusiones definitivas, fundamentados en la percepción y conocimiento, contingentes, de una realidad y un universo cuyas complejidades descubiertas avizoran un cambio drástico en los modos de concebirlos, razonarlos y vivirlos.

Precisamente ese es el reto: Sustanciar los procesos lógicos contradictorios desde y hacia una adecuada y pertinente concepción de la realidad y del universo, para razonarlos más apropiadamente y mantener así la existencia humana dentro de los cauces de la sensatez, de la responsabilidad, de la justicia, de la paz, de la felicidad y del propósito de fe que lo impulsa. 

Resulta elementalmente simple: Si la contradicción, desde principios aparentes desvela “verdades” y “falsedades” que evidencian otras contradicciones; luego entonces el carácter verdadero o falso de sus premisas, en mayor o menor grado y necesariamente, está relativizado.

Así pues, la contradicción, mejor aún, el proceso contradictorio (que es lo que en realidad es) no solo plantea la exclusión dicotómica de sus premisas, sino también la posibilidad de ambas sean verdaderas o falsas, si se asume el desconocimiento de la “verdad verdadera”, por lo que entonces no habría contradicción sino confrontación, o, mejor aún, complementariedad hacia la verdad, sería un criterio más sensato. El asunto es cómo se asume la contradicción desde el grado de conciencia real que se tenga de la realidad y del proceso cognoscitivo que la expresa.  

Verdades incuestionables fueron los criterios de Aristóteles acerca de la velocidad de los cuerpos en caída libre, y también respecto de la existencia del átomo, en contra de los planteamientos previos más “lógicos” de Leucipo y Demócrito. Siendo dos mil años después, que Giambattista Benedetti evidenció el error de Aristóteles con una simpleza lógica pasmosa (luego perfeccionado por su alumno Galileo), y por su parte los modelos atómicos validaron las tesis de los antecesores del sabio peripatético. Así, más de veinte siglos permanecieron erigidas en la cumbre más alta de la “racionalidad” falsedades tan elementalmente obvias, hasta que la ciencia  mostró el pecado original de una filosofía pretendiendo cuadrar el ser, la realidad y el mundo a su verdad.

Ello se explica porque a las redes neuronales, tan rígidamente estructuradas en función del principio de no contradicción, en cuanto evidencia inmediata del sentido y razón de la realidad, les resulta prácticamente imposible plantearlo conceptual y metodológicamente de otra forma, aún cuando de hecho eso es lo que ha venido ocurriendo.

La única verdad absoluta es la de Dios, y a ella nadie ha tenido acceso. El ser humano la intuye en su plenitud, la percibe, la siente, la asume y la vive en su circunstancia existencial.

Porque tan absurdo es concebir un mundo real prescindiendo de la realidad, como absurdo es plantearse excluyentemente la materialidad del universo, cuando existe una espiritualidad intuida, sentida y vivida, que de ninguna forma ha podido ser falseada por el conocimiento científico, pues la ciencia cada vez  tiende lazos de unión entre la existencialidad material y la espiritual.

Algo parecido ocurrió, por ejemplo, con el clásico debate dicotómico respecto de la naturaleza de la luz, sobre si estaba constituida por partículas o por ondas. Y aún habiéndose comprobado su carácter ondulatorio, en uno de los experimentos más importantes de ciencia (de la “doble rendija”, Thomas Young, 1801) todavía muchos defendían el carácter corpuscular afirmado por Newton. Hasta que, luego de una sucesión de descubrimientos de varios investigadores, Einstein planteó la dualidad onda-partícula de la luz, en su teoría del efecto fotoeléctrico. Incluso, Louis de Broglie, el científico que, apostando por la teoría corpuscular, se avocó a demostrar la falsedad de la teoría dualista, terminó verificándola, lo cual a la postre le valió el premio Nobel de física. Luego, con básicamente versiones de aquel mismo experimento de más de un siglo atrás, se evidenció definitivamente la naturaleza ondulatoria-corpuscular de la luz. Dejemos al físico Richard Feynmann definir la importancia de dicho experimento: “Contiene en sí mismo el corazón y todo el misterio de la física cuántica, la disciplina que estudia el comportamiento de la materia a escala microscópica”.

