Existen frases o títulos que aunque nacen o se conocen en determinada época, parecieran existir desde siempre y por siempre, en cuanto expresión de lo humano, en sus dolores, en sus valores, en sus creencias, en sus esperanzas y en su fe.
Quién no ha sentido en cualquier circunstancia que ha “arado en el mar”. Quién no ha “tenido un sueño”; quién no ha aspirado un mundo mejor, más justo. Qué individuo o sociedad no ha padecido en su existencia acontecimientos dramáticos que se inscriben en sus conciencias por siempre; para en adelante constituirse, desde sus memorias, más que lamentos, en reproches a la racionalidad, por su torpeza para posibilitar siquiera en mínima eficacia la coexistencia justa, libre, igualitaria y pacífica del ser humano.
Y quién no puede sentir y
padecer en la actualidad de esta Venezuela el estado de odio, discriminación y
segregación social, la violencia física y sicológica entre conciudadanos, la
hambruna atroz y el desmoronamiento casi
irremediable de la institucionalidad y del Estado de Derecho; en esta patria
del Bolívar de todos, no del secuestrado por una facción política.
Qué venezolano no está
inscribiendo en su memoria los aciagos momentos de esta patria decadente, para
fustigar por siempre la conciencias de las generaciones por venir, para
gritarlo al mundo en lamentoso llamado de solidaridad, para implorar a Dios luz
a su racionalidad, y sobre todo, para recordar que su existencialidad, más allá
de los cambios y transformaciones materiales y espirituales, insoslayablemente
está circunscrita a su ser humano, de
cuya esencia no puede escapar, aunque sí aprender; porque al final de eso trata
la existencia de este homínido pensante, aprender a ser humano, el ser siendo,
construir su humanidad desde cada momento y “circunstancia” existencial.
Y es desde esa memoria,
construida y construyéndose desde la triste y cruel realidad, desde la vivencia
haciéndose recuerdo, que se hilan estas reflexiones; con el propósito de que al
menos sirvan para elevar alto muy alto la esperanza y la fe en la posibilidad
plena de lo humano; para que en el devenir, junto a todos los tristes
testimonios, sean el volantín tras el que corretee el niño hacia un vivir más
racional, espiritual y feliz. “La experiencia, divino tesoro”.
Y
TRIUNFÓ PIRRO
Ya el adefesio constituyente
está en marcha. El poder institucional desbocado ha tomado el cauce definitivo
del anti Estado, de lo anti humano, de lo anti social. En términos políticos la
sociedad democrática institucional venezolana ha inscrito su Q.E.D.P.
Por supuesto que el mucho
poder más poco escrúpulo, políticamente siempre da buen rédito, como lo revela
preclaramente Maquiavelo. La cuestión está en la cualidad de esa ganancia, vale
decir, en las costas del triunfo.
El problema es que en
la actualidad existen diversos factores que complejizan las básicas fórmulas
maquiavélicas hacia una nueva elementalidad en la lógica y racionalidad
política. Así, la primacía de los Derechos Humanos ha configurado otra ética de
la justicia, de la igualdad, de la democracia, del Estado y de la sociedad; centrando
al ser humano como principio y fin del gran acontecimiento cultural que es la
sociedad. Ahora, que la “viveza” latinoamericana se empeñe en obviar
absolutamente todo ello y seguir a pie de letra al autor de “El Príncipe”, es
la penuria que padecemos los de este lado del nuevo mundo; que por ser tan pero
tan “vivos”, nos olvidamos de “vivir” siquiera mediamente bien como sociedad, a
pesar de las inmensas riquezas materiales, culturales y espirituales que
poseemos.
Nuestro problema es que aún no hemos podido enraizar en nuestras sociedades, configurar en nuestras neuronas, la igualdad como fundamento de la identidad nacional; simplemente porque carecemos de esa identidad patria, en su pleno sentido. Sí, es cierto, cantamos himnos, izamos banderas y ostentamos escudos, pero, sin el sustento de la conciencia de la autenticidad del ser histórico evolutivo que expresamos y conformamos, todos esos símbolos no son más que simple utilería de la tramoya de sujetos dados a depredarse unos a otros en este país temporal, mientras nos hacemos, como sea, del “dorado”, de la fortuna para largarnos a cualquier sitio; sin importar quiénes lo hagan primero, todos lo queremos hacer; al menos eso es lo que evidenciamos con nuestras actuaciones.
Otro de los factores que restringen el actuar del Príncipe, es la sociedad internacional, cuya razón común se constituye en la tabla de salvación de las personas y sociedades ante las desviaciones y rompimientos de la hilaridad constitucional y del Estado de Derecho. Factor ciertamente muy imperfecto, injusto y desigual, pero comparado al escenario anárquico de Maquiavelo, resulta en el paraíso de la justicia éntre las naciones; más allá de los linderos que evidencian la incapacidad e impotencia evolutiva del ser humano para sustentar relaciones sociales estables, justas y pacíficas, allende su pequeña tribu.
Pero el principal escoyo a
las pretensiones maquiavélicas, es la nueva conciencia, racionalidad y
espiritualidad del ciudadano.
