lunes, 30 de abril de 2012

El 19 de Abril y la Historia. Entre la Conveniencia y la Ética.

A raíz de la conmemoración de los sucesos del 19 de abril de 1810, se han publicado una serie de análisis y comentarios de intelectuales, historiadores, políticos, periodistas  y dirigentes sociales, la mayoría insólitamente coincidentes en darle un cariz de gran revolución o alzamiento popular, que si el pueblo en armas etc., pero lo realmente asombroso es la forma tan sórdida en que puede ser tergiversada la historia, haciéndola cual carreta que tira hacia el lado que la arreen.

Algo de cierto debe tener el viejo dicho que sentencia la historia como una inmensa mentira, pues la conveniencia tiende a torcer de manera soez las evidencias de los hechos históricos. Cuando no son unos son otros, pero siempre con el interés y la conveniencia por delante, llegando al extremo de negar verdades evidentes e irrefutables.

De esa forma, durante la "Guerra Fría" los rusos negaban los avances científicos de los gringos, y éstos de aquellos. Las imágenes venusianas rusas eran puro montaje, tomadas en cualquier patio de la URSS, siendo hasta ahora que científicos norteamericanos admiten la autenticidad de esas imágenes y su valor científico y tecnológico, reconociendo que otrora “no les convenía” ni les estaba permitido hacerlo. Por su parte los rusos de aquella época y algunos comunistas ortodoxos en la actualidad, niegan que el ser humano haya caminado sobre la luna...

Pero el caso emblemático lo constituye el naufragio del famosísimo Titanic, pues la evidencia científica corrobora cómo el interés, la conveniencia o la simple idealización, aberran los hechos, inclusive negando u ocultando las declaraciones de los testigos y sobrevivientes de la tragedia. Así, las bengalas lanzadas en solicitud de auxilio, aún cuando los testimonios las describían “de colores”, se hicieron "blancas" porque le daba mayor sobriedad al acontecimiento. También, pese a los testimonios que describían cómo el barco, luego de más de dos horas de la colisión con el iceberg, literalmente se partió en dos, hundiéndose ambas partes sucesiva y precipitadamente al fondo de mar, los intereses de la naviera alimentaron la idea romántica del portentoso Titanic desdibujándose digna y majestuosamente en las gélidas aguas del atlántico... O el simple olvido del hecho de que la casi totalidad de los pasajeros de la clase “c” no tuvieron acceso a los chalecos y menos a los botes salvavidas, incluso, al principio les ocultaron el accidente y luego les cerraron las salidas, para permitirle el escape a los pasajeros más acaudalados, es decir, hasta para el "derecho" a salvase de un naufragio la "clase" del pasajero es determinante. Sin mencionar los detalles “obviados”, tales como, en contraste al fastuoso lujo del barco, correspondientemente las clases b y c fueran segregadas a espacios restringidos y hasta hacinados, sin mencionar a la tripulación que trabajaba en las calderas y máquinas, cuyas fotografías hubieron sido ocultadas por la naviera en sus promociones publicitarias, porque evidenciaban las atroces condiciones de cuasi esclavitud en que laboraban, un ambiente enturbiado por gases tóxicos, jornadas extenuantes y prácticamente sin poder salir durante los 7 días del trayecto. El problema es que en la reseña del hecho, los historiadores no consideraron las evidencias sino las conveniencias de los factores.

Por qué será que esos hechos hacen tan símiles a los historiadores con los árbitros de fútbol. ¿Será porque ven lo que nadie ve, no ven lo que todos ven, ven lo que les conviene ver, o tal vez será por su estrechísima honestidad profesional? Bueno, es solamente una peregrina sensación. Lo cierto es que la tergiversación de los hechos históricos es una recurrencia que pretende de alguna forma falsear el presente, por lo cual constituye en verdad una estafa a la conciencia y fe de las sociedades. Lamentablemente la historia como saber institucionalizado se ha prostituido hacia la adulación del poder, afortunadamente la conciencia histórica siempre busca resquicios para sobrevivir y esperar el momento de imponer su verdad. Y en nuestro mundo, en nuestra Latinoamérica, estamos en tiempo de conciencia de los pueblos.

