Será que si la no contradicción
afirma la verdad, entonces es la contradicción el motor que impulsa y revela a
ésta; siendo que en el mundo ideal de las certezas la no contradicción sería la
regla, mientras que en este mundo de las incertidumbres, la contradicción
impera?
El principio de no contradicción es un camino
hacia la verdad, es una forma lógica de ver concretarse y de pensar de la manera
esperada la realidad; empero es la contradicción, en criterio de Platón,"
los contrarios en acción o reacción, en el mismo lugar, en la misma relación y
al mismo tiempo", quien delata la verdad, en cuanto direccionada hacia el
propósito o fin que constituye el hecho existencial, y en tanto responde a un sentido
teleológico de la realidad.
Podrá argumentarse que lo relevante de la
aplicación del principio de no contradicción es la acción lógica per se, lo
cual inicialmente es cierto, pues él es constituyente fundamental del armazón
desde el cual se desarrolla todo el proceso intelectivo; pero llega el momento
en el cual su aplicación a nivel filosófico alcanza los límites impuestos por
la percepción y conocimiento dados de la realidad, perdiendo toda
funcionabilidad respecto de una realidad desvelada que ha impuesto otra forma
de pensarla y razonarla.
Porque los principios determinan el sentido percibido
de la realidad diversificada en multiplicidad de expresiones hacia un mismo propósito
ontológico que la encauza. Ahora, para tener certeza total de los principios, tendríase
que conocer el principio; y si la verdad final es absoluta, el principio y el
final deberían encontrarse, desde el trayecto expresado por el acontecimiento
existencial, luego entonces, en la conciencia de la verdad absoluta la
existencialidad carecería de razón de ser, pues no habría sobre qué razonar, ni
adonde ir ni qué buscar ni en qué soñar ni en quién creer, pues faltaría el
factor que la motoriza desde y hacia el sentido teleológico de la evolución: la
incertidumbre. Un ser así sería un absurdo, sin sentido racional ni eficacia existencial,
una inconcreción, ya que el acontecimiento existencial es la razón de su ser,
lo que justifica al universo y lo que concreta a Dios, quien sin su obra sería una
divinidad resumida en sí misma, tal vez en un punto. De esa forma, existencialmente
la ignorancia es cualidad, el conocimiento virtud, el existir camino y la
verdad horizonte.
Hasta el siglo XIX, los acertijos filosóficos
acerca de la realidad discurrian sin mayores contratiempos, al menos para satisfacer
el ego de quienes prepotente y torpemente pretendían, con una simpleza pasmosa,
comprender el final del proceso evolutivo por mero instrumento del puro proceso intelectivo; es
decir, la verdad absoluta, sin la mediación del acontecimiento existencial,
engrandeciendo así hasta niveles supremos al ser humano, y consecuentemente
reduciendo a sus “necesarias” expresiones la existencialidad, la verdad real y
a Dios mismo. Dando raíz a teorías y concepciones políticas, por ejemplo, que
en un tris tras pretendían establecer la “sociedad perfecta”, con un “hombre
nuevo”, o ancladas a una “historicidad” que segrega lo humano y convencionaliza
lo moral; lo cual engendró aberraciones políticas como el comunismo y el nacional
socialismo. Todo por no comprender que el significado de esa verdad última es
tan inmenso, que es privilegio racional tan solo poder intuirla, y a la vez tan
elemental, que se vive en cada momento, siendo búsqueda perenne siempre
inacabada, concretada, en plenitud actual, desde el hecho existencial.
Luego, en el siglo XX, gracias a la
exponenciación sin precedentes del saber científico, emergen por doquier “contradicciones”
de todo tipo, llevando la realidad del universo a niveles de abstracción tan
grandes, que el planteamiento de la contradicción debe implicar un proceso
intelectivo exhaustivamente desarrollado para la construcción de las premisas
desde la ponderación y discriminación de las identidades, el establecimiento de
las relaciones causales entre los hechos y la determinación y correlación del
espacio-tiempo, amén de la ineludible ubicación y valoración de la dicotomía
respecto del ámbito existencial en el cual se inscriben.
Por eso la contradicción constituye el
verdadero impulsor hacia la comprensión de la realidad, pues su existencia delata
la cualidad del conocimiento de lo real, y, sobre todo, impone la busca de
nuevo saber.
Así, por sobre las no contradicciones, el
sendero hacia la verdad absoluta está calzado de contradicciones, explicitas,
implícitas, ciertas, aparentes, desveladas y por desvelar, evidenciando el
grado de conciencia respecto de la verdad suprema, desde la cual la
contradicción carecería de su sentido instrumental.
La no contradicción enuncia el principio y
establece una consecuencia necesaria, pero su sustanciación existencial se
produce en la determinación de la contradicción, pues, donde hay conocimiento
germina la contradicción.
Existe una diferencia abismal entre el mundo no
contradictorio y el mundo en perenne contradicción. Aunque ambos se ponderan
bajo el principio de no contradicción, el primero expresa una realidad única y lineal,
desarrollándose conclusivamente dentro de un tiempo absoluto, mientras que el
segundo supone diversidad de aristas respecto de una realidad referenciada a un
espacio tiempo trascurriendo probabilísticamente hacia una intención
teleológica que la encauza. En el primero, el razonamiento inicia y progresa en
función de certezas, convergiendo por razón necesaria en la última gran verdad.
En el segundo, al contrario, la razón es movida por la incertidumbre, por lo
cual la certeza y la no contradicción constituyen contingencias hacia una
verdad que se define desde el hecho existencial. El primero, es un mundo en que
bastan tres o cuatro principios para desarrollarlo hasta el final; es un mundo
elementalmente simple, en el que el ser humano, conocedor de sus principios, y,
por ende, con la facultad inmediata de acceder a la verdad final, carecería de
sentido existencial, sin el fundamento de lo pasado, ni el asombro del presente,
ni la novedad del porvenir, innecesarios, se limitaría a lo que muchos
filósofos han hecho, a contemplar el mundo desde el cetro de su verdad.
Mientras que el segundo mundo, el de las contradicciones, la realidad se
descubre y la verdad se sustancia desde
y con el hecho existencial; siendo el ser humano, en cuanto ente racional, su
mayor concreción y toda posibilidad
hacia su verdad, lo cual evolutivamente requiere tiempo, es decir, de la existencialidad,
del vivirla, del sustanciar las premisas con la razón de ser que va
descubriendo.
Porque resulta torpe limitarse a tratar el
establecimiento lógico de "verdades" y "falsedades", y no
avocarse a la determinación de los motivos, la razón de esa verdad; a decir de Leibniz:
“no podría hallarse ningún hecho verdadero o existente, ni ninguna enunciación
verdadera, sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro
modo". Ese principio, a la vez de propiciar la inutilidad de la filosofía
y de engendrar la ciencia, le da sentido, coherencia y certeza a la actualidad
existencial, posibilitándola.
Desde el elemental relacionamiento lógico, la
razón humana genera un despliegue epistemológico, ontológico, axiológico,
moral, ético, teológico, sociológico, cultural, histórico evolutivo, biológico,
antropológico, científico... respecto de la realidad; a cuya
multidimensionalidad puede acceder merced a la complejidad de su racionalidad.
La lógica configura el texto, pero el
contexto es asunto de la racionalidad, lato senso, expresante de la otra dimensión
existencial: la inmaterial o espiritual. Por lo cual la “verdad lógica”
necesariamente está relativizada, respecto, tanto de la validez de sus
premisas, como de los juicios de valor a los cuales se adscribe.
El caso, por ejemplo, de una madre aferrada a
un poste al borde de un caudaloso rio, que al ver a pequeño hijo arrastrado por
las aguas, va a su rescate a costa de su propia vida. Tan elemental suceso es
absolutamente irresoluble para la lógica formal, anegada en “razones” que hacen
absurdo lo humanamente lógico, pues si aquella mujer dispone de miles de
óvulos, que en sus 15 años restantes de vida fértil le pudieren dar al menos 20
hijos, si además su función reproductora de la especie la obligan a optar por
el “mal menor”, y si también, el “principio” de preservación de su vida impera,
entonces lo “lógico” es que la madre, impotente, vea morir a su hijo. El
problema es que en ese momento el razonamiento de la madre es inmensamente
superior a toda la lógica de Gödel; pues ella apuesta, no a salvar lo que se
pueda, en función de la “economía” y “eficacia” de los recursos, sino a perder
o ganarlo todo en expresión del amor; en un puro proceso selectivo desde los
valores, sin explicación lógica posible, ni con un cúmulo de premisas,
principios y leyes lógicas, tan alto como el Éverest. Y tal proceder no es
ilógico ni constituye una irracionalidad hacia un buen propósito; no, es aún
más racional, pues comprende la expresión espiritual, que redefine las premisas
y determina su razón lógica.
