El renacimiento marcó definitivamente el
desarrollo evolutivo de la humanidad, iniciando, con la llamada
modernidad, una forma de pensar, de plantearse el ser humano su existencia, de
mirar y de ubicarse en el mundo, y principalmente, de actuar ante la realidad;
resultando en la consagración del paradigma que coloca al ser humano y su razón como
centro, principio y fin de todo.
Y es desde allí que se exacerba en el ser humano su
orgullo y vanidad por lo que su inteligencia y raciocinio le permiten hacer,
llegando hasta la prepotencia. Tanto así, que se puso al borde de la auto
destrucción, en dos guerras con horrendos artefactos capaces de extinguirlo
como especie, paradójicamente creados por su raciocinio. Luego así, en los
albores de este milenio, comienza el ser humano a replantearse existencialmente
y a reencontrarse con valores otrora desechados por su prepotencia
racionalista.
El arquetipo de esa prepotencia tecnológica lo representa
por antonomasia el famoso Titanic. Un barco indestructible, perfecto,
cenit del desarrollo tecnológico del
momento…, y que en su primera ruta fue “tragado” por el océano junto a su perplejo
creador. El defecto principal: No fueron consideradas muchas variables extremas
en su funcionamiento, y además, fue conducido prepotentemente, sin tomar en
cuenta su naturaleza material y funcional.
Por eso no asombra ver a los directivos del CNE, afirmar
que en Venezuela existe un sistema electoral “perfecto”, pues al final es la
misma prepotencia, para no decir torpeza, que ostentaban los del Titanic.
Es que, presumir la creación de un sistema perfecto,
supone una postura esotérica más que una afirmación científica, ya que el “error”
es precisamente lo que mueve a la
ciencia y posibilita la evolución; pues lo único realmente perfecto es Dios y
su expresión: el universo; pero éste en
tiempos y espacios tan grandes, que sus aparentes fallas o errores, tan sólo
expresan el transitar evolutivo que lo lleva a la perfección. Ciertamente,
luego así, al final del final, lograr un sistema perfecto sería posible, sólo
que entonces la evolución estaría detenida y la humanidad seria perfecta en sí misma.
Si alguien ha aprendido de seguridad y de perfección, son
algunas agencias e instituciones gubernamentales de ciertas potencias, quienes, luego de
jactarse de lo perfecto, infalible e infranqueable de sus sistemas digitales de manejo y control de data …, ha resultado que hasta
un adolescente en su casita y con el gatito en brazo, los ha hackeado ,
accediendo al sistema de la forma que ha querido… Tales experiencias llevaron a
algunas instituciones a establecer una “solución” insólita: Contratar a ese
tipo de “genios delincuentes”, como
“sabuesos” de fisuras en la seguridad de sus plataformas…
A esto hay que agregar que la estructura tecnológica
electoral, no cuenta naranjas ni piezas de lego, sino nada más y nada menos que
la voluntad libérrima del ciudadano, en expresión de su poder soberano; en
consecuencia, su eficacia toca planos inmateriales, morales, éticos y
espirituales de las personas. Por eso
mismo, el conteo de naranjas siempre podrá ser plenamente eficaz, mientras cuente
naranjas, mientras el escrutinio de
votos ha de tener un movimiento perenne hacia la eficacia; ¿por qué?: Precisamente
por el elemento subjetivo que lo
legitima y cualifica, sin el cual toda estructura electoral es simple basura.
Es la voluntad soberana del ciudadano la que legitima indirectamente
la actuación del ente electoral, expresada y concretizada esencialmente por el resultado efectivo de su función. Pero
esa legitimidad, que se expresa como credibilidad, debe nacer de hechos
concretos que expresen el grado de eficacia del ente, al recoger y patentizar, con
la mayor certeza posible, la voluntad ciudadana.
En Venezuela, el ente comicial es un Poder del Estado.
Condición que le otorga una situación jurídica especialísima, pues entonces el
Poder Electoral (CNE) es un poder de
segundo grado, en cuanto a su legitimidad y la posibilidad del control directo
del ciudadano, ya que sus titulares son designados por el Poder Legislativo. Esto le asigna a la Asamblea
Nacional una función de control extraordinario en materia electoral, puesto que,
la deslegitimación del ente correspondiente, lo toca directamente en su
responsabilidad constitucional. De manera que, el CNE se mueve (o se debería mover) entre
dos aguas: Por un lado, los cuestionamientos y exigencias de los ciudadanos, y
por otro, la vigilia de la Asamblea Nacional, como órgano del poder fuente de
su legitimidad. Así pues, obviamente, las decisiones del CNE, actuando
como Poder del Estado, no comprometen únicamente su credibilidad, sino que afecta además, de manera directa y especialísima, la
legitimidad de la Asamblea Nacional.