Ya no es tan fácil y simple
cargarse la Constitución y esperar a que
todos los “súbditos” lo acepten sin
objeción. No, hoy en día la conciencia irreverente, universal y libre del
pueblo hecho evolutivamente ciudadano, grita el “basta” que ubica al Príncipe
en su justo lugar, cuando no lo quita.
En
ese sentido cabe destacar
la postura digna de los dos canales de televisión privados, quienes,
aunque
informaron en cuanto noticia el evento de la elección de los
constituyentistas
del gobierno, no conformaron un operativo especial para ello, en vista
del
carácter inconstitucionalmente írrito del evento, y dado que legalmente
no están obligados. Les falta a esos canales volver al periodismo de
investigación y denuncia, objetivo, justo
y veraz, para darle de su propia medicina al gobernante; eso sí, estando
dispuestos a asumir las arremetidas del censor, contando en ese caso, si hicieren
las cosas bien, con el apoyo de la ciudadanía y del factor internacional. Y
también, por qué no, volver a los tiempos buenos de programas humorísticos como
“Radio Rochela”, para sacarle con buen humor los “trapitos al aire” a los
gobernantes, restregarle en sus caras, con inteligencia y “sin ofender a
nadie”, todos sus disparates, contradicciones, corruptelas y hasta cachondeos.
No puede ser que en este
país de Dios mueran por centenas neonatos en hospitales por falta de asepsia o
de medicamentos, y por temor solamente se reseñen secundariamente en los noticieros;
eso es criminal. Igualmente antihumano es no sustanciar e informar los casos
dramáticos de suicidios por las penurias económicas, que están acrecentando una
vergonzosa cifra negra en la potencia petrolera latinoamericana. El periodismo
venezolano debe volver a las raíces éticas de ese noble oficio social; es
decir, en ser, más allá del pregón noticioso, la voz, a veces única, por la
cual el ciudadano delate la desnudez del gobernante.
DOS
y DOS SON CUATRO, CUATRO y DOS SON SEIS…
Ocho millones de votos dice
el CNE que apoyan a los constituyentistas del gobierno. Aún siendo cierta esa
cifra, pues la falta de la publicación detallada de los resultados, la
improvisación del control de votantes fuera del protocolo en hojas al voleo y
las denuncias de las empresas que controlan y les saben todas las mañas a las
“maquinitas” de votación, hacen presumir lo contrario. De ser cierta esa cifra,
sería muy importante pero no sorprendería en absoluto, pues el evento fue
diseñado para lograr “como sea” un elevado número de sufragantes y así
pretender subsanar la ilegitimidad de origen que hace de” tiro en el ala” al
actual proceso constituyente. En ese caso han debido obtener mínimo catorce
millones de participantes; pero resulta que frente sus ocho, doce millones de
ciudadanos le dijeron no al Príncipe, manifestándose con estruendoso grito silente
de dignidad, ante su voluntad secuestrada.
Es que seis mil candidatos,
a mil cuatrocientos sufragantes por cabeza --prácticamente la familia amplia y los amigos
del facebook--, resulta en algo más de ocho millones de votos. Ahora, el
árbitro suma a sus deudas con la ciudadanía, especificar los votos nulos y principalmente
la votación particular de cada constituyentista electo, para tener la relación
y proporcionalidad de su legitimidad real.
Ocho millones de votos que
relativamente son muchos, pero que por “gobierneros” en realidad no resultan
tantos. Veamos: Si se le restan las “becas” y “trabajos” burocráticos otorgados
en los últimos quince días previos al evento electoral, quedarían unos siete
millones y medio. Si también se deducen los “becados” inoficiosos acumulados,
que entre morir literalmente de hambre se aferran a la miseria que reciben,
permutando el voto por la limosna del Príncipe. Ni decir de los apolíticos
oportunistas “a la venezolana”, que parasitan del poder, sin importar quién lo
ostente. Descontando además aquellos empleados públicos contrarios
políticamente al gobernante, forzados muy subliminalmente a votar, dadas las
características del evento, pero dispuestos a “cobrárselas” en la primera
oportunidad, mejor dicho, a esperarlos
en la bajadita. Lo mismo se pudiera decir de quienes apostaron a la quiniela de
la casa, votando y “reportándose” enseguida por una tarjeta electrónica que
emite el gobierno pero que controla el partido. Amén de quienes, presas de la
amenaza de ser despojados de sus pensiones por vejez o asignaciones por minusvalía,
fueron a salvar las mesadas, que, aunque miserables en relación a lo que pueden
adquirir, es lo único que tienen.
Siendo optimistas, siete
millones continúa siendo la votación “ideal” de los del Príncipe, mientras que cuatro millones
sería el voto fuerte, de semiduro a duro. Además, si se pondera el llamado “uno
por diez”, unos ochocientos mil fanáticos ultra radicales acompañarían a esa
facción política hasta los extremos del
suicidio colectivo.