Siendo ahí, en esos “detalles” cuya sumatoria
quiebra toda la capacidad predictiva de la “lógica”, donde se posibilita que el
mundo existencial humano sea lo que es y no lo que la lógica formal dice que debería
ser. A Dios gracias es así, pues de lo contrario el mundo sería una estructura
funcionalmente predicha y predecible, encerrada en un clasicismo que, sin
referencialidad alguna, no sería sino “perfectismo” eterno; sin renacimientos, sin
barrocos, ni romanticismos, ni impresionismos, ni modernismos, ni
contemporaneidades, ni existencialismos, ni misticismos, ni religiones, ni
artes, ni culturas, ni los grandes cambios sociales, ni los cantos, ni las poesías,
ni la paz, ni los sueños, ni las creencias, ni la esperanzas, ni la fe, ni
Dios.
En ese sentido, resulta curiosa la no
correlación entre la capacidad de análisis lógico de ciertos personajes y lo
“ilógico” e “irracional” del proceder en el desarrollo de sus existencias
individuales. El caso de Gödel, por ejemplo, resulta patético ver a su lógica
genial emergiendo de entre la esquizofrenia y la paranoia, desvelándole
“verdades” y “soluciones” para todo, menos para sobrellevar, con la más
elemental lógica, con la primaria racionalidad del ente pensante, o, en todo caso,
con el mínimo sentido común, la responsabilidad de su existir; a la cual
terminó absurdamente renunciando…
Caso contrario es el de la madre Teresa de
Calcuta. De razonamiento muy elemental en lo técnico, pero profundísimo en lo
existencial. Son las dos formas expresar la racionalidad: enunciándola o
viviéndola. Quien
la enuncia, generalmente no la vive, adentrado en un laberinto infinito que le
consume el existir; en tanto el que la vive, no sabe explicarla, simplemente
sustancia su existir con esa facultad maravillosa que lo privilegia, siempre potencialmente
plena en cada actualidad. Mientras Gödel desde sus demonios internos pretendía
con una docena de guarismos probar o falsear la existencia de Dios, la madre
Teresa comulgaba en Dios con cada uno de sus prójimos. Gödel abrazó la muerte resentido
con la vida, habiendo buscado inútilmente a Dios en sus números, sin comprender que su propio
existir y el prodigio de esos números que él legó a la humanidad, eran
evidencia misma de la maravillosa obra de Dios. La madre Teresa, en cambio,
murió conciliada con la vida, agradeciendo a Dios el privilegio de haber
participado del gran acontecimiento existencial del universo: la vida, en su
manifestación superior: la vida racional,
y en su expresión más sublime: la vida espiritual.
Es que la lógica verdadera de la
existencialidad trasciende en trillonésimas a la lógica aparente con la cual se
la pretende explicar, por dos razones elementales, ella es esencialmente analógica
y trascendentemente espiritual, y por ende, desarrollable mediante una relación
de continuidad derivada en una probabilística extremadamente compleja,
encauzada teleológicamente hacia una verdad siempre actual e infinitamente
posible. Incluso hasta en los más simple hechos naufraga la retahíla de
sistemas lógicos, y aún con todas las “modalidades” que le adosen, apenas
explican e instrumentan ciertas posibilidades del razonamiento humano. Desde el
caso de la madre del ejemplo anterior, hasta los grandes descubrimientos científicos,
nacidos del “error”, o hechos por quienes, por lógica, no podían. Por ejemplo, la
“teoría de la relatividad”, planteada por un físico recién graduado, empleado
de una oficina de patentes, y la vacuna contra la viruela, creada por un
humilde médico de pueblo; o “Windows”, “Apple”, “Google” y “Amazon”, siendo obras
de estudiantes desertores gestando sus ideas en los reductos materiales de una precaria
disponibilidad de recursos. Pasando por un quehacer artístico rompiendo toda
relación temporal evolutiva, para hacer tan obras de arte los “Bisontes de Altamira”
como los “frescos sixtinos”, o la “Gioconda” o “Las Meninas” o “Guernica”; o las
pinturas de un esquizofrénico Van Gogh, vendidas por las pocas monedas que lo aliviaban
de la inopia. No se diga de Jesús, el de Nazaret, el humilde hijo de carpintero
que andando en burro iniciaba con una religión, la más grande revolución
cultural de la humanidad.
Con ello se ejemplifica cómo la presumida
linealidad de la lógica formal tiende irremediablemente hacia lo ilógico o lo menos
lógico; generando las fisuras, grietas y quiebres que hacen de su pretendida
solidez estructural, escombros sobre los que se erigen nuevas súper estructuras
que también terminan escombradas. Y si al final la estructura lógica que
soporta la comprensión actual del ser humano de su existencialidad, está
ensamblada con las ruinas de los paradigmas que en sus momentos la hubieron
validado, es de esperar que el paradigma actual se esté derruyendo merced a la primacía
de la realidad, que ha impuesto otra forma de pensarla y razonarla.
La explicación newtoniana del universo hubo
parecido inexpugnablemente incontrovertible, en su perfecta coherencia con la
realidad, hasta que Einstein desveló su aparente solidez lógica como lo que fue:
una estructura racional contingente a una verdad que mientras más se aprehende
más abstracta y huidiza se hace; iniciando así todo un proceso derivando en los
postulados cuánticos que, incluso dejando atrás a Einstein, están trastocando los fundamentos mismos de la concepción de la
realidad y del universo, sobre los cuales se ha asentado el pensamiento y la cultura de las sociedades humanas.
Es que si Aristóteles tan solo se hubiese preguntado
lo mismo que Einstein a los dieciséis años: “Si se corriese a la par de la luz
¿se la vería detenida?”. O si hubiese considerado que si el universo fuese infinito
y eterno, de la forma por él planteaba, entonces, tal como lo delata “la
paradoja de Olbers”, el cielo terrestre debería ser como un inmenso farol, pues
la luz tendría infinito tiempo para alcanzar a nuestro planeta, alcanzando
niveles equivalente a 50.000 veces la luz del sol, con temperaturas de más de
5.000 grados Celsius… Más de dos
milenios sin que nadie se percatase de tan elemental detalle lógico; todo
porque esas contradicciones atentaban contra el proceso no contradictorio y la
lógica perfectamente coherente que lo desarrollaba.
Actualmente existe un replanteamiento radical
del universo, considerando su infinitud desde otras perspectivas, incluso la
existencia de un sustrato infinito, universo esencia, desde el cual se
concretan expresiones espaciales-temporales como en la que existimos; llevando a
niveles de abstracción extremos la conceptualización de lo real, del ser, de la
vida… ¿Será esa complejidad razón directa de la ignorancia? ¿No será que el
horror que algunos le tienen a la infinitud del universo, de la forma que sea,
es porque entonces la ignorancia respecto de él también sería infinita?
Más de veinte siglos para comenzar a ver el
mundo de otra forma, ¿Conclusión necesaria, o acaso fue innecesario gran parte
de ese trayecto, por fundamentar la razón alienadamente a “principios”
deducidos de la apariencia de la realidad, pretendiendo absurdamente desde
ellos alcanzar la verdad ultima de la existencialidad? ¿No procedía usar otra
metodología en la aplicación de esos principios? ¿Por qué precisamente cuando el ser humano
inició el cuestionamiento del conocimiento, la filosofía comenzó a hacer aguas?
¿Por qué cuando el ser humano dejó de escudriñar en su mente una verdad que
está en el hecho existencial, fue que nació la ciencia; por qué no antes? ¿Por
qué el filósofo se empeña en plantear la realidad como el vendutero de la
esquina, solo que con prolijo vocabulario y enrevesada sintaxis; considerando,
por ejemplo, a una naranja tal como lo mira
aquel, y no como lo que científicamente se sabe que es? ¿Por qué tanto
temor a la verdad científica, si el
filósofo puede trascenderla hacia la comprensión de otro plano existencial, allende
la materialidad de la realidad?
Algo no cuadra entre la lógica del filósofo y
la “lógica” de la existencialidad. Hay razones existenciales que están de menos
en la lógica del filósofo, porque no las puede comprender y menos alcanzar,
aunque sea en retacitos, pues le implicaría reinventarse, existiendo de por
medio mucha tradición, fundamento, prestigio, orgullo y arrogancia, como para
aceptar el cambio que por vía de hecho ha venido ocurriendo.
Los principios Aristotélicos al final son
instrumentos formalizados del pensamiento para salir del atolladero de la
ignorancia y, por ende, poder plantearse y expresar la realidad desde la
circunstancialidad evolutiva. Si fuesen principios definitivos, el universo
sería radicalmente diferente a lo que es y, obviamente, como algunas veces
algunos pretendieron, el filósofo estaría hoy en la cúspide del saber humano en
vez de en semejante crisis de identidad.
Si lo absolutamente contradictorio para
Aristóteles es hoy una simpleza sin oposición alguna; y al contrario, si lo
evidentemente no contradictorio para el sabio de Estagira, actualmente convulsiona
las neuronas por la contradicciones que implica, a la luz de los nuevos
saberes, entonces, además del carácter de principio de la no contradicción,
también se ha de poner en tela de juicio la eficacia de su instrumentación metodológica.