Es decir, aquella contradicción, para muchos absoluta e irrevocable, resultó ser falsa y sus dos premisas verdaderas, porque, sí, es cierto que las dos separadas erraron, pero juntas acertaron, en una relación de igualdad, y eso es lo verdaderamente relevante, la convergencia de dos criterios relativamente acertados y falsamente contradictorios, en una verdad referencialmente superior; ya que, aunque la dualidad onda-corpúsculo implica una concepción radicalmente diferente de la realidad y de los principios que la rigen, respecto de la afirmaciones simples de una u otra propiedad, sin unas la otra no habría sido posible, pues todas integran un mismo proceso nutrido de la aparente contradicción y cuyo propósito es la verdad. Tal vez eso le ha faltado al ser humano, sumar en vez de restar.

Ahora, la “resolución” de esa supuesta contradicción, a modo comparativo, le dio un sacudón a una gran colmena: la mecánica cuántica. Un replanteamiento radical de la realidad, de la forma de visualizar el mundo, de asumir la verdad y de mirar a Dios.        

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¿No será que así como existiendo la luz, la no luz es imposible, como tampoco el no calor niega la existencia del calor... Y así como la oscuridad y el frio no falsean sino más bien reafirman la verdad existencial de la luz y el calor; igualmente, el ateísmo, agnosticismo y la diversidad de religiones, no harán en conjunto sino reafirmar la  existencia de Dios?

Si se considera el ser como una expresión evolutiva, el ser siendo, el no ser sería imposible, pues siempre existirá el ser, aún como posibilidad. Por lo que solamente hay expresiones y gradaciones del ser. El frio absoluto, -273.15°C, expresa la ausencia total de calor, y a la vez afirma su existencia, pues si no, no sería "frio". Igualmente, al existir la luz, la no luz resulta imposible, siendo la oscuridad absoluta la total ausencia de una luz que siempre existirá.

Asimismo, al existir la fe, en cuanto propósito existencial hacia la verdad, la no fe es imposible, por lo que cualquier expresión, afirmativa o negativa, respecto de la fe, la reafirma.

Existiendo Dios, toda religión, credo, secta, culto o ideología que lo afirme o niegue, en tanto manifestación de la fe, es verdadera, por cuanto Dios es innegable. Así como la luz y el calor tienen sus gradaciones, sin que ninguna los niegue, así también la verdad hacia Dios tiene sus expresiones de mayor o menor certeza hacia él.

Cuando aquél primer ser humano pensante extendió sus brazos al cielo queriendo comprender el mundo, tocar las estrellas, alcanzar el universo, llegar hasta Dios; estaba en el acto de fe que habría de determinar su existencialidad.

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¿Será que así como los átomos de carbono son esencialmente los mismos del diamante, solo que configurados de otra manera, entonces, y desde la óptica de Dios, no podrán ser las diferencias entre las religiones, contingencias, configuraciones expresiones  existenciales hacia la misma verdad?

Ese es precisamente el quid del asunto: La óptica de Dios. Porque para un ser omnisciente, omnipotente y omnipresente, no existen las contradicciones, pues su mundo se mueve en función de la igualdad, y dado que, en conocimiento absoluto de las causas primeras y del fin último, del cual él es la expresión suprema, todas supuestas la dicotomías que llevan a su verdad, son apenas contingencias propias de la incertidumbre que motoriza al ser humano

Por eso, la sabiduría consiste en mirarse el ser humano en su realidad evolutiva, como pueda y hasta donde le alcance su consciencia, desde esa óptica de Dios, intuida y asumida.

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¿Será que si la contradicción resuelta lleva a otras contradicciones, que a su vez generan múltiples contradicciones, entonces la contradicción constituye el camino necesario hacia una verdad que, siendo verdadera a cada instante, huye hacia una plenitud constantemente inalcanzable y solamente aprehendible mediante un propósito de fe?

Esa es la realidad. La prepotencia racionalista ha tratado asir la verdad absoluta desde unas cuantas "leyes" lógicas y una docena de preposiciones, queriendo, incluso, ajustar el poder divino a la insoslayable miopía evolutiva de sus juicios.

Los grandes descubrimientos no se han hecho desde la ignorancia, sino desde las creencias, que trascienden el conocimiento formal. El conocimiento no sacia la ignorancia, sino que alimenta las creencias. Porque los conocimientos científicos son, al fin y al cabo, creencias, mejor fundamentadas, en cuanto a la evidencia material, pero siempre creencias.

El humano es un ser cultural, es decir, su plenitud existencial no es solo la suya sino la del todos, y asimismo, su capacidad y posibilidad intelectiva la expresa el colectivo en todas sus manifestaciones. Esa precisamente es la prodigiosa capacidad del ser humano: integrarse actual y trascendentemente en un ser y una posibilidad superiores. O sea, cada ser humano es todo los que son y los que han sido, siendo desde esa conciencia que conforma la cultura, construye la humanidad y le da sentido teleológico a su existir.

El humano es un ser moral, por eso es innato en él el cuestionamiento sobre lo malo y lo bueno (al respecto ya existen aproximaciones al establecimiento de la región del cerebro humano referida a la conciencia moral) y por eso logra sustraerse de la intangibilidad del presente preservando el pasado en sus valores, conocimiento y tradiciones, integrados a una "actualidad" conformada en paradigmas que le dan la estabilidad necesaria a su existir.

Cada realidad del universo es plenamente verdadera desde su actualidad evolutiva. Por lo cual el ser humano no vive en mentiras mientras evolutivamente busca la verdad, sino que, desde su verdad existencial actual, plena en su contingencia, avanza hacia la verdad absoluta, faro que lo orienta y motor que lo mueve.

Si en estos momentos chocase un meteorito contra el planeta tierra y desapareciese todo rastro de vida el él; no serían existencialidades inconclusas, ni seres incompletos, a medio evolucionar, ni racionalidades, ni conocimientos, ni creencias, ni esperanzas, ni fe insuficientes, los que se extinguirían; sino todas en la plenitud de sus posibilidades, que es concreción permanente nunca acabada. Por eso, es un axioma, el mejor mundo posible es aquí y ahora, o sea, el de siempre. Ese es el privilegio y responsabilidad del ser humano en cada actualidad existencial.

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¿No será que las verdades asumidas, más no demostradas, por las razones que sean, lo son no por carecer de contradicciones, sino por prevalecer una intencionalidad o propósito superior o de inmediata necesidad?

Ese es el carácter fundamental de la razón y la fe. La verdad ha sido el motor de la evolución humana y el norte de su racionalidad. La fe es expresión superior de la racionalidad, pues la razón ha de estar orientada hacia un propósito de fe, y la fe ha de orientar a la razón hacia la verdad última, que, defínase como se defina, de todas las formas posibles concluye en Dios.

En ese sentido se da la paradoja de que la ciencia que niega la existencia de Dios, en cada descubrimiento no hace sino abrir compuertas hacia él. Precisamente, es pertinente reseñar sucintamente algunas de esas puertas, entreviendo los cuestionamientos que desvelan. Porque a todas luces, en esas nuevas verdades de la "realidad", la ciencia se está encontrando con algo parecido a lo que desde siempre sostuvieron las creencias y la fe: la existencialidad inmaterial.

Una de esas puertas la entreabrió en física la teoría de la relatividad, de Einstein, por la cual el tiempo conforma una cuarta dimensión en la que acontece la realidad, y, por ende, el espacio y el tiempo quedan correlacionados. Por lo que la exclusión dicotómica queda también sujeta a esa relativización, pasando a expresar de diferente manera la realidad. Cambiado radicalmente la perspectiva del acontecimiento existencial. Siendo ello cónsono con lo que existencialmente se percibe. Valga decir, el mundo no acontece en verdadera contradicción conclusiva, sino en aparente contradicción progresiva.

