viernes, 12 de mayo de 2017

IRRACIONALIDAD CONSTITUIDA Y CONSTITUYENTE

Cuentan que el  eminente matemático y lógico Austriaco Kurt Gödel, cuando comparecía ante el juez que le concedería la nacionalidad estadounidense, al ser cuestionado respecto de la Constitución de ese país, respondió señalando varias contradicciones en su texto e incluso afirmando que había hallado la posibilidad constitucional, tras su lógica aparente, de instaurar un régimen totalitario contrario a la república democrática; lógicamente, ante semejante aseveración y en esa circunstancia, sus acompañantes y también solicitantes, entre los que destacaba su amigo Albert Einstein, actuaron de inmediato para mantener en los cauces de la “lógica” aquel espíritu genialmente lógico, siempre irreverente, inoportuno y problemático.

Es que de la lógica “convenida” y “formalizada” de lo común, no se escapa nadie, pues es una manera, intencional o inconsciente, de conciliar o ajustar el querer con el poder, es decir, no razonamos los hechos en su significados, propósitos y alcances reales,  sino que, o los ajustamos falazmente a nuestros intereses o nos amoldamos a sus falacias, ya por conveniencia, ya por intereses malsanos, por ignorancia, ya por pereza mental, ya por simple comodidad.


EL  QUE HACE LA LEY, HACE…

En ese sentido,  la constitución aprobada el año 1999, hubo sido modelo  de organización, distribución y eficacia política del poder, de la justicia como valor superior, de lo “popular” como poder del Estado, de la “democracia participativa” y de la prevalencia de los derechos humanos, inmanentes y progresivos, desarrollados dentro de un espíritu constitucional eminentemente garantista…, hasta que comenzaron a evidenciarse ciertas contradicciones y vacios que la desestructuran, asistematizan y merman su eficacia.

En primer lugar,  la Constitución Nacional (CN), permite, como está ocurriendo, que en realidad coexistan dos constituciones: Una literal y otra interpretada al libre criterio del titular de órgano de justicia, quién, a falta de las debidas restricciones de su facultad de interpretar el texto constitucional en casos de comprobada contradicción o de lagunas o vacíos de ley en sus disposiciones, se arroga la potestad de interpretación absoluta de la CN, por sobre el significado justo de los términos, por sobre el sentido correcto del texto, por sobre la lógica funcional del contexto y por sobre la proyección lógica, teleológica, desde y hacia el espíritu, propósito y razón de la CN.  Tal contradicción violenta los principios de primacía y unicidad de la constitución, de publicidad de ley, de legalidad, de separación de poderes, además de pervertir e inutilizar la estructura constitucional, y con ello todo el sistema jurídico del país, amén de abrir compuertas para abyectos propósitos políticos.

De esa forma se han venido generado decisiones jurisdiccionales de cuestionable constitucionalidad. Una de ellas, es el haber desproclamado a tres diputados legítima y constitucionalmente electos y proclamados por el Poder Electoral, con el pretexto de presuntas irregularidades en los correspondientes comicios, conforme a la denuncia de un participante perdedor. El asunto es que el TSJ ha debido procesar la denuncia, y si procediere, por haberse comprobado los hechos y constatado su incidencia determinante en los resultados, anular la elección e iniciar, si fuere el caso, el enjuiciamiento de los diputados conforme al procedimiento especialísimo que corresponde; pero de ninguna forma podía desconocer a los diputados la inmunidad que su investidura les concede, que garantiza la autonomía, majestad y legitimidad del Poder Legislativo Nacional y, principalmente, preserva la voluntad del soberano.

Luego sigue retahíla de anulaciones de leyes, por inconstitucionales, bajo el criterio de que el Poder Legislativo no puede aprobar ninguna ley que contraríe los propósitos políticos del Poder ejecutivo. Lo cual constituye una aberración de la institucionalidad y la negación y abrogación del poder del Estado de mayor legitimidad y  representatividad, pues, bajo esa premisa del sentenciador, el Poder Legislativo debe legislar conforme a la orientación político-ideológica  del gobernante de turno, entonces, para qué los proyectos políticos y toda su parafernalia teórica, para qué los partidos, si priva un criterio, un hombre, un partido, una nación y un destino… (¿Dónde se dijo algo parecido…?  ¿Sería en Europa…?)

Al contrario, la confrontación política es uno de los caracteres principales de los dos poderes del Estado electos por los ciudadanos mediante votación universal, directa y secreta. Confrontación orientada hacia la expresión e integración institucional propositiva de todos los factores, corrientes, movimientos y partidos políticos del país. Pero no se trata del confrontar obligante sino del simplemente posible, y que, en su sentido ideal, se gesta fuera de la estructura institucional, en la voluntad manifiesta del ciudadano mediante el sufragio. Luego entonces, es el ciudadano, consciente o  intuitivamente, quien decide el grado de confrontación política posible entre ambos poderes, de manera que el mayor equilibrio logrado constituye sus óptimos, en cuanto a la expresión de la auténtica voluntad popular.

Así mismo, hasta hace poco se creía que lo relativo al  estado de excepción, estaba suficientemente explicito en el capítulo constitucional correspondiente; hasta que la constitución interpretada dijo todo lo contrario. Conforme la Constitución formal vigente, el decreto de excepción procede, por su máximo de dos meses, si, y solo sí, la Asamblea Nacional lo “considera y aprueba”, el TSJ declara “su constitucionalidad” y la AN no lo da por cesado, luego del primer mes. Disposiciones acertadas jurídicamente, pues se ajustan al espíritu  garantista y protector de la CN, resultando evidente la intención confrontadora, integradora, conciliadora y controladora de la norma, en expresión del mandato del elector, de que el debido y legítimo control institucional exprese justamente su voluntad,

Sin embargo, la constitución interpretada, la ilegítima, dice lo contrario: que el requerido pronunciamiento de la AN  no tiene efectos jurídicos, solo “políticos”, y por ende no puede dar por concluida la emergencia antes del término de dos meses y  tampoco aprobar su prórroga. De esa forma, el Ejecutivo Nacional puede gobernar bajo emergencia económica durante los seis años de su mandato, repitiendo cada dos meses el mismo procedimiento absurdo.

El Poder Legislativo, al estar legitimados por el sufragio  y por ser el cuerpo deliberativo institucional por excelencia,  todos sus actos son de carácter político, con efectos jurídicos la mayoría, y otros, como los acuerdos y exhortos, con efectos meramente políticos (estricto sensu). Las leyes no son sino actos políticos con efectos jurídicos. Siendo por eso que el Poder Judicial no puede crear leyes, sino subsidiariamente, bajo condiciones extraordinarias (o al menos, por la elemental lógica del sistema, debería ser así).

De lo anterior se desprenden dos aristas. Una, que el Poder Judicial no puede fundamentar sus decisiones en criterios políticos, pues invadiría los campos de actuación de los otros poderes, deviniendo en factor de la diatriba política y pervirtiendo así su rol de administrador de justicia, de árbitro imparcial y justo; por ejemplo,  en varias de las decisiones en cuestión, se decide en referencia a una “guerra económica, concepto de definición confusa, incluso argumentando  al respecto, cuando, por la sana lógica jurídica, le está vedado establecer relaciones de causalidad respecto de acontecimientos de apreciación tan subjetiva y que no están jurídicamente establecidos. ”La otra, es que, al tener todas sus decisiones efectos políticos, y al poseer legitimidad derivada respecto del cuerpo social, al ser nombrados sus titulares por la AN, el Poder Judicial debería estar bajo el control institucional, social y políticamente eficaz de ésta, mediante actos como la interpelación de los magistrados rectores, el veto institucionalizado a ciertas decisiones del Poder Judicial que extralimiten sus facultades, invadan las funciones propias de los otros poderes y o afecten traumáticamente valores sociales, históricos y culturales  muy arraigados en la nación. En fin, la cuestión sería desmitificar el  absurdo de encallejonar a la sociedad en un sistema que inicia en lo político y se ahoga sin retorno  en lo jurídico, cortando el cauce natural y lógico que reorienta lo jurídico hacia lo político, hacia la conformación del círculo virtuoso de la sociedad estructurada sinérgica y holísticamente en un sistema institucionalizado, cuyo epicentro sea el ser humano.

Empero, el punto de quiebre de la institucionalidad del Estado, lo marcó la decisión del Poder Judicial de desconocer la investidura de los diputados titulares del Poder Legislativo, y por ende, anulando la voluntad del soberano, disolviendo la AN y traspasando todas sus facultades al Ejecutivo Nacional, eliminando de facto un Poder del Estado; todo bajo la excusa de hallarse la AN en desacato frente a un mandato judicial de por sí  cuestionable constitucionalmente. Porque, he aquí el paradigma por romper, los poderes del Estado, por órgano de sus titulares, pueden, mejor dicho, están en el deber de no acatar, de no obedecer ni validar ningún mandato o acto de cualquier otro poder, que invada o menoscabe sus competencias o sea evidentemente inconstitucional; pues resulta absurdo que un Poder del Estado invoque la obediencia debida, a la institucionalidad, para violentar a esa misma institucionalidad. Por lo que el conflicto de poderes es  también instrumento para autoprotegerse el Estado de las violaciones constitucionales, que de otra forma sumirían a los Poderes en un mutualismo de “obediencias” y “complicidades” institucionalizadas, que anularían la eficacia del Estado, creando anarquía social.

También, conforme a esa sentencia del Poder Judicial,  el Poder Ejecutivo asumiría la facultad del legislativo de sancionar leyes penales; lo cual, de hecho, anularía el Estado de Derecho, pues ello es facultad exclusiva y excluyente del Poder Legislativo, siendo aberrante al sistema que el Poder Ejecutivo ejerza facultades fuera de sus competencias constitucionales y del mandato del elector; además, el hecho de que el poder rector de los cuerpos policiales de investigación del país, al mismo  tiempo decrete las leyes que sancionan los delitos que investiga, es, por decir lo menos, una barrabasada.

Como si todo eso fuera poco, floreando mayo y en vísperas del día de la madre, ocurre un hecho gravísimo para la vida institucional del país, como lo ha sido la “convocatoria” a una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) por el actual Presidente de la República, con fundamento en los art 347 y 348 de la Constitución Nacional vigente.


¿QUÉ QUIERE EL SOBERANO?

Legitimidad sí tiene el Primer Mandatario para “iniciar la convocatoria”, pero no para convocar, como correctamente lo especifica la norma. ¿Por qué así? Porque “la soberanía reside en el pueblo”, como preclaramente lo define la norma; luego entonces, el único que puede convocar válidamente a una ANC  es el soberano, por  manifestación de su voluntad mediante referendo consultivo.

De manera que, el Presidente de la República no está legitimado constitucionalmente para convocar a la ANC, porque estaría por sobre la voluntad del soberano, lo cual es absurdo, ya que entonces, la “soberanía” resultaría en falacia, porque, cómo puede el soberano presumirse de tal, si no le permite decidir cuándo, cómo, dónde y  por qué  se constituye en ANC por delegación de su poder. Dicho de forma más llana, el soberano se conforma en ANC si le viene en gana; y  más aún, por sobre la Asamblea Constituyente tiene el derecho primigenio de su poder soberano: el de rebelión, reconocido por  la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Yo convoco, asegura el Presidente de la República, yo quiero que sea de esta forma, por esto, para esto, yo “invito” a fulano o a zutano… yo... yo… yo… La pregunta sería, entonces  ¿Qué es lo que quiere el soberano? ¿No le interesaría saber al Poder Electoral, siquiera por curiosidad, si el soberano desea constituirse en ANC? ¿Qué se cree el Poder Electoral, una oficina coordinadora de elecciones o un auténtico Poder del Estado? ¿Cómo es que el Poder Judicial puede desproclamar a los diputados así por así; o el Titular Poder Ejecutivo  “convocar” a una ANC, y lo que ella significa, ¡¡refundar la República!!, simplemente porque se levantó con el pie izquierdo o porque lo ha soñado o porque se le antoja?

En este caso, la falta de especificidad de la norma responde a esos gazapos constitucionales, puestos allí intencionalmente para servir, según la situación, de celada o escape político.  La “viveza” del constituyente radica en que redacto correctamente la norma, ya que si hubiese usado el término “convoca” en vez de “iniciar la convocatoria”, la contradicción habría sido más que evidente. Ese es el problema de de los “sobreentendidos” en las disposiciones legales, pues en su momento “todo el mundo” “sabe” lo que no dice expresamente la norma, pero luego, según convenga o no, ese vacío sirve para burlar la ley. Ese es el peligro de los procesos constituyentes deslegitimados, crean constituciones que se desmoronan como terrón de azúcar por sus propias trampas, arrastrando con ellas al país.

Analizada en modo, lugar y tiempo, esta convocatoria a la ANC, írrita, como se ha evidenciado, pudiere servir para:

En primer lugar, ocultar el estrepitoso fracaso  de la gestión económica. Ya que, sea bajo la excusa que sea, no existen motivos para que luego de 18 años el venezolano sufra la mayor inflación del mundo, con la calidad alimenticia criminalmente en caída libre, con estándar de vida decreciente hasta lo miserable, con miles de empresas cerradas por falta de insumos o expropiadas y entregadas  a la camarilla partidista, con la anulación de la libre producción y competencia, con la espada de Damocles comunal pendiendo sobre el productor, el creador y el emprendedor, y con el malogro de todas las políticas tendientes a incrementar la producción y a controlar la inflación siquiera hasta niveles de sobrevivencia, incluyendo el fracaso de la política del reparto de cajas con alimentos,  cuyo acceso  es más difícil que al premio del detergente; ni se diga de unos tales “motores económicos”, que no arrancaron y jamás podrán hacerlo.

En segundo lugar, para escapar hacia adelante, dada la inminente derrota en los comicios regionales pendientes, debido a las deficientes gestiones de los gobernadores y alcaldes “bolivarianos”. El problema, para esos gobernantes regionales, es que su eficacia se mide en relación a las expectativas creadas por un proceso pretendidamente “revolucionario”, respecto del cual, de hecho, presentan grandes desfases. Es decir, el gobernante nacional dice una cosa y su gobernante regional hace otra. Por ejemplo, ante la presunta “guerra” económica, según lo afirma el Ejecutivo Nacional, los gobiernos regionales ni se han enterado, pues de lo contrario sería otro su proceder logístico y estratégico.

En tercer lugar, he aquí lo más grave, para destruir de una vez por todas el Estado social democrático de derecho y de justicia, conceptualizado sabiamente por la constitución vigente, y sustituirlo por un Estado comunal.  Siendo ambos estados conceptualmente antagónicos, ya que responden a criterios políticos, jurídicos, sociales, culturales, filosóficos, epistemológicos y axiológicos, que plantean al ser humano, su ser individual, su ser social, su cosmovisión y, por ende, su actitud existencial, desde perspectivas contradictorias y excluyentes.


ESTADO COMUNAL  VS ESTADO SOCIAL DE DERECHO Y DE JUSTICIA

En concreto, lo que disecciona políticamente a Venezuela hoy en día, es el dilema entre esas dos perspectivas existenciales, que, como se  ha dicho, se expresan en sendos modelos de Estado, el comunal y el democrático de derecho y de justicia.

