Toda obra
tecnológica es expresión de la posibilidad, en plenitud siempre actual,
del quehacer humano. Desde aquellas rudimentarias herramientas de sílex,
el dominio del fuego y el instrumental básico subsiguiente, se
fundamentó la progresividad del obrar con el que el ser humano ha
allanado los senderos de su extraordinario emprendimiento existencial,
del cual una de sus posibilidades es el estatus tecnológico que ostenta
la sociedad contemporánea. Progreso que no implica, al modo renacentista
cartesiano, una perspectiva finalista, conclusivamente necesaria; sino
la ampliación probabilística de objetivos, opciones y posibilidades; de
cuya elección, disposición y aceptación se construye la cultura
tecnológica.
Hasta hace un siglo el quehacer tecnológico,
fundamentalmente práctico-empírico, desfasado de su entendimiento y
comprensión científica, respondía a dos premisas que le informaban la virtud de su instrumentalidad:
justa utilidad y sana necesidad. Empero, con la industrialización de
las sociedades, el dominio científico de la tecnología y el forjamiento
interesado de teorías como la del valor, en principio usada dolosamente
para abrogar del obrar tecnológico la virtud, el bien, la utilidad y
relativizar lo justo, ético y moral, al propósito de mutarlo
culturalmente de medio a fin.
Ahora, es necesario comprender que
todo obrar tecnológico, aunque afecte al ser humano, su hábitat y
ecosistema, evolutivamente es válido, en cuanto posibilidad de lo
posible; incluso si extinguiere nuestra especie y hasta la vida en el
planeta. Puesto que el problema del desarrollo tecnológico se despeja
esencialmente hacia la comprensión del libre albedrío, cuya plenitud se
alcanza dentro de los linderos de lo ético-moral, justa racionalidad y
necesaria espiritualidad.
De esa forma, por ejemplo, el estatus
de la actual tecnología de las comunicaciones es expresión
probabilísticamente necesaria de una intención que iniciara con los
mensajes de palabra, de humo, sonoros y escritos: Allanar los obstáculos
que dificultan o imposibilitan de cualquier forma la comunicación entre
los seres humanos, en toda expresión y posibilidad. Igualmente, la
cinematografía, y sus iniciales rudimentos, como el biofonógrafo, de los
Lumiere, el” séptimo arte”; patentiza una posibilidad hacia la
concreción del sueño del que escuchaba la Iliada en voz de Homero: haber
presenciado y vivido la epopeya. De ahí la magia del cine, el absoluto
de Hegel, la imaginación hecha realidad. Y ni hablar de las actuales
tecnologías en ciernes, de la construcción virtual holográfica de
realidades imaginarias o históricas, que anuncian posibilidades de
expresión artística, literaria, histórica, científica, humanística y
cultural maravillosas, delirantes hasta hace poco.
Hasta aquí,
conformes con sentido irreversible de la evolución, todo ello sería
asumible sin mayores traumas, conflictos o contradicciones, que no sean
de adaptabilidad, de prefencia por tecnologías tradicionales o la
tergiversación y mediocridad de los contenidos.
El problema
radica, como se ha dicho, en el traspasar las demarcaciones éticas,
morales, racionales y espirituales, hacia la alienación del ser a una
realidad inexistente, en sociedades ficticias pero reales y mundos
imaginarios pero ciertos, y lo peor aún, la expropiación del ser; hacia
la posibilidad de un neo-vasallaje a los designios de un “Sr. Virtual”,
creador de realidades, verdades, falsedades, paz, guerras, vidas,
muertes y resurrecciones; un dios pretaporté creando realidades y mundos
a pedidos.
Es precisamente hoy, cuando la concepción de la
realidad ha alcanzado niveles inimaginados de abstracción, merced a
teorías como la de la relatividad, la "contradicción" delatada por la
naturaleza de la luz, el desvelamiento del impredecible, incierto y
entrelazado mundo cuántico, más la virtualización exponencialmente
creciente hacia el establecimiento de la filosofía-ciencia,
socio-política, axio-cultura del Metaverso; se impone, más que nunca, la
preservación de la "realidad auténtica"; por la cual es y en la que
es el ser, y que, aun bajo el supuesto que resultare una farsa cuántica,
y por ende también falso el ser; aún así continuaría siendo la
auténtica falsa realidad, con seres falsos en un universo falso. Valga
decir, no existe opción: El único substrato existencial “real“ del ser
humano, está donde se conforma el polvo del que se constituyen y el que
terminan sus huesos; donde intuye, descubre y nutre su ser espiritual
con la virtud de la justicia, igualdad, libertad, amor, paz y felicidad;
donde la racionalidad sustenta el soñar; y en donde se le plantea en
propósito de fe la necesidad de Dios.
Ahí es donde debe
concentrarse la acción pedagógica: La preservación del ser, desde la
conformación de un sustrato ético-moral, racional y espiritual, que
mantenga dentro de los espacios de utilidad y justa necesidad la
tecnología del Metaverso. Siendo que la libertad individual y social en
el porvenir, será la medida de la autonomía del ser respecto del mundo
virtual del Metaverso.
Cuando aquel torpe homínido agregó el azul al cielo y lo hizo hermoso, despertaba en conciencia a la realidad; bajo el hermoso cielo azul, en la infinitud del universo ahora podía soñar.
De palabras el habla, de versos el pensamiento, de entretejidos, la prosa, la literatura de enojados, jocosos, conflictivos, enlutados, sufridos y enamorados. De ciertos la ciencia, de razonados la filosofía; y de canciones, los amores, las penas y dichas del alma mía.
Del verso lo real, la realidad, del universo; del converso la paz; protección, del anverso; del reverso lección; del metaverso ilusión, y de la conciencia del verso la verdad del universo.
El Metaverso es Cervantes, andando en rocinante contra los molinos de viento de quijotes cuantificados. Es la negación de libertad y expropiación del ser, hacia el simple pertenecer a un mundo virtualmente manipulado.
Ante la realidad del Metaverso, la preservación del ser racional y libre,; para no vivir en ilusión enajenado de la realidad, ni morir en la realidad sin haberse atrevido a soñar.
Hermoso cielo azul
que tus lágrimas derramas,
de luto por la virtud,
en duelo por las almas.
Vierte tu radiante luz
en la conciencia extraviada.
A la razón, añil de horizonte,
A la libertad, celeste de esperanza.
Y amplitud dadle al pensamiento,
desde la hermosura de tu azul
hacia la infinitud del universo.
Javier A. Rodríguez G.
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