Una fuerza política muy
importante a tener en cuenta por quienes se pudieren plantear su proscripción
de la sociedad venezolana. Su ventaja radica en que, más malo que bueno, tienen
un proyecto político; al contrario de los grupos opositores, quienes no han
cuajado un planteamiento sensato y posible de país. Mientras la desventaja es que ya demostró el Príncipe que es
derrotable, que su presumida mayoría es de arena; que no puede construir un
país y mucho menos sustentar su proyecto político con solamente jubilados,
pensionados y personas con alguna discapacidad; sin menospreciar el invaluable
aporte pasado y presente de esos sectores, pero un país implica la integralidad
y complementariedad de todas las potencialidades de sus expresiones
existenciales.
Además, el Príncipe sabe que
está llegando al tope de la capacidad del Estado para asimilar la inmensa carga
del gasto burocrático de que es objeto; y también conoce que la sociedad ha
alcanzando el punto de rompimiento del círculo perverso de especulación con la
divisa; por la cual, el Príncipe vende la divisa sobrevaluada, para que sea el
“pueblo” con su sacrificio, carencias y penurias, quien cargue con el inmenso
gasto burocrático del Estado, dando a la vez, la apariencia de solvencia y
capacidad de recursos. Algo
verdaderamente criminal.
Es que en este país de Dios
la gente esta limitada simple y llanamente a sobrevivir y parasitar del Estado,
como sea. En tiempos pasados, el “pueblo” se anotaba en larguísimas listas
solicitantes de recursos para producir, desde cocinas y maquinitas de coser
hasta grandes máquinas de mediana producción. Ciertamente que la mayoría de las
veces o no “llegaban” los recursos o llegaban incompletos; pero existía un
valor en todos esos miles de ciudadanos: el valor del trabajo, de la creación y
del esfuerzo personal, como generadores de riqueza. Hoy, al contrario, las
millonarias listas son para el cargo burocrático, los bienes subsidiados o
gratis, para revender; sin faltar la “beca”, que premia el ser “pobre”. ¡Qué
criterios! los de estos gobernantes.
En definitiva, el Príncipe
en estas circunstancias tiene dos opciones: Continuar con el propósito inicial,
de arrasar la institucionalidad para hacer la suya propia, encarcelar y exiliar
a toda la dirigencia opositora y de ñapa “decretar” la paz; con un cuarenta
porciento de apoyo a una ANC integrada por proselitistas del gobierno,
cuestionada fundadamente en su constitucionalidad, ilegitimada por el sesenta
por ciento de la población electoral del país, con fuerte rechazo en el plano
internacional, por violentar en su convocatoria derechos humanos fundamentales;
y de guinda, con el inminente bloqueo económico al Príncipe, por forajido. Ante
tal escenario debería recordar el Príncipe que de las “embarradas” como las de
Castro, el Cipriano, con una basta.
Otra opción para el
gobernante es de tragarse su prepotencia y sentarse a negociar como lo que es:
un factor político muy importante, pero no único ni exclusivo ni
imprescindible. De esta forma estarían aceptando tácitamente la imposibilidad,
conforme a los criterios torpes de la izquierda tradicional, de imponer la
hegemonía de su verdad política; porque la
verdad no la posee nadie, pues una cosa es la verdad teórica de la sociedad
referida a un ser humano idealizado, y otra muy distinta es la verdad de la
sociedad real, expresante del ser humano en su circunstancia evolutiva, con capacidad
sublime de amor, justicia, solidaridad, racionalidad y espiritualidad, pero
también torpe, lleno de vicios, antivalores y de intereses malsanos, y por ello
promediadora de sus verdades. Siendo a eso a lo que se refiere precisamente la
evolución de la sociedad, a la búsqueda de su verdad existencial, que no es un
fin sino concreción del acontecer existencial.
Por lo pronto, aún antes de
ser juramentados, ya los “constituyentistas” hubieron emitido opinión respecto
de las personas a detener y la penas a imponer, lo que de una violenta el
debido proceso. También han escurrido disparates como el de despojar al
Ministerio público del ejercicio de la acción penal, para asignársela a la
“víctima”; algo tan absurdo, que se
espera no pase del rumor mal intencionado.
MATAN
AL TIGRE Y LE TEMEN...
Los sectores de la
oposición, por su parte, hicieron lo que debían hacer ante un factor político
que los desconoce y dada la evidente inconstitucionalidad de la convocatoria a
la ANC. Su desventaja es la ausencia de un proyecto político viable, pertinente
a las circunstancias políticos sociales del país, insistiendo torpemente en la
restauración. Otra gran carencia de esos factores políticos, es la inexistencia
de una voz política, acatada por todos, y no el coro multilingüe políticamente ininteligible.
Ellos deberían abandonar ese criterio torpe e hipócrita de la unidad absoluta
excluyente, abriéndose ideológica y materialmente hacia la expresión política
de todos los factores adversos al Príncipe, en un gran movimiento de rescate
institucional y democrático.
En verdad es difícil de
lograr eso con dirigentes que en quince años han demostrado carecer de la
humildad para reconocer sus limitaciones políticas circunstanciales y
estructurales, de la paciencia para hacer las cosas en su debido momento, de la
estrategia para no obrar como el contrincante desea, y del coraje,
convicción y fundamento ético para
sostener sus actuaciones a costa de lo que sea, y no acobardarse y corretear
cual gallo chongo, a las primeras de cambio.