Con lo anterior se revela que el CNE se ha
desempeñado en algunas oportunidades con
ciertas liberalidades y prepotencias que exceden sus facultades y límites
constitucionales, al no estar sometida al control ciudadano directo, y ante la
dejadez, relajo o incomprensión por parte de la Asamblea Nacional, de sus
facultades y responsabilidades constitucionales.
Siendo que al final, de una u
otra forma, el CNE queda vulnerablemente sometido a los vaivenes de la diatriba
política.
Ya estamos revelando las imperfecciones institucionales lógicas y
naturales del sistema electoral… Pero, concentrémonos ahora en la plataforma
tecnológica: Un proceso de votación con respaldos y contrarespaldos, chequeos y
contrachequeos, cifrado y
recontracifrado, verificado y recontraverificado, auditado y recontrauditado.;
no debería tener cuestionamiento alguno, como sostienen los directores del CNE
y ciertos padres putativos de la creatura.
El problema está justamente en que no se trata de contar
o medir naranjas ni legos, sino de la
voluntad libérrima de seres humanos en toda la expresión de sus razones,
emociones y pasiones, propias del vivir
en sociedad. Esto evidentemente tiende a
escindir la credibilidad ciudadana, en tantos flancos como partes en disputa
halla, lo que es lógico y natural; siendo condición sine qua non del ente
electoral, integrar esos flancos hasta un mínimum que garantice la legitimidad
del proceso; y la forma eficaz y sensata de lograrlo, es procediendo con
objetividad, imparcialidad, ecuanimidad, transparencia ética, y perspectiva
institucional amplia e integral, para
que esa credibilidad se exprese efectivamente en la conformidad del elector.
De manera que, debido a la variable subjetiva, la confiabilidad (integral) de la estructura
electoral, no es un valor absoluto,
considerado desde su eficacia, sino que se ve afectada tanto y cuanto sea mayor
o menor la diferencia numérica en los resultados. Esto lógicamente debe
trastocar los criterios del ente comicial, para amoldarse efectiva y
pertinentemente a las variables estructurales y aleatorias, logrando así el ambiente necesario de conformidad para poder sortearlas y garantizar la paz en el grupo
social. Así pues, hacia los mayores valores numéricos de diferencia en los resultados,
la conformidad de los electores tiende a
incrementarse; mientras que, hacia las
menores diferencias numéricas, es la
inconformidad del elector la que tiende
a aumentar. En ambos casos, la inconformidad por sobre el mínimo tolerable o por sobre el máximo justificable,
raya en la necedad, temeridad o mala fe.
Es que en verdad, estas abstracciones tecnológicas
virtuales tan sofisticadas apenas tienen 30 o 40 años a lo sumo de masificarse
progresivamente como hábito en nuestras sociedades, y apenas un siglo de
definir al viraje evolutivo de la
humanidad, iniciado con el renacimiento. Prácticamente nada frente a los
millones de años que tenemos calculando,
midiendo y valorando todo respecto a una
realidad concreta, percibida directamente por nuestros sentidos. Resultando,
que ante la duda , incertidumbre e inconformidad frente a
estos instrumentos tecnológicos, tendamos a apelar a los elementos y valores inmediatos
que sentimos, palpamos y tocamos (nomás veamos lo que ocurre con los libros
digitales, los cuales, no obstante su progresiva masificación, no han podido sustituir
al escrito en papel, sensible, palpable, olible, amable y hasta maltratable…)
Todas estas
consideraciones determinan la eficacia de
las decisiones del ente electoral respecto del resultado emitido, y de las
posibles impugnaciones, solicitudes o reclamos de las partes en disputa. Por tanto, es contraproducente, por no decir
torpe, cerrarse en posturas inflexibles que de suyo merman su credibilidad y la
hacen ineficaz, creando inconformidades legítimas.