Para el Estado comunal, el ser humano es objeto de la historia. El individuo está mecanizado materialmente a la historia que lo determina existencialmente, situación de la cual sólo puede liberarse revirtiendo, revolucionando, el orden natural, social, de las cosas, tomando conciencia de su condición objetual, vasallo, proletario, obrero, pueblo, para hacerse sujeto constructor de su propia historia. Este individuo ha sido escindido históricamente en dos seres (clases): El privilegiado, explotador, usufructuario del poder; y el oprimido, débil, pisoteado por el poderoso y por la toda la estructura social conformada para sustentar ese estatus quo. Así pues, luego del enfrentamiento inevitable entre las clases sociales, el nuevo orden social será justo, igualitario y pacífico, gracias a la voluntad del súper individuo, colectivizado por la conciencia de clase, dueño y señor de su ser, monarca de sus pasiones, emperador de sus antivalores y  soberano de sus creencias, él será Dios. Al final, la historia no es sino una farsa ontológica, con fecha de caducidad. El individuo objeto es pueblo y el pueblo, consciente de sí, es colectivo; por lo que el ser individual no tiene espacio vital posible. El individuo es objeto por determinación histórica y sujeto por su voluntad, de la cual emana todo, por tanto, le  basta el querer para poder; él es esencialmente voluntarista. Siendo esa voluntad plena de poder, una conclusión histórica justa, y en consecuencia, verdadera; luego, no admite contrarios, pues entonces la misma dialéctica, ya superada, la negaría como verdad, y no  siendo verdadera no es plena, y por ende, resultaría nuevamente oprimida. Es decir, ese individuo, redimido de la historia, aliena su conciencia hacia el colectivo, avasallado otra vez en su uno, por un de todos que no es de nadie. Ese ser ido de si, con su lógica existencial excluyente y en conflicto perenne, dueño de la verdad revelada por la historia y sin el sosiego existencial de no alcanzar la “utopía”, es contrario a la diversidad de la democracia, que construye lo verdadero desde el todos; no tolera la alternabilidad, porque es impedimento para alcanzar su nirvana, la sociedad comunal; y, por consiguiente, le estorba la institucionalidad, que le entraba la hegemonía de su verdad en la sociedad.

Para el Estado democrático de derecho y de justicia, al contrario, el individuo es sujeto de la historia, él no la sufre o padece hasta un hasta qué, sino que la vive, la sufre, la goza, la llora, le canta, desde siempre y por siempre. Su ser no se escinde en dos por una historia cruel, al contrario, se hace más uno con el devenir existencial histórico. Él hace la historia y la historia lo construye en su humanidad. Él se sabe vasallo y señor, por eso, su lucha no es contra el otro sino contra sí mismo; por eso, el dilema no es material sino espiritual, por eso, no pretende el absurdo de extinguir al otro para ser en plenitud, ni abandona su ser para ser colectivo, pues es desde la plenitud del uno que se construye la riqueza del todos. Él se sabe expresión diferenciada de un ser humano social, que lo trasciende en la potencialidad de ser y en espacio y tiempo, que lo integra holística y sinérgicamente al todos, mediante la estructura sistemática de la institucionalidad. Él no tiene la verdad, la busca con el otro, la construye entre todos. La incertidumbre es su motor. Él necesita de la diversidad su complementariedad y riqueza existencial. Él, en cuanto sujeto histórico es pueblo, y en tanto sujeto de derechos, es ciudadano. Él no persigue utopías, pues su utopía es su humanidad, y él la posibilita en su aquí y ahora, es su responsabilidad histórica y su derecho humano.

En conclusión, el Estado democrático de derecho y de justicia, política y ontológicamente, con todos los problemas que pudiere tener, que son tan diversos, complejos  y contrastantes como lo es el ser humano, es la única vía para avanzar hacia la justicia, igualdad, solidaridad y la paz. No existe alternativa posible, la historia lo ha demostrado.


LA CONSTITUYENTE COMUNERA.

Por eso, resulta insólito, troglodita, insultante y  temerario que un grupo político pretenda imponer, por vía institucional, la hegemonía de su verdad, negando, de hecho y de derecho, al menos a la otra mitad del país, y desconociendo, a troche y moche, valores democráticos tan caros a nuestra cultura occidental.

Lo que ocurre hoy en nuestra patria, es la concreción de lo que se temía hace ya diecisiete años: que se impusiera la hegemonía comunal colectivizante por sobre la diversidad de la democracia socializante de lo humano. Afortunadamente el gobernante de aquel momento, de gran liderazgo  e impulsor de la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, no resultó tan torpe en política como se esperaba, pues la Constitución promulgada es políticamente muy equilibrada, lo cual es requisito sine qua non para la estabilidad y paz de toda república democrática.

Pero de cuatro años para acá, con llegada al poder de los sectores más radicales y fanatizados, aquellos temores han retornado, con el agravante de que éstos, ni por asomo, cuentan con el liderazgo y el apoyo electoral de aquel gobernante, ni tampoco tienen su visión estratégica política.

De allí la necesidad de establecer lineamientos generales de acción para contrarrestar, con la mayor eficacia posible, semejante peligro que se cierne sobre nuestra patria.  En el entendido de que, si no se conoce el trasfondo ideológico de esos actores políticos, y si no se está claro de lo que está en juego y de cuál es la responsabilidad política de cada quien, cualquier acción para enfrentarlo resultaría torpe e ineficaz.


LA INEFICACIA TIENE NOMBRE…

No puede quejarse el factor político que gobierna, de no haber tenido oportunidades para  desarrollar una excelente gestión dentro del Estado democrático, que su trasfondo ideológico tanto aborrece, pues las ha tenido todas. Dieciocho años mandando desde el Poder Ejecutivo, el haber sido mayoría en la ANC de 1999, casi todas alcaldías  y  gobernaciones bajo su control político, y  15 años con el control del Poder Legislativo, y todo lo que ello implica, amén de ingresos petroleros ni soñados por país alguno; constituye un fundamento político-social-jurídico-económico tan inmenso que alcanzaría, no para reconstruir una Europa, sino para hacer cinco nuevas, de paquetes.

Luego de todo ese vasto poder político, habría que solicitarles  que muestren uno, tan solo un municipio o un Estado que sea ejemplo indudable y definitivo de las “bondades” de su proyecto político. Es que no se comprende por qué no han sido capaces de presentar resultados integralmente concretos, en forma, modo, lugar y tiempo, y solo acciones aisladas o descoordinadas o descontinuadas.

No lo han hecho y no lo harán, no porque no lo quieran, si se presume la buena fe, sino porque su parafernalia ideológica no los deja. Si se pretende extinguir al otro, opuesto, en vez de complementarse con él. Si se apuesta a la personalidad de un “jefe”, y no a la  racionalidad de la institucionalidad. Si se gobierna a “pueblos” y no a ciudadanos. Si se sufre de miopía en lo social, y no se ve la sociedad en toda su complejidad y riqueza existencial. Si se disecciona la sociedad en dos partes irreconciliables, en vez integrarla, cohesionarla, hacia un propósito en común. Si no existe el apego irrestricto al estado de derecho. Si no se tiene a la ética como horizonte irrenunciable. Si no existe control respecto de la eficacia real del proyecto político, por sobre los intereses egoístas particulares. Si no se cree en la estructuración sistemática, holística, sinérgica, científica, teleológica y espiritual del acontecimiento social, y, por el contrario, se apuesta a la improvisación, a un “porvenir”” final” que nunca llega porque no puede ser final de nada. Si se reniega del conocimiento crítico y de su capacidad potenciadora de lo social, apostando por el voluntarismo autómata del colectivo. Si se niega la maravillosa capacidad creadora e integradora del individuo hacia su ser social, subsumiéndolo en colectivos, cuya lógica y racionalidad promediadoras, despoja al ser humano de su espíritu creador, descubridor, inventivo, sometiéndolo inexorablemente al absurdo de la media de la media del colectivo. Si no se reconoce y respetan los emprendimientos productivos, en tanto manifestación creadora, descubridora e inventiva del ser individual, y en cuanto expresión lógica, racional y espiritual de la complejidad del ser social humano, y solamente se ponderan las posibles perversiones de su carácter productivo material… Si todo ello  se junta, resulta imposible viabilizar cualquier proyecto político, al menos en nuestro planeta tierra.

El factor político en gobierno, luego de la aplastante derrota electoral en las elecciones  parlamentarias de diciembre  del 2015, sin considerar lo que no hubo hecho desde dos años antes, cuando arreció la espantosa crisis económica  y moral  que padece hoy la patria de Bolívar; en un acto ético-estratégico, de racionalidad política, ha debido entregar la conducción del proceso “bolivariano” a una dirección nacional, conformada por un grupo amplio  de los factores representativos de toda la izquierda del país, desde el centro hasta el extremo, y con un solo problema a desarrollar, en todos sus aspectos de modo, lugar y tiempo : ¿qué hacer?.  Sin embargo, todo continuó igual tras el  maquillaje tísico de algunos congresos aclamatorios, reuniones y del clásico habla que te habla…

Es que nomás en diciembre recién pasado, ha debido el actual gobierno, como tarea de resolución de problemas, conformar dos grupos de trabajo multidisciplinario, que en par de turnos durante todo el mes, desarrollaran una fórmula viable para lograr, como inicio, sí por sí, siquiera estabilizar y lanzar  a la baja, al menos ocho productos básicos; usando para ello, sin discriminación alguna, todo el conocimiento de la humanidad, todos los medios  científicos y tecnológicos disponibles en la actualidad y toda la fuerza y poder del Estado; y si no lo lograren, mejor les saldría a esa dirigencia política, renunciar y dedicarse a regar las plantas en el jardín de sus casas.

Los políticos asumen el poder para solucionar problemas, es decir, para darle viabilidad a la sociedad, no para rubricar cheques. Con puro buche y pluma no se puede gobernar. Si no se fundamenta la acción en el conocimiento, el país seguirá  al garete, en un océano de improvisaciones, de presentimientos, de excusas y de un voluntarismo crónico.

Retiraron a Venezuela de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos porque les estorbaba. Y se  terminan de retirar de la OEA, tras andanadas de insultos a la mayoría de países miembros. La verdad sea dicha, daba la impresión de que entre los representantes de esos países no estaba la ciudadana Canciller de Venezuela ante un foro internacional, sino  la niña traumatizada “cantándole sus cuatro verdades” a quienes considera los culpables históricos del asesinato de su padre. Muy elocuente y muy digna la canciller en su argumentación, empero, no era la forma ni el lugar ni el momento. Los cancilleres, más allá del gobierno que los titule, representan formalmente a un Estado, a una nación, a una patria, por ende, es de estrategia elemental “respetar” la formalidad para mantener el vínculo con ese trasfondo político-social-cultural que está por sobre cualquier gobierno de turno. Así como también es verdad, que los países de la región tienen gama amplia de argumentos para justificar su preocupación, pues los yerros políticos del nuestro gobernante son de palco, en otras palabras, si esos representantes lanzan pedradas, es porque tienen piedras… Y no vale refutar cuestionando la cualidad moral para lanzarlas, las piedras, pues no se trata de quién es más honesto, sino del ser ético como país bajo las circunstancias que sean, tanto para defenderse de los ataques injustos, como para aceptar las críticas fundadas. Cuán diferente habría sido si Venezuela tuviese resultados incuestionables de desarrollo y progreso que ostentar ante la comunidad internacional; o que, en la situación actual, siquiera hubiese acudido a la OEA digna y altiva pero en otro tono, y con la humildad para aceptar sus errores. Pero para eso se requiere un vuelco ideológico, que el que tiene la verdad agarrada por el moño, no puede dar.

Las expresiones del representante de Argentina ante la OEA, cuando se deliberaba sobre el destino de la CIDH son para reflexionar. Comentaba el funcionario, que durante la feroz dictadura del general Videla, la última esperanza, el pequeño tronco flotante del cual asirse, lo constituyó, con todas sus imperfecciones, errores y cuestionamientos, la CIDH, es decir, que nadie pondera lo que tiene hasta que lo pierde. Hace apenas 100 años, pensar en una OEA  o una CIDH  como las actuales, era utopía; actualmente  por supuesto le exigimos mucho más, entonces impulsémoslas, o al menos conservémoslas, mientras sean sustituidas evolutivamente, pero no las destruyamos.

Con algunos logros incuestionables, la gestión del gobernante se  le esfuma en una sociedad que le resulta inmensamente grande y compleja a su corta visión política, porque para pensar políticamente en grande, hay que mirar y valorar en  concreto al ser humano, en toda su riqueza y complejidad existencial. Sólo si se visualiza lo humano desde cada párrafo de su existencialidad, se podrá comprender el contexto del fenómeno social. Tiempo pide el gobernante, tiempo para qué y hasta qué, si en el mundo actual tan acelerado, el  tiempo es más que nunca su principal enemigo. Los cambios sociales, la utopía, es aquí y ahora.

Un país en donde, al cabo de 18 años de “revolución”, el billete de más alta denominación (100 Bs. hasta hace unos meses) alcanza apenas para comprar un caramelo, en donde incluso los billetes se compran, en donde la “borra” de café es revendida, en donde la mantequilla es base para jabón pintada y aderezada, en donde una pieza de pan es lujo, en donde los vehículos se desarman por falta de repuestos, en donde las carreteras son de huecos y el asfalto un bien escaso, en donde fallecen neonatos por centenas por falta de asepsia en los hospitales, en donde los medicamentos constituyen un privilegio, en donde la vida se esfuma en “colas” sin fin, en marchas con llegadas pero sin rumbo, en la tómbola del “beneficio” populista y  en rapiña y más rapiña sobre los alimentos y bienes que se pueda y alcancen para sobrevivir.  

Todo ello ocurriendo en un país que literalmente flota sobre petróleo; con riqueza minera inmensa; con mares, llanos, ríos, lagos y montañas; con productores, creadores, inventores, obreros, profesionales, artesanos, artistas, escritores, poetas, deportistas, cultores; con madres, padres, hijos, familiares, amigos, vecinos; con historia, mitos y leyendas; con poesía y cantos; con alegrías, tristezas, sueños, lamentos, añoranzas, esperanza y fe; con Constitución, leyes, garantías y Derechos Humanos; con pueblo y con Dios Todopoderoso.

Luego entonces ¿qué le falta a ese pobre país rico?

 ¡¡Ciudadanos¡!, le faltan ciudadanos.


Causas Perdidas

También, resulta insólito ver aquellas grandes causas de la izquierda, como el respeto irrestricto de la inmunidad de los parlamentarios, la representación proporcional de las minorías, el enfrentamiento de la corrupción, la violación de los Derechos Humanos por los cuerpos de seguridad, el respeto al estado de derecho y la abrogación del fuero militar para los civiles; echadas a la basura por quienes las reivindicaron desde siempre.


“El Talento sin Probidad es un Azote”

A todas estas, cabe preguntarse ¿Dónde se encuentran los intelectuales y juristas afines al gobierno, los sectores pensantes de  la izquierda sensata?  ¿Estarán de acuerdo con  esta locura política  de convocar a lo machimberra una ANC?

A modo de estudio e investigación, deberían los estudiantes de derecho, comunicación social, politología  e investigadores y curiosos en general, tomar observación a un quinteto de esos intelectuales y juristas, registrando sus afirmaciones  y argumentos en pro de la ANC, tal como se “convoca” y desarrolla, para así  comprender cómo ha sido que los peores desastres sociales devienen de “racionalidades” elaboradas  y de verbos sofisticados. También para entender cómo esos personajes, que le “halan” odas a acciones  políticas tan torpes;  en el devenir, cuando la evolución les pasa factura, inmutables afirman: “yo lo advertí”, “yo nunca estuve de acuerdo con eso”, “lo sospeché desde el principio”, cuando no el clásico: “la culpa fue del imperio”.

Comienzan  los juristas pro gobierno, con estocada a la racionalidad, sobreponiendo  el “espíritu del constituyente” al espíritu, propósito y razón de la Constitución. ¡¡Válganos Dios!! Toda obra escrita, se independiza del querer y voluntad del autor y adquiere su propia lógica, racionalidad y espiritualidad;  más aún la Constitución Nacional, por su significado político-social-jurídico y por las formalidades que la concretan. De tal forma que  el “espíritu del constituyente” fenece con la sanción de la Constitución, sirviendo el registro de los debates solamente como material de estudio y análisis jurídico-político-sociológico. La Constitución tiene su espíritu propio, es su cualidad fundamental, es por eso la norma matriz, ese carácter sustenta su estabilidad. Ahora sí, existe un espíritu cuyo escrutinio toda Constitución no puede evadir, por ser el “destinatario” de la Carta Magna: el espíritu de la sociedad, que la valora, la aplica, la reforma y  la cambia, conforme a su circunstancia existencial. De manera que, ese volcarse el espíritu constitucional hacia la sociedad, supone su revalorización ética desde cada momento existencial y, necesariamente, su actualización  o reespiritualización, pero conservando su esencia. Ese espíritu reespiritualizándose perennemente, a su vez deviene y conforma un gran espíritu histórico que resume principios, valores, conocimientos y creencias en común; siendo aquí en donde cabe el estudio y análisis del espíritu del constituyente, en cuanto manifestación del gran espíritu histórico, pero formal e irremediablemente separado del espíritu constitucional. En definitiva la Constitución es un acontecimiento cultural;  fundamentalmente estable y esencialmente dinámico, siendo de esos hilos, estabilidad y dinamismo, de los cuales pende la sociedad.

Dentro de su onirismo político, manifiestan también asombrados esos juristas e intelectuales, que no entienden por qué, por ejemplo, Chile todavía se rige por la Constitución aprobada y promulgada durante la última dictadura que gobernara el país. Tratemos de darles entendimiento: Los chilenos no cambian de sopetón su Constitución Nacional, porque simple y llanamente les funciona; mejor dicho, consideran que no existen condiciones político sociales para efectuar el cambio del basamento institucional del país, que significa la ANC, sin riesgo  evidente de generar graves perturbaciones en la sociedad chilena, que pudieran retrotraer un pasado reciente no deseado. Porque las constituciones estables políticamente, sobretodo deben ser per-ti-nen-tes, o sea, responder a un momento histórico, deberse a una aspiración evidentemente mayoritaria y ser convalidada por todos; y para ello, en nuestro caso venezolano, es de Perogrullo que su convocatoria y su entrada en vigencia, debe ser aprobada por el soberano. Un caso paradigmático de la pertinencia es el Reino de España, cuya constitución resulta en un híbrido si se quiere contradictorio y bastardo, y flagrantemente vestigial, pero al expresar en su texto integralmente a la sociedad española, en sus valores, en sus creencias, en sus aspiraciones, en su cultura y en su fe, ella cumple su cometido, en cuanto norma fundamental, de posibilitar el desenvolvimiento pacífico de la sociedad; algo muy caro para una nación que enfrentada por la intolerancia en guerra fratricida, vio correr, junto con la de millones de hermanos de patria, “la sangre de Ignacio”  y de Lorca sobre la tierra.

Esos casos señalados, también ilustran sobre la determinación entrópica en la configuración y reconfiguración de las sociedades, o sea, el orden y la paz, relativa, no son producto de síntesis dialéctica, determinante (en sentido causal) y finalista, no puede serlo nunca, sino que expresan el mejor equilibrio posible de los diferentes factores, principales y secundarios, que integran  el cuerpo social. Ahora, ese equilibrio de suyo es estable dentro de su inestabilidad inherente, es decir, su estabilidad es su óptimo natural, expresante de una dinámica probabilística que le da ese carácter de imponderabilidad  a lo social, en donde, hasta un insignificante cambio de algún factor puede transformar radicalmente la historia, cuyo desenvolvimiento pierde relación de causa con el acontecimiento inicial hasta conformar un nuevo estado de cosas dentro de la sociedad, en mayor o menor grado predecibles, pero no predeterminables; resultando que las constituciones participan protagónicamente en ese complejo fenómeno social, que la lógica y racionalidad puede simplificar en un lema existencial: tanta estabilidad como sea posible y tanto cambio como sea necesario; es decir, equilibrio y pertinencia.

Por supuesto que las constituciones no son perfectas y en sus textos hilan sofismas y en sus recodos cobijan gazapos, en tanto la dinámica social las amerita y las pasiones e intereses políticos las descalifican; pero su estabilidad debe estar por sobre todo ello, activando los mecanismos institucionales para sobrellevarlo, de lo contrario, el costo político, en términos de la estabilidad y la paz social, pudiere ser muy alto.


…Y LA TORPEZA APELLIDO

En cuanto a los factores de la oposición, parecen estar en competencia con el Gobierno  por el título del más torpe. Con mucho más seguidores y simpatizantes de lo que ellos creen; siendo seguro que ni están enterados, pues de lo contrario no actuarían como lo hacen, desperdiciando semejante capital político.

Lo primero que deberían hacer esos factores, si quieren constituirse en opción política viable, es  imponer el orden y neutralizar a los grupos extremistas, dejándolos en reserva, para aprovechar su fuerza de choque en casos de legítima defensa. Luego constituir un programa político democrático, de inclusión, conservando y ampliando expresamente los logros sociales, abandonando esa intención retrógrada tan torpe, para proyectar definitivamente su acción política hacia el devenir, dándose por enterados de que la sociedad exige planteamientos políticos inteligentes, lógicos, racionales, sensatos y sobre todo viables, que la reenamoren políticamente como lo estuvo hace dieciocho años.

Frente Unido por la Defensa de la Democracia

Si algo ha logrado la convocatoria írrita a la ANC, ha sido crear un movimiento político natural y amplio, que trasciende a los grupos opositores para constituirse en el gran  factor político-social de defensa del Estado democrático de Derecho y de Justicia, frente al Estado comunal que se pretende instaurar ilegítima e inconstitucionalmente.

Ese frente debe tener cuatro premisas fundamentales: Primera, ser lo más amplio, representativo y participativo posible. Segundo, constituir un instrumento de expresión política para un propósito determinado, la preservación del Estado democrático de derecho y de justicia, por lo que el aglutinante es la causa en común y no la filiación política, que se mantendrá a discreción de cada quién. Tercera, tomar irrestrictamente la resistencia pacífica como medio de lucha, en consecuencia, manejar a excelencia sus simbologías; por ejemplo, marchas de todas las religiones, en todos lugares, en todo el tiempo, confrontando a una ideología que ahora amenaza con hacer en Venezuela lo que ha hecho históricamente en el mundo: exterminar a Dios ; y si lanzaren sus piquetes armados a obstaculizarles el paso, pues allí se  detienen los marchantes, armados solamente con la fuerza de su causa y su fe, orando  por los represores (Imaginemos el significado de la imagen de la madre de Dios enfrentando a la barrera de milicianos armados hasta los dientes). Cuarta, la estrategia debe ser evidenciar la inconstitucionalidad de la convocatoria a la ANC, alertar sobre el grave peligro que se cierne el país y deslegitimar el proceso, con miras al referendo aprobatorio y eventualmente más allá; en el entendido de que cualquier Constitución creada por una parcialidad política, bajo el camuflaje que sea, no tiene viabilidad.

La suerte está echada. Los demonios del fanatismo e intolerancia están desatados en la patria de Bolívar. Los fantasmas del comunismo acechan nuevamente, ya sin fusil, ya con Constituciones, ya camuflados de demócratas, otra vez con su verdad anarquizante, enemiga de la pluralidad democrática y negadora del ser individual, de su libertad, de sus creencias y de su fe. 

Hay que sentir terror ante los criterios e intencionalidad manifiestos y soslayados de quienes ejercen el gobierno. No son temores infundados, la historia se lo ha hecho sufrir en carne viva al ser humano.

Definitivamente debemos darle sentido lógico a nuestra institucionalidad, conformar nuestro existir social bajo otra racionalidad  e integrarnos espiritualmente en nuestra  individualidad.

Nuestro fundamentalísimo problema como nación, es cultural.

El día que comprendamos como sociedad, lo mejor que podemos ser desde lo malo que somos, y actuemos en consecuencia; entonces estaríamos iniciando la más grande y auténtica revolución.


Javier A. Rodríguez G.

domingo, 14 de agosto de 2016

EL DESPROPÓSITO HACIA UN PAÍS

EMBER, LA CIUDAD EN LA OSCURIDAD

Ember es una ciudad subterránea, construida para albergar la raza humana durante los doscientos años que sus constructores estimaron tardaría en desaparecer la amenaza en su superficie, que pudiera ser por contaminación o por cualesquiera de las irracionalidades con que las sociedades humanas atentan en contra de su propia existencia. Cumplido el término de dos siglos, ninguno de los habitantes de la ciudad conoce el “exterior” de lo que es su “mundo”, que ya creen está en toda la posibilidad del que “tienen” y “viven”. Empero también la tecnología del suministro eléctrico, vital para una ciudad enclavada en la profundidad de la tierra, ha cumplido su vida útil, presentando fallas recurrentes que amenazan nuevamente a la raza humana con su desaparición total. La “salida” ha sido buscada sin éxito por algunos, dentro de los caracteres y situaciones propios de la trama, hasta que al fin una chica y su amigo descifran los códigos establecidos por los “constructores”, y así, luego de un riesgoso paso por un rio subterráneo, logran salir a la superficie; con la particularidad de que lo hacen en una noche fría y oscura, lo cual los decepciona, lo contrario de lo que buscaban. Sin embargo, sus ojos, sus sentidos, sus conciencias, no tienen capacidad de procesamiento para las estampas maravillosas que pincelaban las primeras luces de alba de aquel “mundo” desconocido…

La moraleja de esa obra cinematográfica, que recuerda el clásico “Mito de las cavernas”, de Platón; más allá del chiché, literal, de la “luz al final del camino”, o de que “siempre existe una luz”…, radica en cómo los grupos humanos, ya por intereses de todo tipo, ya por simple inercia, se aferran irracionalmente a lo dado, aún cuando ello atente en contra de su propia sobrevivencia, sin abrirse a la posibilidades del cambio. En cómo la predestinación fatalista y el determinismo histórico, que al final de etapas históricas se contraponen al cambio, pueden anquilosar y llevar a la autoextinción de las sociedades. En cómo de la toma de conciencia surge el conflicto social, y de éste nace el cambio, pero no en síntesis sino en disyuntiva existencial; pues la “luz”, en este caso,  no señala en fin de camino sino el principio de uno de los tantos que se configuran y reconfiguran dilemáticamente en el transitar evolutivo de la humanidad.

En fin, es desde la toma de conciencia, movida por el film comentado, necesaria al cambio social y finalmente inevitable, aunque no siempre útil ni efectiva, pero que desde su expresión racional siempre debería ser suficiente para no perder la esperanza ni la fe; lo que volcó el sentido de estos párrafos.


LOS ORÍGENES

Luego de una cruenta guerra independentista de lo que desde hacía apenas algo más de 50 años constituía la Capitanía General de Venezuela y dentro del marco internacional de la caída del reino español en manos de la Francia neoimperialista, recién salida de la fracasada primera república, guerra iniciada, comandada y finalmente usufructuada , en forma de república, por el mantuanaje oligarca, ya metamorfeado en burguesía; el país se sumió en los enroques de poder entre una retahíla de caudilluelos que se disputaban a muerte el título del más mentiroso, del más torpe, del más guapetón y principalmente del más pendejo. Mientras tanto, y pese a ellos, el país evolucionaba soterradamente, hasta que las volteretas del machete del Maisanta o del Hernández, el Mocho, no eran más que bufonadas ante la nueva Venezuela que les estallaba en las fauces, o peor dicho, en las faces del caudillismo decrépito. Circunstancia que fue aprovechada por el último de la camada, tildado “Benemérito” por delante y “Bagre” por detrás, para instaurarse en el poder durante tres décadas hasta su muerte.

Luego los enroques, las medias tintas, las hipocresías, las vacilaciones, los oportunismos y la esperanza de un pueblo ya sin grillos en los tobillos pero todavía en sus conciencias; configuró casi tres décadas de indefinición política, en donde no se distinguían los buenos de los malos, ni los honestos de los deshonestos, ni los valientes de los cobardes, ni los ignorantes de los sabios, sino simplemente prevalecían los intereses en pugna por un poder desde 1810 prostituido bajo el pretexto republicano, ora al poder del terrateniente, ora a la voracidad del líder independentista, ora al caudillo de turno, ora a los demagogos intelectualoides del 28, ora a las nuevas camadas de militares “profesionalizados” en las “artes” de su oficio y también en la forma de hacerse del poder del Estado. Culmina esta época con el dictadorzuelo fascista huyéndole a la historia, que desde hacía rato pugnaba por sepultarlos, cuando escapaba en vaca sagrada de su conciencia, “pertinaz testigo” de las atrocidades cometidas.

De seguidas nace la república democrática, cargada de promesas, de esperanzas y de fe, con grandes obras y  proyectos sociales inimaginados por aquellos ciudadanos de nombre pero vasallos feudales de conciencia, empero, precisamente por eso, con una falla estructural, arrastrada en su genética política: el inmenso distanciamiento social entre los pocos que proclamaban la república y exaltaban el Estado, y las inmensas mayorías ajenas históricamente del concepto de república, y para quienes el Estado no significaba más que la omnímoda voluntad del caudillo expresada en un “gobierno” que, como aquellos, imponía y “daba” . Y a eso se fue acostumbrando el pueblo, a la arbitrariedad y a las dádivas del gobernante de turno, quien, merced a un poder sin los debidos y efectivos contrapesos sociales, progresivamente se fue corrompiendo hasta los linderos mismos de derrumbe total del estado de derecho. Cada día más arbitrario y corrupto, con el circo en irónica bufonada y el pan en mengua creciente, la suerte de la estructura política nacida de la esperanza, fe y espiritualidad de un pueblo, tenía su suerte echada.

Agravado todo ello porque el factor llamado a contrarrestar la estructura política definida por el “pacto de punto fijo” , dogmatizado  y alienado a criterios o posturas filosófico políticas y sociológicas obsoletas, torpes, parcializadas o mal interpretadas, y gracias al margen de acción que le permitía la democracia, con todos los peros que se le pudieren poner; cayó en el absurdo de pretender hacer una revolución sin pueblo, en la que la lucha obrera constituía solamente una fase de procesos sociales históricamente preconfigurados, por lo cual, tanto la conciencia como la voluntad en definitiva no son libres, sino que deben corresponderse a esa determinación histórica; de tal forma que la lucha obrera, fundamento de las luchas revolucionarias de la izquierda tradicional, al final es mera reacción instintiva históricamente condicionada e ideológicamente delimitada, siendo que en definitiva la llamada conciencia revolucionaria no resulta en algo más que el nivel o grado de sometimiento irreflexivo a los dogmas revolucionarios, relegándose la polémica al cuantun de esa conciencia, es decir, de quién es más revolucionario, y a ello debe restringirse el pensamiento crítico, a las formas, pues ante el fondo o fundamento, al estar predeterminado históricamente, lo que corresponde es someterse irrestrictamente a sus designios, revelados por los “iluminados”” y preservados, interpretados y ejecutados por los grupillos o líderes revolucionarios, llamados por la providencia a posibilitar el último estadio de la evolución de las sociedades humanas, la sociedad perfecta, la sociedad comunista. Al final, como era de esperar con tales aberraciones de la racionalidad humana, resulta necesariamente un entramado ideológico sin sustento, no digamos ontológico, axiológico, epistemológico, antropológico, histórico, sociológico…, sino simplemente en lo humano, en el sencillo pero a la vez complejísimo significado de su ser; en las infinitas posibilidades de su existir; en su libertad, conciencia y voluntad, que desde principios y valores rectores constituyen la posibilidad de toda posibilidad evolutiva de lo humano, por sobre cualquier ideología o credo que pretenda cercarlos y avasallarlos al despropósito absurdo de mutilar su individualidad para encajarlo dentro de un “todo”, sociedad comunal, que sin individuos carece de creatividad, de amor, de odio, de pasión, de valores, de antivalores, de justicia, de injustica, de igualdad, de desigualdad, de caridad, de egoísmo, de verdades, de mentiras, de certidumbres, de incertidumbres, de conocimiento, de ignorancia, de incredulidad, de desasosiego, de esperanza y de fe; quedando solamente el enunciado de una sociedad no posible, de humanos pero sin seres humanos, una sociedad tan falsa como falaces resultan las luchas que la enarbolan.   

Respecto de la mitificación de las luchas armadas guerrilleras de los años 60, 70 y parte de los 80, habría que ponerlas en su justo y sincero lugar histórico. Porque es verdad que los Estados, alegando su “legítima defensa” ante agresiones armadas subversivas con el ánimo de tomar el poder por vías de la fuerza, llegan al extremo de violentar los derechos y garantías constitucionales y los derechos humanos de los involucrados; pero ello no elimina el hecho cierto, sea cual sea el motivo, de que existe una agresión al orden constitucional, ante lo cual todo Estado está obligado a actuar. Por lo que resulta insólito que los “subversivos” se quejasen de que el Estado venezolano los persiguiese para someterlos, porque “ellos solamente querían el cambio de gobierno” ¡¡fusil en mano!! De la misma forma, los ataques a los pequeños comercios, el destrozo y quema de los vehículos de particulares y de transporte público y la afectación a la paz ciudadana, amén de los secuestros de personajes “repulsivos” representativos del capitalismo, según esos grupos subversivos, constituían meros “daños colaterales”, contra los cuales el gobierno  constitucional no tenía legitimad para actuar, y si lo hacía, entonces se quejaban de ser “perseguidos”.

En ese sentido existe un caso patético: El gobierno actual y los grupos de la izquierda tradicional organizando actos en conmemoración del asesinato de una joven revolucionaria de “aquellos años de luchas”. Así, ante todo el centimetraje periodístico respecto de la “luchadora mártir”, la curiosidad, la sensibilidad ante las violaciones de los derechos humanos y la suspicacia respecto de la veracidad de los acontecimientos históricos, generalmente pintarrajeados de falacias intelectualoides, llevó a investigar  los acontecimientos históricos reseñados, revelándose las siguientes perlitas, conforme lo contado por sus propios compañeros de operaciones: El día de su muerte, la susodicha, a la sazón estudiante universitaria,  se desplazaba en un vehículo tipo volkswagen, en compañía de varios sujetos, con el propósito de ¡lanzarle una granada a la sede de cierta embajada!. Ya en el sitio, ella y uno de sus acompañantes se bajan del vehiculó, granada en mano, decididos a concretar su cometido, siendo repelidos por los funcionarios de protección de la sede diplomática, ante lo cual el compañero retorna al carro, pero la susodicha es alcanzada por un disparo. Los compañeros logran escapar con la mujer gravemente herida. Empero los conjurados revolucionarios no se las juegan todas por la camarada, buscándole asistencia médica a costa de su propia seguridad e integridad física, sino que, lo muy valientes la dejan en la calle recostada a las puertas de su residencia.

Sin entrar en mayores consideraciones acerca de la cualidad revolucionaria de aquellos “camaradas”, o la ponderación ética sobre el propósito de esos guerrilleros urbanos, al atacar tan miserablemente objetivos civiles, lo cual sin lugar a dudas hoy sería calificado de acción terrorista por todos los gobiernos democráticos del planeta; la verdad es que en todo caso la susodicha guerrillera cayó en una de esas acciones de lo que para ellos eran sus luchas; pero plantear su muerte como asesinato, resulta en reverendísima mentira y en afrenta al personal de la embajada que legítimamente se defendió del ataque y a los “inocentes” que por “suerte” se salvaron de aquella agresión, a quienes al parecer los grupos de la izquierda tradicional no les reconocían el derecho a sus vidas, ni siquiera a defenderlas legítimamente, sino que, según la predestinación histórica, apenas aportaban la sangre que expiaría los pecados del capitalismo.

Ahora, sí, es cierto que muchos  de aquellos ciudadanos alzados en armas en contra del Estado constitucional fueron torturados y  asesinados, pero ello no justifica en absoluto la conducta delictual que ameritaba la acción represiva del Estado, siempre dentro de los límites del estado de derecho.

El problema de la izquierda tradicional radica en su ideología distorsionada, en la aberración de sus conceptos, en su interpretación parcializada de la historia, en su valoración insuficiente de lo humano, en el corto significado político que le asigna a la sociedad, en la miope visión del ser humano y de su interacción con el todo del universo, de su integralidad existencial, en la incomprensión de los límites evolutivos de la racionalidad humana y en su negación de que lo humano, más allá de lo racional, expresa una cualidad espiritual que lo enlaza con el semejante, con cada ser viviente, con su medio ambiente, con la fuerza creadora del universo, con Dios.

En ese ambiente, las aberraciones y degradación paulatina de la república puntofijista,  llevó a una insurrección popular reclamando justicia y la eficiencia y eficacia del Estado. Era la conciencia política del venezolano que se había despertado, y los políticos en el poder ni cuenta se habían dado. Luego un grupo de militares de rango medio trataron de cabalgar desde un golpe de Estado ese descontento creciente de los inmensos sectores populares ante la ausencia del pan y del poco circo que el depauperado Estado podía ya brindarles; pero se estrellaron contra la conciencia de un pueblo que no deseaba gorilas de oliva peleándose las lonjas del poder.

En 1998, el ascenso al poder por sufragio libre y secreto del líder principal de la fracasada asonada militar, determina el período llamado por ellos de la  “quinta república” o “revolución bolivariana”, que mutatis mutandis dura hasta los días que corren.

En verdad el líder militar de la revolución bolivariana fue producto de las circunstancias históricas que lo configuraron políticamente y le conformaron la plataforma social para el establecimiento de su proyecto político, caracterizado por su sincretismo, mejor dicho, por su yuxtaposición ideológica, generalmente desordenada  y a veces flagrantemente contradictoria, con errores estratégicos insólitos para esas alturas de la acción política, con los prejuicios propios de la izquierda tradicional, cuya influencia no le ha permitido configurar personalidad revolucionaria propia, eficiente y eficaz, y con una contradicción fundamental que ha prevalecido hasta el presente y que constituye el talón de Aquiles del proceso revolucionario: ser anticapitalista en lo social y capitalista salvaje en lo económico. En verdad las circunstancias político sociales no daban para más, o se actuaba con lo que se tenía y podía, o el país caía definitivamente en el caos.

El significado político de esa etapa histórica, e incluso del líder del proceso bolivariano, tiene su explicación y justificación histórica en la figura de Lucio Quincio Cincinato.


EL CASO Y ETAPA “CINCINATO”

Las sociedades humanas son esencialmente inestables, injustas, desiguales y anárquicas, tal como lo es el ser humano que la integra. Ahora, a la par el ser humano manifiesta una racionalidad hacia la estabilidad existencial, hacia la justicia, hacia la igualdad y hacia el orden; por lo que, precisamente, ese constituye el quid de la acción política, deslastrarse la sociedades de esa impronta negativa, auto destructiva, para concretarse, posibilitarse en toda diversidad y potencialidad.

De esa forma se han configurado diversas estructuras políticas para viabilizar la coexistencia pacífica de los grupos humanos. Al respecto los romanos hicieron un aporte fundamental, al configurar la sociedad en república, la cosa de todos, pero con la originalidad de someterla metodológicamente a una voluntad expresante pero trascendente a la de cada individuo, la autoridad de la ley. Empero lo más trascendental de esa monumental obra romana, no radicaba en la estructura legal en sí, sino en el espíritu colectivo racional hacia la posibilitación de lo social, y por ende, en la progresividad que implicaba el deshebrar conceptualmente esa tosca estructura  política nacida desde el pragmatismo de labriegos que cuestionaban y buscaban mejores formas existenciales del ser social, hacia la conformación de la ciencia jurídica. Por ello, cuando en los estertores del impero romano, Justiniano compendiaba las leyes en el magistral Corpus Iuris Civilis, tratando del salvar el imperio; no entendía que toda esa portentosa obra jurídica  era tan sólo cascarón a una sociedad romana que desde hacía muchísimo tiempo se le venía extraviando la racionalidad y espiritualidad hacia la autoridad de la ley. Porque lo jurídico es expresión política, y al final no es sino una manifestación social. Por eso, obviamente, lo jurídico está subordinado a lo político, y ambos deben tener como su razón de existir la sociedad.

Y en esa acción política, en las circunstancias en las cuales las estructuras políticas de la sociedad republicana se resquebrajaban, amenazando por destruirla, los romanos crearon la figura política del “Dictador”. Es decir, un personaje que se investía de todos los poderes de la república, y a cuya voluntad todos los ciudadanos se sometían hasta que la estructura republicana recobrase su “normalidad” funcional, momento en cual el “Dictador” se hacía indeseable y contrario al correcto funcionamiento republicano. Siendo el arquetipo de esa figura política Cincinato, un labriego que a pedido del senado romano asumió todos los poderes, hasta que la república retomó la hilaridad institucional, momento en el cual Cincinato reconoció y se sometió al mandato a plazo que le hubo sido otorgado, retirándose a sus labores habituales de labranza…

Más allá del valor del ejemplo ético de Cincinato, están las circunstancias políticas que conforman lo que podemos llamar el “caso Cincinato”, pues, mutatis mutandis, esas circunstancias se producen repetitivamente en la evolución existencial de las sociedades humanas, que pueden llegar a simplificar su institucionalidad al extremo de casi eliminarla, como opción para el logro de sus fines, siendo una tendencia natural, instintiva de sobrevivencia, que se genera incluso en pequeños grupos humanos a los más diversos propósitos o emprendimientos.

Es que el señor feudal, y el mismo monarca, no eran sino la instauración, extensión y hasta perversión del caso Cincinato, y como tales tuvieron sus etapas de necesidad, de pertinencia y eficacia, de declive y de conflicto con el fluir institucional que manifiesta el espíritu de las sociedades humanas. De igual forma, los grandes liderazgos políticos no son sino patentización del caso Cincinato. Bolívar no solamente fue un Cincinato en el hecho que lo engendró sino también en la acción ética. Pero también Páez, Mariño, Piar, Boves y todos aquellos liderazgos con peso específico propios, fueron Cincinatos en sus expresiones concretas. La Gran Colombia nació de un caso Cincinato. De lo mismo es ejemplo las tres décadas de Gómez en el poder, pues el “gendarme necesario” en su fundamento es un Cincinato. Y finalmente, para la hilaridad de lo que se trata en estos textos, el inmenso apoyo popular de la estructura política nacida del pacto de punto fijo, respondía a la versión “democrática” moderna del caso Cincinato; que se renovó hacia otra expresión política con ascensión al poder de la llamada revolución bolivariana. Porque las revoluciones al final no son sino expresiones, parciales o plenas, del caso y etapa Cincinato.

La moraleja del caso Cincinato radica en comprenderlo políticamente y ubicarlo y ubicarse históricamente respecto de él; de manera de actuar conforme a sus factores de necesidad, pertinencia y eficacia, abriendo así cauces para el fluir institucional. De lo contrario, toda acción política que extralimite esos factores, está condenada a la desestabilización progresiva y finalmente al derrumbe estrepitoso. Le ocurrió al pacto de punto fijo, cuando la torpeza política y la perversión de la estructura institucional no les permitieron comprender ni actuar conforme a las circunstancias históricas. Y le está pasando a la revolución bolivariana, por situaciones que de seguidas analizaremos.  

La cuestión es que toda la inmensa fuerza electoral y política que marcó el fin de la etapa puntofijista y el comienzo de la llamada “revolución bolivariana” expresaba el clímax de la búsqueda de la sociedad venezolana de un Cincinato que manejara las válvulas sociales de alivio a las grandes conflictividades de pronósticos reservados que ya desde el año 89 se presagiaban. Y eso han debido tenerlo claro los gobernantes electos, que estaban dentro de una etapa con fecha de caducidad, a partir del cual, el poder del gobernante, sin los controles institucionales y dependiendo en su funcionamiento de una voluntad, dejaría de servir al propósito de orden, estabilización y de paz, y comenzaría a pasar factura en cuanto a la ineficacia progresiva que implica el andamiaje institucional del Estado desmontado hacia una intención reestruturadora  que tenía sus lapsos y etapas específicas.

De tal forma que para  el año 2008 ya la etapa caudillezca o de “dictadura democrática”, conforme al caso Cincinato, llegaba a su fin,  es decir, el periodo de prevalencia de los criterios y voluntad del individuo debía dar paso a la etapa de pluralidad de ideas, de visiones, de proyectos, de perspectivas, de opciones, de alternativas, al imperio del Estado y de sus instituciones.

Tan es así, que por esa fecha ocurrió un hecho, si se quiere banal, pero que patentiza las nuevas exigencias que nacían dentro del cuerpo social. Y es que por vez primera en diez años un Ministro intervenía por televisión por un minuto seguido sin ser interrumpido por el Presidente de la República. Luego comenzaron los del gabinete incluso a exponer cortas ideas pero completas y hasta a dirigir pases televisivos… Esto no era “gratis” sino que respondía a un efecto de agotamiento de la etapa Cincinato, que ya se evidenciaba en el decaimiento de la eficiencia de las acciones del gobierno, que por imperativo político e histórico debía, tenía que pasar a otra fase.

Empero esto no lo comprendió el gobernante desde su verdadero trasfondo político sociológico histórico axiológico y ontológico, sino  que, eso sí, consciente de sus efectos,  enmarcó esas circunstancias dentro del entramado ideológico marxista leninista, auto proponiéndose una nueva etapa de rectificación, "las tres erres”, con la premisa fundamental de la eficacia.

El problema es que esa rectificación para ser efectiva requería del desmoronamiento definitivo del carácter fundamental de la etapa Cincinato: la sustitución efectiva de la voluntad del gobernante por la voluntad del Estado, es decir, pasar de la “dictadura” del individuo a la “dictadura” del Estado y su institucionalidad. Circunstancia transicional que se agravó por la enfermedad y muerte temprana del líder del proceso revolucionario; situación que coloca históricamente ante una nueva etapa de la revolución bolivariana, de cuya ubicación y comprensión política iba a depender el futuro inmediato y podría decirse que definitivo de proyecto político ascendido al poder en 1998.

Es que, aunque pudiese sonar duro a los oídos de algunos, el fallecimiento de su líder le abrió al proceso bolivariano las puertas hacia la nueva etapa que la realidad político social le imponía, y que se ha señalado supra. Pero insólitamente no ocurrió así, pues los sucesores del líder, básicamente conformantes de una tetrarquía, se empeñaron en forzar la vigencia de la etapa Cincinato, en perjuicio del liderazgo colectivo y del fortalecimiento del Estado y de su institucionalidad, como condiciones sine qua non para posibilitar eficazmente el proyecto revolucionario dentro del cuerpo social. Al contrario de ello, trataron de emular al líder en su visión providencial de la historia, en el carácter excluyente de su voluntad, providencial y tutelante de las mayorías huérfanas en conciencia y en criterio para determinar por sí solas su porvenir; caracteres funcionales dentro de la circunstancias político sociales que conforman al líder mismo, pero torpes fuera de ese marco histórico. Craso error que ha significado la progresiva devaluación política del proceso revolucionario.

También cabe significar que desde esta nueva etapa de la revolución bolivariana, luego del fallecimiento de su líder, se han producido significativos cambios conductuales contrarios a la linealidad conceptual hasta esa fecha. Desde el nepotismo sin disimulo hasta el descuido casi criminal de la seguridad alimentaria y de salud en beneficio de pretenciosas obras materiales, que indican el nulo sentido de las prioridades existenciales de la sociedad y el divorcio conceptual con el significado pleno del ser humano.


CRISIS DE CRITERIOS

De esa forma. en medio de la crisis económica más grande en la historia republicana de esta tierra de Dios, recién se ha reinaugurado el teleférico más alto y largo del mundo, faustuoso anuncio que lució como bofetada a los millones de ciudadanos desesperados que, acorralados entre la especulación, la inflación y la desidia del gobernante, deambulan por las calles en procura del alimento o medicina, sin saber si, no para la semana siguiente ni para el sol que viene, sino para comida próxima, tendrán algo qué llevarse a la boca; o si no alcanzarán a ver el amanecer por la falta del medicamento, que en cualquier país medianamente eficiente se conseguiría en la botica de la esquina. La desesperanza más abrumadora y el desasosiego más peligroso, caracteriza al venezolano de estos tiempos confusos.

¿Cuántos nos hubiésemos conformado con mirar el Pico Bolívar de lejitos, con tan sólo tocarlo con las puntas de nuestros dedos, pero sí ver los hospitales con medicinas y alimentos en las mesas de los venezolanos? ¿Cuántas vidas se habrían salvado, cuántos niños andarían hoy felices, llenos de nutrientes como de esperanzas y vida, con tan solo el costo de algunas hebras de las guayas que sustentan la faraónica obra?