Porque ahora es cuando la cosa
comienza a ponerse buena. El gobernante ya le tiene la medida a los factores de
la oposición, sabe que ladran mucho y fuerte, pero al final mueven la colita y
chillan suavecito. Pero también el Príncipe ha evidenciado los alcances de su
fuerza electoral y los límites de la posibilitación política de su ideología; y
de ahí para abajo todo es ganancia para los grupos opositores. El asunto en
adelante es de estrategias.
El craso error de los
factores opositores al Príncipe, ha sido el torpe inmediatismo de su acción; evidencia
de la ausencia de perspectiva política y, en consecuencia, de estrategias hacia
la concreción de un proyecto real y posible de sociedad.
Así, cuando ganaron la
mayoría calificada de la Asamblea Nacional, en vez de fijarse seis meses para
“salir del gobierno”, debieron actuar con calma, valga decir, cerrar las fauces
y plantearse cinco años para hacer lo que política y democráticamente en sano
juicio y sabia estrategia debían hacer, fundamentándose en el poder político
logrado por su arrasador triunfo: Avanzar “disimuladamente” hacia la concreción
de un proyecto político tan amplio como el país, usando como impulso los
errores, omisiones, carencias conceptuales y perversiones ideológicas del
gobernante. Empero hicieron lo contrario.
Lo asombroso es que ahora,
cuando el Príncipe está más acorralado que nunca dentro de sus propias murallas
ideológicas, los opositores comienzan a disgregarse y a recular. La torpeza
definitivamente tiene nombre y apellido.
De todas formas, para derrotar al Príncipe, se vislumbra el
desarrollo de estrategias en torno a tres puntos:
El ideológico conceptual: Se
trata de personas profundamente ideologizadas, y por ende, irremediablemente parcializadas
y dadas a alienarse de la realidad, negando al ser humano y a la sociedad en sus
expresiones existenciales evolutivas concretas, para configurar una falsa
realidad pendulante entre un pasado glorioso que se fue y un futuro maravilloso
por venir, pero nunca en presente real, cierto, vivible en su plenitud posible.
Así, la meta fue de seis años, luego hasta el dos mil ocho, el dos mil dieciséis, el dos mil
veinticinco… Igualmente, desde hace tres años cada tres meses, cada seis, cada
año, el país arrancaría definitivamente hacia ser una potencia económica. Hoy extienden
la ANC para ganar dos años de no hacer nada, hasta las elecciones
presidenciales, para nuevamente prometer lo mismo, y así sucesivamente… Es que,
debe tenerse claro, no han podido, no pueden ni podrán jamás lograrlo,
porque su ideología y sus taras conceptuales no se los permiten. Es una locura
propia del Marx y del idealismo alemán, pretender moldear a todo un país --y hasta a todo el planeta, como lo
intentaron los Rusos— conforme a la ideología de un sector social. Ni las
religiones, con su universalidad, lo han logrado.
En
conclusión, es mucha la tela por cortar
y las estrategias a desarrollar respecto de la incapacidad estructural
del Príncipe para asentar su proyecto en la realidad.
El práctico procedimental: Al
ser su ideología esencialmente hegemónica, es contraria a la democracia y su
institucionalidad, y por ello resulta flagrantemente ineficiente. Para ellos lo
fundamental es el titular, no la institución. Son voluntaristas por esencia. Les
basta el querer para poder; y no es así; si fuese así, hacer política sería
cuestión de bordar y cantar. El querer debe desarrollarse sobre la calzada
cierta, posible y concretable de la investigación y del conocimiento, que
posibiliten la planificación y sistematización sinérgica del propósito
político, conforme a criterios “reales”, y por ello, con posibilidad cierta de
eficacia y eficiencia.
El
problema para el Príncipe, es que el conocimiento que la investigación llama o genera, por su esencia
es revolucionario, resultando por su objetividad y amplitud necesariamente de alguna forma contradictorios
a los dogmas anquilosantes del gobernante; y además, la posibilitación de ese conocimiento, requiere de estructuras institucionales que por su esencias exigen el
desprendimiento de la voluntad del sujeto, o factor político, para integrarlo a
una expresión institucional que lo
despoja de su protagonismo revolucionario.
Es
decir, el “revolucionario” irremediablemente cae en la paradoja de renegar de
su ideología parcializada para poder concretar su acción revolucionaria en toda
la extensión y posibilidad existencial de la sociedad; perdiendo así su
fundamento dogmático ideológico, y por ende, su esencia revolucionaria. Por eso
los revolucionarios se empecinan en marchar a contrapelo de la realidad y
terminan aplastados por ella junto a sus criterios parcializados. De cualquier
modo, la evolución social siempre toma de la acción revolucionaria lo
que le sirva y desecha lo demás.
Precisamente,
son esas contradicciones fundamentales entre el hacer y el decir del Príncipe, a
las que se le deben exprimir estrategias políticas eficaces. Porque, por las
falacias de su ideología, la izquierda tradicional resulta en puro buchipluma.