En cuanto al acontecimiento que motiva estos textos, no es la descripción exhaustiva, sino simplemente resaltar ciertos aspectos a los fines de evidenciar la forma tan burda como los sofismas sustituyen las correctas, justas, lógicas y racionales conclusiones, desprendidas de las evidencias históricas, de su valoración respecto a las circunstancias políticas, sociales y culturales en las cuales se producen, y de su ubicación en la menor o mayor amplitud que la correlación de la perspectiva histórica revele desde la objetividad, imparcialidad y espiritualidad del presente.

Históricamente los cambios sociales van impulsando las modificaciones en las estructuras políticas, ya como proyección, ya como contradicción al estatus  evolutivo de la conciencia, que necesariamente implican. Porque esos cambios sociales no solamente expresan la facticidad  de unas necesidades inmediatas y viscerales, sino también arrastran el origen relativo de esa sociedad, determinado por circunstancias específicas que en su desarrollo propio son moldeadas de una u otra forma por los caracteres del ambiente geográfico, político, social y cultural que la comprende. Así pues, los cambios sociales constituyen esencialmente un cambio cultural, y por ende, una transformación espiritual, es decir, una manera diferente de percibir, valorar y proyectar la realidad existencial.

De tal forma que las provincias que en 1777 estrenaban su nuevo estatus político de Capitanía General de Venezuela, también expresaban los cambios socio políticos culturales de más de dos siglos habidos en las tierras que pisaban, disfrutaban, sufrían e ineluctablemente existían. Y allende los mares, la “madre patria”, de donde buenos, malos, honorables, vagabundos, ricos, miserables, libres o esclavos de cuerpos o de conciencias, casi todos venían. Por tanto, es obvia la relación entre la conformación de esa institución política del reino y los sucesos de 1810, pues dentro de las tres décadas que las deslindan, se resumen las explicaciones y justificaciones sociopolíticas para una y la otra.


De una parte, ya se expresaba en las nuevas generaciones un distanciamiento entre los españoles criollos y su “madre Patria”, ni se diga de las gentes nacidas monte adentro, curtidas en sobrevivencia y amalgamadas en razas, que implicaban un peligro inminente a la corona, evidenciándose eso en los recurrentes, soslayados o manifiestos, cuestionamientos a la autoridad real, que vislumbraban ya su propiedad no como la mera tenencia en nombre de un soberano, sino como un derecho adquirido en virtud de una historia, convivencias y destinos propios. Ya la nacionalidad española como sustento de la autoridad del poder estaba grietada, lo demás únicamente era asunto de esperar.

Por otra parte estaba el proceso independentista norteamericano, que con sus matices constituía, sin lugar a dudas, un mal ejemplo, por tener en común la misma disección de la nacionalidad.

Pero el fundamento teórico del cambio de paradigma político social ya efervescía en tierras de los bárbaros Galos, y en cada tajo de la guillotina se escindían, al menos teóricamente, dos mundos, dos formas de concebir al ser humano y la organización y estructuración de su vida en la sociedad: un sistema de feudos y vasallos, convergentes en un reino y un rey como centros del poder; y un sistema de hombres libres, iguales y confraternos, convergentes en el poder de una República, cuyos reconocimientos y enunciados, sin hacer valoraciones respecto de las verdaderas implicancias de tales derechos para la época, constituyó un verdadero acto revolucionario que determinaría el devenir de nuestras civilizaciones. Y por supuesto, hasta aquella Capitanía General también llegaban algunas pequeñas brasas que pronto comenzarían a dar lumbre al soporte teórico doctrinario de los acontecimientos por venir.

Dentro de aquella sociedad colonial y aún con muchísimos resabios colonialistas, junto al bullicio liberal republicano burgués y soterrado de las nuevas generaciones, se ahogaba un clamor de justicia, de libertad, de igualdad, nacido de las entrañas mismas de esas tierras hasta ahora de desgracias; que estallaría en el grito libertario de José Leonardo, cuya leyenda le retumbaba en las orejas al mantuano cuando fincaba, más que su látigo, su prepotencia y su miseria humana sobre la espalda esclava; como advirtiéndole de los tiempos insoslayables de la justicia ya cercanos, contribuyendo definitivamente con el rancio ambiente de un feudalismo desahuciado.