Es que la aventura existencial del ser humano sobre este trozo de roca en el que coexistimos ha estado signada por la angustia de procurarse el alimento y de curarse de la enfermedad que lo acecha en cada momento. Pudo vivir durante cientos de miles de años en cuevas y también logró escalar las montañas con sus pies, y a las que no alcanza físicamente las conquista con pinceles, versos y cantos; pero sin alimentos no dura más de veinte días. Desde hace un siglo es que la humanidad ha tenido estabilidad alimentaria, aunque paradójicamente mueran millones de seres humanos por falta de alimentos; pero lo cierto es que cien años apenas tiene la humanidad, en términos generales, comiendo a tiempo, suficiente y relativamente bien. Es uno de los milagros de la modernidad. Luego entonces ¿Cuál ha de ser la prioridad de cualquier gobernante?  ¿Será necesario ser un genio de la política para percatarse de tal elementalidad?

-Deme cien bolívares de pollo- dijo la anciana con su pequeño nieto a la derecha mientras con la “siniestra” entregaba al dependiente temblorosa el billete con Bolívar (no el de las batallas sino el de las desgracias de su país) agregando -Yo ya estoy muy vieja pa’llevar vainas en las colas del gobierno, y la pensión no me alcanza pa’ná-  Con tristeza, más que con rabia con tristeza, a la mujer, llena de años y menguada de vida, la dignidad solamente le goteaba porque ella la contenía, era lo único que le quedaba. Mueren las ideas, se extinguen doctrinas, fallecen ideologías, pero la dignidad no se la quita nadie. Porque mi dignidad es mía, seguramente ella diría. ¡¡Una alita le dieron a la mujer y al niño!! Ni la otra siquiera para alzar vuelo y contemplar desde lo alto a su patria, tan hermosa tan grande pero tan distante. Quizás cuando muera, en un lugarcito de su madre duerma, a eso tan sólo aspira, eso es lo que le permiten los que se la robaron. Y no se trata de colores, de promesas, de labia o de ideologías; es que la patria es tan simple, la patria es el niño, el hombre y la mujer que la construyen día a día, porque la patria es madre pero también es hija, hija de la vida.

Esas son las estampas tristísimas y miserables que pintan las atroces crisis económicas como la que padece la patria nativa de Bolívar. Es que no existe motivo ni excusa ni justificación alguna para las condiciones infrahumanas en las que vive el venezolano hoy en día. En un país con una de las más grandes reservas petroleras y de gas del mundo, ver la “bombona” vacía como sus esperanzas, al hombro de hombres y de mujeres, o postada a la vera del camino, acompañada del clamor, cuando no de la rabia, de que se la llenen con el gas que guarda la madre tierra en sus entrañas, pero que termina en otras naciones puntualmente y a precios “solidarios”. Es que aún cuando al final de sus viacrucis logren que les repleten el envase, sus conciencias se vacían cada día más de, esa racionalidad hacia lo del Estado, de ese sentido de propiedad hacia los bienes comunes, que arrastra a su cuido y protección, y , por ende, de la exigencia de la responsabilidad, eficiencia y eficacia del Estado; cayendo la sociedad en una peligrosa situación de anarquismo generalizado, en el pandemónium del ciudadano mendigante y rapiñero, de la huida generalizada a ningún sitio, del sálvense quién pueda y como pueda, del imperio del anti Estado, del despropósito histórico, racional y espiritual hacia un país, hacia una nación, hacia una patria.

Pero es que si continuásemos con la descripción del anti país, no bastarían los gigabytes de data que le asigna Google a este blog. La inseguridad, cruelmente impulsada desde una administración de justicia configurada por y para la impunidad, para la represión injusta del ciudadano, para menguarle a éste, por vías de hecho y de “derecho” enrevesado, sus derechos y garantías  constitucionales y sus derechos humanos a su mínima expresión. Un gobierno que no  se preocupa, ni le interesa, ni le conviene, que sus cuerpos policiales estén, como debe ser, al servicio de la justicia, de la comunidad, de la paz, sino que solamente sirvan al propósito de “salvaguardar” al proyecto político de turno, permitiéndoles y encubriéndoles cualquier tipo de tropelías, y concediéndoles una autarquía  funcional criminal; cayendo así en contradicción fundamental: Conformar un país sin derechos, una nación sin garantías, un Estado sin ciudadanos y una patria  llena de ideologías, de palabras vacías y de comuneros, pero sin seres humanos.

Es que hasta en los pequeños detalles, situaciones “banales” si se quiere, se demuestra  la arbitrariedad institucionalizada del Estado, secuelas atávicas de las represiones a los grupos insurgentes de los años sesenta. Resultando indignante, a diez y seis años de gobierno izquierda “socialista”, ver alcabalas improvisadas, fuera de la ley, cometiendo impunemente todo tipo arbitrariedades, como en los viejos tiempos del puntofijismo, incluso con los mismos procedimientos, obligando al ciudadano a decirles su origen y destino de movilización, como si de un “subversivo” se tratase, y si éste les recuerda  e invoca su derecho y garantía al libre tránsito por el territorio nacional, las represalias no se hacen esperar; o inquiriéndolo a manifestar si trabaja o no trabaja, como si estuviese vigente la ley de vagos y maleantes.



DE LA REFLEXIÓN A LA PROPOSICIÓN

Si a algo obliga la reflexión traída por “Ember”, es a virar hacia en sentido propositivo. Porque Ember es conciencia, es esperanza y es fe. Pero sería un error estúpido pretender corregir los efectos sin plantearse las causas, y más torpe aún, plantear causas sin clarificar los conceptos que las definen. Al fin y al cabo todo se interrelaciona hacia un entendimiento y comprensión simple, inmediato, intuitivo del fenómeno humano. Quizás de eso se trata al final, entendernos como seres humanos, en toda la magnitud, potencialidad e integralidad de su significado. De lo contrario, cualquier doctrina, ideología o credo, parcializados, huelgan al asombroso acontecimiento existencial humano, que siempre, siempre los deja a la vera del camino.

No ahondaremos en  algunos criterios y conceptos ya expuestos en la publicación “Los Derechos  Humanos, el Estado, la Sociedad y el Humanismo Socialista” (HS), un planteamiento que, aunque con el mismo fin, conceptualmente es radicalmente diferente al socialismo del siglo XXI o socialismo bolivariano; por lo que también supone e impone otros instrumentos, medios y estrategias procedimentales respecto del cuerpo social. Por lo que solamente enfatizaremos algunos puntos cruciales para establecer una crítica coherente y justa al gobierno actual del proceso bolivariano.


SOCIALISMO VS SER HUMANO

Según Lenin, debe destruirse el capitalismo para poder así construir el socialismo. Afirmación que constituye un absurdo, cuando no soberana torpeza y estupidez, si se pondera la raíz sociológica, axiológica, ontológica o simplemente “humana” de sus términos. Porque capitalismo y socialismo son expresiones de la misma realidad existencial, del mismo propósito de sobrevivencia, del mismo “ser” humano; y, por ende, no responden a etapas sucesivas y conclusivas predeterminadas históricamente, sino que se manifiestan dentro de la complejidad e integralidad del acontecimiento existencial de la humanidad, estando así, quizás, en sus lineamientos esenciales, condenados a coexistir, en grados y niveles diversos, por el tiempo universal del fenómeno humano en el planeta tierra.

Es que para destruir el capitalismo habría que destruir también a los seres humanos que comulgan, es más, que conviven en sus “valores”. Algo que ya han intentado algunos gobiernos autodenominados “socialistas”, pasando por las armas a cuanto ser se declarase u “oliese” a capitalista, matando el cuerpo pero no la conciencia capitalista. Además, el destruir al ser humano capitalista, implica también destruir y renegar de sus instituciones, de sus obras, de sus credos y de sus logros tecnológicos y humanísticos, que al final no son del capitalismo sino de la humanidad; cayendo así las tesis socialistas tradicionales en profunda e insalvable contradicción.

Siendo otra de esas contradicciones fundamentales, la mal llamada y aberrada conceptualmente, cuando no torpe y estúpida, “lucha de clases”, que enfrenta  a grupos humanos bajo el falso supuesto de que unos expresan el mal, la sociedad a destruir, y otros representan el bien, la sociedad por construir. De modo que la sociedad capitalista ha de perecer para dar paso a la del proletariado, que por predeterminación histórica será  verdaderamente justa, igualitaria, solidaria y rebosante de amor, de paz y de felicidad… bla, bla, bla…

Precisamente uno de esos puntos por donde le sale el tiro por la culata a las tesis marxistas tradicionales fundamentalistas, es en la creencia de que el universo evoluciona por síntesis sucesivas hasta la última, que significaría la simplificación de todas las contradicciones posibles, especie de nirvana social, en donde solamente quedaría espacio para el amor y la paz de todos los seres humanos. Por supuesto, pensada y planteada la evolución social en esos términos, relativamente la empresa de instaurar la sociedad comunista es bordar y cantar; al extremo de tomar el fusil y caerle a plomo al capitalista, y la entrada triunfal, y los cánticos revolucionarios, y el gobierno de todos, y la paz, y la felicidad, etc.

El problema es que el universo evoluciona desintetizándose en abanico de posibilidades y opciones dilemáticas (tema tratado en la publicación HS). La cuestión surge por considerar el instrumento evolutivo dialectico con la forma evolutiva, y por mirar la evolución hacia y desde el pasado; caso en el cual, por supuesto, pareciese que las sociedades evolucionan por predestinación hacia un resultado necesario. Por ejemplo, conforme esas posturas, Simón Bolívar nació predestinado para su gran obra libertaria, por lo que la libertad de estas tierras no tenía opción posible fuera de aquel mantuano caraqueño. Cuando la verdad es que nadie creía que ese joven nervioso, “disparatado” en ideas, de comportamiento caprichoso y con los airecitos de mira pa’bajo del mantuano heredero de fortuna cuantiosa, fuera capaz de tan magna obra; ni el mismo Miranda, cuando lo fustigó moralmente por la pérdida del fuerte de Puerto Cabello. La verdad es que ni Bolívar era imprescindible para la independencia de estas tierras del reino español, ni la independencia tuvo que haber sido como fue; simplemente confluyeron los elementos y factores para una opción evolutiva, siendo esa la que conocemos y de una forma u otra forma vivimos, nada más. Veamos: si Bolívar hubiese fallecido cuando niño, por ejemplo, o hubiese contraído sífilis en cualquier burdel de la Madre Patria, o perecido en la pérdida de Puerto cabello, o naufragado en su huida a Haití etc., nuestro proceso libertario habría sido obviamente diferente, tal vez peor o quizás mejor, probablemente más lento o quién sabe si más rápido; pero en todo caso estaríamos hoy igual celebrando a nuestros héroes y al proceso independentista de que se tratase, como los únicos posibles por predeterminación histórica. Es decir, para el año 1810 Bolívar era una simple opción evolutiva para un proceso inevitable, posibilitada y concretada por  la convergencia de factores que la configuraron tal cual la conocemos.

La cuestión es que al variar de tal forma nuestra perspectiva de la historia, cambia también radicalmente nuestra actitud y aptitud respecto del pasado y hacia el futuro. Pues si el pasado es la concreción dilemática de posibilidades, el presente, entonces, nos expresa un abanico de lo posible, por lo tanto, unido al pasado en cuanto su concreción evolutiva, pero desligado “n” posibilidades de aquél, hacia un futuro cada vez más posible en opciones y diversidad.

De manera que la sociedad, como la evolución misma, no tiene principio ni fin, sino que ella es un fluir perenne determinado por posibilidades que se concretan en cada realidad evolutiva, y a su vez se explayan en la infinitud de lo posible. Por lo que el socialismo, o cualquier planteamiento político, no tiene punto de llegada, y más que constituir un fin, debe ser acción y propósito existencial del hoy, del día a día. Lo contrario, políticamente sería "arar en el mar". De igual forma el capitalismo, en cuanto expresión existencial humana, estará siempre presente, aún como simple posibilidad.

Porque el problema no son las sociedades, ni el capitalismo, ni las clases sociales, ni la explotación; sino el ser humano. Siendo en él  de quien debe surgir y confluir todo planteamiento político, y no sobre los efectos de su acción existencial. La principal y verdadera lucha y enfrentamiento del ser humano en sociedad, es contra él mismo, contra sus vicios, carencias y antivalores que amenazan en cada momento con aniquilarlo.


LAS TRES CONSTITUCIONES

La Constitución, en cuanto fundamento institucional del Estado, se desarrolla, expresa y manifiesta en  dos ámbitos: uno ideal, trascendente, y otro real, fáctico. Siendo esa dualidad existencial dilemática la que motoriza sinérgica y holísticamente al Estado hacia sus propósitos y fines, y la que configura y determina éticamente la política, cuya acción fundamental consiste en conciliar en posible la Constitución real con la Constitución ideal, gracias a todo un entramado institucional y a ciencias instrumentales como la jurídica, cuya acción siempre, siempre ha de estar supeditada a la Constitución, y por sobre ésta a los Derechos Humanos, sometida al control político y a la valoración y aprobación de la sociedad; configurándose un círculo, que debería ser virtuoso, de acciones, propósitos, fines y controles, cuyo punto de inicio y de conclusión es la sociedad.

Tener clara la pertinencia, ubicación y  funciones de cada uno de los elementos del Estado, permite su justa ponderación política sociológica, y es condición sine qua non a la eficacia de proyecto humano de posibilitar su pacífica y feliz coexistencia.

Empero en la actualidad se ha revelado, además de las dos señaladas, una tercera Constitución: La interpretada a gusto y gana del Tribual Supremo de Justicia (TSJ), mediante la Sala Constitucional. Situación que nos ha retrogradado como sociedad a los tiempos de conformación del Derecho en sus “pininos” en la república romana, cuando las leyes eran  de conocimiento de unos cuantos sujetos y del dominio de un sector social. Situación social cuyo desmantelamiento, expresado por la Ley de las Doce Tablas, constituye un hito fundamental en la institucionalización de las leyes, en su conocimiento cierto, en su asimilación racional, en su instrumentalidad social, en su  aprehensión espiritual, en la conciencia de la naturaleza de su imperio  y control institucional

Al respecto se ha tratado en la publicación: “La Jurisprudencia, Aproximación a sus límites Jurídicos” En donde ya se alertaba sobre la peligrosa extralimitación de la jurisprudencia como fuente de ley, hasta el punto de constituir de hecho todo un enmarañamiento legal del conocimiento y dominio de unos cuantos legos, lo cual atenta flagrantemente contra la seguridad jurídica, cuyo asiento fundamental es el Principio de Publicidad de la Ley, que no constituye mera formalidad pregonera, sino que es el supuesto fundamental para la acción de la justicia, pues para  que no exista delito sin ley previa, y para que el desconocimiento de la ley no excuse su incumplimiento, lo legal debe ser del conocimiento posible, directo, inmediato, conforme a su literalidad y sentido y estructuración lingüística.

Es que las decisiones jurídicamente aberradas sobran. El desproclamar a diputados electos y constitucionalmente proclamados por el CNE, resulta bochornoso. La inmunidad de los parlamentarios nace desde su proclamación, por una razón política fundamentalísima: preservar su investidura, y con ella la voluntad y soberanía popular. Pues con el criterio de TSJ, resultaría muy fácil alterar la legítima y legal correlación de fuerzas políticas dentro del parlamento, con solamente suspender a uno varios diputados proclamados, so pretexto de preservar la voluntad popular. De esa forma ninguno de los diputados de izquierda electos en los tiempos del pacto de punto fijo habría podido ejercer sus funciones, pues a los pocos días de su proclamación y antes de la juramentación, se les habría “cocinado” sendas suspensiones de sus funciones, precisamente lo que preclaramente pretende evitar la disposición constitucional.

