Mas allá de la “maldad” ínsita a todo “rebelde” o insurrecto
contra el “orden” establecido, de la “bondad” institucionalizada,
forzada desde el poder del Estado, y de los detalles redundantes
intencionados hacia la estigmatización del personaje, lo que interesa
en estos tiempos de verdades históricas es ponderar el significado
histórico de Boves en cuanto líder de importantes masas populares,
valorando las cualidades no tanto de su persona, sino de los seres
humanos cuyas querencias, odios, resentimientos, sufrimientos ,
aspiraciones, valores y cultura él resumía y expresaba.
Por
eso debemos decir algunas verdades respecto a nuestro proceso
independentista, no para menguarlo ni desmeritarlo en su valor
histórico, al contrario, para dotarlo de la plenitud vivencial de la
construcción de la historia y de la conformación de un sentimiento pleno
de amor, odios y pasiones que nos resume existencialmente : la patria.
Y
precisamente, es desde esa amplitud obvia pero intencionalmente
desconocida del concepto de patria, donde los sofismas de nuestra
historia se desmoronan, desfigurando la estructura perfecta de hombres
buenos contra los malos, de seres inmaculados éticamente por su
alcurnia, enfrentados a las máculas sociales de seres predestinados a
atentar en hordas contra el orden social establecido y querido por
Dios.
Digámoslo de una vez: El proceso independendista
venezolano nació del enyuntamiento histórico circunstancial del rancio
conservadurismo realista y del típico hipócrita liberalismo burgués. Ya
desde mediados del siglo XXVII las nuevas decisiones político
administrativas de la Corona comenzaron a trastocar la cotidianidad de
un orden social de estructura feudalista aderezado con los caracteres
evolutivos propios de una gobernación militar. La instauración de la
Capitanía General y de la Real Audiencia expresaron la intención del
reino de controlar eficientemente sus posesiones, incluyendo en estos a
las personas, con fines de saciar su voracidad burocrática, a la vez
que respondían a las exigencias propias de grupos sociales criollos
crecientes, sobretodo de aquellos marginados por el predominio de la
provincia de Caracas; lo cual lógicamente implicó mayores restricciones a
la autonomía naturalmente anárquica de los terratenientes locales,
sobretodo en materia económica, con el aumento de la carga impositiva y
el control de la evasión; aspecto definitorio de la génesis de los
acontecimientos por venir.
Para 1810 los elementos
necesarios al trastrocamiento del régimen monárquico estaban
configurados: el descontento de los sectores de terratenientes
conservadores ante las crecientes restricciones a sus privilegios; la
merma en las nuevas generaciones del vínculo histórico- cultural, el
cordón umbilical que los une a la madre patria y que sustenta el poder
real, debido a la conformación soterrada de una nacionalidad propia y a
la progresiva nueva conciencia de poder que afloraba desde la incipiente
estructura burguesa, lo cual conducía a su expresión institucional
necesaria, lógica y conveniente: la república liberal burguesa.
Pero
dentro de ese juego de enroques del poder, también estaba presente el
elemento indispensable para la subversión definitiva del orden
establecido hacia un proceso revolucionario: el descontento de las
crecientes masas populares y el enorme saldo de injusticias que
arrastraban históricamente los feudales locales, contenidos por el yugo
de una estructura de desigualdad atroz que en algún momento habría de
romperse.
Y es desde esas masas populares donde debe
estudiarse y plantearse el proceso independentista, y desde cuya óptica
puede hilarse la conformación de nuestra nacionalidad e historia
republicana. Porque, como dice el canto, “la patria es el hombre”, la
mujer y principalmente los niños, que la viven, la sienten, la gozan y
la sufren…
Por ello resulta falaz enfocar el proceso
independentista desde la óptica mantuana de los conjurados de 1810, pues
ellos no nos dieron la independencia del reino español, no, jamás,
aparte de que la mayoría en realidad al principio no lo querían, tampoco
podían. La decisión de ser libres y su concreción no dependía de un
conciliábulo de aristócratas proclamando el parto de una república
gestada desde sus intereses, privilegios y el egoísmo que los
sustentaba. No, esa decisión, como en la revolución francesa, como en
todas las revoluciones y en todos los tiempos, estaba en la voluntad y
determinación de las masa populares, son los pueblos los que hacen las
revoluciones.