También las expediciones libertarias del hijo del “tintorero parejero” alarmaron a los privilegios mantuanos. Les aterrorizaba la sola idea que seres de segunda clase los gobernasen y salieron a repelerlos con todo. Lo triste es que años después estarían con el “rabo entre las piernas”, rogándole al otrora criminal y filibustero, los sacara del callejón sin salida en que se había constituido la falaz intentona revolucionaria. Lo cierto es que para ese momento la advertencia estaba hecha, o cambiaban o los cambiaban.

Además, la conformación de la Capitanía General conllevaba al fortalecimiento del poder real sobre la vida económica, política y social de la colonia, aumentado ello por la posterior instalación de la Real Audiencia de Caracas, lo cual trastocó de varias formas los intereses y prerrogativas del mantuanaje, aunque tampoco de manera determinante ni excluyente, pues cabe recordar que para la Corona los terratenientes criollos eran españoles colonizadores, y aunque generalmente los consideraban súbditos de segunda, en definitiva eran también españoles, y así se reconocían los locales, hasta el punto de que el sueño del mantuano era ser reconocido como par del español peninsular y alcanzar la apoteosis de un título nobiliario. Pero el adjetivo “criollo” acarreaba significados que los estigmatizaría por siempre, pues implicaba “suciedad” de origen, por los pillos, bandoleros, tahúres y aventureros llegados a estas tierras en busca de riqueza fácil y que ineluctablemente también eran sus ancestros. Además arrastraba, como se ha dicho, una separación histórica y cultural que definitivamente tomaría rumbo propio. Aunque lo más significativo, es que los marcaba como continuadores de sus antepasados, es decir, para el indio, el esclavo, el mestizo y los blancos pobres, quien los explotaba no era el español peninsular sino el criollo que se enriquecía con su sudor y sangre. De esa forma se estaba configurado el ambiente social en que se desarrollarían los sucesos del 19 de abril.

Dentro de tales circunstancias político sociales y culturales nace un sujeto que habría de resumir todos esos hechos, sucesos y condiciones en una acción libertaria revolucionada hacia un proceso independista; porque si bien es cierto que el pensamiento de ese sujeto en muchos aspectos se proyectó visionariamente hacia el futuro, no es menos cierto que su obra inició desde una realidad muy concreta, siendo precisamente su genialidad, el haber interpretado a cabalidad su circunstancia histórica y actuar en consecuencia, pero sin cortapisas, dispuesto a ser él el primero en cambiar conforme al propósito buscado. Ahora, hasta el personaje llamado a “echarse al hombro” el proceso en ciernes, correteaba por las calles de Santiago de León de Caracas.

A todo ese ambiente político social de aquella Capitanía General. En la Península el poder real es usurpado por un megalómano que astutamente pescó en las aguas turbulentas de las contradicciones y errores revolucionarios de la Francia, logrando encausar la fuerza social revolucionaria hacia la conformación de un Imperio, resultando triste ver cómo la nación que hasta hace unos años proclamaba la libertad e igualdad de los seres humanos, hoy avasallaba y sometía a otros pueblos. Hecho que halaba al extremo del rompimiento el ya debilitado vínculo de nacionalidad de los españoles criollos respecto de su madre Patria. Eso, junto al espíritu liberal germinado en las conciencias y conveniencias de las nuevas generaciones mantuanas, y principalmente en las de muchos pardos, quienes en su aspiración de igualárseles veían en el reajuste social de la República, una puerta de acceso a los privilegios en “justicia” aspirados. Además de los diversos intereses y conveniencias que veían la oportunidad de “oro” para librarse de los impuestos y “limitaciones” a sus propiedades que aquella Capitanía significaba. Todos estos factores obligatoriamente debían manifestarse en una acción política confusa y contradictoria, tanto como lo eran  las intenciones, propósitos y reacciones de aquella generación de conquistadores que atravesaban una circunstancia crucial en sus haberes existenciales, en las tierras en las cuales doscientos años antes, hambrientos de oro y riquezas, hubieron arrasando todo a sus pasos.