La realidad ha pasado de ser expresión temporal-espacial
de un absoluto, a constituirse en construcción histórica evolutiva de una forma
de ser, explayada probabilísticamente en multiplicidad de expresiones; valga
decir, la realidad no es necesariamente como se percibe, sino como está configurada
para ser percibida. Sería parecido a creer la continuidad del movimiento de una
película, e incluso la existencia real de sus imágenes, sin saber que ese
movimiento es una ilusión óptica creada por la proyección sucesiva de fotogramas
individuales registrados en un sustrato transparente. O sea, conociendo la verdadera
naturaleza de la película, la cuestión estaría en el cómo se registra en el
celuloide y por qué se perciben los fotogramas en continuidad; y sabido eso,
comenzaría la ineludible analogía respecto de la realidad, obviamente
escudriñando la naturaleza de la luz, en seguidilla la electricidad, el átomo, el
electrón, el fotón… y desde todos ellos la teoría de la relatividad, de la
mecánica cuántica...; para terminar igualmente en suspenso, riendo o conmovido
ante alguna “obra maestra” del “séptimo arte”.
Algo parecido ha venido ocurriendo en la
comprensión de la realidad y del universo. Aunque es radicalmente diferente la
actual concepción del tiempo, del espacio, de la luz, del universo, a la que tenía
Aristóteles, por ejemplo, sin embargo, se continúan validando y “aceptando” a
“la gruesa” sus postulados, simplemente porque la realidad continúa siendo igual,
y aún desapareciendo evolutivamente la especie humana, la realidad seguiría
siendo la misma. Esto le plantea al ser humano el problema del para qué del
conocimiento y comprensión de la realidad, si al final, como el cinéfilo su filmografía,
terminará viviéndola tal cual es. El asunto es que, más allá del conocer la verdadera
mecánica de la realidad o “película” de su existir, él desea comprender, y más
que eso, comprenderse dentro del fenómeno existencial, en cuanto personaje
desde cuyo intelecto la realidad adquiere sentido, propósito y razón. De manera
que por sobre las millones de cosas y significados buscados, por buscar,
conocidos y por conocer, al ser humano lo mueve una razón fundamental:
encontrase consigo mismo, con su verdad existencial, con Dios.
Una lógica de lo ilógico se requiere para
poder aproximarse a las resultas de la racionalidad humana. Porque la realidad
y la existencialidad son construcción colectiva, y, por ende, su “lógica”
resultante siempre habrá de ser “ilógica”, en atención a su carácter histórico
evolutivo.
Y no se trata en modo alguno de negar el
fundamento no contradictorio primario a la certeza respecto del sentido de la
realidad, sino de ubicarlo en su justa eficacia metodológica, a los fines de
ampliar el abanico de posibilidades hacia la comprensión de la auténtica
naturaleza del acontecimiento existencial, sin caer en los anquilosamientos
cognoscitivos de siglos, y hasta de milenios, debidos al sometimiento
inflexible a un “principio” cuya única certeza es la determinación de los
lineamientos de la realidad tal como se percibe, más no en su primaria naturaleza;
toda vez que la evidencia científica está desvelando un quiebre entre la
“lógica” del principio de no contradicción y la de la realidad subyacente; imponiendo
otra forma de pensar y plantearse el problema existencial, en cuanto patrimonio
exclusivo del ser racional.
Porque una cosa es plantearse metodológicamente
el estudio de la realidad referenciada al mundo “macro” ordinariamente
percibido, y cosa distinta es persistir
en la pretensión de ajustar su lógica a
la realidad subyacente, desvelada así como falsamente contradictoria, por imponer
otra forma de razonamiento. De manera que entre el micro y el macro mundo debe
existir una coherencia perfecta, conforme a la funcionalidad real de la
estructura y no de las expectativas de
quien la pondera desde una perspectiva física espacial temporal
infinitesimalmente pequeña, aunque con una cualidad extraordinariamente
maravillosa: la conciencia, conocimiento y vivencia del plano existencial
inmaterial o espiritual.
A la filosofía le ocurre lo que a las
tecnologías, como las telefónicas, que en determinado momento comienzan a
parchar sus inicialmente sólidas plataformas, a fin de adecuarlas a las nuevas
exigencias tecnológicas, hasta que el sistema pierde funcionalidad,
imponiéndose el rediseño conceptual de la plataforma. En ese sentido, la
filosofía “CDMA” requiere de su “5G”.
L a
igualdad. El principio rector.
La percepción humana de la realidad es esencialmente
analógica. De manera que el cerebro busca la relación de continuidad de las
cosas, si no la encuentra, la crea, si no la conoce, la descubre, y si no la
valida, la asume. Empero, esa data para ser procesada sinápticamente debe ser
descompuesta en sus diversos componentes, en función de una estructura
fundamental: el concepto.
Igualmente, la existencialidad no constituye
una continuidad absoluta, una linealidad monolítica, pues ella se configura en
base a una pre-concepción histórico evolutiva, registrada en códigos que le
posibilitan reconstruirse en cada actualidad, en un maravilloso proceso de
analogías en donde todo se parece a todo. Un individuo es igual a sí mismo
porque se parece a la especie que lo configura existencialmente, la cual a su
vez se parece a todo el proceso que la posibilitó. Las especies no se
“diferencian”, pues ello no tendría sentido, ellas se especializan en función
de una relación de igualdad. Del mismo modo, los opuestos, al tender al
equilibrio, buscan la igualdad. La electricidad no es sino la búsqueda de la
igualdad en la carga de electrones. Los sistemas planetarios operan con base en
la igualdad proporcional. La conciencia del tiempo nace de una relación de
igualdad entre actualidades presentes y pasadas. El código genético preserva
los caracteres que fundamentan la igualdad de una especie. Las especies no se
enfrentan a las demás para sobrevivir, pues ellas proceden conforme, igual, a
sus naturalezas; además, las cadenas alimentarias implican una relación de
igualdad en función de la vida. El calor tiende a su equilibrio. La distancia,
la materia y la energía y el tiempo, están correlacionados. El universo mismo
se revela como un único sistema en donde todo se referencia al todo. La
gravedad expresa un eficiente mecanismo de ordenación y equilibrio. La
entropía, desordena para generar mayor probabilidad de orden y de evolución. Lo
bueno no se contrapone a lo malo, sino que constituye un juicio de valor que
llama a la igualdad en la bondad. El creyente en Dios no se contrapone al no
creyente, sino que lo llama a la igualdad en la fe. Las clases sociales y la
diversidad de expresiones humanas no se diferencian divergentemente, se
complementan hacia una única expresión existencial. Las sociedades estables son
las que han logrado mayor grado de igualdad. La libertad mana de la igualdad, y
la justicia es la proporción y cualidad de ser igualitariamente libre. La vida
no se contrapone a la muerte, pues ambas expresan igualdad en el privilegio y
oportunidad de existir. Lo dulce, salado, amargo, agrio, lo son en función de
una relación de igualdad desde la estructura sensitiva de los sabores. Todo en
la naturaleza tiende al equilibrio, o correlación perfecta de la igualdad.
Así, la igualdad es el motor impulsor de todo
ese proceso evolutivo, por el cual a la probabilística maravillosa de la existencialidad
no le es posible contradecirse, ni ser injusta, ni inmoral, ni mucho menos desigual,
pues todo vale para todo, en las mismas oportunidades evolutivas dentro de la
probabilística que la expresa.
Un proceso extenso y agreste ha sido la
búsqueda de la identidad del ser humano; al punto de llevarlo casi a su extinción.
Todo por no comprender que su individualidad no constituye una diferenciación,
sino que ella nace de un proceso de identificación, con el todo, con la vida,
con la racionalidad, con el ser humano, con la verdad, con Dios.
Solamente desde la igualdad puede el ser
humano hallar su individualidad, pues la igualdad es el factor determinante en
toda expresión del ser. Por eso al establecer la igualdad se define la
identidad. Y por eso precisamente la igualdad ha venido mutando desde el ser
consigo mismo, que lo aísla, hacia el ser respecto del todo, que lo integra.
Valga decir, una naranja es agua más algunas moléculas orgánicas; y al final no
es sino un conjunto de átomos conformados históricamente en una fórmula
evolutiva que los concreta en un espacio tiempo determinado, en una función estructural
que los unifica e identifica.
Esto ha sido ratificado por los recientes
descubrimientos cuánticos, del origen y constitución común de todo cuanto
existe en el universo; y también por el descubrimiento y descifrado del código
genético, evidencia irrefutable del origen en común de la vida.
En ese sentido el ser humano expresa la
afirmación de todo un proceso probabilístico evolutivo cuya máxima expresión lo
constituye su racionalidad. De manera que las contradicciones, absurdos, diferencias,
disputas entre opuestos, divergencias irreconciliables y confrontaciones
históricas entre lo moral e inmoral, lo justo y lo injusto, la igualdad y la
desigualdad, la vida y la muerte, el existir y la extinción, la felicidad y la
infelicidad, la paz y las guerras… son problemas exclusivamente del ser humano;
nacidos de su incapacidad actual para comprender el proceso existencial en toda
su magnitud, de su torpeza al pretender absurdamente ajustar la realidad a su verdad,
de su ineptitud para ubicarse en la verdad existencial tal y como ésta se le
revela, sin renunciar a su libérrima facultad de desarrollar su racionalidad en
toda su integralidad y plenitud posibles, empero también, por poder mirar y
comprender él la existencialidad allende la materialidad y la inmediatez de su
acontecer, descifrando sus códigos generatrices y , por ende, constituyéndose
en sujeto activo del acontecimiento evolutivo del universo; privilegio éste,
cuya acción hacia su justa y pertinente comprensión
y contextualización existencial, determina el gran acontecer cultural humano;
es decir, la búsqueda y encuentro del ser humano con la verdad de su existir,
existiendo.
Por eso el principio de no contradicción ha venido
delatando la falsedad del carácter supremo que se le atribuye, lo cual en primera
instancia no afecta su aplicabilidad instrumental, pues ineluctablemente la
realidad se seguirá percibiendo y pensando bajo su supremacía. La cuestión
radica en sí su razón de ser es primaria, o si, como pareciera evidenciarse del
saber científico, deriva de otras razones superiores; valga decir, si es un
verdadero principio o si más bien es una
consecuencia necesaria a una forma de ser definida, expresada en un principio suficiente
a la explicación y comprensión de la
realidad.
Si “A”
teniendo una manzana justamente a un metro de distancia, se alejare al 99,9% de
la velocidad de la luz, sin perder contacto visual con ella, luego de 20 años
luz continuaría observado la manzana tal como era a su partida, aunque para la
realidad referencial de la manzana hayan transcurrido unos 2.000 años (conforme
a la teoría de la relatividad) Ahora ¿cuál es la diferencia entre visualizar la
manzana a veinte años luz o a un metro de distancia?; precisamente la
participación del contexto de la realidad en el cual transcurre la manzana. Si
“A” y “B” avanzando desde diferentes planos del espacio tiempo, mirasen a la
manzana equidistante entre ellos, “A” la vería antes que “B”, o viceversa,
dependiendo de la referencialidad de cada quien; valga decir, la manzana no
estará allí para ambos al mismo tiempo, porque la realidad para ellos no es
simultánea. Aún más, si se mirase la manzana tal cual es: una estructura de 80 por ciento agua
y veinte por ciento de materia orgánica y mineral, conformada por un conjunto de átomos que
alguna vez fueron naranjas o coliflores o seres humanos o dinosaurios, que,
engendrados por alguna supernova, otrora conformaron otros planetas extintos; se
vería no a la manzana sino al proceso evolutivo que, conformándola
históricamente, le asigna la identidad y la afirma existencialmente.
Así pues, las cosas son y, por ende, están,
porque responden y se parecen a todo el
proceso evolutivo que las ha conformado y reafirmado en su
existencialidad. Por tanto, dos principios fundamentales para ponderar la
realidad lo constituyen el de igualdad, lato senso, todo deviene de un mismo
todo; y también el que se pudiere llamar de afirmación, todo existe por un
proceso histórico evolutivo concluido en su individualidad desde los infinitos
modos posibles, siendo su realidad la verdad que testimonia el acontecimiento
existencial. De esa forma, entre el ser y el no ser, se afirma el ser en cuando
hecho concreto y en tanto que existiendo, en su infinitud de posibilidades, le
es imposible no ser. De manera que el ser es una única posibilidad, actualmente
plena y probabilísticamente infinita, expresada teleológicamente mediante el
acontecimiento existencial. Por eso, la no contradicción es, más que un
principio rector, esencialmente una consecuencia necesaria.
Dicho de otra forma, la realidad no se
contradice no porque un principio se lo impida, en el sentido de la rectitud de
un proceder perfectamente concatenado, que en contrapartida implicaría la
posibilidad del error, en cuanto factor indeseable y pernicioso al sistema, como
estadio opcional y hasta irrevocablemente definitivo a la vía no contradictoria
del proceso evolutivo. No, la realidad no se contradice porque de suyo le
resulta imposible, pues ella expresa un proceso integral en donde todo está
interrelacionado al todo, en un propósito evolutivo construido desde cada
actualidad, y por ello la contradicción y el error son expresiones necesarias de
la probabilística evolutiva, y siempre contingentes a la incomprensión de su
sentido teleológico, que delataría otra forma de razonarlos. Cabe recordar, que
todas las leyes físicas conocidas aplicarían perfectamente en contramarcha del
sentido de la realidad que se percibe; dotando a la realidad de una plasticidad
cuya posibilidad, alcance y propósito apenas comienzan a desvelarse.
Porque la conciencia de la realidad expresa
una construcción histórica, fundamentada en principios cuya validez radica en
que una vez siendo, ya no pueden ser de otra forma, respondiendo a una razón
mayor, adquiriendo lo real un sentido histórico que hila la existencialidad
desde una “lógica” también en construcción evolutiva, y por eso, o evidentísima
o absurda o contradictoria, según se le pondere desde cada actualidad. La realidad
comprendida por el griego era radicalmente diferente a la que se pondera en la
actualidad, y sin embargo continúa siendo la realidad. Para los helenos el
mundo y la realidad debían ser como se pensaban; hoy, el ser humano los va
repensando a medida que va descubriendo su verdad existencial.
He ahí el escándalo de Aristóteles y Avicena,
ante la posibilidad de negar el principio de no contradicción, pues ello abre
las puertas para otra lógica del proceso evolutivo, diferente a la aparente;
implicando un cambio radical en la forma de plantear la racionalidad, de
ubicarse el ser humano en el acontecimiento existencial y de concebir la
multidimensionalidad de la realidad, que impondría otra forma de razonarla y vivirla
¿O no es eso lo que de una u otra forma está ocurriendo?
La cuestión no es tan simple como argumentar
la negación de lo obvio, sino de validar lo evidente conforme al mismo
principio desde el cual se asume, y la primera condición metodológica es el
planteamiento contradictorio del principio mismo; siendo precisamente cuando
ello ocurre, que nace la ciencia; o sea, el abandono del confort intelectual de
las verdades asumidas, por la precariedad cognoscitiva de la evidencia siempre
por descubrir.
Por eso la filosofía clásica está muriendo, porque se
quedó sin razón de ser. Por eso se ha disgregado en un montón de hijas
bastardas de aquella otrora garbada reina de las reinas del conocimiento. Por
eso la ciencia por su naturaleza está cercada dentro de los límites de su
lógica. Por eso el ser humano siempre trasciende sus propias expectativas
existenciales; es su cualidad racional espiritual, ser más de lo que puede ser
y poder abarcar más de lo que puede comprender; gracias al prodigio de su
intuición, que mueve su razón y voluntad hacia todo lo posible.
Porque el puro discurrimiento lógico, sin la
debida consustanciación cognoscitiva con la realidad, necesariamente termina en
un inútil "deshojar de margaritas". ¿O acaso no será eso lo que
mutatis mutandis ha ocurrido?
Llega el momento en que la filosofía comienza
a ser víctima de su propio objeto pasivo: la ignorancia. Lo cual necesariamente
debe ser así, pues de lo contrario, el ser humano pisaría los linderos de la
facultad divina de la omnisciencia, pretendiendo ser Dios ¿O acaso no ha habido quienes lo han presumido?
La
Ciencia. El milagro.
Cuando aquella filosofía, nacida desde la
humidad del asombro ante la maravillosa obra existencial, estaba de capa caída
en cuanto a su razón de ser; prepotente, autárquica, con obras prodigiosamente
monumentales como la de Hegel, que comprendiéndolo todo no llegaba a nada, o la
de Kant, naufragada en la genialidad de su lógica. Tal vez haya sido esa la
fortaleza del hoy inconsistente tomismo, desarrolladas en función de en un
propósito de fe.
Cuando ello ocurría, en cuanto instrumento para
abrir caminos hacia la verdad, para consustanciar la razón con la realidad,
para retomar, desde otras perspectivas y criterios, el desciframiento de la
realidad, como vía de hecho para llegar a la verdad del ser, y desde allí,
irremediablemente, a su encuentro con Dios; la ciencia iniciaba a ver luz.
Por supuesto, como toda obra humana, la
ciencia adolece de imperfecciones y aberraciones, de origen y de ejercicio,
pero resulta incuestionable el rol que juega y de cualquier forma habrá de
jugar en el desarrollo evolutivo de la humanidad.
Por ser la ciencia instrumento racional
fundamental a su desarrollo evolutivo, y porque está aquí para quedarse y
evolucionar junto al todo, recae en la sociedad la responsabilidad de su
"bondad evolutiva", o apropiado aprovechamiento, manteniéndola dentro
de las demarcaciones de los principios morales y razones ontológicas,
poniéndola al servicio del ser humano y, sobre todo, apercibiéndola de que la
realidad tiene otra expresión, inmaterial, la espiritual, que la posibilita y
la define teleológicamente respecto de su verdad última, hacia la cual ella es
instrumento fundamental.
Precisamente, es este momento de falsas
dicotomías, entre ciencia y religión, entre la ley positiva y la ley moral,
entre el conocimiento científico y la creencia, entre la razón y la fe, entre
objetividad y subjetividad, entre el ahora y el por siempre; es cuando la
filosofía (o lo que quede de ella) y la religión, están obligadas a
replantearse, para cumplir eficazmente con el deber de dotar a la ciencia de
las herramientas deontológicas suficientes para que ser instrumento auténtico
de evolución y no de destrucción.
Cuando la razón se queda sin verdades, nace
la ciencia; cuando el conocimiento científico se hace inútil, se evidencia la
dimensión espiritual; y cuando se comulga con lo espiritual, se descubre a
Dios.
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¿Será que si dos religiones dadas,
A y B, afirman cada una excluyentemente la existencia de su único Dios, luego
entonces, habrá una contradicción fundamental entre ambas, considerando, además
y en su justa medida, el factor de los mil millones de creyentes de A y los mil
millones de B?
Por supuesto que existe una "contradicción
fundamental", entendida como la "ignorancia", esperada y
"necesaria" respecto de lo que verdaderamente es Dios.
Aunque el número de integrantes no determina
la virtud de una religión, estadísticamente sí expresa su eficacia funcional,
pertinencia histórica y estatus sociológico; factores a considerar en análisis
comparativos.
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¿Será que si A y B se contradicen
recíprocamente, entonces, según el principio de no contradicción, o una de
ellas es falsa, o ambas son falsas porque Dios no existe. Y si se admitiese que
ambas son verdaderas en relación a un Dios que es el mismo, entonces no estaría en la contradicción entrambas, la
expresión de Dios en cuanto igual a Dios?
Dios no falsea ni valida nada, pues todo en
él es verdad, lo contrario sería la negación de su omnipotencia, omnisciencia y
omnipresencia, sin cortapisa alguna, porque si no Dios no sería Dios, sino un
ente superior racionalista en función de gerencia.
De manera que para Dios, en cuanto
omnisciente, todas las contradicciones están resueltas desde el principio,
simplemente porque desde su omnisciencia no las hay; siendo el afán, conciencia
y voluntad del ser humano, quien debe solventarlas desde su momento
existencial, no Dios, porque su verdad no puede estar construida de razonamientos,
pues ellos expresan el alcance de la verdad. Por eso Dios no puede tener simple
"capacidad" para hacer, como sostiene santo Tomás de Aquino, pues supondría
un Dios capacitado por un poder, y en consecuencia, con la posibilidad de ser
incapaz, lo cual negaría la naturaleza de su divinidad. Él simplemente tiene el
poder de poderlo todo, esa es la esencia de su divinidad. Y también por eso es
un contrasentido la afirmación de Leibniz: “Solo Dios puede comprender las
verdades de hecho, pues ello presupone un análisis infinito”; porque para “comprender”
habría de razonar, y para razonar y analizar tendría que desconocer, lo cual
negaría su omnisciencia.
Por eso toda expresión de fe, afirmativa o
negativa, necesariamente está referida a Dios, y por ende, desde esa óptica,
todas son válidas, agnósticos y ateos incluidos, quienes al negar a Dios, lo
afirman. La verdadera distinción nace de la cualidad hacia la verdad de Dios;
porque el valor de las religiones no radica en la falaz capacidad de falsear a
la otra, sino en su mayor aptitud y actitud hacia Dios.
Desde esa perspectiva, la de Dios, no puede
existir religión falsa ni verdadera, sino erradas o acertadas, desviadas o
encauzadas, en formación o deformación, pervertidas o virtuosas, en destrucción
o en construcción, hacia él o en contra de él; todas conformando un mismo
camino hacia su verdad.
Aun más, si se considera la existencia de una
verdad última, que todo lo comprende, todo lo puede y en todo está; necesariamente
el proceso evolutivo debe converger en ella, y, por tanto, todo integra su
verdad. No le pueden ser verdaderos, porque la verdad es ella; pero tampoco le son
falsos, porque su verdad no puede ser negada. Luego entonces, es en y desde la
realidad evolutiva, donde la verdad es asumida y la falsedad atribuida, por
experiencia, comprobación, creencia o revelación; pero nunca afirmadas
absolutamente, pues ello negaría la verdad última.
De manera que resulta torpe el pretender
aplicar leyes, o principios, como el de la no contradicción, bajo criterios y
conclusiones definitivas, fundamentados en la percepción y conocimiento,
contingentes, de una realidad y un universo cuyas complejidades descubiertas avizoran
un cambio drástico en los modos de concebirlos, razonarlos y vivirlos.
Precisamente ese es el reto: Sustanciar los
procesos lógicos contradictorios desde y hacia una adecuada y pertinente
concepción de la realidad y del universo, para razonarlos más apropiadamente y
mantener así la existencia humana dentro de los cauces de la sensatez, de la
responsabilidad, de la justicia, de la paz, de la felicidad y del propósito de
fe que lo impulsa.
Resulta elementalmente simple: Si la
contradicción, desde principios aparentes desvela “verdades” y “falsedades” que
evidencian otras contradicciones; luego entonces el carácter verdadero o falso
de sus premisas, en mayor o menor grado y necesariamente, está relativizado.
Así pues, la contradicción, mejor aún, el
proceso contradictorio (que es lo que en realidad es) no solo plantea la
exclusión dicotómica de sus premisas, sino también la posibilidad de ambas sean
verdaderas o falsas, si se asume el desconocimiento de la “verdad verdadera”,
por lo que entonces no habría contradicción sino confrontación, o, mejor aún,
complementariedad hacia la verdad, sería un criterio más sensato. El asunto es
cómo se asume la contradicción desde el grado de conciencia real que se tenga
de la realidad y del proceso cognoscitivo que la expresa.
Verdades incuestionables
fueron los criterios de Aristóteles acerca de la velocidad de los cuerpos en
caída libre, y también respecto de la existencia del átomo, en contra de los planteamientos
previos más “lógicos” de Leucipo y Demócrito. Siendo dos mil años después, que Giambattista
Benedetti evidenció el error de Aristóteles con una simpleza lógica pasmosa (luego
perfeccionado por su alumno Galileo), y por su parte los modelos atómicos
validaron las tesis de los antecesores del sabio peripatético. Así, más de
veinte siglos permanecieron erigidas en la cumbre más alta de la “racionalidad”
falsedades tan elementalmente obvias, hasta que la ciencia mostró el pecado original de una filosofía
pretendiendo cuadrar el ser, la realidad y el mundo a su verdad.
Ello se explica porque a las redes neuronales,
tan rígidamente estructuradas en función del principio de no contradicción, en
cuanto evidencia inmediata del sentido y razón de la realidad, les resulta
prácticamente imposible plantearlo conceptual y metodológicamente de otra
forma, aún cuando de hecho eso es lo que ha venido ocurriendo.
La única verdad absoluta es
la de Dios, y a ella nadie ha tenido acceso. El ser humano la intuye en su
plenitud, la percibe, la siente, la asume y la vive en su circunstancia
existencial.
Porque tan absurdo es
concebir un mundo real prescindiendo de la realidad, como absurdo es plantearse
excluyentemente la materialidad del universo, cuando existe una espiritualidad
intuida, sentida y vivida, que de ninguna forma ha podido ser falseada por el
conocimiento científico, pues la ciencia cada vez tiende lazos de unión entre la existencialidad
material y la espiritual.
Algo parecido ocurrió, por
ejemplo, con el clásico debate dicotómico respecto de la naturaleza de la luz, sobre
si estaba constituida por partículas o por ondas. Y aún habiéndose comprobado
su carácter ondulatorio, en uno de los experimentos más importantes de ciencia
(de la “doble rendija”, Thomas Young, 1801) todavía muchos defendían el
carácter corpuscular afirmado por Newton. Hasta que, luego de una sucesión de
descubrimientos de varios investigadores, Einstein planteó la dualidad
onda-partícula de la luz, en su teoría del efecto fotoeléctrico. Incluso, Louis
de Broglie, el científico que, apostando por la teoría corpuscular, se avocó a
demostrar la falsedad de la teoría dualista, terminó verificándola, lo cual a
la postre le valió el premio Nobel de física. Luego, con básicamente versiones
de aquel mismo experimento de más de un siglo atrás, se evidenció definitivamente
la naturaleza ondulatoria-corpuscular de la luz. Dejemos al físico Richard
Feynmann definir la importancia de dicho experimento: “Contiene en sí mismo el
corazón y todo el misterio de la física cuántica, la disciplina que estudia el
comportamiento de la materia a escala microscópica”.
Es decir, aquella contradicción,
para muchos absoluta e irrevocable, resultó ser falsa y sus dos premisas
verdaderas, porque, sí, es cierto que las dos separadas erraron, pero juntas
acertaron, en una relación de igualdad, y eso es lo verdaderamente relevante, la
convergencia de dos criterios relativamente acertados y falsamente
contradictorios, en una verdad referencialmente superior; ya que, aunque la dualidad
onda-corpúsculo implica una concepción radicalmente diferente de la realidad y
de los principios que la rigen, respecto de la afirmaciones simples de una u
otra propiedad, sin unas la otra no habría sido posible, pues todas integran un
mismo proceso nutrido de la aparente contradicción y cuyo propósito es la
verdad. Tal vez eso le ha faltado al ser humano, sumar en vez de restar.
Ahora, la “resolución” de esa
supuesta contradicción, a modo comparativo, le dio un sacudón a una gran colmena:
la mecánica cuántica. Un replanteamiento radical de la realidad, de la forma de
visualizar el mundo, de asumir la verdad y de mirar a Dios.
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¿No será que así como existiendo la
luz, la no luz es imposible, como tampoco el no calor niega la existencia del
calor... Y así como la oscuridad y el frio no falsean sino más bien reafirman la
verdad existencial de la luz y el calor; igualmente, el ateísmo, agnosticismo y
la diversidad de religiones, no harán en conjunto sino reafirmar la existencia de Dios?
Si se considera el ser como una expresión
evolutiva, el ser siendo, el no ser sería imposible, pues siempre existirá el
ser, aún como posibilidad. Por lo que solamente hay expresiones y gradaciones
del ser. El frio absoluto, -273.15°C, expresa la ausencia total de calor, y a
la vez afirma su existencia, pues si no, no sería "frio". Igualmente,
al existir la luz, la no luz resulta imposible, siendo la oscuridad absoluta la
total ausencia de una luz que siempre existirá.
Asimismo, al existir la fe, en cuanto
propósito existencial hacia la verdad, la no fe es imposible, por lo que
cualquier expresión, afirmativa o negativa, respecto de la fe, la reafirma.
Existiendo Dios, toda religión, credo, secta,
culto o ideología que lo afirme o niegue, en tanto manifestación de la fe, es
verdadera, por cuanto Dios es innegable. Así como la luz y el calor tienen sus
gradaciones, sin que ninguna los niegue, así también la verdad hacia Dios tiene
sus expresiones de mayor o menor certeza hacia él.
Cuando aquél primer ser humano pensante
extendió sus brazos al cielo queriendo comprender el mundo, tocar las
estrellas, alcanzar el universo, llegar hasta Dios; estaba en el acto de fe que
habría de determinar su existencialidad.
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¿Será que así como los átomos de
carbono son esencialmente los mismos del diamante, solo que configurados de
otra manera, entonces, y desde la óptica de Dios, no podrán ser las diferencias
entre las religiones, contingencias, configuraciones expresiones existenciales hacia la misma verdad?
Ese es precisamente
el quid del asunto: La óptica de Dios. Porque para un ser omnisciente,
omnipotente y omnipresente, no existen las contradicciones, pues su mundo se
mueve en función de la igualdad, y dado que, en conocimiento absoluto de las
causas primeras y del fin último, del cual él es la expresión suprema, todas supuestas
la dicotomías que llevan a su verdad, son apenas contingencias propias de la
incertidumbre que motoriza al ser humano
Por eso, la sabiduría
consiste en mirarse el ser humano en su realidad evolutiva, como pueda y hasta
donde le alcance su consciencia, desde esa óptica de Dios, intuida y asumida.
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¿Será que si la contradicción
resuelta lleva a otras contradicciones, que a su vez generan múltiples
contradicciones, entonces la contradicción constituye el camino necesario hacia
una verdad que, siendo verdadera a cada instante, huye hacia una plenitud
constantemente inalcanzable y solamente aprehendible mediante un propósito de
fe?
Esa es la realidad. La prepotencia
racionalista ha tratado asir la verdad absoluta desde unas cuantas
"leyes" lógicas y una docena de preposiciones, queriendo, incluso,
ajustar el poder divino a la insoslayable miopía evolutiva de sus juicios.
Los grandes descubrimientos no se han hecho
desde la ignorancia, sino desde las creencias, que trascienden el conocimiento
formal. El conocimiento no sacia la ignorancia, sino que alimenta las
creencias. Porque los conocimientos científicos son, al fin y al cabo, creencias,
mejor fundamentadas, en cuanto a la evidencia material, pero siempre creencias.
El humano es un ser cultural, es decir, su
plenitud existencial no es solo la suya sino la del todos, y asimismo, su
capacidad y posibilidad intelectiva la expresa el colectivo en todas sus
manifestaciones. Esa precisamente es la prodigiosa capacidad del ser humano:
integrarse actual y trascendentemente en un ser y una posibilidad superiores. O
sea, cada ser humano es todo los que son y los que han sido, siendo desde esa conciencia
que conforma la cultura, construye la humanidad y le da sentido teleológico a
su existir.
El humano es un ser moral, por eso es innato
en él el cuestionamiento sobre lo malo y lo bueno (al respecto ya existen aproximaciones
al establecimiento de la región del cerebro humano referida a la conciencia
moral) y por eso logra sustraerse de la intangibilidad del presente preservando
el pasado en sus valores, conocimiento y tradiciones, integrados a una
"actualidad" conformada en paradigmas que le dan la estabilidad
necesaria a su existir.
Cada realidad del universo es plenamente
verdadera desde su actualidad evolutiva. Por lo cual el ser humano no vive en
mentiras mientras evolutivamente busca la verdad, sino que, desde su verdad
existencial actual, plena en su contingencia, avanza hacia la verdad absoluta,
faro que lo orienta y motor que lo mueve.
Si en estos momentos chocase un meteorito
contra el planeta tierra y desapareciese todo rastro de vida el él; no serían
existencialidades inconclusas, ni seres incompletos, a medio evolucionar, ni
racionalidades, ni conocimientos, ni creencias, ni esperanzas, ni fe
insuficientes, los que se extinguirían; sino todas en la plenitud de sus
posibilidades, que es concreción permanente nunca acabada. Por eso, es un
axioma, el mejor mundo posible es aquí y ahora, o sea, el de siempre. Ese es el
privilegio y responsabilidad del ser humano en cada actualidad existencial.
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¿No será que las verdades asumidas,
más no demostradas, por las razones que sean, lo son no por carecer de
contradicciones, sino por prevalecer una intencionalidad o propósito superior o
de inmediata necesidad?
Ese es el carácter fundamental de la razón y
la fe. La verdad ha sido el motor de la evolución humana y el norte de su
racionalidad. La fe es expresión superior de la racionalidad, pues la razón ha
de estar orientada hacia un propósito de fe, y la fe ha de orientar a la razón
hacia la verdad última, que, defínase como se defina, de todas las formas
posibles concluye en Dios.
En ese sentido se da la paradoja de que la
ciencia que niega la existencia de Dios, en cada descubrimiento no hace sino
abrir compuertas hacia él. Precisamente, es pertinente reseñar sucintamente
algunas de esas puertas, entreviendo los cuestionamientos que desvelan. Porque a
todas luces, en esas nuevas verdades de la "realidad", la ciencia se
está encontrando con algo parecido a lo que desde siempre sostuvieron las
creencias y la fe: la existencialidad inmaterial.
Una de esas puertas la entreabrió en física
la teoría de la relatividad, de Einstein, por la cual el tiempo conforma una
cuarta dimensión en la que acontece la realidad, y, por ende, el espacio y el
tiempo quedan correlacionados. Por lo que la exclusión dicotómica queda también
sujeta a esa relativización, pasando a expresar de diferente manera la realidad.
Cambiado radicalmente la perspectiva del acontecimiento existencial. Siendo
ello cónsono con lo que existencialmente se percibe. Valga decir, el mundo no
acontece en verdadera contradicción conclusiva, sino en aparente contradicción
progresiva.
Aristóteles intuyó esa relativización del
tiempo, pero no estaba en capacidad evolutiva de comprender su verdadera
naturaleza, de lo contrario obviamente su obra habría sido sustantivamente
diferente; y a lo mejor se tendría hoy mayor instrumental teórico para afrontar
los retos de la vorágine tecnológica contemporánea, cuando los grandes
pensadores actuales, o están inmersos en la inmediatez que demuele el porvenir,
o en remembranza bucólica de un ayer que jamás volverá.
En el mundo de la física clásica, la realidad
es una, con diversas expresiones en relación al tiempo. En el mundo de la
física contemporánea, existen realidades diferentes referenciadas al tiempo. En
el mundo de la física cuántica, existen realidades superpuestas que configuran
la realidad.
Un tiempo que se expande y encoge, una
realidad explayada en múltiples expresiones y un mundo sin norte ni sur, cuyo
centro puede ser cualquier lugar, es lo más parecido al mundo de Dios.
Consideremos este ejemplo (las cifras son
referenciales): Dos hermanos, "A" y "B", asisten a un
partido de fútbol. Finalizado el primer tiempo, "B" monta en una nave
e inicia un breve paseo a 99,9 % de la velocidad de la luz. Luego de quince minutos
"B" detiene la nave y se
dispone a continuar disfrutando el partido, pero recibe la novedad de que su
hermano fue asesinado a las diez de la noche en un centro nocturno a 60 Km de
allí. Para B resulta imposible que su hermano haya estado en el centro nocturno,
cuando hace unos minutos lo dejó allí en el estadio. Todo porque la velocidad a
la que se movía "B", ralentizó el tiempo, y durante los quince
minutos transcurridos, "A" terminó el partido, fue a su residencia y
en la noche asistió al centro donde lo asesinaron... Así las cosas, “B” cae en
cuenta de que son pasadas las diez de mañana, pero del día siguiente al de su
partida.
La explicación para este caso se referencia
al tiempo: Tanto para "A" como para "B", no existe contradicción
alguna en sus acciones, pues "A" está disfrutando el juego y
"B" viajando en la nave. Empero para "A", "B"
tenía once horas viajando sobre el estadio, mientras que para "B", su
hermano estaba iniciando apenas el partido. Aquí se produce la cuestión de que
estaban pero no estaban en el lugar y tiempo que creían que estaban...