Por eso, la verificación total de los resultados
electorales, independientemente de cualesquiera chequeos o auditorías de
rutina, en el caso de márgenes de
diferencia en votos proporcionalmente muy reducido, no puede de ninguna
forma ser una concesión graciosa del ente
electoral, pues ello constituye un derecho legítimo de las partes, quedando a
la responsabilidad del ente comicial y de su órgano controlador, como se ha
dicho, la Asamblea Nacional, y del TSJ,
como control jurisdiccional, cualesquiera actos de desorden público y sus
secuelas, que se originaren a consecuencia de la legítima protesta de los
ciudadanos afectados, pues “el ejercicio dela función pública, acarrea
responsabilidades…”
Hasta ahora, en la elección presidencial,
que es la más compleja en cuanto a la amplitud territorial, número de
electores y los intereses políticos en disputa, el sistema “perfecto” había estado en niveles de diferencia de votos por sobre el 10%, lo cual, más allá de la diatriba política, no la exigía mucho
en su eficacia plena, según lo que hemos señalado. Pero no es simple
casualidad, que en la primera elección
de ese tipo con mínimo margen de diferencia porcentual (1%) , ocurran conflictos sociales
como los recién vividos en nuestro país. No pensemos siquiera lo que ocurriría
si en procesos futuros se presentaren casos con diferencias de décimas
porcentuales (10.000 votos, por
ejemplo), y que el CNE, en su obtuso
criterio, se negare a la verificación exhaustiva de los resultados…, ni
siquiera lo pensemos, pues no serán naranjas ni
legos las que saldrán a las
calles a exigir su legítimo derecho… ¿Y acaso estarán los del ente electoral como en el Titanic,
dentro, cantando hasta hundirse con él…?
Ante ese supuesto escenario, la respuesta del Estado clásico Burgués es aplicar su “fuerza”
y “autoridad”; pero; ¿cuál fuerza y cuál autoridad?, si éstas se sustentan en la ley, la justicia,
la igualdad y el respeto progresivo de sus Derechos Humanos, no como simples enunciados
formales constitucionales, sino como conciencia y convicción de los ciudadanos
que los legitima. De manera que el Estado actuaría al final con el comodín de
siempre: la arbitrariedad.
En Verdad da
tristeza la manera tan torpe como un Estado puede caer en el círculo vicioso de
la arbitrariedad, pudiéndose evitar de forma tan sencilla: Redirigiendo sus
instituciones hacia el principio y fin
de su razón de ser política, social y jurídica: el ser humano, en toda la
expresión de sus facultades, potencialidades, virtudes, vicios, fortalezas,
debilidades, amores, pasiones, valores, antivalores, aciertos, errores,
necesidades, debilidades y en todo
aquello que lo cualifica en su circunstancia evolutiva, como única manera de
conciliarlo consigo mismo, con los demás y con el universo. Porque, a pesar de
las arbitrariedades soslayadas o camufladas
de bien común, el Estado arbitrario y deslegitimado, y sus instituciones, son
tan fuertes como un grande barco de
maché lanzado a la mar.
La reflexión necesaria es que las instituciones políticas
no son cuerpos inertes, rígidos, matemáticamente exactos ni mucho menos
perfectos; sino organismos vivos, dinámicos
y con la transcendentalidad,
definición y flexibilidad conceptual necesaria para ceñirse en justicia
y por su eficacia, a las complejidades fácticas de la vida del ser humano en
sociedad.
También, es pernicioso conformar
las instituciones desde una sola óptica
o criterio político, por muy sanas y puras sean las intenciones que las causen;
y al contrario, es desde el peor de los escenarios y la peor de las situaciones
que las instituciones deben configurarse, de tal forma de garantizar su plena
eficacia en todo caso y en toda situación.
Por último, veamos en la figura adjunta un bosquejo de lo
señalado: La pirámide que representa al ente comicial, contiene la proyección
de las diferencias posibles en los
resultados electorales. A medida que la diferencia decrece, la subjetividad influye, en mayor o menor grado,
en concordancia a otras variables y siempre como tendencia, en la confiabilidad
en la estructura comicial y en la conformidad con los resultados. En esos niveles de diferencia se establecen zonas (en
este ejemplo son 3) cuyos márgenes
porcentuales permitan la “holgura” funcional del sistema , o lo exijan
sucesivamente hasta el tope de sus posibilidades, en cuanto a su control, confiabilidad y eficacia (zona amplia o “segura”, zona de
cuidado y zona sensible).Conteniendo todo eso se halla el bloque del Poder Electoral, sostenido en un extremo por la
pirámide constitucional , que determina su fuerza legal; y por otro extremo
se sustenta en el poder legislativo,
quien, soportado obviamente en la Constitución, designa a sus titulares y transmite su legitimidad. Finalmente, toda
esa estructura político jurídica, se soporta sobre el poder ciudadano, que en
el Estado socialista es reconocida como la
auténtica fuente y legítima
expresión de su poder, en la medida y forma que determine la Constitución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario