lunes, 30 de abril de 2012

El 19 de Abril y la Historia. Entre la Conveniencia y la Ética.

A raíz de la conmemoración de los sucesos del 19 de abril de 1810, se han publicado una serie de análisis y comentarios de intelectuales, historiadores, políticos, periodistas  y dirigentes sociales, la mayoría insólitamente coincidentes en darle un cariz de gran revolución o alzamiento popular, que si el pueblo en armas etc., pero lo realmente asombroso es la forma tan sórdida en que puede ser tergiversada la historia, haciéndola cual carreta que tira hacia el lado que la arreen.

Algo de cierto debe tener el viejo dicho que sentencia la historia como una inmensa mentira, pues la conveniencia tiende a torcer de manera soez las evidencias de los hechos históricos. Cuando no son unos son otros, pero siempre con el interés y la conveniencia por delante, llegando al extremo de negar verdades evidentes e irrefutables.

De esa forma, durante la "Guerra Fría" los rusos negaban los avances científicos de los gringos, y éstos de aquellos. Las imágenes venusianas rusas eran puro montaje, tomadas en cualquier patio de la URSS, siendo hasta ahora que científicos norteamericanos admiten la autenticidad de esas imágenes y su valor científico y tecnológico, reconociendo que otrora “no les convenía” ni les estaba permitido hacerlo. Por su parte los rusos de aquella época y algunos comunistas ortodoxos en la actualidad, niegan que el ser humano haya caminado sobre la luna...

Pero el caso emblemático lo constituye el naufragio del famosísimo Titanic, pues la evidencia científica corrobora cómo el interés, la conveniencia o la simple idealización, aberran los hechos, inclusive negando u ocultando las declaraciones de los testigos y sobrevivientes de la tragedia. Así, las bengalas lanzadas en solicitud de auxilio, aún cuando los testimonios las describían “de colores”, se hicieron "blancas" porque le daba mayor sobriedad al acontecimiento. También, pese a los testimonios que describían cómo el barco, luego de más de dos horas de la colisión con el iceberg, literalmente se partió en dos, hundiéndose ambas partes sucesiva y precipitadamente al fondo de mar, los intereses de la naviera alimentaron la idea romántica del portentoso Titanic desdibujándose digna y majestuosamente en las gélidas aguas del atlántico... O el simple olvido del hecho de que la casi totalidad de los pasajeros de la clase “c” no tuvieron acceso a los chalecos y menos a los botes salvavidas, incluso, al principio les ocultaron el accidente y luego les cerraron las salidas, para permitirle el escape a los pasajeros más acaudalados, es decir, hasta para el "derecho" a salvase de un naufragio la "clase" del pasajero es determinante. Sin mencionar los detalles “obviados”, tales como, en contraste al fastuoso lujo del barco, correspondientemente las clases b y c fueran segregadas a espacios restringidos y hasta hacinados, sin mencionar a la tripulación que trabajaba en las calderas y máquinas, cuyas fotografías hubieron sido ocultadas por la naviera en sus promociones publicitarias, porque evidenciaban las atroces condiciones de cuasi esclavitud en que laboraban, un ambiente enturbiado por gases tóxicos, jornadas extenuantes y prácticamente sin poder salir durante los 7 días del trayecto. El problema es que en la reseña del hecho, los historiadores no consideraron las evidencias sino las conveniencias de los factores.

Por qué será que esos hechos hacen tan símiles a los historiadores con los árbitros de fútbol. ¿Será porque ven lo que nadie ve, no ven lo que todos ven, ven lo que les conviene ver, o tal vez será por su estrechísima honestidad profesional? Bueno, es solamente una peregrina sensación. Lo cierto es que la tergiversación de los hechos históricos es una recurrencia que pretende de alguna forma falsear el presente, por lo cual constituye en verdad una estafa a la conciencia y fe de las sociedades. Lamentablemente la historia como saber institucionalizado se ha prostituido hacia la adulación del poder, afortunadamente la conciencia histórica siempre busca resquicios para sobrevivir y esperar el momento de imponer su verdad. Y en nuestro mundo, en nuestra Latinoamérica, estamos en tiempo de conciencia de los pueblos.

En cuanto al acontecimiento que motiva estos textos, no es la descripción exhaustiva, sino simplemente resaltar ciertos aspectos a los fines de evidenciar la forma tan burda como los sofismas sustituyen las correctas, justas, lógicas y racionales conclusiones, desprendidas de las evidencias históricas, de su valoración respecto a las circunstancias políticas, sociales y culturales en las cuales se producen, y de su ubicación en la menor o mayor amplitud que la correlación de la perspectiva histórica revele desde la objetividad, imparcialidad y espiritualidad del presente.

Históricamente los cambios sociales van impulsando las modificaciones en las estructuras políticas, ya como proyección, ya como contradicción al estatus  evolutivo de la conciencia, que necesariamente implican. Porque esos cambios sociales no solamente expresan la facticidad  de unas necesidades inmediatas y viscerales, sino también arrastran el origen relativo de esa sociedad, determinado por circunstancias específicas que en su desarrollo propio son moldeadas de una u otra forma por los caracteres del ambiente geográfico, político, social y cultural que la comprende. Así pues, los cambios sociales constituyen esencialmente un cambio cultural, y por ende, una transformación espiritual, es decir, una manera diferente de percibir, valorar y proyectar la realidad existencial.

De tal forma que las provincias que en 1777 estrenaban su nuevo estatus político de Capitanía General de Venezuela, también expresaban los cambios socio políticos culturales de más de dos siglos habidos en las tierras que pisaban, disfrutaban, sufrían e ineluctablemente existían. Y allende los mares, la “madre patria”, de donde buenos, malos, honorables, vagabundos, ricos, miserables, libres o esclavos de cuerpos o de conciencias, casi todos venían. Por tanto, es obvia la relación entre la conformación de esa institución política del reino y los sucesos de 1810, pues dentro de las tres décadas que las deslindan, se resumen las explicaciones y justificaciones sociopolíticas para una y la otra.


De una parte, ya se expresaba en las nuevas generaciones un distanciamiento entre los españoles criollos y su “madre Patria”, ni se diga de las gentes nacidas monte adentro, curtidas en sobrevivencia y amalgamadas en razas, que implicaban un peligro inminente a la corona, evidenciándose eso en los recurrentes, soslayados o manifiestos, cuestionamientos a la autoridad real, que vislumbraban ya su propiedad no como la mera tenencia en nombre de un soberano, sino como un derecho adquirido en virtud de una historia, convivencias y destinos propios. Ya la nacionalidad española como sustento de la autoridad del poder estaba grietada, lo demás únicamente era asunto de esperar.

Por otra parte estaba el proceso independentista norteamericano, que con sus matices constituía, sin lugar a dudas, un mal ejemplo, por tener en común la misma disección de la nacionalidad.

Pero el fundamento teórico del cambio de paradigma político social ya efervescía en tierras de los bárbaros Galos, y en cada tajo de la guillotina se escindían, al menos teóricamente, dos mundos, dos formas de concebir al ser humano y la organización y estructuración de su vida en la sociedad: un sistema de feudos y vasallos, convergentes en un reino y un rey como centros del poder; y un sistema de hombres libres, iguales y confraternos, convergentes en el poder de una República, cuyos reconocimientos y enunciados, sin hacer valoraciones respecto de las verdaderas implicancias de tales derechos para la época, constituyó un verdadero acto revolucionario que determinaría el devenir de nuestras civilizaciones. Y por supuesto, hasta aquella Capitanía General también llegaban algunas pequeñas brasas que pronto comenzarían a dar lumbre al soporte teórico doctrinario de los acontecimientos por venir.

Dentro de aquella sociedad colonial y aún con muchísimos resabios colonialistas, junto al bullicio liberal republicano burgués y soterrado de las nuevas generaciones, se ahogaba un clamor de justicia, de libertad, de igualdad, nacido de las entrañas mismas de esas tierras hasta ahora de desgracias; que estallaría en el grito libertario de José Leonardo, cuya leyenda le retumbaba en las orejas al mantuano cuando fincaba, más que su látigo, su prepotencia y su miseria humana sobre la espalda esclava; como advirtiéndole de los tiempos insoslayables de la justicia ya cercanos, contribuyendo definitivamente con el rancio ambiente de un feudalismo desahuciado.

También las expediciones libertarias del hijo del “tintorero parejero” alarmaron a los privilegios mantuanos. Les aterrorizaba la sola idea que seres de segunda clase los gobernasen y salieron a repelerlos con todo. Lo triste es que años después estarían con el “rabo entre las piernas”, rogándole al otrora criminal y filibustero, los sacara del callejón sin salida en que se había constituido la falaz intentona revolucionaria. Lo cierto es que para ese momento la advertencia estaba hecha, o cambiaban o los cambiaban.

Además, la conformación de la Capitanía General conllevaba al fortalecimiento del poder real sobre la vida económica, política y social de la colonia, aumentado ello por la posterior instalación de la Real Audiencia de Caracas, lo cual trastocó de varias formas los intereses y prerrogativas del mantuanaje, aunque tampoco de manera determinante ni excluyente, pues cabe recordar que para la Corona los terratenientes criollos eran españoles colonizadores, y aunque generalmente los consideraban súbditos de segunda, en definitiva eran también españoles, y así se reconocían los locales, hasta el punto de que el sueño del mantuano era ser reconocido como par del español peninsular y alcanzar la apoteosis de un título nobiliario. Pero el adjetivo “criollo” acarreaba significados que los estigmatizaría por siempre, pues implicaba “suciedad” de origen, por los pillos, bandoleros, tahúres y aventureros llegados a estas tierras en busca de riqueza fácil y que ineluctablemente también eran sus ancestros. Además arrastraba, como se ha dicho, una separación histórica y cultural que definitivamente tomaría rumbo propio. Aunque lo más significativo, es que los marcaba como continuadores de sus antepasados, es decir, para el indio, el esclavo, el mestizo y los blancos pobres, quien los explotaba no era el español peninsular sino el criollo que se enriquecía con su sudor y sangre. De esa forma se estaba configurado el ambiente social en que se desarrollarían los sucesos del 19 de abril.

Dentro de tales circunstancias político sociales y culturales nace un sujeto que habría de resumir todos esos hechos, sucesos y condiciones en una acción libertaria revolucionada hacia un proceso independista; porque si bien es cierto que el pensamiento de ese sujeto en muchos aspectos se proyectó visionariamente hacia el futuro, no es menos cierto que su obra inició desde una realidad muy concreta, siendo precisamente su genialidad, el haber interpretado a cabalidad su circunstancia histórica y actuar en consecuencia, pero sin cortapisas, dispuesto a ser él el primero en cambiar conforme al propósito buscado. Ahora, hasta el personaje llamado a “echarse al hombro” el proceso en ciernes, correteaba por las calles de Santiago de León de Caracas.

A todo ese ambiente político social de aquella Capitanía General. En la Península el poder real es usurpado por un megalómano que astutamente pescó en las aguas turbulentas de las contradicciones y errores revolucionarios de la Francia, logrando encausar la fuerza social revolucionaria hacia la conformación de un Imperio, resultando triste ver cómo la nación que hasta hace unos años proclamaba la libertad e igualdad de los seres humanos, hoy avasallaba y sometía a otros pueblos. Hecho que halaba al extremo del rompimiento el ya debilitado vínculo de nacionalidad de los españoles criollos respecto de su madre Patria. Eso, junto al espíritu liberal germinado en las conciencias y conveniencias de las nuevas generaciones mantuanas, y principalmente en las de muchos pardos, quienes en su aspiración de igualárseles veían en el reajuste social de la República, una puerta de acceso a los privilegios en “justicia” aspirados. Además de los diversos intereses y conveniencias que veían la oportunidad de “oro” para librarse de los impuestos y “limitaciones” a sus propiedades que aquella Capitanía significaba. Todos estos factores obligatoriamente debían manifestarse en una acción política confusa y contradictoria, tanto como lo eran  las intenciones, propósitos y reacciones de aquella generación de conquistadores que atravesaban una circunstancia crucial en sus haberes existenciales, en las tierras en las cuales doscientos años antes, hambrientos de oro y riquezas, hubieron arrasando todo a sus pasos.

Esos acontecimientos desde 1810 hasta 1813 fueron esencialmente de corte oligárquico y predominantemente de inspiración liberal burguesa, y el hecho de que muchos pardos se hayan sumado, algunos seguramente por las razones expuestas, otros de buena fe buscado libertad a la par de los blancos pobres, además de los esclavos, obligados ya a defender las vidas y propiedades de sus amos;  en nada contradice su cualidad de ser un movimiento esencialmente mantuano, y por tanto limitado, excluyente y falso. Ese fue precisamente el boquete ético por donde haría aguas la intentona republicana.

Es que la República era en verdad una conclusión necesaria, un destino ineludible al que los llevaba la carreta evolutiva. Amén de representar el mejor negocio posible para el mantuanaje: se deshacían de las limitaciones e imposiciones del reino, por tanto, no solamente mantenían su poder sino lo incrementaban, a la vez que relajaban las crecientes tensiones sociales, pues requerían de la existencia de un piso, un soporte de supuesta armonía y estabilidad social, como requisito para la conformación de la nueva forma de dominación y explotación: que significaba la sociedad burguesa.

De esa forma nace la República liberal burguesa de 1812, de la necesidad y conveniencia de sustituir un sistema político social de privilegios y explotación como el feudal, ya evidentemente  ineficiente y limitado en el rendimiento y eficacia de su acción explotadora, pues allende sus dominios reales, permanecían muchos espacios físicos y aspectos de las personas sin explotar; además de ser de por sí muy inestable, al sustentarse en la creencia, convicción o conveniencia de las personas en reconocer el poder del señorío; o sea, siempre estaría abierta la posibilidad de ese desconocimiento, la prueba eran ellos, que desconocían a su Rey, bueno, aunque hipócritamente jurándole una fidelidad que ya no les convenía. Hasta la misma esclavitud, al final, más que fuerza era una creencia; pero ¿hasta cuándo se lo seguirían creyendo los negros?, después de lo de José Leonardo, nada era seguro.

Mientras que en la República Burguesa las personas tendrían la ilusión de ser razón directa del poder, lo que garantizaría la perpetuidad de dominio a la burguesía fundadora, inclusive, los ciudadanos "libres" serían capaces de morir por la República, cuando en realidad lo estarían haciendo por los burgueses. Además, la República aseguraría el control y explotación de cada rincón de tierra de sus dominios, y de todos y cada uno de los ciudadanos, sobretodo por algo novedoso que les prometía jugosas ganancias sin riesgo ni esfuerzo alguno: la actividad comercial, en yunta con un maravillo sortilegio que generaba más riqueza que una escardilla o un esclavo: el dinero; algo ya probado por algunas familias como los de la cuadra, entre otros, con muy buenos réditos.

¡¡No te llevamos nada!! Fernando VII, a lo mejor hubo dicho más de uno de aquellos mantuanos “progresistas” al rubricar el acta constituyente. Así se determinaba ideológicamente el hecho constituyente de esos años, cualesquiera otras intenciones justas y correctas hacia la República quedaban soslayadas por el natural intento mantuano de mantener sus privilegios ante la inevitable mutación político social histórica que se les venía encima.

Es que en realidad la burguesía les garantizaba inconmensurables riquezas en relación a la estructura feudal, pues ésta es un sistema cerrado e ineficiente fundamentado en un hecho de fuerza primario: la toma y usufructo de las tierras, cuya productividad no podía ir mas allá de lo permitido por la estructura social, resultando que muchos terratenientes, al final de tanta explotación humana, eran los menos pobres entre pocos pobres y muchísimos miserables, siendo su riqueza, mas que todo, la estabilidad y seguridad que implicaba la tenencia de la tierra, aunque fuese en nombre del reino, prerrogativa que tendía a reducirse a medida que las nuevas generaciones de mantuanos reclamaban sus espacios.

Al contrario, la República burguesa como sistema abierto de explotación les reconocería y garantizaría la plena propiedad de la tierra, legalizando así aquel injusto despojo originario. Además del incremento exponencial de las riquezas, tanto y cuanto la estructura lo soportase;  pues como burgueses sí podían ser cada vez más ricos ante muchos pobres y unas inmensas mayorías de miserables, quienes paradójicamente eran la fuente de esas riquezas, sustituyendo a las tierras en tal función. Todo ello se produciría merced a la siembra y cultivo, tanto como la riqueza que genera, de un antivalor ínsito a la libertad republicana liberal: el egoísmo; mala hierba en una sociedad que por sobre la explotación histórica aún mantenía el valor de la solidaridad, el cual de alguna forma le daba sosiego y hasta esperanza de redención, la misma que pronto les estallaría en las recién estrenadas fauces depredadoras burguesas. Porque la libertad sin igualdad es un sofisma, una trampa que avasalla al ser humano. Porque manteniendo la relación entre los pírricos “beneficios sociales” y las exigencias evolutivas crecientes en la sociedad, y exponenciando las ganancias de la burguesía en relación a la producción, las repúblicas burguesas liberales han demostrado la sustitución atroz de las cadenas físicas por grillos a las conciencias, y el látigo por la arbitrariedad, llegando al extremo de ahogar casi definitivamente el último hálito de libertad en los seres humanos: la esperanza.

Por todo lo dicho, no es de extrañar la caída de la primera República; es más, por la estirpe de nuestros ancestros, debía caer. Orgullosos nos deberíamos sentir los venezolanos irreverentes a la opresión y a las injusticias, de saber a un ancestro nuestro luchando por abortar ese engendro mantuano, sería realmente vergonzoso siquiera imaginarlos con el peso de la opresión, los estragos del hambre en lo que quedaba de sus humanidades y con la mordedura aún fresca del látigo en su espaldas, junto al mantuano invocando libertad… ¡¡Por Dios!! ¡Por los tantos caídos!! ¡Ese engendro mantuano no podía nacer!

La disección social estaba sellada, las prepotencias, orgullos, odios, resentimientos, pero sobre todo el coraje de un pueblo con una dignidad más grande que su sufrimiento, darían al traste con esa mala luz. Adelante, la sincretización de todos esos factores al propósito común independentista sería tarea de aquel sujeto, mantuano de origen y venezolano de forja, que en los diecisiete años que se llevarían su vida, cumpliría la titánica obra de conformar una conciencia común para gestar la liberación del yugo del imperio más poderoso de la tierra.

La República fallida era una consecuencia necesaria, los rumbos convergentes o divergentes tenían ya dos siglos fraguando lentamente. Los mantuanos calcularon mal, torpe, o mejor dicho, prepotentemente creyeron poder integrar a las mayorías al propósito independentista, establecer la República y colorín colorado..., quedando impunes los crímenes y la depredación a los seres humanos, los propios y los que moralmente se incluían en los haberes de sus herencias.

La historia no se puede cortar en tajos a conveniencia de una obra o proyecto humano, ni mucho menos modelarla en la forma exacta como se concibe, puesto que ella responde a procesos evolutivos cuya complejidad depende de la condición espiritual y ética de quienes hagan la valoración. Y precisamente fue el saldo que tenían con la espiritualidad y el nulo sentido ético de los mantuanos, lo que determinó su proceder y lo que despojó al acto libertario de autenticidad moral, es decir, el fracaso de la primera República nacía desde la perversión de la conciencia mantuana.

La guerra civil era ya inevitable, algo que el reino sabría aprovechar muy bien para recuperarse de su coyuntura política y arremeter con las misma violencia, ferocidad y barbarie con que hubieron arrasado esas tierras hacía trescientos años.

En esa guerra entre hermanos y entre las cenizas de aquella fallida república, comienza a erigirse la conciencia y genio de aquel sujeto, sustentándose en lo poco de noble que pudo haber tenido aquella intentona, si es que algo tuvo, pero sobretodo haciendo una lectura precisa de las causas político sociales de los hechos, para tomar el punto común a todos: la libertad. El sujeto que se había preocupado por analizar lo social desde la teoría política, ahora debía analizar, teorizar y resolver desde la cruda realidad misma, iniciando la conformación de las bases de un planteamiento político social capaz de amalgamar la mayor suma de voluntades al propósito libertario ya ineludible.

Es que en verdad esa labor libertaria se avizoraba titánica. Primero debía convencer a sus pares mantuanos de la imposibilidad del retorno, pues la suerte estaba echada, de que debían luchar hasta la independencia e ir luego por el saldo social posible que sus alcurnias les garantizaban. Igualmente, a los pardos sinceros les habló de libertad, justicia e igualdad, mientras que a los “parejeros” les “pintó” las mejoras y privilegios posibles en el nuevo orden social. A las masas pobres al mando de personajes como Páez, cuyo apoyo era imprescindible para revertir la guerra civil hacia un proceso independentista, les ofreció justicia en lo social, tierras y retribuciones por sus servicios a la causa. Rompiendo finalmente con el último y todavía primer punto en discordia, la igualdad, decretando la libertad de los esclavos.

La acción política a ese propósito fue magistral, dándose a la tarea de invocar los puntos de unión entre las clases sociales en pugna, siendo el principal, la insoslayable “coexistencia” sobre el mismo suelo y bajo el mismo sol, como misma la luna donde cada uno a su manera soñaba, como era mismo el cielo que cobijando de azul la esperanza de sus hijos, despertaba un sentimiento común de sus entrañas: la Patria. Además, avanzando en astutas oratorias trataba de apaciguar los rencores y odios, volcándose a la tarea retórica de “salvar” la responsabilidad de los mantuanos, haciéndolos parecer víctimas, herederos de un sistema social que no crearon, y por tanto, excusables en sus errores, amén de exaltar sus acciones “libertarias” etc., tarea harto difícil que ameritó todas las facultades discursivas de aquel sujeto.

Pero lo grandioso es que lo hizo, mutatis mutandis, en cinco naciones, hasta el punto de tener que tratar con personajes como el neogranadino, a quien hasta le perdonó la vida luego que éste intentara asesinarlo, quizás por el influjo especial que ejercía sobre él, quizás porque conocía de sus límites intelectuales o le avizoró algún destello lejano de moralidad en un entorno de tinieblas soterradas, o tal vez simplemente porque lo consideraba el menos malo entre quienes estaban detrás de su mando.

También, a su estilo y conveniencia pero asumiendo la responsabilidad histórica, sorteó el caso del fusilamiento de aquel pardo que amenazaba con seccionar las fuerzas “patriotas” y dar al traste con el propósito libertario. Algo incuestionablemente cierto, pero también el pardo representaba la opción (¿por qué no?), seguramente válida para gran mayoría de los revolucionarios de todos los tiempos) del predominio de las clases emergentes y populares en el mando y control del proceso independentista, a lo que el sujeto habría de oponerse férreamente, no sólo por cuestiones estratégicas sino también por sus propios intereses y prejuicios de casta. ¿Que eso habría favorecido al reino?, a lo mejor. ¿Que se derrumbaría definitivamente el proyecto libertario?, tal vez. Empero, si damos el beneficio de la duda y pensamos que los sucesos históricos son imponderables en sus consecuencias, y que así como el mismo aborto republicano mantuano había motorizado la independencia, por qué no considerar que la mengua del predomino mantuano en los mandos militares hubiese llevado a un planteamiento gran colombiano históricamente más pertinente y factible, y a una Venezuela con un orden político diferente a partir de 1830. Ahora, no podemos tampoco alegar a favor del pardo su propia torpeza, ya que con su actitud evidenció una estrecha interpretación de su circunstancia histórica y una pobre estrategia política. Su error fue querer abarcar más de lo que la historia en ese momento le ofrecía.

Lo cierto es que los conflictos entre los mandos patriotas estaban aflorando a mala hora, eran una consecuencia históricamente necesaria, únicamente debían esperar su tiempo. Entretanto la cuerda rompería por su parte socialmente más roída: el mulato curazoleño. Paradójicamente, una década más tarde, sería el propio sujeto la parte políticamente menos conveniente de la soga que reventaría en Santa Marta. Resultando que las tensiones, distensiones y roturas de esa cuerda social, política, y cultural, configuraron nuestra historia durante dos siglos, siempre preservándose la parte más fuerte: el mantuanaje primero y los burgueses después, dos expresiones de un mismo mal, dos males de diferentes épocas y el mismo objetivo de las luchas sociales.

Entre las alternativas, los tal vez y los quizás, existe el aprendizaje de que las disyuntivas históricas no todo el tiempo halan para el lado éticamente correcto sino para el más conveniente, y que camuflada de conveniencia se impone siempre soslayadamente la oligarquía. Siendo esa la gran paradoja del revolucionario, el conflicto entre la ética del deber y la conveniencia. Por eso, el auténtico revolucionario al final no se aferra a ideologías ni doctrinas, mediatizadas por las conveniencias y los prejuicios, sino a principios y valores, vigentes en todo lugar y en todo tiempo.

En fin, en ese ambiente se fue configurando la acción política de aquel sujeto, hasta el punto de convertirse en una causa libertaria independiente, cuya fuerza motriz provenía de una sola convicción monolítica: la liberación del yugo Español, y eso no existe imperio alguno que pueda detenerlo. Empero, es un error elevarlo al altar de la perfección, pues el líder mitificado pierde eficacia y valor social. Su obra expresa la grandeza, versatilidad y preclaridad de su intelectualidad y visión histórica, el pertinente pragmatismo para sortear las dificultades, la universalidad de su genio político, la cualidad ética y su capacidad para aprender de los errores y transformarlos en acto de fe hacia un propósito; pero también su obrar necesariamente evidencia sus defectos, vicios y prejuicios. Ese es el Sujeto de 1830, solo, enfermo, rechazado y decepcionado, un ser humano, grandioso en su gesta libertaria pero siempre un maravilloso ser humano.

El de Santa Marta es consecuencia de su misma obra, pues la convergencia y amalgama de intereses, conveniencias, propósitos, ideales y nacionalidades hacia la independencia no podía mantenerse más allá de su propósito, lo contrario resulta antinatural y absurdo. En este sentido debemos ser honestos y comprender que muchas de las “traiciones” en verdad fueron simplemente reacomodos de los actores independentistas a sus propias circunstancias sociopolíticas y culturales específicas, en cuanto seres imperfectos que necesariamente debían continuar deshebrando sus existencias. Recordemos que aquel sujeto, por su misma función sincretizante de fuerzas sociales con impulso propio, total o parcialmente convergentes o divergentes, los mandaba a todos pero al final no mandaba a ninguno, pues esos grupos al fin del fin respondían a sus intereses y obedecían a sus jefes naturales

Precisamente, si algo se le critica al sujeto es su pretensión de forzar más allá de lo conveniente las nacionalidades hasta una supra nacionalidad, a unas regiones seccionadas en regionalismos y que apenas tomaban conciencia del sentido de patria; más no se les podía pedir a esas gentes, era imposible. Tal vez influyó el hecho de que aquel el sujeto de gran fortuna conoció y vivió “el gran mundo”, lo que en la época era una excepción entre excepciones. El ser humano es un animal de rutinas, nace y se siembra en áreas específicas junto a sus costumbres, creencias, tradiciones y su fe, siendo que la extensión de esos límites geográficos y culturales más allá de lo que permite su historia, exige un proceso evolutivo y un medio que posibilite el contacto existencial: la comunicación. Tan es así que en nuestro país fue un siglo después, con el inicio de la gran revolución comunicacional, cuando se disiparon definitivamente los marcados regionalismos que disgregaban la República.

Otra crítica, es haber hecho siempre prevalecer de cualquier manera a los de su casta, llegando inclusive a tener, durante su presidencia de la Gran Colombia, a una gran cantidad de terratenientes “empobrecidos” subsidiados  en “compensación” por las pérdidas causadas por la guerra. Por supuesto, los que nada tenían antes tampoco nada podían “compensar”. Ni decir de los oficiales mantuanos con asignaciones de tierras y pensiones vitalicias. Amén de la corrupción que carcomía el saldo y algo más del erario público, siendo la carga burocrática tan enorme que hasta fue restablecido el diezmo a los indios, quienes continuaban sosteniendo al nuevo “encomendero”.

Todo ello fue lógico y natural, las cosas volvían a sus cauces, y en nada desmerita la proeza de aquel genio, al contrario, siendo un humano de carnes y huesos, hace más sublime y “útil” su obra, como ejemplo de la capacidad de grandeza humana, como referencia ética, como medida y valor de nuestra estirpe, y principalmente por su espíritu subversivo, el mismo que la oligarquía quiso acallar endiosándolo en un panteón. También nos recuerda, mejor dicho, nos reclama que la obra está inconclusa, que cada uno de los venezolanos en cuanto seres actuales, en su circunstancia social y en lo que haga, tiene la posibilidad y facultad de ser mejor que él. Seamos pues cada uno mejor que el mártir de Santa Marta, la historia lo exige.

En la perspectiva histórica de nuestra patria dos repúblicas definidas se divisan, en cuanto a su legitimidad y sus diferencias conceptuales en lo político social: En un extremo, la Liberal Burguesa de 1812, proclamada por la clase mantuana de la Capitanía General de Venezuela, cuyos dos criterios generatrices se mantuvieron durante casi doscientos años: La transformación de los privilegios reales a derechos constitucionales, conformando una oligarquía burguesa; y el progresivo desarrollo y control de la actividad explotadora comercial, como fuente segura, fácil y exponencial de riquezas. En otro extremo, la República Bolivariana de Venezuela, dada por el pueblo venezolano en Asamblea Constituyente y aprobada y proclamada en referéndum  popular; de inspiración Bolivariana, de desarrollo Humanista Socialista y con fundamento en los Derechos Humanos.

Entre ambas existe un mundo de causas, consecuencias y efectos que configuran nuestra venezolanidad, aunque lo queramos o no, somos consecuencia de ello. Resulta paradójico que de una acción egoísta, deshonesta y falsa de un mantuanaje decrépito, como lo fue el 19 de abril, se derive una Constitución tan hermosa como la vigente. Así es la historia. No era el mejor camino, ni el más correcto, ni el más conveniente para todos, pero fue el camino que el devenir evolutivo nos ofreció, y lo hemos andado y desandado, construido y reconstruido, en nuestra búsqueda de un rumbo de mayor justicia, libertad, igualdad, paz y felicidad, constituyendo esa acción, como en todos los pueblos y en todos los tiempos, la dinámica evolutiva de las sociedades, que pinta caminos y señala rumbos nuevos, como este que expresa la nueva y verdadera República,

En fin, los hechos históricos no deben plantearse desde los simplismos de visiones acomodaticias e interesadas, sino desde el entramado real social, político y cultural que entreteje su evolución existencial; donde existe bondad y maldad, virtudes y defectos, honestidad y deshonestidad, pero también siempre la posibilidad de hallar la luz; donde se manifiestan variadas causas y distintos efectos, diversas posibilidades pero una sola certeza: la verdad histórica. Por eso, el estudio de la historia al final pretende la ponderación ética de las causas, efectos, alternativas y posibilidades que configuraron un determinado acontecimiento histórico, para comprender nuestro comportamiento, reconocernos en nuestras facultades, virtudes  y vicios, y principalmente para elegir con mayor tino el rumbo a seguir.