Ello implica que, al ser el tiempo una
magnitud variable con la velocidad, cuyo valor cero corresponde a la velocidad
de la luz, entonces "B", efectivamente, ¡viajó al futuro! Aún más, si
el viaje de "B" hubiese durado un año; a su retorno habrían pasado aproximadamente
cien años.
Eso se produce en todas las acciones humanas,
solamente que en tiempos extremadamente cortos. Las pruebas hechas al respecto
con aviones en vuelo y relojes ultra precisos, han demostrado retrasos
extremadamente mínimos, pero significantes, de los relojes en vuelo, en relación a los sincronizados en tierra.
¿Será coincidencia que precisamente cuando Einstein
planteaba el tiempo como una dimensión correlativa al espacio, Heidegger haya
publicado “El ser y el tiempo? ¿No relativizaría ello también la presumida
originalidad de tan magnifica obra, a la adscripción oportuna a una línea de
pensamiento, a una forma radical de pensar la realidad que estaba
convulsionando al mundo; partiendo Heidegger, del criterio de que si existen
realidades diferentes en tiempos diferentes, luego entonces el ser debe
responder a una historicidad que de suyo sería relativa, y, por ende, existen
seres, humanos, históricamente superiores e inferiores; lo cual cuadraba a la
perfección con la situación histórico político social de Alemania? ¿Será que
“El ser y el Tiempo” derivó de la necesidad de dotar a la Alemania devenida en
potencia mundial frustrada, derrotada humillantemente en la guerra, y con una
grave crisis de identidad; de una historicidad que reviviese la conciencia
respecto de la gran nación germana, proyectándola hacia el devenir como una
grandiosa historia en deuda por construir? ¿No es ese anacronismo precisamente
el punto débil de la tesis de la “historicidad”, el pretender construir la
historia hacia adelante, delatando la idea subyacente en el idealismo alemán
del siglo anterior, de que la nación alemana había alcanzado la cima de la
evolución de la racionalidad, quedando únicamente su perfeccionamiento; al
decir de Hegel, el reconocerse a sí misma? ¿No será que Heidegger recogió ese
espíritu inmanente de grandeza, cuando no de superioridad, alemana, y pretendió
plasmarlo en una gigantesca obra, que rescatase y elevase hacia un estadio
supremo la historicidad y el ser nacionalista de su patria?
En fin, es de estas nuevas ventanas a la
realidad deben iniciar los procesos lógicos racionales del planteamiento de lo
real, de la verdad y de Dios.
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¿Será que Dios es Dios, no por
carecer de contradicciones, sino porque todas las contradicciones llevan a su
verdad; empero no como síntesis, que sería muy simple, sino en expresión de sus
infinitas posibilidades?
¿Será por eso que nadie ha podido
contradecir la afirmación de la existencia de Dios?
Así es. Existe una probabilística maravillosa
que de todas formas y bajo cualesquiera posibilidades, siempre concluye en
Dios.
El error ha consistido en ponderar el futuro
tal como se mira el pasado. O sea, el ser humano en cuanto ente cultural es una
construcción histórica, y por ende, la preservación, descubrimiento y estudio
de su pasado le constituyen herramientas evolutivas, pues solo desde ese
fundamento puede acometer juiciosamente el futuro, desde la proyección
probabilística, cuya amplitud, orientación y definición es asunto moral, ético,
de valores y principios, y cuya conciencia plantea otra forma de proceder ante
los retos existenciales.
Obviamente si todas las contradicciones
llevan a Dios, resulta imposible negar a Dios, pues esa misma negación resulta
en la afirmación de su existencia.
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¿No será que, entonces, la
contradicción mayor que puede darse en el ser humano es el negar a Dios,
mientras que a cada instante lo reafirma, con el solo de existir y desde todas
las contradicciones que desde refinados silogismos, argumentaciones y pruebas
científicas, esgrima?
El Dios no contradicho y que no se contradice
es hechura racional a imagen y semejanza del ser humano. Mientras que el Dios
operando en función de la igualdad, hacia cuya verdad todas las contradicciones
racionales humanas convergen, y cuya omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia
son plenas y absolutas, es el Dios ante el cual el ser humano se siente tan
pequeñito que tiende a reducirlo para poder abarcarlo a conveniencia.
Todos los descubrimientos científicos no
hacen sino reafirmar la existencia de Dios. La teoría de la gravitación
universal, la de la relatividad, el descifrado del código genético, los asombrosos
postulados de la mecánica cuántica, los descubrimientos astronómicos, por
ejemplo, descubren un universo cada vez más complejo y misterioso, y por ende, más
cercano al mundo de Dios.
En ese sentido, la "realidad
cuántica" se ha evidenciado, descartando las intenciones sensacionalistas,
como la más próxima al mundo intuido inicial de Dios. Partículas respondiendo a
una probabilística tan compleja que están y no están en ninguna parte, la direccionalidad espacial temporal no existe,
la "flecha de la evolución", que caracteriza a la realidad macro; la
cual precisamente se concreta probabilísticamente desde esa indeterminación
fundamental cuántica.
Empero la propiedad más asombrosa de esa
indeterminación cuántica, es que cesa cuando interactúa con la realidad macro,
la llamada "decoherencia cuántica". Valga decir, dada una partícula
cuántica X, saltando continuamente entre A y B. En ese caso X, al mismo tiempo
está y no está en A y B, resultando imposible determinar su ubicación; hasta
que se le trate de medir, caso en el cual la partícula adquirirá un estado
definido.
A ese respecto es extraordinaria la famosa
paradoja del "gato de Schrödinger": Un gato encerrado en una caja que contiene un recipiente con gas venenoso,
cuya válvula de escape tiene un 50% de probabilidad de ser accionada por una
partícula cuántica. La pregunta es: Antes de abrir la caja ¿esta muerto o vivo
el gato?
La lógica clásica afirmaría con certeza
absoluta que el gato tendría 50% posibilidad de estar muerto y 50% de estar con
vida. Empero, en el mundo cuántico la indeterminabilidad configura una realidad
radicalmente diferente a la realidad macro. Valga decir, la partícula pudiese y
no pudiese haber activado la válvula, por lo que el gato estaría vivo y no
estaría vivo. Sin embargo, al abrir la caja la partícula tomaría uno de los
estados posibles, y entonces el gato estaría vivo o muerto.
Existen algunas observaciones a esta paradoja,
porque el gato también constituye un observador, y sería él quien determinaría
el estado de la partícula. De todas formas la indeterminación del estado de la
partícula ha sido comprobada, así como la determinación de su estado al ser
medida. Evidencia contradictoria al principio de localidad, que establece que
"sólo aquellos eventos dentro del pasado causal de un evento pueden
influirle"; contradiciendo también el “realismo local”, que le añade al
anterior principio la “suposición realista” de que “los objetos deben poseer valores
objetivamente existentes antes de cualquier medida” u observación. Aunque
persiste el misterio de cómo esta cualidad define su estado para conformar la
lógica de la realidad macro.
Ello expresaría la determinación de la historicidad
de la materia en la conformación de nuestra realidad; es decir, dada una
reunión de puras partículas cuánticas, bastaría un solo factor determinante,
para que todas las demás se “avoquen” a expresar esa realidad siempre en
concreción; siendo por eso que tanto el gato como el observador determinarían a
la partícula, ajustándola al sentido de la realidad que conocemos y vivimos,
asignándole así significado y propósito histórico.
Además existe el entrelazamiento cuántico,
por el cual, dos partículas debidamente entrelazadas, que se separasen hasta diferentes
sitios del universo, al movimiento de una, instantáneamente respondería a la
otra, en una correlación determinada. Según los enunciados científicos, no
deberían ser consideradas partículas individuales con estados definidos, sino
como "un sistema, con una función de onda única"; lo cual acarrea
consecuencias extraordinarias, pues, conforme a la teoría del Big Bang, si el
universo se ha expandido desde un suceso inicial (que no tuvo necesariamente
que ser una “explosión,” sino tal vez una primera “decoherencia cuántica”)
luego entonces toda esa materia ha podido quedar "entrelazada"
conformando, ciertamente, un único sistema en donde todo tiene relación con el
todo, y, por tanto, al negarse el principio de localidad de la causa, la causa
última sería necesariamente evolución de la primera. Y si la causa primera generó la "decoherencia cuántica"
inicial, dándole sentido a la realidad, y si el universo conforma un solo
sistema y la relativización es solo apariencia; entonces, dejemos decirlo a
Einstein: "significaría que no existirían sistemas semicerrados, nada
sería "independiente", significaría que el Universo sería uno solo en
esencia".
También, si la interrelación cuántica implica
la conexión inmaterial de cada partícula del universo, luego entonces, un ente
racional, como el ser humano, no solamente participaría materialmente del
universo, sino que tendría la facultad intrínseca hacia una dimensión
inmaterial que lo enlaza con el todo; derrumbándose, en consecuencia, los
postulados que niegan la existencia de la dimensión espiritual.
Aún más, esa conexión inmaterial de las
partículas pudiere posibilitar, merced a la “decoherencia cuántica” remanente
en la realidad macro, que dentro del sistema se formaren tendencias hacia un
modo de realidad, que forzasen del resto del sistema hacia ella, sus
expresiones probabilísticas; lo cual validaría aquello de que “la fe mueve
montañas”.