Esos acontecimientos desde 1810 hasta 1813 fueron esencialmente de corte oligárquico y predominantemente de inspiración liberal burguesa, y el hecho de que muchos pardos se hayan sumado, algunos seguramente por las razones expuestas, otros de buena fe buscado libertad a la par de los blancos pobres, además de los esclavos, obligados ya a defender las vidas y propiedades de sus amos;  en nada contradice su cualidad de ser un movimiento esencialmente mantuano, y por tanto limitado, excluyente y falso. Ese fue precisamente el boquete ético por donde haría aguas la intentona republicana.

Es que la República era en verdad una conclusión necesaria, un destino ineludible al que los llevaba la carreta evolutiva. Amén de representar el mejor negocio posible para el mantuanaje: se deshacían de las limitaciones e imposiciones del reino, por tanto, no solamente mantenían su poder sino lo incrementaban, a la vez que relajaban las crecientes tensiones sociales, pues requerían de la existencia de un piso, un soporte de supuesta armonía y estabilidad social, como requisito para la conformación de la nueva forma de dominación y explotación: que significaba la sociedad burguesa.

De esa forma nace la República liberal burguesa de 1812, de la necesidad y conveniencia de sustituir un sistema político social de privilegios y explotación como el feudal, ya evidentemente  ineficiente y limitado en el rendimiento y eficacia de su acción explotadora, pues allende sus dominios reales, permanecían muchos espacios físicos y aspectos de las personas sin explotar; además de ser de por sí muy inestable, al sustentarse en la creencia, convicción o conveniencia de las personas en reconocer el poder del señorío; o sea, siempre estaría abierta la posibilidad de ese desconocimiento, la prueba eran ellos, que desconocían a su Rey, bueno, aunque hipócritamente jurándole una fidelidad que ya no les convenía. Hasta la misma esclavitud, al final, más que fuerza era una creencia; pero ¿hasta cuándo se lo seguirían creyendo los negros?, después de lo de José Leonardo, nada era seguro.

Mientras que en la República Burguesa las personas tendrían la ilusión de ser razón directa del poder, lo que garantizaría la perpetuidad de dominio a la burguesía fundadora, inclusive, los ciudadanos "libres" serían capaces de morir por la República, cuando en realidad lo estarían haciendo por los burgueses. Además, la República aseguraría el control y explotación de cada rincón de tierra de sus dominios, y de todos y cada uno de los ciudadanos, sobretodo por algo novedoso que les prometía jugosas ganancias sin riesgo ni esfuerzo alguno: la actividad comercial, en yunta con un maravillo sortilegio que generaba más riqueza que una escardilla o un esclavo: el dinero; algo ya probado por algunas familias como los de la cuadra, entre otros, con muy buenos réditos.

¡¡No te llevamos nada!! Fernando VII, a lo mejor hubo dicho más de uno de aquellos mantuanos “progresistas” al rubricar el acta constituyente. Así se determinaba ideológicamente el hecho constituyente de esos años, cualesquiera otras intenciones justas y correctas hacia la República quedaban soslayadas por el natural intento mantuano de mantener sus privilegios ante la inevitable mutación político social histórica que se les venía encima.

Es que en realidad la burguesía les garantizaba inconmensurables riquezas en relación a la estructura feudal, pues ésta es un sistema cerrado e ineficiente fundamentado en un hecho de fuerza primario: la toma y usufructo de las tierras, cuya productividad no podía ir mas allá de lo permitido por la estructura social, resultando que muchos terratenientes, al final de tanta explotación humana, eran los menos pobres entre pocos pobres y muchísimos miserables, siendo su riqueza, mas que todo, la estabilidad y seguridad que implicaba la tenencia de la tierra, aunque fuese en nombre del reino, prerrogativa que tendía a reducirse a medida que las nuevas generaciones de mantuanos reclamaban sus espacios.

