Indudablemente el establecimiento del Estado, en cuanto razón superior que ordena,
cohesiona, integra y proyecta el cuerpo social desde y hacia un ser histórico
común, ha constituido uno de los grandes descubrimientos políticos de la humanidad.
Es que el Estado no solamente delimita las
sociedades, en tanto expresiones culturales, sino que, por ello, las posibilita. Valga decir, ubica al ser humano dentro
de un ámbito existencial, cultural, histórico y geográfico, en función de una
razón común de justicia, libertad, igualdad, solidaridad y paz; permitiendo el
existir en su plenitud histórica
evolutiva y contextualizando el ser dentro de una posibilidad superior, de la
que es expresión.
Es de lugar común en la perpetua insatisfacción
existencial del ser humano, las quejas respecto de la conformación política del
mundo actual; sin considerar que jamás fue tan justo, libre, igualitario y
pacífico el modus vivendi de las
sociedades humanas; que nunca los pequeños grupos humanos han estado tan
protegidos de la depredación y hasta
aniquilación por parte de las inmensas urbes; que ya no parten a diestra y
siniestra naciones a devorar a otras; que
ahora las culturas se suman, no se restan.
Que hoy, el individuo es ciudadano del mundo, y no el mundo propiedad
de un individuo.
Pongámosle todos los peros del mundo a esos criterios, con
todas las cifras que se quieran, y al final concluiremos ratificándolos como la
gran verdad que son. Es la perspectiva histórica evolutiva de la humanidad, la que permite
ponderar en su justa medida el estatus político de las sociedades
contemporáneas. Si se considera, como lo creyeron los romanos, los
renacentistas y, en general, diversas sociedades en sus tiempos, que se está en el cenit de la racionalidad y del
“progreso” social, pues en verdad bien poco se ha hecho por el justo, libre, igualitario y pacífico
convivir, no quedando otra cosa que continuar ahogando las esperanzas en el
tarro del pesimismo. Empero, si se acepta con humildad al ser humano como un
animal racional que de traspiés en traspiés ha ido imponiéndose a su destino:
la extinción, en lucha maravillosa
contra sí mismo, por adelantar su promedio existencial hacia mejores realidades;
pues entonces no queda sino agradecer la horabuena de nuestra realidad
evolutiva, que por real siempre ha de ser la mejor posible, y por posible siempre
podrá ser mejor.
Por eso causa asombro la ligereza, irresponsabilidad y
hasta torpeza, con que muchos personajes políticos, intelectuales y
comunicacionales han considerado el
actual intento secesionista de Cataluña. Porque lo que está en juego no es solamente
la integridad física y geográfica, sino la razón de lo del Estado, la conciencia
misma de lo político, que han permitido la configuración, y más que ello, la
posibilitación de las sociedades humanas hasta esta actualidad evolutiva.
No se diga de las “razones” de los catalanes para aspirar
a ser “independientes”, pues, si a ver vamos,
entonces serían miles las regiones
que podrían esgrimir manojos de argumentos para separase de sus Estados.
Por supuesto, existen casos flagrantes de invasiones sin vínculo histórico
alguno que amerite siquiera el beneficio de la duda respecto de lo justo de su
redención del cuerpo político cultural extraño a su ser histórico; pero
inclusive, desde sus excepciones se revela la suma importancia para la
estabilidad y paz de la sociedad mundial, del preservar la integridad de los Estados.
En cuanto a la descentralización, la Constitución
española en ciertos aspectos es más avanzada que la venezolana, pues la subdivisión
por regiones autonómicas ha permitido potenciar e integrar maravillosamente sus
expresiones culturales hacia el todo de la cultura española. Mientras que la
intención enrevesada del Estado unitario descentralizado en la que nos hemos
empeñado los venezolanos, al final no ha resultado ni en chicha ni en limonada.
La gran lección, es que el centralismo sobredimensionado coarta la libertad y paraliza
el desarrollo de las regiones, y el exceso de “autonomía” degenera en
libertinaje separatista.