En lo que ha sido catalogado como el
experimento científico de la historia de la física, el de “la doble rendija”, que
trata la interferencia de partículas; al demostrar la dualidad onda partícula,
reveló un mecanismo que podría considerarse como una razón lógica elemental, en
las partículas cuánticas, que “saben” cuándo comportarse como ondas, y que,
además, al integrarse a la materia macro de la realidad concreta, de una u otra
forma conservarían ambas propiedades (al respecto se ha demostrado el estado ondulatorio
de la materia) lo cual haría del universo y su realidad, un “sistema
interdependiente autoconfigurable”.
¿Cómo, hasta dónde y porqué está
interrelacionado el universo? ¿A qué función o propósito maravilloso responde? ¿Cuántas
nuevas propiedades habrá por descubrir tras bastidores de esta realidad que
conocemos?
Hace doscientos años estas formas de plantear hoy en
universo habrían sido consideradas absolutas locuras; incluso, la mismísima
teoría de la relatividad o el “código
genético”, habrían sido tirados a la basura por Kant o Hegel, por absurdos. Ni
se diga en los tiempos de Aristóteles, para quien la conciencia radicaba en el
corazón…
Si la realidad es construcción histórica evolutiva, entonces todo hecho y acción no solo la expresa sino que la
edifica, más aún, la racionalidad tiene capacidad para reencauzar, transformar
y hasta revertir la linealidad y sentido
de lo real, algo que de ordinario hace, con la extensión y proyección del tiempo,
y con su labor tecnológica, por ejemplos. Siendo precisamente ahí donde la
filosofía conserva sus fundamentos, que le posibilitan proponerse lo que la
ciencia de suyo no puede: Conciliar la existencialidad material con la
inmaterial o espiritual, dotando al existir de instrumentos lógicos racionales
más eficientes, amén del anclaje moral apropiado, de la fortaleza ética necesaria
y de la fe suficiente, para salir avante de las cimarronerías de una racionalidad
espiritualmente silvestre, todavía engrillada a un libre albedrío moral y
éticamente montaraz. Esa “domesticación” o sustanciación moral, ética y
espiritual de la racionalidad, sería de por sí suficiente argumento para el
rescate epistemológico de la filosofía.
Hoy en día, cuando la realidad del ser humano ha cambiado radicalmente,
hasta niveles tales de abstracción, que está conformando un mundo virtual;
cuando la tecnología a alcanzado logros maravillosos, cuando la ciencia ha
desvelado verdades asombrosas del
cosmos, cuando el conocimiento humano se erige como un portento de la
racionalidad; necesario es plantear una nueva filosofía. Humanista, en cuanto
el problema existencial es del ser humano, y en tanto está en su racionalidad
el conflicto y la solución. Altiva, por ser expresión de la facultad más
sublime de la vida: el pensamiento racional. Sensata y humilde, para volver al
asombro de aquellos inicios, buscando la verdad del mundo y su existencialidad,
y no pretender adaptar el mundo a su verdad. Contemporánea, sintonizada con la
realidad cognoscitiva y requerimientos de las sociedades actuales. Y lo
suficientemente sabia, para escapar de las élites y abarcar a todos los
estratos del conocimiento de la sociedad, dotándolos de la racionalidad,
fundamentos éticos, morales, deontológicos y de comprensión de la
existencialidad cotidiana dentro del gran acontecimiento existencial del
universo; así como la valoración y preservación de la identidad, afirmación e historicidad
evolutivas del ser humano, ante los nuevos retos tecnológicos y biogenéticos
por asumir.
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¿No será que el error radica en considerar
a Dios únicamente desde la contingencia hacia él, contradictoria per se,
configurable, moldeable y conceptualizable de mil formas; y no desde la
abstracción posible de su esencia, que, entonces, cambia el panorama
radicalmente?
Por supuesto, cabe repetirlo, debe
abandonarse la pretensión de ese Dios "conveniente" y "útil"
hasta en los más triviales asuntos, por el Dios que asigna al ser humano el
ejercicio de la responsabilidad de su racionalidad.
Preferible a vivir negándolo para morir
invocándolo; es invocarlo viviendo, para tener ante quien afirmarse al morir.
Guénrij Yagoda, secuaz ejecutor de las razias políticas de
Stalin, encontrándose al filo del paredón y ante la pregunta de si creía en
Dios respondió: “De Stalin no merezco nada más que gratitud por mi leal
servicio, de Dios merezco el más severo castigo por haber violado sus
mandamientos miles de veces. Ahora mira donde estoy y juzga si existe un Dios o
no..."
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¿Sera que el ser humano no mira a
Dios desde la plenitud de su aquí existencial y de su allá infinito, sino desde
donde puede, como puede y hasta dónde puede,; configurándosele así el
"caso" Dios a las sociedades humanas, cuya contradicción entre los
deberes morales y propósitos de virtud, que revela, y la extralimitación del
libre albedrío de la racionalidad, que delata; constituye la perenne novedad
del suceso religioso histórico, que determina el acontecimiento cultural y
encauza la conciencia y voluntad hacia una expresión y propósito existencial
espiritual, redimiendo el existir del azote de una razón y un querer presas de
su pretendida autarquía?
Ese ha sido el problema, la relativización de
Dios y de los principios morales, y la interpretación reduccionistamente
exegética exclusiva y excluyente de sus mandatos.
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¿No será que el ser humano se
empeña en explicar y vivir un mundo en simpleza progresiva, mientras la
realidad de su creciente complejidad, le llena de incertidumbre, desdibujándole
el horizonte existencial?
Eso ocurre por mirar el mundo al revés. Es
decir, desde la actualidad el pasado se presenta en concreción sintética desde
hechos perfectamente enlazados hacia consecuencias necesarias. No obstante, si
se considera la actualidad como expresión probabilística de “n” combinaciones
posibles de los hechos pasados, bastando tan solo la ausencia, presencia o
cambio de un acontecimiento para que el devenir hubiese sido radicalmente
diferente; luego entonces, la conciencia de esa complejidad probabilística del
porvenir, que no implica en modo alguno el simple azar, le da al ser humano un
poder de decisión y una responsabilidad inmensos respecto de su existencialidad.
Pero no en una historicidad asumida siendo hacia el futuro, como plantea
Heidegger, lo cual llevaría al absurdo (con tan perniciosa influencia en la
política) de desvivir, o mal vivir, la actualidad en función de una historia
que nunca se concretaría, pues, desde cada uno de sus momentos, siempre sería
actualidad en concreción. No, la historicidad se construye desde siempre en cada
actualidad, desde la responsabilidad de una acción existencial pertinente y
eficaz, en función de un propósito, no digamos ontológico, sino simplemente
hacia el correcto y trascendente buen vivir, siempre concretado y en
concreción, que expresa en su plenitud posible al ser humano actual, y la vez trasciende
su querer y voluntad hacia una mayor posibilidad, siempre vigente. De esa
manera resulta elemental el fundamento racional hacia un mejor vivir. El
problema, a nivel del individuo, es que cuando lo aprehende, cronológicamente
está muriendo; Dios quiera no le ocurra lo mismo a la humanidad.
En la actualidad las expectativas
cognoscitivas son extraordinarias, percibiéndose en la sociedad, sobre todo en
las generaciones emergentes, una preocupante incertidumbre ante una realidad
que a medida que la descubre más incomprensible se le hace, perdiendo toda referencialidad
existencial, sin propósito teleológico, sin la pertinente explicación ni
respuesta epistemológica, ontológica, filosófica, teológica, pedagógica, política,
jurídica, sociológica… desde ciencias e instituciones, o abandonadas al
maremagno del “cambio”, hecho producto de consumo, o inutilizadas por la
ignorancia sobrevenida, ante la inercial y contraproducente resistencia a la
novedad cognoscitiva respecto de sus objetos de estudio y o acción. Una
sociedad en su mejor momento evolutivo (porque no existe otro y por ser éste concreción evolutiva de todos)
con el prodigio de la racionalidad desarrollando como nunca la maravillosa obra
tecnológica que ha posibilitado el “milagro” de la sobrevivencia evolutiva
humana, pero sin los soportes institucionales para conciliar el obrar con los
mandatos superiores de la razón, que doten de sensatez y eficacia a su existir.
Una fabulosa sociedad “global” pero sin hogares; estructurándose extraordinariamente
en redes sociales o “sociedades virtuales”, pero desintegrándose en su base
fundamental: la familia. Una sociedad sin los debidos contrapesos éticos y
morales a una ciencia transmutándose de instrumento a fin; lo cual en modo
alguno significa la confrontación “ludista” anti-ciencia, que desde el inicio
estaría perdida, por absurda; sino simplemente la reconciliación del ser humano
consigo mismo, desde la sabia integración jerarquizada de todas las expresiones
de su existencialidad
El ser humano debe plantearse de otra forma su
realidad existencial, reasumir la moral como fundamento de su ser individual y
social, ir hacia una nueva ética del quehacer racional, y sobre todo buscar y
posibilitar nuevos espacios y senderos espirituales hacia el reencuentro con su
auténtica racionalidad, con su verdad existencial, y a su reconciliación con Dios.
Javier A. Rodríguez G.