El histórico sociológico: El
proyecto político de izquierda tradicional del Príncipe, no ha sido concretado
establemente en ningún país de la tierra; pues, por los sofismas que lo
sustentan, las intentonas enseguida
entran en conflicto irremediable con las sociedades que pretenden cambiar. Es
decir, precisamente lo que ha venido ocurriendo en nuestro país, el principal
enemigo del proyecto político del gobernante es la misma sociedad, o,
interpretado de otra forma, el tiempo. Por eso el Príncipe lo único que hace a la
perfección es ganar tiempo. Y por eso la oposición no se ha preocupado por
abandonar la intención restauradora, a cambio de la oferta electoral sensata,
pues se ha limitado a usufructuar esa discordia esencial entre lo que pretende
el Príncipe y lo que le permite la sociedad.
No
olvidemos que el cuerpo social tiene existencialidad propia, por sobre
cualquier parcialidad que pretenda sometérsela. O sea, la sociedad
institucionalmente estable y políticamente pacífica, permite gobiernos de
diferentes ideologías, sin alterar su esencia existencial. Dicho de otra forma,
la posibilidad de la coexistencia y alternabilidad de ideologías, es lo que
factibiliza la estabilidad y la paz social.
Por
eso, los gobiernos hegemónicos, que desconocen los derechos de las minorías y
se niegan a la posibilidad de la alternancia democrática, de suyo son
inestables y conflictivos.
Con
base en este punto, una tarea estratégica sería evidenciar el fracaso histórico
del socialismo tradicional, y, en contrapartida, presentar una propuesta
política que comprenda y potencialice los logros aislados históricos de ese socialismo, integrados a un
proyecto político ideológicamente amplio. Mover la conciencia del ciudadano, desde lo
bueno de lo malo o imposible, hasta lo mejor de lo bueno y posible.
¿ÁRBITRO
DE FUTBOL O DE GRANDES LIGAS?
No se entiende por qué no se
ha denunciado a la comunidad internacional las permisividades del árbitro
electoral respecto de las violaciones flagrantes del gobernante a las leyes
electorales, amén de las que protegen el uso, disposición y destino del erario
público. Pero no la denuncia de mero palabreo sino del expediente sustanciado
con el amplio material videográfico que lo compruebe. Desde el uso indebido de
las cadenas nacionales para las campañas del partido de gobierno, hasta la
utilización de la llamada “tarjeta de la patria” como instrumento político del
partido del Príncipe. Son hechos
públicos notorios comunicacionales, pero es necesario sustanciarlos
adecuadamente para evidenciar y denunciar al mundo las perversiones del
arbitraje electoral en Venezuela; pues buen árbitro no es el que reconoce
resultados indesconocibles, sino el que mantiene imparcialmente a las partes
dentro de los linderos de la legalidad. Buen árbitro no es el que valida el gol
indubitable de Messi, sino el que sanciona la patada que pretende inutilizarlo.
El cambio de árbitro
electoral es condición sine qua non para avanzar hacia la pacificación del
país, pues la actitud y aptitud del árbitro ante el gravísimo momento que sufre
el país, se ha convertido en factor desestabilizador y generador de violencia.
Cortar por la sano sería una señal de la búsqueda sincera de la paz. ¿A qué se
le teme? ¿A la imparcialidad?
El día en que los grupos
opositores hagan lo contrario de lo que el Príncipe en realidad desea que hagan,
ese día se les agriará la faz a los del Palacio.
Eso, aunque no imposible, es
muy difícil, pues ya han empezado a recular después que llegaron al tigre. Si en
algún momento está prohibido retroceder ante semejante arremetida del Príncipe,
es en este.
Existen circunstancias en
los que la paciencia, la lógica y la racionalidad se hacen aun lado para dar
paso a la irracionalidad, instintiva, de pura y simple sobrevivencia, un
instinto que pretende preservar al sujeto, no solamente en su existencialidad
física sino en su integralidad ética, en los valores y principios que
fundamentan sus paradigmas existenciales, que, válidos o no, verdaderos o falsos, útiles o inútiles,
buenos o malos; son los suyos, conforman la definición de su existencialidad, y
nacen de misma fuente desde donde emanan sus Derechos Humanos: su ser humano.
Dicho de otra forma, habría
de ser masoquista la oposición para
aceptar semejante adefesio político jurídico como la ANC. Con todos sus
principales dirigentes presos o inhabilitados o “ahogados” financieramente en sus
gobernaciones y alcaldías. Con sus vidas privadas “pinchadas” ilegalmente y
televisadas en cadena nacional de radio y televisión. Con el ejercicio de sus
cargos de elección popular o suspendidos o anulados o abrogados, y sus titulares
reos de la “justicia”. Con sus derechos políticos y civiles coartados o
negados. Con montañas de violaciones a las leyes electorales y de salvaguarda
del erario público, por un Príncipe sin freno institucional. Con un “referéndum
revocatorio” prácticamente abrogado por las mañas del Príncipe. Con sus leyes
aprobadas desde la Asamblea Nacional anuladas, incapacitada para darse su
propio reglamento como Poder del Estado, para controlar a la administración
pública, para autorizar los estados de emergencia, para censurar al
vicepresidente y ministros, para designar a los rectores y rectoras del CNE. Y,
de guinda, con una ANC encasquetada al
país a lo Juan Charrasqueado.