He ahí precisamente la inmensa importancia para el país de la honestidad y ética intelectual en los planteamientos históricos, que por su complejidad deben resultar de procesos de análisis y estudios colectivos para garantizar la mayor objetividad posible, el más alto sentido ético y la más amplia perspectiva social, política, cultural y geográfica, a los fines de poder conformarlos eficazmente como patrimonio de la sociedad.


Javier A. Rodríguez G.

sábado, 27 de agosto de 2011

Libia. Pelea de Perros o Síndrome del Gallo Chongo.

El caso Libia evidencia una nueva forma de intervención y dominación de los pequeños Estados por las grandes potencias. El fomento de grupos armados internos con el agregado de mercenarios infiltrados progresivamente. Una campaña mediática a nivel mundial unida a un eficaz trabajo diplomático, a los fines de conformar el ámbito de acción internacional desde tres espacios: Antes, durante y después de la invasión. Lo que implica procesos de negociaciones muy complejos tanto para las actuaciones en el " trabajo sucio" como en la repartición del botín, aunque en verdad todas esas acciones son humanamente inmundas y deleznables.

La excusa: La violación de los Derechos Humanos por parte del gobierno en cuestión. El órgano ejecutivo formal: El club ONU. Bastando una resolución signada por ocho países, y si alguno de los cinco con derecho a vetar la resolución no está de acuerdo, previamente negociará para ”salvar las apariencias” mediante una cobarde abstención, como en este caso lo hicieron China y Rusia, o como Brasil, quien lacayamente negoció su negativa de dignidad a cambio de que le respetasen las inversiones en Libia, tanto así, que ahora es uno de los primeros que salió a reconocer al llamado gobierno de transición (¿Por América Latina? ¿Quién ha criticado tan indigna actitud ? )

La acción es de forajidos, al margen absoluto del Derecho Internacional bombardean a mansalva a ese país. Primero, a supuestos "objetivos militares", luego escalan una ofensiva hacia objetivos civiles, escuelas, hospitales, plazas públicas y hasta zonas residenciales, con la intención de generar terror en la población y un grado extremo de desesperación que los lleve a la condición primaria de sobrevivencia, quebrando la fuerza de los valores y principios humanos, políticos y culturales de las mayorías A la par que congelan todos los bienes y reservas de esa nación libre y soberana, habidos y depositados precisamente en los países agresores, y no bastando con ello, proceden al secuestro y retención de cualquier avión o barco que trate de ingresar al país, todo con la intención de cortar cualquier posibilidad de suministro de alimentos, medicinas y combustibles, para llevar al extremo de la irracionalidad a la población desesperada.

Además, el caso Libia tiene características adicionales muy especiales. Pues el principal enemigo de Gadafi, como los de toda revolución, ha sido el tiempo. Las revoluciones en esencia son situaciones excepcionales de, como decía De Gaulle, restitución de la justicia. Tal cualidad las hace especialmente susceptibles al inevitable transcurrir de la vida social, y con ello, al cambio, amoldamiento o asimilación conceptual de los principios y valores que fundamentaron ese proceso revolucionario, lo que va generando nuevas expectativas sociales, políticas y culturales que deben ser correcta y pertinentemente interpretadas para mantener el sincronismo del espíritu de la revolución que se trate con el ineludible evolucionar de las sociedades.

De allí se plantea el problema del sostenimiento de la autenticidad del concepto Gadafi, es decir, la libertad y la soberanía forjadas al calor de un liderazgo fuertemente caudillezco, que también ha tenido como enemigo al tiempo, pues el líder y caudillo lucha constantemente contra los mismas fuerzas generatrices que lo han conformado, y en esa lucha se producen necesarias tensiones y distensiones que, de no existir reacciones equilibrantes, al final lógicamente se rompen por el sujeto en favor del colectivo, sea quien sea, la historia lo dice así. Eso lo midieron muy bien las potencias y simplemente esperaron su hora, a la vez que, disfrazados de abuelita, fueron horadando el otrora infranqueable espíritu libertario, autónomo y soberano Libio. Regalos, halagos, mieles que en verdad eran hieles, sonrisas y abrazos: te aceptamos, no te preocupes, palmadas en el hombro: te estás portando bien, consejos de advertencia soslayada: vas por buen camino, síguete desarmando, que no lo necesitas... Mientras la daga traidora de Bruto aguardaba tras la solapa.

Por eso, resulta acertado el símil que algunos han hecho del caso Libia con una pelea de perros, es decir, una situación progresiva de quiebre de la institucionalidad, generada desde la creación artificiosa de un enfrentamiento entre connacionales. Pero además, debemos considerar lo que pudiéramos llamar el “síndrome del gallo chongo”, muy bien empleado por las potencias, o sea, convencer a los pueblos guerreros, soberanos y dignos, de lo innecesario del enfrentamiento, de la "inconveniencia para la paz" de una fuerza militar poderosa , de lo retrógrado del enfrentamiento en un mundo globalizado que tiende hacia la paz etc, mientras ellos desarrollan extravagantes tecnologías de muerte, prácticamente "echando" a ese pueblo, igual que el gallo esperando la postura, desnaturalizando la función y acción de su espíritu de lucha, libertad y soberanía.

De tal forma que, literalmente a Gadafi lo "echaron", el grande líder, el símbolo de lucha de los pueblos y de irreverencia ante las grandes potencias, ahora departiendo festines con los verdugos, auxiliando financieramente sus trasnacionales en quiebra, todo siendo felicidad. Hasta la inefable China hizo su jugada, grandes contratos y coqueteos políticos que aparentemente implicaban el resguardo del veto ONU, pero no, la cobardía oportunista del lerdo gigante asiático se manifestó arteramente. Y de Rusia, controlada por ex agentes de la KGB, qué se puede esperar. La lección debe germinar en nuestras conciencias para no pedir más de lo que estas potencias están dispuestas a dar o hacer. El caso Libia ha manifestado el  "riesgo de la potencia amiga" en cuanto al  juego geopolítico.

Otro elemento a tener en consideración es que, al no existir una declaración de guerra sino la supuesta defensa de los Derechos Humanos de una población indefensa, el conflicto no se rige por las convenciones internacionales que regulan las confrontaciones bélicas, lo que hace todavía más inhumana la invasión, garantizando la impunidad de las fuerzas militares actuantes por los crímenes de lesa humanidad que cometen bajo el manto formal de la decisión de ocho Estados cobardes.

En fin, en Libia, las potencias astutamente echaron los perros al palenque y al  Líder al nido, mientras el tiempo hacía lo suyo. Ahora esperan simplemente recoger los frutos que les salven sus economías trastocadas, y a la vez aleccionar al resto de países contestatarios que les antepongan su dignidad y soberanía. Sin considerar que el que siembra hiedra no puede cosechar manzanas.