Habiendo sido racional y democráticamente tratado el propósito secesionista catalán, por parte del gobierno español; el día del referéndum separatista las aguas obviamente se desbordaron, aunque no tanto como se esperaba, considerando que se pretendía un pronunciamiento popular para nada más y nada menos separarse del Estado y, por ende, romper los vínculos políticos, jurídicos, económicos, históricos y culturales con la nación y el Estado español.
Algunos argumentan “razones históricas”, otros se fundamentan en la poderosa economía de Cataluña, que, como insólitamente
dijera un famoso periodista venezolano, director de un prestigioso diario, “le
merece su independencia”; sin faltar quienes
lo asimilan a los procesos independentistas de nuestros países
latinoamericanos, en tal desubicación histórica, y hasta mental, que no
vale siquiera comentar.
Las “razones históricas”, valdrían si hubiesen ellos
estado sometidos manu militari, segregados de la cultura española, y lo
principal, sin aceptación expresa o tácita de su pertenencia al Estado español.
Porque entonces sería muy fácil para cualquier región de cualquier Estado,
quedarse a la calladita mientras pasan las verdes, para cuando lleguen las
maduras, largarse del barco común del Estado, sin importarles el destino de la
nación, que debería ser el de todos.
El Estado no es un club del que se entra y se sale a
conveniencia, pues por su naturaleza, su fuerza jurídica trasciende la voluntad
del ente social actual, para expresar el ser histórico de la sociedad,
proyectado transgeneracionalmente; valga decir, el deber y responsabilidad
jurídica y ética del Estado se extiende hacia las generaciones por venir.
Una de las inmensas virtudes del Estado es que colectiviza
la propiedad del suelo de la nación, es decir, la tierra de Cataluña no es
propiedad exclusiva del catalán, sino que cada puño de tierra catalana, como la
madrileña o la andaluza, es propiedad común de todos los ciudadanos españoles.
Este es un principio fundamental a la constitución del Estado, la integración de las conciencias, voluntades y
expresiones culturales desde y hacia un mismo propósito existencial, que, bueno
o malo, es el de todos.
Y es bajo esos mismos principios y criterios, que siempre se han criticado las iniciativas
separatistas de nuestro estado Zulia, pues las tierras zulianas también son de
todos los venezolanos, como son de ellos las montañas de los andes y las aguas
que bajan por sus faldas, y el hierro, aluminio, oro y diamantes de las otras
veredas del país, como propiedad de todos los venezolanos son las riquezas
materiales, intelectuales, culturales y espirituales del Estado.
Siendo precisamente ese el aspecto ético del asunto. Cataluña
ha logrado tal desarrollo económico, que, por supuesto, le conviene desprenderse de la comunidad nacional para disfrutar de su
“prosperidad” a solas, para comerse las maduras en solitario, mientras sus ex
conciudadanos sortean dificultades. Es un
acto egoísta tan elemental que no requiere mayor consideración.
Planteémoslo de otra forma ¿Qué pasaría si la catalana fuese la región económicamente menos
favorecida de la nación española? ¿Estarían planteando la separación o andarían
exigiéndoles auxilio al Estado español?
A todas luces la susodicha separación, más que jurídico
es un problema fundamentalmente ético,
determinado por intereses políticos-económicos asentados en grandes
corporaciones. Es el manejo y disposición de las rentas, dinero, plata, biyuyo,
la mano que mece la cuna.
¿Cómo terminará todo eso?