Aristóteles intuyó esa relativización del tiempo, pero no estaba en capacidad evolutiva de comprender su verdadera naturaleza, de lo contrario obviamente su obra habría sido sustantivamente diferente; y a lo mejor se tendría hoy mayor instrumental teórico para afrontar los retos de la vorágine tecnológica contemporánea, cuando los grandes pensadores actuales, o están inmersos en la inmediatez que demuele el porvenir, o en remembranza bucólica de un ayer que jamás volverá.

En el mundo de la física clásica, la realidad es una, con diversas expresiones en relación al tiempo. En el mundo de la física contemporánea, existen realidades diferentes referenciadas al tiempo. En el mundo de la física cuántica, existen realidades superpuestas que configuran la realidad.

Un tiempo que se expande y encoge, una realidad explayada en múltiples expresiones y un mundo sin norte ni sur, cuyo centro puede ser cualquier lugar, es lo más parecido al mundo de Dios. 

Consideremos este ejemplo (las cifras son referenciales): Dos hermanos, "A" y "B", asisten a un partido de fútbol. Finalizado el primer tiempo, "B" monta en una nave e inicia un breve paseo a 99,9 % de la velocidad de la luz. Luego de quince minutos  "B" detiene la nave y se dispone a continuar disfrutando el partido, pero recibe la novedad de que su hermano fue asesinado a las diez de la noche en un centro nocturno a 60 Km de allí. Para B resulta imposible que su hermano haya estado en el centro nocturno, cuando hace unos minutos lo dejó allí en el estadio. Todo porque la velocidad a la que se movía "B", ralentizó el tiempo, y durante los quince minutos transcurridos, "A" terminó el partido, fue a su residencia y en la noche asistió al centro donde lo asesinaron... Así las cosas, “B” cae en cuenta de que son pasadas las diez de mañana, pero del día siguiente al de su partida.

La explicación para este caso se referencia al tiempo: Tanto para "A" como para "B", no existe contradicción alguna en sus acciones, pues "A" está disfrutando el juego y "B" viajando en la nave. Empero para "A", "B" tenía once horas viajando sobre el estadio, mientras que para "B", su hermano estaba iniciando apenas el partido. Aquí se produce la cuestión de que estaban pero no estaban en el lugar y tiempo que creían que estaban... 

Ello implica que, al ser el tiempo una magnitud variable con la velocidad, cuyo valor cero corresponde a la velocidad de la luz, entonces "B", efectivamente, ¡viajó al futuro! Aún más, si el viaje de "B" hubiese durado un año; a su retorno habrían pasado aproximadamente cien años.

Eso se produce en todas las acciones humanas, solamente que en tiempos extremadamente cortos. Las pruebas hechas al respecto con aviones en vuelo y relojes ultra precisos, han demostrado retrasos extremadamente mínimos, pero significantes, de los relojes en  vuelo, en relación a los  sincronizados en tierra.

¿Será coincidencia que precisamente cuando Einstein planteaba el tiempo como una dimensión correlativa al espacio, Heidegger haya publicado “El ser y el tiempo? ¿No relativizaría ello también la presumida originalidad de tan magnifica obra, a la adscripción oportuna a una línea de pensamiento, a una forma radical de pensar la realidad que estaba convulsionando al mundo; partiendo Heidegger, del criterio de que si existen realidades diferentes en tiempos diferentes, luego entonces el ser debe responder a una historicidad que de suyo sería relativa, y, por ende, existen seres, humanos, históricamente superiores e inferiores; lo cual cuadraba a la perfección con la situación histórico político social de Alemania? ¿Será que “El ser y el Tiempo” derivó de la necesidad de dotar a la Alemania devenida en potencia mundial frustrada, derrotada humillantemente en la guerra, y con una grave crisis de identidad; de una historicidad que reviviese la conciencia respecto de la gran nación germana, proyectándola hacia el devenir como una grandiosa historia en deuda por construir? ¿No es ese anacronismo precisamente el punto débil de la tesis de la “historicidad”, el pretender construir la historia hacia adelante, delatando la idea subyacente en el idealismo alemán del siglo anterior, de que la nación alemana había alcanzado la cima de la evolución de la racionalidad, quedando únicamente su perfeccionamiento; al decir de Hegel, el reconocerse a sí misma? ¿No será que Heidegger recogió ese espíritu inmanente de grandeza, cuando no de superioridad, alemana, y pretendió plasmarlo en una gigantesca obra, que rescatase y elevase hacia un estadio supremo la historicidad y el ser nacionalista de su patria?