Si a pesar de todo eso, la dirigencia
opositora aún pretendiere seguir convalidando al Príncipe, tendría que ser
simple y llanamente sin vergüenza.
Participar en la elección de
gobernadores y luego en la de alcaldes ¿para qué? ¿Para que los ahoguen
financieramente? ¿Para que los inhabiliten y los saquen del juego político por
instrumento de la Contraloría? ¿Para que cualquier día el TSJ les ordene a sus
alcaldes barrer las calles, y luego, como dejaron tierrita y algunos chicotes,
los despojen de sus investiduras y los condenen a prisión por “desacato”; mientras que a los gobernadores les montan
una gobernación paralela y les estrangulan los recursos?. Eso sin contar los
grillos y camisas de fuerza que seguramente meterán en la nueva Constitución,
para inutilizar toda alternativa democrática al Príncipe.
Si los institucionalistas y
demócratas no logran el compromiso del Príncipe ante instancias internacionales
hacia cambio del árbitro, del sometimiento irrestricto del Estado de Derecho,
sobretodo en materia electoral, y del respeto, no solo de los resultados
electorales, sino de la investidura de
los funcionarios y de las instituciones que representan; no les quedaría más
opción que plantársele definitivamente con su fuerza frente a frente al
Príncipe. Dispuestos a copar sus calabozos. Llamando a los doce millones de
venezolanos a poner rodilla en tierra
contra el avance hegemónico del Príncipe; sabiendo que podrán someter a
cientos y criminalmente a miles, pero no a millones de ciudadanos dispuestos,
democráticamente, a todo por la defensa de su libertad, de la democracia y de
la institucionalidad
Empero, todo lo preparó el
Príncipe para evitar la reacción de sus opositores. No tienen tiempo para cuadrar
sus estrategias; aunque han debido tener listo el plan electoral “b”. Si van
separados a las elecciones le harán el favor al Príncipe. Si sus candidatos son
sus políticos de oficio tradicionales, dejaran mucho espacio electoral por
abarcar, que el Príncipe aprovechará. Por eso lo ideal sería que inscribieran
candidatos de amplitud intelectual y flexibilidad ideológica. Que antes que políticos
sean ciudadanos honestos y gerentes eficientes; capaces de desarrollar una
nueva forma de ejercer la política. Que en vez pretender concretar su ideología
en la sociedad, sea desde el conocimiento y la eficiencia que construyan el
cuerpo ideológico institucional de la sociedad. Es decir, la política realista, científica
y auténticamente social.
Ojalá esos factores decidan
de una vez por todas jugar el juego político como se debe. Usando las armas democráticas
institucionales que realmente hieren al Príncipe. Con una estrategia
fundamental de perogrullo: Ofrecer lo mejor que el otro; pero desde un
planteamiento político jurídico económico sociológico y cultural concreto,
factible, convincente y programático.
Se ve difícil que eso ocurra,
pues si no lo han hecho en quince años, nada permite suponer que lo vayan a
hacer ahora. Mientras no configuren una “contraideología” que permee la
sociedad, seguirán esos sectores de traspiés en traspiés electoral. Y junto con
ellos, pierde el país; pues el gobernante requiere de la existencia de una
mejor oferta electoral, para verse obligado a optimizar la suya; ganando al final Venezuela, que es
lo que se desea.
Por eso, la mejor opción
para el rescate y salvación de la institucionalidad, de la democracia, del
Estado de Derecho, de la justicia, de las libertades ciudadanas y de la paz,
debería surgir de un centro político suficientemente amplio hacia los extremos.
De aquellos ciudadanos “centrados” en lo humano, en cuanto principio y fin de
la acción política, preservadores sensatos de la estabilidad que permita la
justicia y la paz, propiciadores comedidos
de los cambios que posibilitan la plenitud del ser social humano e impulsores
pertinentes del cambio cultural de una sociedad cada día mejor.
Una propuesta política que
potencialice los beneficios sociales de los ciudadanos desde y hacia una lógica
y racionalidad más eficiente. Valga decir, que el derecho del ciudadano no sea
solamente a acceder a la pensión, sino a poder subsistir dignamente con ella.