El problema es que muchos de los que ellos consideran "perros" tienen estirpe milenaria de valientes guerreros, y ya el viejo líder ha resurgido el espíritu irreverente y guerrero de su estirpe, que se hace millones en las conciencias de todos quienes invocamos la justicia, la igualdad y la soberanía de los pueblos. Los frutos del odio y el terror, inevitable y justamente se han de revertir. En este sentido USA tiene una cosecha muy grande, quién sabe hasta dónde seguirá resguardada por su relativo "aislamiento" geopolítico. Y la Europa, con la OTAN, está reiniciando viejas andanzas que les dejaron amargos sabores en sus sociedades, pues al final el terror es un búmeran.

Gadafi ha izado las banderas de lucha, resistencia, soberanía y dignidad, algo con lo que no contaban los invasores, y, ellos lo saben, eso cambia radicalmente sus expectativas. El guerrero ha despertado, y aún muriendo su grito antiimperialista resurge para resonar perennemente en las conciencias de su pueblo y de los pueblos del mundo. Las potencias podrán destrozar edificaciones y quitar vidas, pero jamás destruir las conciencias, la espiritualidad y la dignidad de los pueblos. 

Javier A. Rodríguez G.

domingo, 24 de julio de 2011

El Decreto de Guerra a Muerte. Valoración histórica.

Los hechos históricos deben valorarse desde su circunstancia y desde la actualidad, para comprender su alcance y significado en cuanto manifestación evolutiva de la humanidad. De manera que, ciertos hechos aparentemente irrelevantes en su momento, mirados desde la perspectiva histórica resultan realmente trascendentales, o al contrario, acontecimientos supuestamente de gran importancia, magnánimos por las circunstancias y personajes que intervienen, la retrospección histórica objetiva los evidencia en su verdadero significado y valor dentro del contexto al cual otorgan lógica y coherencia. En todo caso, ningún hecho histórico puede ponderarse  aisladamente, ni determinarse solamente por sus aspectos y efectos fácticos, cuando su riqueza conceptual y trasfondo humano responden a complejidades políticas, sociales y culturales que lo originan y lo definen en sus propósitos. 


Ello plantea el problema del estudio científico de la historia; labor hartamente difícil, pues los hechos históricos generalmente oscilan entre tres visiones: La realidad, la conveniencia y el mito. La realidad presenta los hechos en su cualidad humana descarnada. La conveniencia interpreta la historia como un borrador, es decir, resalta u omite hechos y acciones, descontextualizándolos para construir una historia conforme a criterios interesados, tachando de apócrifas todas aquellas evidencias que las contradigan. Los mitos son verdades a la conciencia, sentimientos y aspiraciones del pueblo, independientemente de su origen y de los aspectos discordantes, constituyendo formas de ver, de pensar, de sentir, de querer, de ser y de proyectarse cultural y espiritualmente la sociedad.


Empero, esas visiones no son excluyentes sino que pueden entremezclarse para enriquecer la cultura de los pueblos. Porque, si bien es cierto que el establecimiento y valoración objetiva de los hechos históricos es fundamental para el aprendizaje de las naciones, en cuanto experiencia y conciencia evolutivas; también es verdad que esa enseñanza se interpreta y valora en perspectiva desde otra actualidad existencial, que los simplifica, los poda, dejándole sus notas esenciales, que en lo sucesivo tienden "natualmente" a mitificarse. También existen los mitos "pretaporté", construidos adrede por conveniencias e intereses determinados. Así pues, hay “mitos” e historias “convenientes” y realidades impertinentes.


Todo esto lleva al cuestionamiento del historiador en cuanto investigador y al planteamiento de la dificultad del oficio: La obtención de datos y evidencias históricas, su correlación objetiva, científica, y su valoración política, social y cultural. Lo que supone criterios intelectuales muy amplios y extraordinarios y una metodología casi imposible de seguir individualmente con la objetividad suficiente para dar validez científica y valor cultural cierto al saber histórico. Por lo que el establecimiento objetivo de los hechos históricos, o mejor dicho, la máxima aproximación a la realidad de los acontecimientos pasados y su conciliación justa con los valores y creencias culturales, debe ser labor de un equipo multidisciplinario con una cualidad en común esencial: Criterio científico y espíritu humanista. Algo ciertamente difícil de lograr, pero no imposible.


Dicho esto, trataremos de aproximarnos al "Decreto de Guerra a Muerte", dictado por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo. Sobre los hechos concretos conocidos, intentaremos ubicarlo en la perspectiva histórica del proceso independentista, con sus motivaciones e implicaciones políticas, sociales, culturales.


En los albores de 1813 la situación político social de la recién creada República de Venezuela está en una encrucijada. La declaratoria de su  independencia de España, dada y acelerada por la invasión del reino por otro imperio mayor, el Francés, había pagado con el fracaso su improvisación, su poca profundidad conceptual sincera (rayando en la retórica llana) y su falta de legitimidad, valga decir, de apoyo popular.


Es cierto que en todas estas colonias Españolas existía desde hacía rato un descontento con la España. El problema es que para unos ésta era la "madre patria" y para otros "la madre p...".


De tal forma que los cuatro movimientos previos al 5 de julio de 1811, como lo fueron: La insurrección de José Leonardo Chirinos junto a un grupo de esclavos, en 1796; la conspiración de Gual y España, en 1797, de inspiración liberal Francesa.; las invasiones de Miranda de 1806; y la  junta de gobierno conformada por un grupo de mantuanos de Caracas en 1810, que se arrogaba provisionalmente los poderes de Fernando VII. Aunque todos conforman un mismo proceso, en su expresión político social presentan caracteres diferenciadores que vale tener presentes para la justa comprensión del hecho que pretendemos estudiar.


El más legítimo, auténtico, universal y trascendental de tales sucesos, fue el liderado por José Leonardo Chirinos. Porque, de inspiración libertaria Haitiana, no implicó únicamente la rebelión en contra de España, sino básicamente en contra de sus ejecutores inmediatos: los terratenientes mantuanos criollos; y más que eso, en contra de la esclavitud, lesiva a la dignidad humana y opuesta a la igualdad de los hombres. Su grito de libertad hubo estado ahogado en las conciencias de los esclavos por centurias, estremeciendo, más que a España, a la Oligarquía criolla, que de alguna manera escuchó en él la evidencia de un sistema de sociedad que se agotaba y que ya se percibía imposible de sostener a mediano plazo. También porque la excluyente separación de castas estaba permeando por concesiones reales que relajaban las rígidas normas de emparentamiento y ascenso social; agregado a esto el sentimiento de identidad de algunos de las nuevas generaciones de mantuanos, quienes, influenciados por la independencia norteamericana y la revolución francesa, aunque manteniendo la base de sus privilegios, intuía y buscaba otras formas de orden social.


Resulta irónico que la brutal represión en contra de ese movimiento insurreccional de esclavos, fuese ejecutada por los mantuanos criollos, pues la defensa militar de la Capitanía General se establecía en razón directa de los intereses en juego; es decir, los militares pertenecían a las castas dominantes, ya que por la elemental institucionalidad de la colonia y por razones prácticas de la corona, no podían entregarle las armas a quienes no poseyesen bienes que defender (eso le argumentaron a Boves cuando pretendió incorporarse al ejército de su majestad). De tal forma que en realidad José Leonardo fue descuartizado en "escarmiento" no por los "españoles" sino por los blancos criollos, seguramente regocijados ante su testa en la plaza mayor de Caracas. Irónico, porque fueron los  mismos mantuanos que luego invocarían libertad en 1811.


En cuanto a la llamada conspiración de Gual y España, su matriz conceptual fue la misma de la Revolución Francesa: Burgueses intelectuales y progresistas que pretendían la sustitución del anacrónico y deficiente sistema feudal por criterios modernos de convivencia social, sobretodo de interacciones de intereses; pero, debe quedar claro, manteniendo siempre la relativización de la justicia, libertad e igualdad que los privilegiaba.