En fin, es de estas nuevas ventanas a la realidad deben iniciar los procesos lógicos racionales del planteamiento de lo real, de la verdad y de Dios.  

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¿Será que Dios es Dios, no por carecer de contradicciones, sino porque todas las contradicciones llevan a su verdad; empero no como síntesis, que sería muy simple, sino en expresión de sus infinitas  posibilidades?
¿Será por eso que nadie ha podido contradecir la afirmación de la existencia de Dios?

Así es. Existe una probabilística maravillosa que de todas formas y bajo cualesquiera posibilidades, siempre concluye en Dios.

El error ha consistido en ponderar el futuro tal como se mira el pasado. O sea, el ser humano en cuanto ente cultural es una construcción histórica, y por ende, la preservación, descubrimiento y estudio de su pasado le constituyen herramientas evolutivas, pues solo desde ese fundamento puede acometer juiciosamente el futuro, desde la proyección probabilística, cuya amplitud, orientación y definición es asunto moral, ético, de valores y principios, y cuya conciencia plantea otra forma de proceder ante los retos existenciales.

Obviamente si todas las contradicciones llevan a Dios, resulta imposible negar a Dios, pues esa misma negación resulta en la afirmación de su existencia.

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¿No será que, entonces, la contradicción mayor que puede darse en el ser humano es el negar a Dios, mientras que a cada instante lo reafirma, con el solo de existir y desde todas las contradicciones que desde refinados silogismos, argumentaciones y pruebas científicas, esgrima?

El Dios no contradicho y que no se contradice es hechura racional a imagen y semejanza del ser humano. Mientras que el Dios operando en función de la igualdad, hacia cuya verdad todas las contradicciones racionales humanas convergen, y cuya omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia son plenas y absolutas, es el Dios ante el cual el ser humano se siente tan pequeñito que tiende a reducirlo para poder abarcarlo a conveniencia.

Todos los descubrimientos científicos no hacen sino reafirmar la existencia de Dios. La teoría de la gravitación universal, la de la relatividad, el descifrado del código genético, los asombrosos postulados de la mecánica cuántica, los descubrimientos astronómicos, por ejemplo, descubren un universo cada vez más complejo y misterioso, y por ende, más cercano al mundo de Dios.

En ese sentido, la "realidad cuántica" se ha evidenciado, descartando las intenciones sensacionalistas, como la más próxima al mundo intuido inicial de Dios. Partículas respondiendo a una probabilística tan compleja que están y no están en ninguna parte,  la direccionalidad espacial temporal no existe, la "flecha de la evolución", que caracteriza a la realidad macro; la cual precisamente se concreta probabilísticamente desde esa indeterminación fundamental cuántica.

Empero la propiedad más asombrosa de esa indeterminación cuántica, es que cesa cuando interactúa con la realidad macro, la llamada "decoherencia cuántica". Valga decir, dada una partícula cuántica X, saltando continuamente entre A y B. En ese caso X, al mismo tiempo está y no está en A y B, resultando imposible determinar su ubicación; hasta que se le trate de medir, caso en el cual la partícula adquirirá un estado definido.

A ese respecto es extraordinaria la famosa paradoja del "gato de Schrödinger": Un gato encerrado en una caja  que contiene un recipiente con gas venenoso, cuya válvula de escape tiene un 50% de probabilidad de ser accionada por una partícula cuántica. La pregunta es: Antes de abrir la caja ¿esta muerto o vivo el gato?

La lógica clásica afirmaría con certeza absoluta que el gato tendría 50% posibilidad de estar muerto y 50% de estar con vida. Empero, en el mundo cuántico la indeterminabilidad configura una realidad radicalmente diferente a la realidad macro. Valga decir, la partícula pudiese y no pudiese haber activado la válvula, por lo que el gato estaría vivo y no estaría vivo. Sin embargo, al abrir la caja la partícula tomaría uno de los estados posibles, y entonces el gato estaría vivo o muerto.