Desde allí, a la retahíla de mazacotes jurídicos no se le ve fin. Desde 1999 siempre se creyó, conforme el texto y como es lógico en una Constitución tan garantista, que el titular del Poder Ejecutivo no podía declarar los Estados de  emergencia y de excepción sin el control político efectivo del Poder Legislativo, quién está facultado para declararlo terminado y para aprobar su prórroga. Pero resulta que el TSJ ha dicho que la aprobación de la Asamblea, en cualquiera de las fases en que se requiera, constituye un mero pronunciamiento  “político” sin “efecto jurídico”, por lo que cualquier gobierno puede declarar el estado de excepción durante los seis años  de su ejercicio, sin posibilidad de control alguno. Ante esto cabe preguntarse ¿Entonces para qué la Constitución trata de “aprobación”, cuando, conforme  el criterio del TSJ, basta con la sola “participación”? Pero no se queda allí el TSJ, pues también afirma que la procedencia de la prórroga la decide él, en conjunto con la declaratoria de constitucionalidad, en evidente usurpación de funciones y secuestro de la voluntad popular, expresada en la voluntad de la Asamblea Nacional.

Por otra parte, también ha afirmado el TSJ que el Poder Legislativo no puede aprobar leyes que contradigan o coliden con el proyecto político y acciones del gobierno, pues ello atenta contra el bienestar del “pueblo”. Lo cual constituye la supresión, de hecho, de los partidos políticos y, por ende, la hegemonía política absoluta del gobernante de turno. El conflicto de criterios y disyuntiva ciudadana entre opciones políticas, es el fundamento de la vida social democrática.

Además dice el TSJ, que los contratos de crédito que celebre el Banco Central con cualquier entidad extrajera ¡¡No son de interés público!! porque “no comprometen recursos de la nación sino los propios de Banco” (¿?), cuyo presidente, conforme el TSJ, más allá del formalismo hipócrita, de hecho es nombrado y destituido por la sola voluntad del titula del Poder Ejecutivo.

Empero es respecto de las facultades de control del Poder Legislativo en donde el TSJ le coloca la fresa a la torta jurídica. Sí, dice el TSJ, sí puede controlar, pero sólo al Poder Ejecutivo. No al Banco Central, bueno, un poquito… a posteriori. No a la Procuraduría General. No al Ministerio Público. Y por supuesto, no al TSJ. Y de guinda dice el TSJ, los funcionarios sometidos al control del parlamento comparecen a las interpelaciones si les da la gana, si no, les responden, cuando les provoque, por correo. De manera que las memorias y cuentas  de los poderes ejecutivo, judicial y moral, son meros formalismos, que bien se pudieran hacer ante una piedra, o al menos constituyen  simples anuncios de cuerpos autárquicos deprendidos del Estado y de la unicidad de su poder. Precisamente en eso se han constituido el Ministerio Público y el TSJ, quienes le “sacan la lengua” al Poder Legislativo (con “lerolero” y todo) aceptando solamente el control legislativo por “faltas” previamente calificadas por ellos mismos; pero respecto de la eficiencia y eficacia político social de sus acciones, ni la Asamblea nacional ni ningún otro poder o institución del Estado tiene nada que ver. El problema es que tanto el TSJ y el Ministerio Público son y expresan poderes de segundo grado, en cuanto al control político social, mediante el sufragio directo y secreto, siendo nombrados en definitiva por el Poder legislativo, quien carga el peso político de la actividad de aquellos dos, pero sin la posibilidad de control político alguno sobre ambos.

De lo inconstitucional de tales criterios, se pronunció la bancada del partido de gobierno, cuando acordó rechazar la sentencia 01-2862 de la Sala Constitucional TSJ: GO 38651: 2007, votada por unanimidad por los mismos diputados “revolucionarios” que hoy sostienen absolutamente lo contrario. Destacando entre otras estas “perlitas”:

“…Rechazar de la manera más categórica, por considerarlo inconstitucional, violatorio de derechos sociales y colectivos, y de la ética social, el numeral 2 del dispositivo de la sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia número 01-2862, de fecha 27 de febrero de 2007 y publicada en la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela número 38.635 de fecha jueves 01 de marzo de 2007, y considerarlo nulo, así como la motivación con que se sustentó, y en consecuencia, sin ningún efecto jurídico.  …”
“…Que del contenido de dicha sentencia se observa una decisión que excede las funciones de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia e invade competencias privativas de la Asamblea Nacional, cuando al interpretar el artículo 31 de la Ley de Impuesto sobre la Renta, modifica sustancialmente el contenido del mismo, sus alcances y consecuencias jurídicas, aun cuando la nulidad del referido artículo no había sido denunciada y, declarándolo así expresamente en el numeral 2 de la decisión;…”

LAS "COSAS VEREDES" DE LA POLÍTICA...

Así, el último golpe del TSJ a la constitucionalidad está en pleno desarrollo, luego de que el gobierno intentara burlar el referéndum revocatorio por vía del Concejo Nacional Electoral (CNE), bajo los más peregrinos argumentos, que se caen por su propia torpeza. Es que la argumentación del gobierno es tan falaz que no vale la pena siquiera enumerarla, solamente recordar que  las manifestaciones de voluntad son personalísimas, por lo que en justicia no se puede negar la validez de la voluntad de un ciudadano por el vicio formal que pudiere tener el del otro, pues entonces se desnaturalizaría el carácter personalísimo del proceso, más todavía cuando esas manifestaciones de voluntad están sometidas a la ratificación  personal mediante instrumentación tecnológica que no deja margen a dudas de si el porcentaje determinado de electores autorizan a determinada organización política para solicitar en su nombre la activación del proceso del referéndum revocatorio. Lo cierto es que desde las instancias del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial se pretende birlar la voluntad popular de convocar al revocatorio. En verdad creemos que si el TSJ se atreviera a semejante acción en contra de la Constitución, ello significaría un trauma político jurídico muy difícil de superar, se pudiera decir que casi definitivo para el quiebre irremediable de la trastocada  estabilidad política del país.

Otro hecho que nos indica la ausencia del mínimo sentido de lo jurídico, del imperio de la institucionalidad del Estado por sobre las parcialidades políticas que se expresan dentro de la sociedad, es la “amenaza” del titular del Poder Ejecutivo, en “cadena nacional”, de que le cortaría todo suministro de bienes monetarios y materiales de cualquier tipo al Poder Legislativo, si su directiva fuere declarada en “desacato” por el TSJ. Independientemente de la real disposición administrativa del titular del ejecutivo para concretar su amenaza, ésta refleja la intencionalidad de desconocer el Estado y su institucionalidad, so pretexto de que aquellos expresan a la derecha capitalista salvaje, criterio arrastrado por la izquierda tradicional y que los llevó a tomar el fusil en su flagrancia conceptual anti Estado, anti institucionalidad y anti constitucionalidad. Lo cual además de torpe resulta pendejo, pues no entienden y mucho menos comprenden que de esa forma se alejan del ser humano, no del opositor político ni del partidario, siempre circunstancial, no; se escinden de lo humano, en toda su complejidad y potencialidad existencial en sociedad, se divorcian de la eficacia y, por ende, se relegan definitivamente a una parcialidad política con fecha de caducidad.

En verdad el derecho al emolumento de los diputados a la Asamblea Legislativa y los recursos para su cabal funcionamiento, nace de la constitución misma de ese poder, por lo que los otros poderes no pueden coartarle esa prerrogativa sin atentar contra la constitución y el Estado mismo, en contra de los derechos políticos, de la inmunidad parlamentaria, de los derechos humanos al trabajo, a la alimentación, los derechos de los niños, niñas y adolescentes etc. Empero ello no impide en ningún caso el establecimiento, conforme a la ley, la determinación de la responsabilidad personal de cualquier parlamentario.


ENTRE VERDADES TE VEAS

Otra característica de esta súper mega crisis por la que atraviesa nuestra patria, es la prostitución de la verdad y de la objetividad, a las cuales todo mundo les mete mano y se las goza a su real criterio y ganas.

La verdad no existe, y por ende tampoco la mentira. Luego entonces cada quien la construye  y usufructúa conforme a su conveniencia. Incluso Goebbels se queda pequeñito, pues al no existir la mentira, ya no es necesario repetirla mil veces. En tanto la objetividad, es decir, la realidad fuera del sujeto, la realidad en cuanto fenómeno colectivo, es una farsa, se asevera por doquier, y en consecuencia, también la ética está relativizada al individuo, por lo que lo anti ético es sencillamente lo que opone a “mi” ética , una ética preta porté, amoldada a los intereses de cada quien.

Cuánto le ha costado a la humanidad configurar toda una estructura de conocimiento para aproximarse al objeto, a la realidad, más allá de su particular y limitada percepción. Toda la historia evolutiva del ser humano ha estado determinada por saber qué hay, qué existe allende lo que le señalan sus sentidos, hasta hoy en día, cuando instrumentos tecnológicos le han revelado retazos del espectro maravilloso de lo “real”, ampliándole como nunca su “natural” limitada perspectiva de la realidad; confirmándole que lo real existe como resultado evolutivo, el mismo que concluye en el ente cognoscente, por lo que conocer no es sino “realizarse” evolutivamente; y, principalmente, planteándolo en su cualidad holística cognoscente, que hace de la realidad un acontecimiento colectivo, que trasciende la existencialidad fáctica del ser humano para constituirse en visión, experiencia y legado de la humanidad. Y es desde esa consciencia que se conforma el espíritu crítico, que justifica y fundamenta la crítica como instrumento esencial a la evolución de la sociedad y de su institucionalidad política.

Pero ahora todo ello que se vaya a la porra. En los medios de comunicación del Estado, esas sinapsis hacia el pensamiento crítico o están congestionadas por sobre tráfico ideológico o simplemente andan descarriadas conceptualmente, montados día y noche en un propagandismo y panfleterismo que van minando la racionalidad desde su objeto ideológico, precisamente lo contrario de lo que pretenden.

Es que para esos medios estatales, en Inglaterra, España, Francia, Suiza, Holanda, Noruega, Alemania… se están “comiendo” los ciudadanos entre sí, víctimas de un caos social que ha destruido el mínimo requerido para la vida digna de sus ciudadanos. Así lo reportan sus corresponsales, o será mejor decirles “corresponsables”. Incluso, los periodistas y “analistas” que estudiaron y vivieron la mitad de sus vidas en la “maldita” Europa, hablan pestes de esas naciones que los acogieron, aseverando que retornaron a Venezuela huyendo de la inseguridad en Frankfort, París, Londres o Madrid. Venezolana de Televisión (VTV), hace todo lo contrario de constituirse en un canal de autentico cuño socialista, con amplitud de criterios, claridad conceptual respecto de su roll en la unificación y sinergia social hacia el proyecto de país en común, con un lineamiento ético fundamental, dirigido principalmente al gobernante: “Con la verdad no ofendo ni temo”; ser punta de lanza del auténtico pensamiento crítico.

Telesur comenzó muy bien, al pretender constituirse en ventana objetiva a la realidad  político social internacional, pero lamentablemente ha caído en el foso del propagandismo ideológico, pervirtiendo la razón de su ser y dejando en la razón del usuario espacios vacios de verdad, que se confunden con la mentira, dándole un tufillo creciente de esa repugnancia  hacia lo forzado e irracionalmente ideologizante. En ese sentido, Brasil y Argentina, por ejemplo, eran “tacitas de oro”, sin problemas sociales y con bienestar social creciente; pero bastó que pasaran a ser gobernadas por “la derecha”, para que al día siguiente se abriera la caja de Pandora con mil  problemas sociales.

Además, si de algo tiene que librarse la sociedad venezolana es de la “cadenas” oficiales. Más bien del abuso del gobernante de esa prerrogativa del Poder Ejecutivo. Porque, está bien, hubo cierto momento en fue necesario “abusar” de esa facultad, en la etapa de Cincinato, pero ya ha pasado de la necesidad a la necedad. No puede ser que el poco tiempo para la distracción que pudiese disponer el atribulado ciudadano venezolano para medio ojear la comedia o teledrama, zaaaasss, cadena nacional, puesta adrede para la torturarlo “ideológicamente”. Incluso cuando hay programada alguna entrevista a cualquier político opositor, zaaaasss, cadena nacional…

Y no es que se esté en contra de esos encuentros informativos y de “comunicación” del Primer Mandatario con los ciudadanos, porque en su justa medida y necesidad resultan de primordial utilidad al espíritu democrático del país; pero es que tanta redundancia, tanto taquetetetaque al mismo pote, termina aburriendo y dando la impresión de poca creatividad, desorientación en lo conceptual y extravío en eficacia. Digamos que una cadena de dos horas cada 15 días es más que suficiente, traída a semanalmente por la situación de crisis que vive el país. Considerando que el gobernante dispone de una estructura comunicacional muy poderosa para difundir su obra sin menoscabar los derechos y garantías de los ciudadanos.      

Y al contrario de las quejas del gobernante, de que los medios de comunicación privados tienen un “boicot” comunicacional en su contra, la “prensa” está muy suave, casi dulce, respecto de la situación real del país, contrario a la dureza, crudeza y agries en la confrontación de la sociedad real, del ciudadano, contra la sociedad irreal, la del gobernante. Cuya revelación y denuncia es la misión noble que fundamenta éticamente la labor periodística.

Porque la función principal del periodismo es la de constituirse en voz social del ciudadano ante el poder del Estado. Haciéndolo ver sus yerros, mostrándole o restregándole las crudezas de la realidad social, ante la obnubilación del mandatario por las adulancias y mieles del poder, denunciando los efectos de las malas políticas y la comisión presunta de ilícitos en contra del Estado, siendo voz del humilde, del caído en desgracia en sus garantías constitucionales y Derechos Humanos ante el Estado todopoderoso, creando conciencia en el ciudadano de que el bien común principal de la sociedad no es el material, sino el “ser” humano mismo, es decir, el conciudadano, la familia, la sociedad.    

El problema de la izquierda es que no salen de sus “trincheras” incluso para gobernar, lo cual es absurdo y una soberanísima torpeza estratégica. El atrincheramiento con los ojos cerrados y los dedos cruzados, es cobardía. Ahora sí, el atrincheramiento táctico en las “misiones” sociales, por ejemplo, es imprescindible en ciertos momentos y etapas políticas de las sociedades, pues básicamente constituyen “atajos” al burocratismo anquilosante de la justicia; pero ello no implica que puedan sustituir la institucionalidad y su principalísima función sinérgica y holística hacia lo del Estado; más bien llega un tiempo de quiebre en el que la eficacia, mejor dicho, la utilidad político social de las misiones decae hasta la ineficiencia e ineficacia respecto de los propósitos y fines del Estado.


REVOLUCIÓN ANORÉXICA

La actual súper mega crisis económica, política, y jurídica que padece la sociedad venezolana no ha surgido por generación espontánea, ni por la sola caída circunstancial de los precios del petróleo, ni por la única acción desestabilizadora de factores del poder económico, ni por un par de “errores” recientes del gobernante. No. Esta atroz crisis es el resultado necesario de todo un proceso político confuso e ineficaz en su planteamiento ideológico, que inició en 1998 con el ascenso al poder de lo que luego se conocería como la “revolución bolivariana”.

La llegada al poder de los “bolivarianos” significó la concreción histórica de una opción ante el colapso de la etapa política puntofijista. Con un país depauperado material y espiritualmente, el proceso bolivariano significó el llamado a la revalorización ética, la invocación de la justicia como instrumento de acción imprescindible a la paz social, la intención del retorno de la soberanía a su legítimo poseedor y, fundamentalmente, la reanimación de la esperanza y la fe, en cuanto manifestaciones espirituales que trascienden lo fáctico hacia la construcción de lo de la patria, de lo de la nación, de lo humano como hecho histórico evolutivo, convergente en ese fluir existencial atemporal que se llama humanidad, es decir, le devolvió la trascendencia histórica al ser venezolano.

Empero todo ello no bastó, ni basta, ni bastará para construir un país, pues sin la debida claridad conceptual, amplitud de criterios en lo procedimental y, principalmente, sin la pertinente corrección proporcional, diferencial e integral del accionar fáctico, los buenos o excelentes resultados específicos no necesariamente se traducen en un saldo integral positivo.