Luego, el pobre Miranda inició una nueva, su última égida. Tal vez atávicamente continuando la de su padre, cuando hubo sido discriminado por la burguesía criolla, no obstante haber logrado titulo y rango militar, merced a su fortuna habida del comercio, y pese haber obtenido la pureza de sangre; lo cual nunca fue aceptado por la oligarquía criolla, por considerar indigno que un "pata en el suelo" se les equiparase en privilegios.


En verdad eso fue siempre Miranda para la oligarquía criolla: un "pata en suelo". Por eso no salieron a recibirlo como su "par", en Coro; sino como a un orillero parejero, arribista y filibustero que pretendía desplazarlos del poder con que les privilegiaba el reino español. También fueron ellos quienes, ayudados por el ascendiente religioso de sus sacerdotes, le alejaron de las eventuales simpatías de un pueblo receloso y dado únicamente a medio sobrevivir ante el lujo insultante de las clases dominantes; incluso, con sus "militares criollos", cual intruso lo persiguieron y apresaron a sus acompañantes, a quienes ejecutaron salvajemente en "escarmiento" (hasta Andrés Bello sirvió como traductor en aquellos juicios sumarios).


A estos acontecimientos, cuatro años después, en 1810, ante la circunstancia de la invasión de España por Napoleón Bonaparte, y en vista del nombramiento de un Capitán General al que consideraban ilegal e ilegítimo; a la oligarquía criolla se les presentó la oportunidad de oro para liberarse del reino y principalmente de los impuestos e imposiciones reales limitantes a sus privilegios. Los conflictos generacionales, intelectuales y de casta se manifestaron en todo su esplendor. Atrincherados primero en junta conservadora de los derechos la monarquía, los mantuanos conservadores, neutrales y liberales, contraponiendo sus intereses decidieron finalmente rebelarse en contra del poder de la corona española, en ese momento en manos de Francia. Culminando, el 5 de julio de 1811, con el proceso de firma del acta de Independencia y la conformación de la República de Venezuela en cuanto manifiesto político, pero sin legitimidad social.


Otra gran ironía, es que para la conformación de la nueva república y principalmente para su reconocimiento y ayuda internacional, el mantuanaje criollo requería de un sujeto con la capacidad y prestigio militar e intelectual suficiente, y con los contactos diplomáticos necesarios a empresa de tal envergadura; además de poseer un origen social capaz de hacer más atractiva, que no creíble, dicha acción "libertaria", a la masa blanca de pequeños burgueses y de blancos pobres.


Lo  insólito… el personaje ideal resultó ser el hijo del tintorero, el “pata en el suelo”, el vagabundo mercenario que hubieron echado a sangre y fuego en 1806... Empero, el orgullo había que tragárselo, pues la necesidad imperaba. Así, lo contactaron, y entre lisonjas le ofrecieron el oro y el moro a cambio de que les brindase en bandeja de plata el nuevo feudo: la república. Pero una omisión grave les aguardaba en celada, pues, como casi siempre ocurre con las clases poderosas que se disocian de la realidad por el egoísmo de sus intereses, ellos falsamente extendieron sus deseos y aspiraciones hacia los sectores sociales "inferiores". Es la prepotencia del poderoso: Lo que yo quiero es lo que quieren los demás,


Pronto la realidad le estalló en la faz a Miranda. Los “libertarios” mantuanos resultaron ser opresores para la mayoría de los pobladores. Carecían en absoluto de legitimidad para la empresa de invocar libertad y atraer a las masas hacia el propósito en común.


Los fantasmas se desataron. Los José Leonardo, los Gual y España y los pata en el suelo con Boves, comenzaron a alzar la voz. Resultando que en esa marea de contradicciones la cuerda se rompió por su lado más ilegítimo y falaz: La República de los mantuanos. Lo demás era de esperar. Viéndose perdidos y procurando “escurrir el bulto”, traicionaron la fidelidad que por el compromiso adquirido le debían a Miranda. Toal aquel no era de los suyos. Lo culparon de instigarlos con sus ideas liberales, dado los antecedentes del "hijo del Tintorero", y lo entregaron cobardemente al enemigo a cambio de salvoconductos. Así era el mantuanaje criollo. Así actúan los oligarcas siempre.


Enseguida la realidad social reorientó su cauce. Las diferencias y odios sociales se hicieron patentes. La inmediatez de la interacción y el pasivo social acumulado se impuso a la remota aspiración ideal.


Así todo resulta comprensible y lógico. No podía el blanco de orilla, otrora mancillado, despreciado y sometido por el mantuano en nombre del Rey, estar bajo sus órdenes invocando liberarse del yugo, sin entrar en contradicción, pues, para el orillero el opresor era el criollo mantuano. Ni se diga de los esclavos, que vieron la oportunidad de oro para seguir el ejemplo de José Leonardo, ¿contra quién? ¿Contra el distante español peninsular o contra el opresor criollo que finca el látigo sobre sus espaldas y violenta a sus esposas e hijas, ni se diga a su dignidad?


De esa manera la intentona republicana mantuana se diluyó en la dispersión de intereses y las contradicciones sociales y políticas que subyacían en aquella sociedad colonial del nuevo mundo.


Este es el panorama que pinta el año 1813. El mantuanaje esta deshecho, “la suerte está echada”, no pueden ya dar marcha atrás. Hasta la naturaleza ha hecho suertes, con aquél fatídico terremoto. El pueblo criollo se escinde entre los fieles a la corona, tal vez pensando en pescar en rio revuelto y congraciarse para sustituir a aquellos en el usufructo de los privilegios reales; y los que se pliegan a los mantuanos que aún luchan; unos tal vez agradeciendo favores y otros a lo mejor buscando lograr el ansiado reconocimiento como pares; mientras el resto pretenden un rumbo diferente desde una conciencia de clase incipiente, que luego pretendería capitalizar el mártir pardo Manuel Piar, lo que a la postre le costaría la vida.


Esos hechos son los que precisamente orientan el Decreto de Guerra a Muerte. A los mantuanos conspiradores de 1811 los acontecimientos se les escaparon de las manos. Algunos ya muertos, la mayoría en el exilio y dando lucha el resto, ya sin posibilidad alguna de triunfo. Las facciones sociales que sobreviven buscan imponer sus criterios. Y a todas estas, la beneficiada es la España, que gana tiempo valioso para lanzar un artero y definitivo ataque y ahogar con sangre para siempre las voces de rebelión.


Bolívar, consciente de ello, asume la capitanía del barco que hace aguas y se da a sincretizar, aunque fuere por un tiempo, las posturas en pugna, hacia el propósito en común de independencia, ya con los reacomodos sociales indetenibles. Para ello debe convencer a sus pares mantuanos de la irreversibilidad de los hechos y de la necesidad de mantener la lucha por su espacio social posible. Y a los diversos sectores sociales, en una acción política admirable, los insta a sosegar los odios y diferencias ante la realidad insoslayable que se les impone, prometiendo cambios sociales. Así Bolívar invoca el sentimiento primario de pertenencia, el amor por la tierra, arguyendo que las vivencias, malas o buenas, son propias y expresan una forma de ser que los identifica por sobre otros pueblos, evidenciando como enemigo común a España, y como valor de cohesión y recompensa, la libertad.


Bolívar invoca a la patria y fomenta el sentimiento nacional por un territorio y una cultura en común, el ius soli. Iniciando así la consolidación definitiva de la República y despertando el espíritu soberano del pueblo. Lo que implica el romper definitivamente el cordón umbilical con la "madre patria". De tal forma que el decreto reafirma la nacionalidad, despejando el claroscuro político de la República fallida, o se está o no se está con ella.