Existen algunas observaciones a esta paradoja, porque el gato también constituye un observador, y sería él quien determinaría el estado de la partícula. De todas formas la indeterminación del estado de la partícula ha sido comprobada, así como la determinación de su estado al ser medida. Evidencia contradictoria al principio de localidad, que establece que "sólo aquellos eventos dentro del pasado causal de un evento pueden influirle"; contradiciendo también el “realismo local”, que le añade al anterior principio la “suposición realista” de que “los objetos deben poseer valores objetivamente existentes antes de cualquier medida” u observación. Aunque persiste el misterio de cómo esta cualidad define su estado para conformar la lógica de la realidad macro.

Ello expresaría la determinación de la historicidad de la materia en la conformación de nuestra realidad; es decir, dada una reunión de puras partículas cuánticas, bastaría un solo factor determinante, para que todas las demás se “avoquen” a expresar esa realidad siempre en concreción; siendo por eso que tanto el gato como el observador determinarían a la partícula, ajustándola al sentido de la realidad que conocemos y vivimos, asignándole así significado y propósito histórico.

Además existe el entrelazamiento cuántico, por el cual, dos partículas debidamente entrelazadas, que se separasen hasta diferentes sitios del universo, al movimiento de una, instantáneamente respondería a la otra, en una correlación determinada. Según los enunciados científicos, no deberían ser consideradas partículas individuales con estados definidos, sino como "un sistema, con una función de onda única"; lo cual acarrea consecuencias extraordinarias, pues, conforme a la teoría del Big Bang, si el universo se ha expandido desde un suceso inicial (que no tuvo necesariamente que ser una “explosión,” sino tal vez una primera “decoherencia cuántica”) luego entonces toda esa materia ha podido quedar "entrelazada" conformando, ciertamente, un único sistema en donde todo tiene relación con el todo, y, por tanto, al negarse el principio de localidad de la causa, la causa última sería necesariamente evolución de la primera. Y si la causa primera  generó la "decoherencia cuántica" inicial, dándole sentido a la realidad, y si el universo conforma un solo sistema y la relativización es solo apariencia; entonces, dejemos decirlo a Einstein: "significaría que no existirían sistemas semicerrados, nada sería "independiente", significaría que el Universo sería uno solo en esencia".

También, si la interrelación cuántica implica la conexión inmaterial de cada partícula del universo, luego entonces, un ente racional, como el ser humano, no solamente participaría materialmente del universo, sino que tendría la facultad intrínseca hacia una dimensión inmaterial que lo enlaza con el todo; derrumbándose, en consecuencia, los postulados que niegan la existencia de la dimensión espiritual.

Aún más, esa conexión inmaterial de las partículas pudiere posibilitar, merced a la “decoherencia cuántica” remanente en la realidad macro, que dentro del sistema se formaren tendencias hacia un modo de realidad, que forzasen del resto del sistema hacia ella, sus expresiones probabilísticas; lo cual validaría aquello de que “la fe mueve montañas”.

En lo que ha sido catalogado como el experimento científico de la historia de la física, el de “la doble rendija”, que trata la interferencia de partículas; al demostrar la dualidad onda partícula, reveló un mecanismo que podría considerarse como una razón lógica elemental, en las partículas cuánticas, que “saben” cuándo comportarse como ondas, y que, además, al integrarse a la materia macro de la realidad concreta, de una u otra forma conservarían ambas propiedades (al respecto se ha demostrado el estado ondulatorio de la materia) lo cual haría del universo y su realidad, un “sistema interdependiente autoconfigurable”.

¿Cómo, hasta dónde y porqué está interrelacionado el universo? ¿A qué función o propósito maravilloso responde? ¿Cuántas nuevas propiedades habrá por descubrir tras bastidores de esta realidad que conocemos?