Ni Dios lo sabe. Ojala que no sea
como siempre ha ocurrido, en guerra fratricida. Lo cierto es que la comunidad internacional debe
estar pendiente en el actuar y destino del Estado Español, cuyo deber y derecho de legítima defensa es de no permitir bajo ningún concepto su desmembramiento,
pues no solo estaría en peligro su existencia sino la estabilidad y la paz
mundial; ya que la depredación capitalista mundial pudiere andar en el propósito no solo de
seccionar de los Estados “tercermundistas” aquellas regiones ricas en recursos
naturales, sino también los motores
productivos y financieros del “primer mundo”, para así desligarse de la
comunidad material, espiritual y ética que impone y propone jurídicamente el
Estado, avanzando de esa forma hacia el desbaratamiento de la actual
configuración política del mundo, que tanto esfuerzo, lucha, sangre y
sufrimientos ha costado, y que aún con todas las críticas que sin excusa se le
pueden hacer, es lo mejor que hasta ahora la humanidad ha podido tener.
Ahora, en el supuesto de que Cataluña lograre separase de
España y constituirse en Estado
soberano, se da por hecho el no reconocimiento por la comunidad europea, pues
sería como escupir parriba, a ellos que tanto les costó unificar sus naciones. Los
Estados Unidos por razones obvias jamás
lo avalaría. En tanto China y Rusia se mirarían en ese espejo y permanecerían calladitos
la boca, como lo estarían también la India y todos los países del medio y
lejano oriente, amén de África, que sufren procesos separatistas o los
trasnochan esos ruidos. Y respecto de nuestros terruños latinoamericanos, el
reconocimiento implicaría moverle las trojas a viejos fantasmas que deberían
más bien continuar descansando en paz.
LA
ANECDOTA
En un acto oficial, el Presidente "independentista" de
Cataluña le dice al de Cantabria: No soporto tanto calor con esta corbata --¿entonces por qué viniste en corbata?-- Porque me dijeron que el Rey vendría con
corbata, y si el Rey trae corbata, todos debemos usar corbata…
Entre autonomistas, separatistas e independentistas te
veas.
NO
HAY BIEN QUE POR MAL NO VENGA
Pero como en la
patria de Bolívar todo está al revés, patas arriba; ocurre que el gobierno “bolivariano” ha resultado furibundo defensor del
secesionismo, independentismo o separatismo
nacionalista, anunciando su apoyo absoluto a la causa catalana.
Por esa razón, y
aunque no se esté de acuerdo, como nunca el camino está abierto para la independencia
del estado Zulia, pues si el gobernante es coherente con su ideología, en ese
caso debería prestarle toda colaboración a la "justa causa" zuliana, poniendo,
por ejemplo, a la orden el Ministerio de Comunicaciones, cuyo titular, desde
sus apasionadas apologías al separatismo catalán, se ha revelado radicalmente secesionista.
Bordeando un inmenso y hermoso lago, con sus extremos enlazados
por cordel de acero que anuda las gargantas de puro sentimiento, mientras el
esplendor del catatumbo retrata en una misma misma historia y querencias, urbes
y poblados, agua y petróleo, ganadería y agricultura, creencias y tradiciones, bregas
y parrandas, gaita y chinita; el Zulia, conforme a la lógica fundamental del
caso Cataluña, lo tiene todo para ser independiente, libre al fin.
Luego y ya con más razón, los orientales extremos apelarán
también a su independencia, seguidos por los llaneros, la tierra falconiana, Amazonas,
Bolívar, continuados por las urbes
industrializadas del centro, terminando con los andinos y rematando con la Nueva
Esparta.
Además, con esta actitud del actual gobierno, pro
secesionista y anti Estado, se da por hecho el reconocimiento de la autonomía
del territorio esequibo. O sea…
Definitivamente no se pierde capacidad de asombro con
este gobierno, pues cada vez los disparates y embarradas son más grandes.
Pero la culpa no es
de ellos, pues justo es presumir la buena fe. Son las taras conceptuales y aberraciones
ideológicas, las que los hacen ir políticamente del timbo al tambo, sin
resultados eficaces y eficientes concretos y sustentables. Son los fantasmas de
las prepotencias y resabios por los fracasos históricos, que nublan sus
racionalidades, corrompen sus voluntades y sumen en el más profundo abismo de
los sinsentidos, despropósitos y sin razones, sus conciencias.
Javier A. Rodríguez G.
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