Es que los vicios y antivalores no constituyen excepciones a la “bondad” primigenia del ser humano, como sostiene la izquierda tradicional, siguiendo las enseñanzas de Rousseau; sino que conforman parte indisoluble del “ser” social y por tanto presentes per sécula seculorum en cada instante de su existencialidad. La cuestión está en mantenerlos en minusvalía a niveles al menos tolerables al buen vivir y paz social. Por ello precisamente es que tales vicios y antivalores tienden a replantearse y a reubicarse metamorfósicamente en el cuerpo social, si no existe una acción política que los contrarreste eficazmente. Igualmente la justicia tiende a diluirse en las aguas placenteras de la corrupción, ya mimetizada a las nuevas circunstancia pero tan criminal y lesiva a los intereses colectivos. En cuanto a la soberanía, es muy fácil quedarse en solo pregón, sin acciones políticas eficaces que la concreten institucionalmente, llegando al extremo de confundir su ejercicio pleno con desorden y anarquía. Y la esperanza  y la fe, así como llegan se van, dando espacio al desasosiego; porque, trascendencia histórica pretendida sin asiento concreto en la realidad, no resulta en algo más que “arar en el mar”. Para muestra el “botón” de la Gran Colombia.

Todo presente supera a cualquier pasado conocido, es un principio evolutivo, pues ante el acontecimiento maravilloso de la vida jamás puede existir un pasado mejor. Descartes existía porque pensaba, pero sólo existiendo, en caso concreto y por sobre cualquier otra cosa, se puede pensar, conocer, sentir, amar, soñar, sufrir, reír, llorar, ser feliz, y pretender la justicia, la libertad, la igualdad, la paz, la felicidad; ser humano.

Así se revela el primer gran error del proceso bolivariano, su obsesiva concepción reduccionista, fundamentalista, finalista y providencial de la historia, que lo retiene en el pasado, lo disocia de la realidad y lo desubica respecto de un futuro que él cree predestinado, y por eso alucina, en la busca de sus “molinos de viento”. Anclado en el pasado, sin poder hacerse al hermoso mar de la realidad de la sociedad mundial. No entendiendo que el hecho vivencial por sí solo es posibilidad y posibilitador de todo lo humano, y no comprendiendo que el cambio del  mundo trasciende las voluntades individualizadas hacia un hecho evolutivo constituyente de la humanidad, es decir, la consciencia del acontecimiento existencial del ser humano. Por lo que un país no requiere ni puede cambiar el mundo para ser más libre, justo e igualitario. Por supuesto que ello implica una relativización un tanto egoísta, pero indudablemente asentada en la realidad humana. “Predicar con el ejemplo”, manda la conseja popular, que a menudo olvidamos. Hace más el predicador con su ejemplo ante 12 sujetos, que el parlanchín ante millones.

Al final esa debe ser la acción ética de todo proyecto político sustentable en el tiempo: la prédica con el ejemplo. Desde la pequeña aldea hasta la gran ciudad del pequeño país deben tener un norte: la eficacia. Pero una eficacia sustentada y proyectada desde el concreto y cotidiano hecho vivencial, que posibilite al ser humano en toda la amplitud y potencialidad que le permite el privilegio de su actualidad evolutiva. Luego así, indudablemente en verdad se estaría cambiando el mundo.

A veces pareciera que existe una ineficiencia adrede, con la intención de mantener a la ciudadanía (“nuestro pueblo” para los bolivarianos) en vilo ante la pérdida inminente de “beneficios sociales”, que no nacen ni se garantizan desde el Estado, sino desde la voluntad de un sujeto gobernante, que, por tanto, puede modificarse a su real gusto y gana. Así sometieron durante varios años a los pensionados y jubilados a torturantes colas en las instituciones bancarias, a movilizarse incluso por horas para el cobro de sus asignaciones, víctimas de robos y hasta de arrollamientos por vehículos, dadas las condiciones de minusvalía física y mental de muchos de ellos; cuando todo era asunto de asignarles tarjetas de débito para el cobro en los cajeros electrónicos, lo cual podía concretarse en menos de un mes; más aún cuando existían comunas de pensionados y jubilados implorando dicha automatización del cobro ante ministros y funcionarios “revolucionarios” ciegos y sordos pero parlanchines. Siendo sólo cuando los grupos opositores tomaron como bandera política esa medida justa que terminaría con el viacrucis del cobro de las pensiones y jubilaciones, que el gobierno en un abrir y cerrar de ojos automatizó sus cobros. Igualmente lució insultante y degradante de la institucionalidad del Estado, las afirmaciones del titular del Ejecutivo Nacional,  quién, al ser informado por los cuerpos de inteligencia y por una modalidad de “soplones” disgregados entre la población por todo el país, llamados “patriotas cooperantes”, de que gran cantidad de los “beneficiados” por la asignación a título gratuito de viviendas y vehículos cero kilómetros, hubieron sido vistos “celebrando el triunfo de los grupos opositores en la elecciones parlamentarias”; amenazó con despojarlos de sus viviendas y  ordenó que los vehículos asignados se “recogieran” de sus tenedores y se depositaran en las gobernaciones.


LAS COLAS SABROSAS

Desde hace diez años la vida del venezolano se resume y reduce a una cosa: hacer colas. “Las sabrosas colas del líder”, a decir de los líderes revolucionarios.

Una joven venezolana casada hace diez años, en vez de vivir a plenitud y disfrutar de la década más importante en la conformación de su familia, se la consumió completica en las colas. Agotada física y mentalmente, sin el tiempo ni la paciencia para el debido cuido y atención de sus hijos, con la libido por el suelo, con el stress devorándola por dentro y ya con la dignidad goteándole; con impotencia solamente añora lo que el “proceso” le llevó… Seguramente la única “cola” que ha menguado por la dieta forzada, es su otrora “generosa” “cola” de latina.

En realidad esta etapa de la crisis que padecemos arreció hace unos seis años, cuando los precios de los vehículos a las puertas del concesionario eran cinco veces más altos que en la lista del vendedor. Perversión económica que evidenció la facilidad de los agentes económicos para manipular la oferta de los bienes, y principalmente, la incapacidad del gobernante para entender esos mecanismos de acción y en consecuencia, la inutilidad de las insuficientes y torpes acciones sancionatorias y correctivas. Otro gran error del proceso bolivariano: su terquedad ideológica y miopía conceptual.

Luego, por esos tiempos, el proceso bolivariano cometió otro yerro fundamental: la priorización del elemento material, vivienda, vehículos, tablets y obras públicas no indispensables, por sobre la alimentación y salud, hasta esos momentos en el vértice de las prioridades de la revolución bolivariana. Desviación que ha venido carcomiendo la eficacia del gobierno bolivariano, amén de permitir las condiciones ideales para acciones económicas desestabilizadoras.

Tal priorización del factor material se ha definido y establecido como principio de gobierno en estos tres años de la etapa “post líder” del proceso bolivariano, hasta el punto de constituirse en el bloque de hielo con el que el gobernante pretende mantenerse a flote en esta megacrisis económica. Algo insólito, no sólo para un gobierno que se tilde socialista, sino para cualquier gobierno que priorice lo social.

Es que resulta indignante, contradictorio y torpe, que un gobierno socialista, ante los inhumanos padecimientos del ciudadano por la falta de alimentos o su encarecimiento criminal, debido a procesos especulativos e inflacionarios que lo han llevado al despertar atávico de su más primitivo instinto de sobrevivencia, egoísta, rapiñero y anarquista (lo contrario de lo que pretendería un gobierno orientado hacia lo social); en vez de afrontarlo contundente y definitivamente con toda la fuerza, poder y autoridad del Estado, se dedique a proyectos inmobiliarios ambiciosos y ostentosos aún para cualquier país con relativa estabilidad económica; a regalar vehículos nuevos, aires acondicionados y computadoras; sin mencionar las construcciones y reinauguraciones faraónicas, como los teleféricos y hasta rimbombantes museos.

Lo anterior hay que remarcarlo para los nacionales de otros países que lean estas notas. En tiempo de la más grave crisis económica de Venezuela en toda su historia, y una de las atroces que haya sufrido país americano alguno, fuera quizás de Haití; con la gente en las calles rebuscando como pueda algo con qué engañar sus estómagos ese día, o padeciendo o muriendo por la falta de medicamentos y hasta de los neumáticos para las ambulancias; el gobierno venezolano se afana en mega proyectos habitacionales que devoran los recursos hacia la infraestructura, en regalar vehículos cero kilómetros porque los usados emiten mucho smog…, en regalar aires acondicionados para que “su pueblo” no se acalore… Repitamos esto: En regalar aires acondicionados para que “su pueblo”, hambriento y enfermo, no se acalore…

Realmente bochornosos esos criterios pervertidos socialistas tradicionales.

La cuestión no está, pues, en su utilidad social ni en la “bondad” de la intencionalidad de tales acciones, sino en su pertinencia político social histórica. Pues sería como que un padre de familia, ante la reducción sustancial de sus ingresos por diversas circunstancias, con su familia alimentándose muy deficientemente, su cónyuge padeciendo la falta de los medicamentos que requiere, sus hijos sin poder continuar sus estudios, con mengua evidente y creciente en el vestir etc.; el padre insista en continuar  la construcción de la piscina, del tercer piso de la vivienda, adquirir las acciones del chalet a la orilla de la playa y en cambiar de vehículo. Evidentemente que no estaría actuando como buen padre de familia, de velar por el bienestar común familiar, priorizando lo que irrefutablemente debe priorizar.

También como un buen padre de familia debe proceder el gobernante, en el sentido romano, ubicado política, sociológica y ontológicamente en su responsabilidad histórica. Debido al ser humano y no al proyecto político. Contando días de buen vivir de la ciudadanía y no los días para el próximo evento electoral. Cumpliendo con su deber, haciendo lo que debe hacer y no lo que le conviene a su camarilla.

Otra falla insólita del proceso bolivariano es haber bloqueado los cauces naturales para la confrontación natural, lógica, racional de criterios, permitiendo así la siembra y florecimiento del pensamiento crítico. El problema es que la crítica auténtica, no adulante, incomoda al gobernante, le estorba a sus particulares intereses. Lo que los llevó a configuraciones políticas contradictorias con sus pretensiones “socialistas”. En lugar de  “primus inter pares”, ellos tienen “jefe”, que en vez de asumir la racionalidad y voluntad colectiva, al final siempre impone la suya.

Además, la eficiencia y la eficacia de cualquier proyecto político ameritan el control retroalimentado de la acción política que pretende posibilitarlo dentro del cuerpo social; pero resulta que en el proyecto bolivariano el gobernante es el mismo “jefe” del partido político, aberración que al final se termina pagando con creces.

Y es por esa misma estructura prepotente y torpe que no han podido rectificar en sus oportunidades. Hace un año y medio, comenzando el 2015, era tiempo de un cambio político radical conceptual y procedimental en el proceso bolivariano. Incluso, después de la contundente y catastrófica derrota electoral en las elecciones parlamentarias de diciembre de ese año, la rectificación era un deber impostergable, pero no obstante, pasados los momentos de confusión por el impacto de tales resultados, luego de apaciguar los ánimos caldeados de cambio y después de someter a los dos gobernadores que replanteaban el cuestionamiento crítico profundo del proceso, despojándolos del peligro de sus cargos de elección popular, siguiendo el manual de la política, para tenerlos cerquita, “quemándose” políticamente en la misma hoguera; los cambios realizados dentro del proceso bolivariano han sido meros retoques de fachada.

Es que siempre las taras ideológicas terminan minando la eficacia de los proyectos políticos.

Si se considera la empresa privada como perversa a la sociedad, como instrumento malévolo de explotación del ser humano; y no como bien social, como proyección del animus creativo, constructor, trasformador de la realidad y posibilitador del individuo en su complejidad existencial, entonces todas las acciones político sociales en consecuencia van a resultar mal.

En tal sentido, si se extralimita el principio de la función social de la empresa, en  detrimento del emprendimiento productivo y de su seguridad jurídica; si se decretan beneficios laborales, como la reducción de la jornada laboral, los aumentos de salario forzados para compensar en sus efectos los problemas económicos y no por sus causas; si se modifica el uso horario, pensando bondadosamente en el bienestar de la persona, pero sin ponderar su impacto en el aspecto económico; si se toman por expropiación empresas para luego entregarlas a la ineficiencia y corrupción de los proselitistas del partido; si se otorgan créditos bajo el criterio de dádivas, sin el pertinente seguimiento y control; si se restringe salvajemente la competencia para sustentar la actividad económica en pequeños grupos económicos privilegiados, como no lo serían ni en el más salvaje de los capitalismos; y si se regalan o se cobran a precios irrisorios los bienes y servicios del Estado, so pretexto de una mal entendida justicia en lo social, matando la gallina para repartir los huevos de oro, en vez de hacer justicia enseñando a producir, “sembrando el petróleo” como conciencia hacia lo productivo, hacia la creatividad, ingenio y esfuerzo, individual y colectivos, como generadores y multiplicadores de riqueza. Si todo ello se adjunta, la productividad del país no puede sino desmoronarse estrepitosamente. 

Indudablemente la principal crisis que padecemos los venezolanos es conceptual ideológica ética, o, mejor dicho, de ausencia de simple racionalidad hacia lo del Estado y su institucionalidad, que imposibilita la progresión estable de una sociedad auténticamente libre, justa, igualitaria y pacífica.

Es que el principio de autoridad está resquebrajado, que no es el autoritarismo ni mucho menos la arbitrariedad, sino el cumplimiento justo de la ley. Lo vimos con los “empresarios” detenidos e imputados por no menos de cuatro delitos en contra de la sociedad venezolana; pero sin embargo a las pocas semanas esos mismos “empresarios” eran recibidos en el “Palacio” de gobierno con todos los honores, y por si fuese poco les “concedían” la distribución de “mi casa bien equipada”. Con “premios” así cualquiera delinque, diría Juan Pérez en la esquina. No digamos de los comerciantes, la mayoría de ellos de la “plaga” asiática importada por la revolución bolivariana (dicho sin intención chauvinista alguna), que sorprendidos en flagrancia cometiendo delitos en contra de la comunidad, los funcionarios del Estado les venden los productos, les entregan el dinero y luego les imponen multa por una parte minúscula de sus ganancias, haciendo de “cachifos” de los especuladores y acaparadores. “No impolta”, le respondió despreocupada y anárquicamente un asiático al ciudadano que le restregaba en la cara el decomiso de los productos acaparados, mientras tranquilamente se tomaba un refresco. En un país con autoridad,  a ese sujeto le es revocada su nacionalidad, si acaso la tuviese legalmente, y puesto patitas fuera de la patria. Pero para eso se requiere de autoridad. “Autoridad” que a su vez anda uniformada por las calles concertando con los especuladores y acaparadores ante la mirada indiferente, cuando no cómplice, de los “revolucionarios” gobernantes  “jefes”.

Fuimos testigos, por ejemplo, de cómo en tiempos del puntofijismo los panaderos quisieron hacer lo que les daba la gana con los precios y el suministro de sus productos, pero los gobiernos de turno los pusieron en cintura. También durante la primera década del proceso bolivariano hubo mano dura para salvaguardar la disponibilidad del pan para el venezolano. Pero de tres años para acá ha sido la anarquía absoluta. Incluso la obligatoriedad legal de producir determinados tipos de pan y a precios regulados, este gobierno la dejó de hecho sin efecto. El gobernante actual ha sido incapaz, más allá de las actuaciones esporádicas y efectistas, de accionar contundentemente la fuerza del Estado para proteger a la ciudadanía de la arremetida especulativa del sector panadero, como ejemplo de lo que ocurre en país con todos los productos de consumo.

Es que en nuestro país el principio de autoridad está vuelto añicos. No existe gobierno real y efectivo en Venezuela en estos momentos. Solamente sustentados en una legitimidad formal, añorando un pasado que se fue y soñando con un futuro que no será. Porque el pasado y el futuro se concretan y posibilitan en el presente. Esa es la acción ética del gobernante, “construir la humanidad” desde su circunstancia existencial concreta.

Porque el cacareado “empoderamiento” del pueblo no es más que una farsa; lo que sí tienen es mayor participación en ciertos asuntos de la acción política, pero eso de realmente controlar el poder del Estado directamente, sin intermediarios, es falso, por imposible, pues al final los canales de participación y decisión directa del “pueblo”, son invadidos por los partidos políticos, además de que la propia estructura política del Estado se los impide.