Pero la puntilla política magistral es que los nacionales, aún siendo culpables, resultan eximidos de responsabilidad por la patria que los perdona y reconoce como sus hijos, y por la República, dándoles las garantías de ciudadanos. Reafirmándose con esas acciones, a lo interno y ante los pueblos del mundo, la independencia de Venezuela, no ya como simple manifiesto formal e ilegítimo, sino con la fuerza irreductible y autárquica de su soberanía.


Esa fue la acción y significado del Decreto de Guerra a Muerte. Más allá de lo terrible del enunciado, su fundamentación ética  y el propósito efectista tuvieron la eficacia buscada. Ya en adelante la lucha sería entre el reino español y la República de Venezuela, ahora cada vez más ampliada estratégicamente en horizontes hacia pueblos hermanos.


El camino estaba irreductiblemente marcado. Aquel terrateniente caraqueño fue abriendo su mente, su espíritu y su corazón al sentimiento y amor por la libertad de su patria, en una vorágine que lo arrasaba todo. Concluyendo allá en Santa Marta, su vida terrenal, porque la espiritual, con su ejemplo de lucha y de imponerse a la adversidad, apenas iniciaba. Nació inmensamente rico en bienes materiales, pero testó a la posteridad su ejemplo, su lucha, su entrega, su riqueza espiritual y, principalmente, el rumbo delineado por su pensamiento, que verdaderamente comenzó en 1830.


En definitiva. La patria, la nación, la república real y legítima y el bolivarianismo en su concreción como hechos sociales que patentizan la aspiración e ideal de justicia y libertad, iniciaron con la primera prodogiosa acción política de El Libertador: El Decreto de Guerra a Muerte.




 Javier A. Rodríguez G.

domingo, 19 de junio de 2011

La "Afrodescendencia"

La llamada afrodescendencia es un concepto racista. En nuestra sociedad ¿quiénes son descendientes de los africanos?: ¿Los  de color oscuro?  ¿Los que porten en su sangre algunas menudencias fútiles que diferencian evolutivamente su genética del resto? o ¿Los que se hayan enriquecido con los aportes de su cultura?


Los tres criterios resultan racistas, xenofóbicos y discriminatorios. Racistas: Porque pretenden la vieja aspiración de seccionar la especie humana en grupos evolutivamente diferentes, llegando al extremo de existir quienes creen su genética tan diferenciada que prácticamente conforman otra especie de homínidos. Esto ha sido precisamente el germen de la esclavitud, de las monarquías, del holocausto, del imperialismo, de los exterminios masivos y del olvido de sociedades que literalmente mueren de hambre. Todo por la desigualdad esencial evolutiva entre los diversos grupos de seres humanos, que plantea. Son xenofóbicos: Porque tratan de converger valores sociales y culturales en torno a determinadas características físicas, rayando en un seudonacionalismo. Y resultan discriminatorios: Porque intentan la exclusión de los seres humanos que no posean los rasgos fisiológicos que revelen la herencia de los caracteres de la "raza" “negra”. Y si a ver vamos, al final todos los seres humanos tenemos un mismo origen geográfico: África, y un mismo color de piel primigenio: oscura.

En este sentido ¿Dónde quedamos los latinoamericanos, y venezolanos en concreto, que somos una mezcla y fusión de colores y de expresiones culturales que configuran el carácter sui generis de nuestra cultura, de la que todos somos partícipes y herederos, de tal forma que nadie puede sustraerse de ella sin atentar contra la esencia misma de nuestra idiosincrasia, incluyendo a los grupos indígenas que presuman de "puros", ya que también son expresión de esa diversidad e integran un mismo concepto cultural.

Además el concepto de afrodescendiente es atrozmente retrógrado. No considera precisamente los logros evolutivos de nuestra especie en cuanto a la conciencia de si misma, tanto en los aspectos biológicos como en los espirituales. Pues, la lucha por la igualdad también ha significado luchar contra tales criterios racistas, xenofóbicos y discriminatorios. La biogenética ha demostrado irrefutablemente la igualdad  esencial de los todos los seres humanos actuales, pero algunos” siguen aferrándose atávicamente a la diferenciación evolutiva. ¿Será para pretender ser amos o para continuar siendo esclavos?

De otra parte, debemos considerar que la igualdad esencial es válida y determinante para todos los seres humanos. Es decir, si los blancos no pueden discriminar a los negros, tampoco éstos pueden erigirse como una especie diferente. Si el ser humano es bondadoso y malvado, justo e injusto, generoso y egoísta, valiente y cobarde, fiel y traidor etc., somos todos los seres humanos en cuanto especie, no pudiéndose discriminar entre blancos malvados y "negritos" e "indiecitos" bondadosos e inocentes.

Lo que si es dable establecer son valoraciones culturales, sociológicas, de especificidad de caracteres secundarios por adaptación evolutiva al medio ambiente y la menor o mayor inmediatez de determinadas expresiones culturales específicas en cuanto al origen cultural identificable, pero jamás puede usarse el pretexto del color de la piel y otros rasgos fisiológicos para tratar de conformar grupos de ciudadanos diferenciados, sin atentar contra los Derechos Humanos de las demás personas y contra la igualdad que cohesiona a la sociedad.

En definitiva, en nuestra sociedad latinoamericana todos tenemos derecho a vivir, sentir, sufrir y disfrutar la riqueza de nuestra cultura, independientemente del color de piel que nos pinte. Porque: Colores vemos, genética no sabemos.

Javier A. Rodríguez G.

jueves, 16 de junio de 2011

Comentario a sentencia

Saludos. Excelente, en cuanto a eximir de caución al niño, niña y adolescente.. Pero, el mismo fundamento jurídico que aplicó el juzgador para decidir, en mi criterio, hace procedente el amparo: El interés superior del niño y la preeminencia de sus derechos. Así lo comprendió el demandante, accionando correctamente, más aún cuando el reclamo es a consecuencia de un daño objetivamente establecido. Obsérvese que esto no lo considera para nada el sentenciador.

Es más, en circurstancias como estas, aunque no se tratase de los derechos de un adolescente, existe un acción incontrovertiblemente dañosa a la persona, cubierta por una póliza de seguro, lo que evidencia el riesgo del servicio prestado por el demandado.

De tal forma que, según el criterio del juzgador, el extranjero que de cualquier forma se encuentre en el país, más que todo los que llegan a nuestra patria en busca de un mejor futuro para ellos y sus hijos, como seguramente llegaron muchos de los progenitores o abuelos de algunos magistrados, y que por mala fortuna sufra un accidente de tránsito que haga procedente una acción de indemnización civil, caerá en la desgracia de no acceder a la justicia y seguramente pasará a "afear" la ciudad, pidiendo en caridad lo que en justicia le corresponde, menguado en lo único que aún soporta su esperanza, la dignidad, y mancillado en sus derechos humanos.

¿ Y la Constitución? ¿ Y la prevalencia de la justicia y los Derechos Humanos? ¿ Y la no discriminación por condición social o económica? ¿ Y la invocación a Dios todopodero en el preámbulo constitucional, que nos orienta moralmente hacia el respeto a la igualdad y dignidad de los seres humanos ? Todo a la porra.

Pido disculpas en nombre de mi patria, a todos los extranjeros de buena voluntad que con su esfuerzo contribuyen a engrandecer esta tierra, por los desmanes de un sistema de justicia atado a un pasado que no deja que aflore en su esplendor el espíritu humanista de nuestra Constitución. El Derecho sin ética es basura.

Sentencia referida: http://www.tecnoiuris.com/venezuela/jurisprudencia/menores-adolescentes/nueva-jurisprudencia-vinculante-lopnna-sobre-no-necesidad-de-caucion-para-demandar-menores-no-domiciliados-en-el-pais-3933.html

EL HUMANISMO SOCIALISTA