Hace doscientos años estas formas de plantear hoy en universo habrían sido consideradas absolutas locuras; incluso, la mismísima teoría de la relatividad  o el “código genético”, habrían sido tirados a la basura por Kant o Hegel, por absurdos. Ni se diga en los tiempos de Aristóteles, para quien la conciencia radicaba en el corazón…

Si la realidad es construcción histórica evolutiva, entonces todo  hecho y acción no solo la expresa sino que la edifica, más aún, la racionalidad tiene capacidad para reencauzar, transformar y hasta revertir  la linealidad y sentido de lo real, algo que de ordinario hace, con la extensión y proyección del tiempo, y con su labor tecnológica, por ejemplos. Siendo precisamente ahí donde la filosofía conserva sus fundamentos, que le posibilitan proponerse lo que la ciencia de suyo no puede: Conciliar la existencialidad material con la inmaterial o espiritual, dotando al existir de instrumentos lógicos racionales más eficientes, amén del anclaje moral apropiado, de la fortaleza ética necesaria y de la fe suficiente, para salir avante de las cimarronerías de una racionalidad espiritualmente silvestre, todavía engrillada a un libre albedrío moral y éticamente montaraz. Esa “domesticación” o sustanciación moral, ética y espiritual de la racionalidad, sería de por sí suficiente argumento para el rescate epistemológico de la filosofía.  

Hoy en día, cuando la realidad del ser humano ha cambiado radicalmente, hasta niveles tales de abstracción, que está conformando un mundo virtual; cuando la tecnología a alcanzado logros maravillosos, cuando la ciencia ha desvelado verdades  asombrosas del cosmos, cuando el conocimiento humano se erige como un portento de la racionalidad; necesario es plantear una nueva filosofía. Humanista, en cuanto el problema existencial es del ser humano, y en tanto está en su racionalidad el conflicto y la solución. Altiva, por ser expresión de la facultad más sublime de la vida: el pensamiento racional. Sensata y humilde, para volver al asombro de aquellos inicios, buscando la verdad del mundo y su existencialidad, y no pretender adaptar el mundo a su verdad. Contemporánea, sintonizada con la realidad cognoscitiva y requerimientos de las sociedades actuales. Y lo suficientemente sabia, para escapar de las élites y abarcar a todos los estratos del conocimiento de la sociedad, dotándolos de la racionalidad, fundamentos éticos, morales, deontológicos y de comprensión de la existencialidad cotidiana dentro del gran acontecimiento existencial del universo; así como la valoración y preservación de la identidad, afirmación e historicidad evolutivas del ser humano, ante los nuevos retos tecnológicos y biogenéticos por asumir.

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¿No será que el error radica en considerar a Dios únicamente desde la contingencia hacia él, contradictoria per se, configurable, moldeable y conceptualizable de mil formas; y no desde la abstracción posible de su esencia, que, entonces, cambia el panorama radicalmente?

Por supuesto, cabe repetirlo, debe abandonarse la pretensión de ese Dios "conveniente" y "útil" hasta en los más triviales asuntos, por el Dios que asigna al ser humano el ejercicio de la responsabilidad de su racionalidad.


Preferible a vivir negándolo para morir invocándolo; es invocarlo viviendo, para tener ante quien afirmarse al morir.

Guénrij Yagoda, secuaz ejecutor de las razias políticas de Stalin, encontrándose al filo del paredón y ante la pregunta de si creía en Dios respondió: “De Stalin no merezco nada más que gratitud por mi leal servicio, de Dios merezco el más severo castigo por haber violado sus mandamientos miles de veces. Ahora mira donde estoy y juzga si existe un Dios o no..."

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¿Sera que el ser humano no mira a Dios desde la plenitud de su aquí existencial y de su allá infinito, sino desde donde puede, como puede y hasta dónde puede,; configurándosele así el "caso" Dios a las sociedades humanas, cuya contradicción entre los deberes morales y propósitos de virtud, que revela, y la extralimitación del libre albedrío de la racionalidad, que delata; constituye la perenne novedad del suceso religioso histórico, que determina el acontecimiento cultural y encauza la conciencia y voluntad hacia una expresión y propósito existencial espiritual, redimiendo el existir del azote de una razón y un querer presas de su pretendida autarquía? 