Y es precisamente desde esa masa
ideológicamente informe pero con la injusticia, desigualdad y opresión
histórica descarnados en primitivo instinto de redención, en el cobro
del inmenso pasivo histórico de una estructura de poder que les negaba
inclusive hasta sus cualidades humanas, usando para ello el único
instrumento posible ante el desguarecimiento institucional del momento:
la venganza. La venganza jamás justificada pero muchas veces inevitable
y necesaria. El ojo por ojo que desbroza en su crueldad los caminos
de la justicia, los mismos que buscara el Libertador con aquél terrible
decreto…
Es desde allí, desde esas hordas terribles
vengadoras, donde surge, se sustenta y explica la figura de Boves. Son
ellas, expresando el desborde pasional histórico de un pueblo, las que
construyeron al Taita, al personaje que sintetizaba toda su arrechera
contenida por generaciones, manifiesta en violencia cierta y terrible
pero pálida ante siglos de injusticias y opresión. Son ellas quienes se
alzaron contra quienes debían hacerlo por razón lógica y por deber
moral histórico: los mantuanos opresores, los amos, dueños y señores
del territorio de la nación, dejándoles a los “pata en el suelo” la
pura conciencia y sentimiento por el suelo ajeno que pisaban. Y fue
desde ellas que Bolívar, por medio del Taita Páez y otros tantos,
configuró y concretó el proceso revolucionario independentista del reino
español.
Mas de un "mojigato de la historia" se santigua
ante la horrorosa ejecución del mantuano Rivas, cometida por vándalos
analfabetas, sanguinarios y “sin más hogar que sus caballos”, pero
callan cuando se les pregunta por el destino del negro José Leonardo,
con su testa apostada en la plaza mayor, cual farol irradiando las luces
sin moral, el refinamiento sin cultura y el alto sentido humanista
camuflando los bajos instintos de los representantes de las más
honorables familias de la capitanía… Inclusive, el mismo joven oficial
Rivas, al servicio fiel de su majestad, pudo haber participado en el
“justo” escarmiento al esclavo en aras del “orden” y la “paz” social…
Definitivamente siempre, en cualquier tiempo, los cristales éticos,
políticos, sociales y culturales cambian la perspectiva de los hechos
históricos.
Y es desde esa óptica donde se condena o
exculpa a Boves. O se personifica en él el mal, enfrentado al justo,
sano, honesto y buen proceder, negando el elemento más importante de
nuestra historia y borrando el factor más relevante en la conformación
de nuestra nacionalidad: el pueblo descalzo y analfabeta; o lo
colocamos en su justo lugar de nuestra historia. Porque José Tomás, más
que Boves es el Taita, y más allá del personaje es lo que él
representa. Son los pueblos en expresión pura y simple de sus pasiones,
amores, odios, sentimientos y espiritualidad los que hacen a los líderes
que los expresan. Si Boves se hubiese puesto a cantar y bordar… el
Taita habría sido otro personaje parido por el pueblo; de hecho luego lo
fue el centauro Páez. Aquél momento no daba para especulaciones
moralistas ni tanteos políticos, era la crudeza de las pasiones
represadas durante siglos la que imperaba. Fue la genial obra política,
militar y cultural de Bolívar la que amargaría las pasiones enfrentadas
hacia el propósito libertario en común.
La historia la
escriben los triunfadores, y el reacomodo aristocrático iniciado desde
finales de la década de 1820 defenestró de nuestra nacionalidad a las
hordas populares de Boves, las mismas que luego libertarían a cinco
naciones. Es que si hubiese sido al contrario, y en 1830 se hubiese
instaurado una república popular democrática, la batalla de la Victoria
sería un hecho de heroísmo de aristócratas y sus acólitos legitimando
sus estatus quo, y Boves y sus hordas se valorarían como expresiones
inevitables y relativamente justas y necesarias del proceso
independentista. Al final, tanto Boves como José Leonardo como Ribas como Páez como
Sucre como Camejo como Rondón como Mariño como Piar como Bolívar, y
principalmente, como las hordas populares sin rostro y sin voz pero con
todo su amor, odio, valentía, pasión y esperanza, expresan nuestra
nacionalidad; de allá venimos, de ellos estamos hechos, siendo justo
reconocerles sus lugares en la historia, para así engrandecer nuestra
patria, en cuanto sentimiento vivido y vivible desde cada circunstancia
existencial de nuestra nación.
Ser justos con el
significado histórico de Boves y sus hordas, es reencontrarnos con gran
parte de nuestra nacionalidad y de nuestra patria, y lo más importante,
es aprender de las causas y circunstancias que llevaron aquellos
antepasados nuestros a enfrentarse en guerra fraticida.
Javier A. Rodríguez G.
El siglo XXI inicia con una nueva visión del Derecho. Luego de andar a gachas durante un largo trecho por el peso de la testarudez del ser humano de soportarlo únicamente en la razón, en los albores de este milenio el Derecho comienza a levantar la mirada, revelando en hermosa perspectiva la lógica natural de su existencia, reintegrándose al orden natural y reencontrándose con el punto de fuga de su actividad correctiva, formadora y perfeccionadora: El ser humano. (Javier A. Rodríguez G.)
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