Que el Estado no le garantice al ciudadano ninguna caja con alimentos, sino que
pueda adquirir los que desee a precios
justos en el abasto de la esquina. Que no se regalen casas, ni carros, ni
electrodomésticos, ni se pinten gratis las casas; sino que todos puedan acceder
a ellos proporcionalmente al justo esfuerzo; sin olvidar el sentido ético de
solidaridad de la sociedad y el Estado. Volver al criterio de la agroindustria
regionalizada, dejando los huertos socialistas como un valor social productivo
complementario. Rescatar el trabajo justo y el esfuerzo personal en cuanto
valores sociales e instrumentos para el buen vivir. Enseñarle a la sociedad,
que los bienes y servicios tienen un costo, y que, por sobre el disfrute básico
y justo, quién requiera más, todos lo que le venga en gana, debe esforzarse y
producir más. Garantizar no solamente el
acceso gratuito a la salud, sino también a los medicamentos y a servicios de óptima calidad. Continuar con
la masificación de la educación, sin tantas instituciones “tapa amarilla”, con estrictos
criterios cualitativos, para que cualquiera pueda acceder a la universidad,
pero no todos puedan titularse, sin mediar el esfuerzo y el aprendizaje
eficiente y eficaz. Darle un vuelco conceptual a los organismos de seguridad
del Estado, quitándoles esa autarquía pretoriana, para ponerlos definitivamente
al servicio de la sociedad. Desenterrar
la libre producción y la libre competencia o concurrencia, erradicando los
privilegios bolivarianos criminales que depredan al país…
Un gran movimiento político
que comprenda a todo el país institucional y democrático es la salvación para
el país.
Es que el ser democrático no
implica ser bueno ni malo, ni justo ni injusto, ni santo ni demonio, sino el someterse
irrestrictamente a los valores y principios del ente social. Por eso el control
constitucional supone el despojo de la prevalencia de la voluntad del sujeto,
hacia la primacía de la voluntad histórica institucional. Y por eso, lo primero
que fractura el socialista tradicional es la institucionalidad, para poder
imponer su voluntad.
Dejar atrás el fanatismo
comunista debe ser el propósito inmediato y común a todo venezolano sensato y
de buena fe; y después que continúe la
insoslayable y necesaria diatriba política, dentro del estricto marco
del Estado de Derecho.
Que a nadie más se le ocurra
arrasar la institucionalidad, el Estado de Derecho y la democracia, para instaurar
ideologías falaces. Claro, pueden luego, cómo no, reflexionar, modificar su
proceder y participar en la política según los criterios civilizados de la
democracia y del Estado de Derecho.
En definitiva, momento
complejo el de la patria de Bolívar. El Príncipe se las juega todas, no pudo
imponer su ideología a todo el país por las buenas, y ahora va por las malas.
No puede triunfar. Sería el fin para Venezuela.
Comenzó la cuenta regresiva.
La ANC inconstitucional vs el pueblo
democrático e institucional.
Dice el gobierno que llamará a “Rondón”. Que no olvide que Rondón somos todos los venezolanos. La oposición a
este gobierno no son las docenas de políticos restauradores que llenan los
espacios comunicacionales, ni las facciones incapaces de controlar su
indignación, cayendo en la violencia; no, veintidós millones de venezolanos,
pacíficos, democráticos, institucionalistas…
también somos Rondón. Que busquen al Rondón de todos, y lo encontrarán.
Este más que nunca es el
momento de enunciar como aquel otro en la historia: “¡¡O se rompe
definitivamente la institucionalidad o se acaba la chavera!!”.
LA CARTUJA
Ese es el rumbo de nuestra patria, hacia una
cartuja. Con una verdad definitiva, asumida sin criticidad alguna,
incomunicados del mundo, servidores fieles de una ideología, abstraídos de la
realidad, negados en su racionalidad y en su humanidad. Aceptable para cualquier
expresión religiosa, pero intolerable para los ciudadanos y las sociedades libres de principios del
tercer milenio.
Resulta indudable que el
factor político jurídico internacional es fundamental para frenar los intentos
totalitarios de estos grupos comunistas fanatizados.
En realidad no es de otro
mundo solventar esta atroz crisis, basta con que los factores políticos
entiendan que no pueden imponer su ideología a todo un país; que su propuesta
política es solamente una entre las cientos o miles posibles; que la sociedad
real expresa el promedio evolutivo del ser humano, a veces negativo, a veces
positivo, a veces neutral, pero es su karma no ser perfecta, tal como lo enunciara
Pareto. La enseñanza es que la solución no está en la inversión de los
factores, pues el ser humano, y su promedio social, seguirá expresándose
ineluctablemente. Si en este momento desapareciesen todos los “ricos” del país,
como lo pretende el Príncipe, entre los “puros” revolucionarios comenzarán a
surgir los nuevos ostentadores de bienes y riquezas --¿o es que ya no están
lloviendo cual maná del cielo?--
No se trata pues, de
aniquilar al otro sino de aceptarlo, de reconocerse el ser humano en su
humanidad, de comprender la cualidad natural y necesariamente imperfecta de la
sociedad; para desde allí posibilitar un mejor promedio de vida del ciudadano,
soportado en una base social digna y justa en lo posible. Con eso sería
suficiente para construir una sociedad más feliz y pacífica.
Los políticos a lo suyo y el
ciudadano a vivir en la plenitud factible su existencialidad, dentro de la
institucionalidad que lo posibilite y el
Estado de Derecho que lo garantice.
S O S
Pretenden en esta tierra de
Bolívar implementar definitivamente la tristemente célebre, absurda y torpe
“dictadura de la mayoría”. Si no nos dan la mano diplomática y jurídica los
pueblos del mundo, este país puede caer en la confrontación definitiva entre
hermanos.