Ese ha sido el problema, la relativización de Dios y de los principios morales, y la interpretación reduccionistamente exegética exclusiva y excluyente de sus mandatos.

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¿No será que el ser humano se empeña en explicar y vivir un mundo en simpleza progresiva, mientras la realidad de su creciente complejidad, le llena de incertidumbre, desdibujándole el horizonte existencial?

Eso ocurre por mirar el mundo al revés. Es decir, desde la actualidad el pasado se presenta en concreción sintética desde hechos perfectamente enlazados hacia consecuencias necesarias. No obstante, si se considera la actualidad como expresión probabilística de “n” combinaciones posibles de los hechos pasados, bastando tan solo la ausencia, presencia o cambio de un acontecimiento para que el devenir hubiese sido radicalmente diferente; luego entonces, la conciencia de esa complejidad probabilística del porvenir, que no implica en modo alguno el simple azar, le da al ser humano un poder de decisión y una responsabilidad inmensos respecto de su existencialidad. Pero no en una historicidad asumida siendo hacia el futuro, como plantea Heidegger, lo cual llevaría al absurdo (con tan perniciosa influencia en la política) de desvivir, o mal vivir, la actualidad en función de una historia que nunca se concretaría, pues, desde cada uno de sus momentos, siempre sería actualidad en concreción. No, la historicidad se construye desde siempre en cada actualidad, desde la responsabilidad de una acción existencial pertinente y eficaz, en función de un propósito, no digamos ontológico, sino simplemente hacia el correcto y trascendente buen vivir, siempre concretado y en concreción, que expresa en su plenitud posible al ser humano actual, y la vez trasciende su querer y voluntad hacia una mayor posibilidad, siempre vigente. De esa manera resulta elemental el fundamento racional hacia un mejor vivir. El problema, a nivel del individuo, es que cuando lo aprehende, cronológicamente está muriendo; Dios quiera no le ocurra lo mismo a la humanidad.   

En la actualidad las expectativas cognoscitivas son extraordinarias, percibiéndose en la sociedad, sobre todo en las generaciones emergentes, una preocupante incertidumbre ante una realidad que a medida que la descubre más incomprensible se le hace, perdiendo toda referencialidad existencial, sin propósito teleológico, sin la pertinente explicación ni respuesta epistemológica, ontológica, filosófica, teológica, pedagógica, política, jurídica, sociológica… desde ciencias e instituciones, o abandonadas al maremagno del “cambio”, hecho producto de consumo, o inutilizadas por la ignorancia sobrevenida, ante la inercial y contraproducente resistencia a la novedad cognoscitiva respecto de sus objetos de estudio y o acción. Una sociedad en su mejor momento evolutivo (porque no existe otro  y por ser éste concreción evolutiva de todos) con el prodigio de la racionalidad desarrollando como nunca la maravillosa obra tecnológica que ha posibilitado el “milagro” de la sobrevivencia evolutiva humana, pero sin los soportes institucionales para conciliar el obrar con los mandatos superiores de la razón, que doten de sensatez y eficacia a su existir. Una fabulosa sociedad “global” pero sin hogares; estructurándose extraordinariamente en redes sociales o “sociedades virtuales”, pero desintegrándose en su base fundamental: la familia. Una sociedad sin los debidos contrapesos éticos y morales a una ciencia transmutándose de instrumento a fin; lo cual en modo alguno significa la confrontación “ludista” anti-ciencia, que desde el inicio estaría perdida, por absurda; sino simplemente la reconciliación del ser humano consigo mismo, desde la sabia integración jerarquizada de todas las expresiones de su existencialidad

El ser humano debe plantearse de otra forma su realidad existencial, reasumir la moral como fundamento de su ser individual y social, ir hacia una nueva ética del quehacer racional, y sobre todo buscar y posibilitar nuevos espacios y senderos espirituales hacia el reencuentro con su auténtica racionalidad, con su verdad existencial, y  a su reconciliación con Dios.


Javier A. Rodríguez G.

EL HUMANISMO SOCIALISTA