Al final esta mega crisis revela una contradicción fundamental en el proceso bolivariano: El pueblo explotando al pueblo. Algo que no encaja dentro de los criterios clásicos de la izquierda, seccionada en una clase “mala”, burguesía explotadora, y otra clase  “buena”, explotada y sufrida. El problema es que no le alcanzan los burgueses y le falta pueblo a la izquierda para sustentar la “lógica” de la “lucha de clases”. Todo porque, como se sostiene en la publicación HS, la “lucha de clases” es una falacia.

De manera que esta mega crisis económica es una guerra avisada que tomó al gobernante confiado y descuidado. Lo que sería asunto exclusivo de ellos sino estuviésemos los ciudadanos en medio. Siendo ese el eterno problema de nuestras sociedades, siempre resultamos en conejillos de india de experimentos de alquimia política, o en conejitos a la parrilla de proyectos políticos dolosamente hipócritas.


¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS?

Nadie podrá ayudarnos a salir avante como país, si no tenemos la suficiente conciencia y voluntad necesarias para hacerlo. Venezuela no requiere ayuda “humanitaria” internacional, dado que nuestros recursos materiales son inmensos (aunque no vendría mal la manito de los países amigos) Lo que necesitamos con urgencia es asistencia para gerenciar el Estado con eficiencia, pues carecemos del criterio del hacer las cosas bien, del zapatero a su zapato y del gobernante a lo suyo. 

Porque pareciera que la ineficacia es el norte del gobernante. Ni la simple distribución de neumáticos y baterías ha podido efectuar siquiera mediamente bien el gobernante, porque a cada red de corrupción le sucede otra más organizada. Ahora también le dio al gobierno por montar unos “comités” de proselitistas para supuestamente llevar alimentos básicos a cada hogar, empresa que por su aberrada naturaleza conceptual, y como lo ha demostrado la historia, está condenada al más absoluto fracaso, es más, apenas se están conformando dichos comités y ya las “mafias” “bolivarianas” del ilusionismo “desaparecen” los alimentos como por arte de magia.

Causa, más que rabia, profundísima tristeza ver cómo los productos de las empresas de propiedad del Estado aparecen rebosando los anaqueles de ciertos comercios a precios multiplicados por diez, bajo la “vista gorda” del gobierno. No puede ser que en regiones del país productoras de azúcar, a pocos  kilómetros de los centrales expropiados por el Estado, el producto aparece en manos de los especuladores por sobre diez veces su costo. Igualmente ocurre con el cemento, el aceite comestible y todos los productos de las empresas propiedad del Estado. El caso del lubricante para motor es patético, su costo es multiplicado por diez, aún cuando el Estado lo produce y controla su distribución. Se ponen como ejemplo esas empresas, porque el gobernante se excusa en una presunta “guerra económica”, entonces ¿el propio gobierno girando 180 grados la artillería en su contra?

Llega al extremo la ineficiencia del gobernante, que al atleta que alcanza relevancia internacional, título mundial o medalla olímpica, luego de gastos significativos en materia deportiva, aunque sin debido control; en vez de mantenerlo concentrado cien por cien en su disciplina y “cuidarlo” como lo haría el maestro gallero con su mejor espuela..., los del proceso bolivariano, demostrando ignorancia o irresponsabilidad sin nombre, enseguida lo elevan, perdón, lo degradan a cargos políticos, decretando su “muerte” como atleta, lo cual queda patente con los pobres resultados obtenidos  en las competencias luego de ese “servicio” proselitista obligatorio a la “revolución”.

Es que los maletines llenos de dinero no compran productividad ni medallas de oro ni conocimiento ni investigación ni descubrimientos ni justicia ni libertad ni paz; sin el compromiso ético con el deber, sin el sacrificio y esfuerzo personal, sin el control y las exigencias estrictas en la eficiencia y eficacia. Ese es nuestro karma de país minero, mucho dinero y poca eficiencia.

Desde Páez hasta el sol de hoy nuestra patria es piñata que se la disfrutan unos cuantos, bajo cualquier excusa y sin discriminación de ideologías, credos u origen social, la cuestión es ponerle las manos al erario público.

Al final, entre el capitalista salvaje, que como ser humano vive miserablemente ostentando riquezas que jamás de los jamases fueron ni podrán ser suyas, algo que sólo entiende cuando recibe la extremaunción; y el socialista tradicional, torpe y desubicado, que pretende liquidar el “ser humano” en toda su complejidad e integralidad, para reducirlo al comunero que vive conforme a una cartilla, dueño de la “verdad”, del conocimiento, de la razón, de la “espiritualidad”, de “Dios”, pero esclavo de su “humanidad”, que al final siempre lo saca de su onirismo heroico y lo ubica en su justo lugar existencial, por pretender cambiar a troche y moche un mundo que al final lo cambia  o lo extingue a él. Entre ambos está el ciudadano, que solamente aspira a desarrollar el privilegio maravilloso de su existir en su máxima expresión posible, que en definitiva  no es mucho, pues simplemente se trata de una breve circunstancia existencial de las que suma la humanidad en su instante de posibilidad en el universo infinito.

Ya prácticamente en la patria de Bolívar y nuestra, no hay nada qué hacer. La suerte está echada para un gobierno sumido en la más profunda ineficacia, en el más aberrante despropósito hacia un país. Como lo único que saben hacer, están “atrincherados” los del proceso bolivariano, con los ojos cerrados y los dedos cruzados, esperando un milagro. En vez de frenar el acaparamiento, la especulación y la inflación, se arrodillan a ellas. Los aumentos compulsivos del salario mínimo, pretendiendo corregir los efectos, expresan la validación de las causas de la mega crisis. Las condiciones políticos sociales actuales son aún más graves que las originaron el 28 y 29 de febrero de 1989, pues en aquellos tiempos existía la esperanza de la propuesta política alternativa, pero hoy el más profundo y peligroso desasosiego embarga al venezolano. Ya en el irrenunciable espíritu democrático del país existe un solo deseo, explícito o implícito, sincero o hipócrita, capitalista o proletario, de izquierda, de derecha o de centro: ¡¡La celebración de elecciones, para salir de este atolladero de la forma menos traumática posible!! 

A todas estas ¿sabrán los del proceso bolivariano que los pueblos cuando se ahogan se aferran hasta al cardón que flota? Ese es su mayor acierto evolutivo: sobrevivir…, y con él la esperanza y la fe, por sobre lo que sea. Después dicen algunos que el pueblo no es sabio.


DECÁLOGO PARA CONSTRUIR UN PAÍS    

De todos modos, sea quien sea el próximo proyecto político que tome las riendas del Poder Ejecutivo, e independientemente de su ideología, estos serian los puntos fundamentales de la acción política hacia el propósito del país que queremos.

Reestructurar la institucionalidad del Estado hacia la eficiente y eficaz posibilitación constitucional de la sociedad, asimilando los beneficios sociales de las “misiones”, que pudieran seguir existiendo como alternativa o “atajos” institucionales temporales, pero siempre dentro del propósito de asimilarse sinérgicamente  a la institucionalidad del Estado.

Reasignar la responsabilidad política al gobernante por las acciones de los cuerpos de seguridad del Estado, es decir, despojarlos de la autarquía funcional que los legitima para cometer cualquier tipo de tropelías en contra de la ciudadanía, con absoluta impunidad. Lo que acarrea el rompimiento de la meritocracia aberrada instituida dolosamente por el proceso bolivariano, para evadir así su responsabilidad por las acciones de esos cuerpos; entendiendo que las “jefaturas” de los cuerpos policiales no deben estar al mando de policías sino bajo la coordinación política del gobernante, de los organismos de defensa  de los derechos humanos y de la ciudadanía organizada. Pues no es suficiente con cambiar de musiú, también se debe sustituir la cachimba (conceptos).    

Definir política y jurídicamente los alcances y límites del carácter social de la propiedad y su no conflicto con la propiedad individualizada o privada, que por antonomasia es social. Lo cual lleva necesariamente a replantear la raíz ético conceptual y el proceder de los proyectos políticos.

Iniciar una auténtica égida hacia la productividad en el país, fomentando la libre y justa competencia o concurrencia de los ciudadanos en la actividad productiva. Entendida ésta no desde las perversiones que la hacen antisocial, sino en cuanto su valor social de posibilitar la existencialidad humana en toda su complejidad, en tanto ser que consume, que crea, que emprende, que construye, y que por todo ese, su quehacer, se “apropia”. Considerando que al capitalismo (diferenciado del capital), al cual hoy en día ningún ser medianamente sensato es capaz de defender, se le enfrenta con sus propios instrumentos; y que el justo valor y justo esfuerzo de los bienes expresan también al buen empresario, quien dedica gran parte de su vida en la concreción de un propósito creador; resultando injusto, y torpe políticamente, despojarlo de parte de su existir en provecho de quienes ni por sí solos ni juntos tuvieron la visión, el conocimiento, la astucia, la creatividad y el sacrificio de concretar ese emprendimiento, usufructuándolo como medio de vida (al César lo del César); o lo todavía peor, que se le despoje de su bien por la jugada dolosa de funcionarios o sus parientes, “lapas”, que se excusan en el “carácter social” de la propiedad para hacerse, bajo el amparo de la institucionalidad, del emprendimiento ajeno.  

Ubicar definitivamente al Tribunal Supremo de Justicia y al Ministerio Público en sus justos lugares constitucionales, despojándolos de la autarquía que presumen y sometiéndolos de una vez por todas al control político y ciudadano, por órgano del Poder Legislativo y de las instancias ciudadanas organizadas. Para ello es necesaria una reforma constitucional que limite las interpretaciones de la Sala Constitucional a aspectos de estrictísima confusión o falta de claridad. Luego esa interpretación debería ser remitida al órgano legislativo para su consideración político jurídica y la respectiva enmienda o reforma de la Constitución, si estuviere conforme, o para su sometimiento a consulta popular, si hubiere contradicciones al respecto.  Es decir, es imperativo devolverle a la Constitución vigente Nacional su carácter de norma fundamental y rectora del existir institucional de la sociedad venezolana; carácter por ahora en manos de la Sala Constitucional, que extralimitada en su propia interpretación de sus facultades constitucionales, se ha constituido de hecho en “sala constituyente”, conformando con sus criterios particularísimos e interpretaciones desbordadas del texto constitucional, una “Constitución” propia, cuya vigencia está sometida a la permanencia de sus miembros en sus cargos.

Un nuevo planteamiento político jurídico ante la inseguridad, que implique el desmantelamiento total de los cuerpos de seguridad, del Ministerio Público, del Poder judicial y de la Defensoría del Pueblo, procediendo a sus restructuraciones conceptuales y funcionales desde la perspectiva de la Constitución vigente, aún ampliando y reformando ésta, integrándolas dentro del marco ético de respeto de los Derechos Humanos y la protección del ser humano y de la sociedad, en aras del propósito común de la paz social.

Gobernar bajo el criterio de la eficiencia y eficacia integral como país, como nación, como sociedad, y no desde criterios parcializados hacia aspectos restringidos del existir humano. Entendiendo que la sociedad en su concepto engloba al ser humano en toda su complejidad existencial, por lo que su posibilitación sustentable y pacífica supone la armonización complementaria de todas sus expresiones hacia un propósito existencial en común, y, a esa intención, haciendo del conocimiento el motor para la construcción del país, configurando un gobierno “sabio”, no de sabios, que, como el Siddhartha de Hesse, simplemente actúe conforme a la naturaleza de las cosas, de la sociedad, del Estado, del ser humano; en donde el protagonista de la acción política sea el conocimiento libre y redentor, y no el político de oficio. Algo que se dice fácil, pero que implica liberarse de los grillos ideológicos que insisten y persisten en seccionar lo humano y con él la sociedad en parcelas inconciliables y anulables entre sí, concluyendo en un ser humano tratando de aniquilar en el otro lo que también lleva dentro de sí, en lucha delirante y absurda en contra de los fantasmas sociales que están en su propio ser social.

Determinar como prioridades del país la alimentación y la salud. Creando toda la estructura político jurídica para su posibilitación. Reduciendo o suspendiendo todas las obras materiales que se puedan. Eliminado los gastos oficiales suntuosos o innecesarios. Interviniendo manu militari las empresas del Estado para integrarlas en una sola unidad productiva y distributiva de bienes y servicios. Entendiendo, por ejemplo, la impertinencia e insuficiencia histórica sociológica de los criterios que pretenden sustituir el maíz como la base de la alimentación del venezolano, so pretexto de modernas necesidades nutricionales, pero que no consideran la inestabilidad de las sociedades humanas y los consecuenciales vaivenes a los que está sometida su “calidad” alimenticia, ni el significado socio cultural del maíz  etc. Creando una mega empresa dividida en tres o cuatro secciones en sus correspondientes áreas geográficas, con modernísima maquinaria capaz de procesar la harina que requiera el país, en diversas y novedosas presentaciones, y con capacidad instalada para asumir, si fuese necesario, la producción de la empresa privada en ese rublo. Lo cual debería ser considerado de seguridad y defensa de la nación, prevaleciendo aún por sobre la adquisición de tanques o aviones de combate, pues, como lo aprendieron los europeos en sus atroces guerras: “por el estómago se gana o se pierde una guerra” ( y también un gobierno). Los alemanes, aparte de ser una potencia industrial, son el séptimo productor de trigo del mundo, porque los teutones aprendieron que la primera seguridad que les impone su soberanía y autonomía como nación, es la seguridad alimentaria.

La lucha eficaz contra la corrupción. Iniciando desde cada responsabilidad individual y conforme a criterios de Estado y no políticos partidistas, y mucho menos nepotistas. Especificando funciones, delimitando competencias, asignando responsabilidades y sobretodo controlando estrictamente la eficiencia y eficacia.

Eliminar de una vez por todas ese mamotreto político y aberración económica en que se ha convertido el control de cambio socialista. Se tilda de “socialista”, porque hubo un momento en que traspasó su utilidad económica instrumental temporal para pasar a sustentar el modelo económico que se ha venido conformando bajo su manto privilegiador y controlador de la actividad económica, pues otorga un “control” o un “poder” sobre la actividad económica del país, pero muy precario y pervertido, que al final hace caer la economía en el abismo, como ocurre en la actualidad. Porque resulta abominable pretender fundamentar la actividad económica en la especulación con el valor del dólar, colocado a diez bolívares dentro de la sociedad, para que la devaluación criminal de la moneda nacional hasta los mil bolívares por dólar, sea la que motorice la economía. Por supuesto que semejante “piñata” de riqueza fácil crea una disponibilidad de compra desbordada en ciertos sectores sociales, quienes sustentan y empujan la inflación hacia niveles intolerables, que a su vez les otorga a esos sectores mayores ingresos, hasta que llega el punto en el que ese círculo perverso de “riqueza fácil”  comienza a desmoronarse irremediablemente, y con él, el proyecto político que lo sostiene. Mientras, claro que en el país se moviliza dinero. Claro que existen muchísimas personas que pueden pagar fortunas por cualquier bagatela. Por supuesto que el desempleo se reduce a sus niveles mínimos históricos; pues con esa lluvia de dinero, al comerciante o empresario no le importa tener el doble de empleados de los que realidad requiere…En verdad es un problema social gravísimo y muy difícil de superar, la distorsión a la economía y la degradación moral y ética que implica esa “política” económica ilógica, irracional, antihumana y antisocial.  


¿COLORARIO O EPITAFIO?

¿Qué nos pasa como país? ¿Por qué en doscientos años no hemos podido posibilitar una sociedad siquiera regularmente viable? ¿Por qué condenarnos a vivir en este purgatorio, cuando hemos tenido siempre en nuestras manos, más no en nuestras conciencias, este paraíso llamado Venezuela? ¿Será que no merecemos esta tierra noble rebosada de riquezas por fuera y por dentro? ¿Cuándo tendremos, como en Ember, la suficiente conciencia para lanzarnos en la búsqueda de otras posibilidades, de las otras realidades que siempre existen, que siempre son posibles?



Javier A. Rodríguez G.

EL HUMANISMO SOCIALISTA