Imaginen ustedes, ciudadanos
del mundo, el miedo de cualquier venezolano contrario políticamente al actual
régimen, frente a militares que reconocen como su “comandante supremo” a un
fallecido ex presidente y político fundador del partido en gobierno.
Piensen en el terror del ciudadano opuesto al socialismo tradicional, cuando los militares
de su patria, fusil en mano, les sentencian a grito vivo: “¡Patria socialista o
muerte!”.
Sabemos que las decisiones
de las diversas instancias jurídicas internacionales son ley en nuestra patria;
que los venezolanos somos ciudadanos no solamente dentro del demarcaje
geográfico, sino que es nuestro derecho humano fundamental ser ciudadanos del
mundo; constituyendo el fundamento del nuevo paradigma del derecho
internacional: la universalización de todas las personas del planeta en una misma
dignidad, en una misma espiritualidad, en un mismo ser humano.
No lesionan las instancias
jurídicas internacionales la soberanía de un Estado, al proteger al soberano de
las desviaciones de sus gobiernos. Porque, precisamente, cuando el Príncipe apela
a esas instancias internacionales para que se garantice el ejercicio de la
soberanía del país, lo hace por mandato constitucional del soberano; por lo tanto
y con más razón, derecho y legitimidad, pueden los ciudadanos acudir a la
comunidad internacional para que se preserve su poder soberano de las arbitrariedades
de quien los gobierne. O sea, el problema al final es el Príncipe, que se cree él el soberano. Por
supuesto, las mascaradas no faltan, para aparentar lo contrario.
En definitiva, siendo objetivos, la culpa última no es de sujetos sino de ideologías y de conceptos. Porque, sinceramente, esta gente de la izquierda tradicional, no es invento, lo sufrimos los venezolanos en carne propia: Como oposición son excelentes, pero como gobierno resultan infinitamente torpes, con “p” de pacatos. Pero no es culpa de ellos, cuya buena intencionalidad es de presumir, sino de los dogmas políticos falaces que desde muy jóvenes los acorralan en un extremo de la existencialidad del ser social humano. Siendo desde allí, desde esa auto-segregación social, que se hacen disidentes de un sistema al cual inexorablemente pertenecerán por siempre; es decir, ellos son también el “sistema”, y aunque lograren quedar solamente ellos, como lo propone Marx, al final el “sistema” seguirá siéndolo para los otros que irremediablemente terminarán expresando su “humanidad”, o sea, regenerando el “sistema”, diferente pero “igual”; el que a su vez será condenado por otros que, como los actuales reaccionarios y conservadores en su tiempo, mirarán la sociedad y el mundo diferente... El destino de Sísifo es su karma.
Por
eso, esos sectores, en
vez de pretender someter la sociedad a su ideología, deberían
someterse ellos
a las cualidades ontológicas, axiológicas e históricas evolutivas del
ser
humano social; para desde la trascendencia del existir del “homo
sapiens”, llamada humanidad, poder traslapar los vicios, antivalores y
perversiones
hacia una mayor plenitud del vivir social. Dicho de otra forma, la
acción
política asentada en la realidad, eficiente y eficaz, debe
necesariamente
comprender toda la integralidad existencial de la sociedad y no
pretender
atrincherarla en una ideología.
Precisamente eso es lo que
el Príncipe intenta hacer del país, un ghetto ideológico. La soberanía es la coartada y la paz la excusa. Soberanos ellos, para eludir el derecho y la justicia
internacional; y pacífico y reverente el “pueblo”, para imponerle a su gusto y
gana la dictadura de la “mayoría”.
Hace tres días se instaló
una ANC elegida por no más del veinticinco por ciento del patrón lectoral. El
enroque del Atila por la señora venganza, tranquiliza algo pero no alegra. Los
pretorianos del Príncipe más violentos y represivos que nunca en las calles.
Dos años de terror es la
amenaza de hoy. Veinticuatro meses de desasosiego que sufriremos los
venezolanos, y que seguramente muchos no los contarán completos o lo harán
desde los calabozos del régimen.
Setecientos treinta días, en
los cuales, los que no comulguen con la ideología del Príncipe se levantarán
sin saber si verán la luz del siguiente día.
Diecisiete mil quinientos
veinte horas, con quinientos cuarenta y cinco sujetos ostentando poderes
“dictatoriales”, para hacer y deshacer con sus oponentes, disidentes y
ciudadanos que los contradigan, lo que les venga en gana. Inmunes a cualquier ley
humana; aunque no divina. ¡¡Papa Francisco, acuérdate de nosotros!!
Todo aquel ciudadano del mundo
de buena fe y voluntad, de la ideología política y religión que sea, debe rezar
por nosotros y exigirle a su Estado que diplomáticamente y con todas las
herramientas del Derecho internacional, llamen a que el Príncipe se encauce en el respeto de
la institucionalidad, la democracia y los derechos humanos y garantías
ciudadanas.
¡Ciudadanos del mundo,
ayuden por el amor a Dios a este sufrido pueblo en la decadencia!
Javier A. Rodríguez G.