Al contrario, la República burguesa como sistema abierto de explotación les reconocería y garantizaría la plena propiedad de la tierra, legalizando así aquel injusto despojo originario. Además del incremento exponencial de las riquezas, tanto y cuanto la estructura lo soportase;  pues como burgueses sí podían ser cada vez más ricos ante muchos pobres y unas inmensas mayorías de miserables, quienes paradójicamente eran la fuente de esas riquezas, sustituyendo a las tierras en tal función. Todo ello se produciría merced a la siembra y cultivo, tanto como la riqueza que genera, de un antivalor ínsito a la libertad republicana liberal: el egoísmo; mala hierba en una sociedad que por sobre la explotación histórica aún mantenía el valor de la solidaridad, el cual de alguna forma le daba sosiego y hasta esperanza de redención, la misma que pronto les estallaría en las recién estrenadas fauces depredadoras burguesas. Porque la libertad sin igualdad es un sofisma, una trampa que avasalla al ser humano. Porque manteniendo la relación entre los pírricos “beneficios sociales” y las exigencias evolutivas crecientes en la sociedad, y exponenciando las ganancias de la burguesía en relación a la producción, las repúblicas burguesas liberales han demostrado la sustitución atroz de las cadenas físicas por grillos a las conciencias, y el látigo por la arbitrariedad, llegando al extremo de ahogar casi definitivamente el último hálito de libertad en los seres humanos: la esperanza.

Por todo lo dicho, no es de extrañar la caída de la primera República; es más, por la estirpe de nuestros ancestros, debía caer. Orgullosos nos deberíamos sentir los venezolanos irreverentes a la opresión y a las injusticias, de saber a un ancestro nuestro luchando por abortar ese engendro mantuano, sería realmente vergonzoso siquiera imaginarlos con el peso de la opresión, los estragos del hambre en lo que quedaba de sus humanidades y con la mordedura aún fresca del látigo en su espaldas, junto al mantuano invocando libertad… ¡¡Por Dios!! ¡Por los tantos caídos!! ¡Ese engendro mantuano no podía nacer!

La disección social estaba sellada, las prepotencias, orgullos, odios, resentimientos, pero sobre todo el coraje de un pueblo con una dignidad más grande que su sufrimiento, darían al traste con esa mala luz. Adelante, la sincretización de todos esos factores al propósito común independentista sería tarea de aquel sujeto, mantuano de origen y venezolano de forja, que en los diecisiete años que se llevarían su vida, cumpliría la titánica obra de conformar una conciencia común para gestar la liberación del yugo del imperio más poderoso de la tierra.

La República fallida era una consecuencia necesaria, los rumbos convergentes o divergentes tenían ya dos siglos fraguando lentamente. Los mantuanos calcularon mal, torpe, o mejor dicho, prepotentemente creyeron poder integrar a las mayorías al propósito independentista, establecer la República y colorín colorado..., quedando impunes los crímenes y la depredación a los seres humanos, los propios y los que moralmente se incluían en los haberes de sus herencias.

La historia no se puede cortar en tajos a conveniencia de una obra o proyecto humano, ni mucho menos modelarla en la forma exacta como se concibe, puesto que ella responde a procesos evolutivos cuya complejidad depende de la condición espiritual y ética de quienes hagan la valoración. Y precisamente fue el saldo que tenían con la espiritualidad y el nulo sentido ético de los mantuanos, lo que determinó su proceder y lo que despojó al acto libertario de autenticidad moral, es decir, el fracaso de la primera República nacía desde la perversión de la conciencia mantuana.

La guerra civil era ya inevitable, algo que el reino sabría aprovechar muy bien para recuperarse de su coyuntura política y arremeter con las misma violencia, ferocidad y barbarie con que hubieron arrasado esas tierras hacía trescientos años.

En esa guerra entre hermanos y entre las cenizas de aquella fallida república, comienza a erigirse la conciencia y genio de aquel sujeto, sustentándose en lo poco de noble que pudo haber tenido aquella intentona, si es que algo tuvo, pero sobretodo haciendo una lectura precisa de las causas político sociales de los hechos, para tomar el punto común a todos: la libertad. El sujeto que se había preocupado por analizar lo social desde la teoría política, ahora debía analizar, teorizar y resolver desde la cruda realidad misma, iniciando la conformación de las bases de un planteamiento político social capaz de amalgamar la mayor suma de voluntades al propósito libertario ya ineludible.

Es que en verdad esa labor libertaria se avizoraba titánica. Primero debía convencer a sus pares mantuanos de la imposibilidad del retorno, pues la suerte estaba echada, de que debían luchar hasta la independencia e ir luego por el saldo social posible que sus alcurnias les garantizaban. Igualmente, a los pardos sinceros les habló de libertad, justicia e igualdad, mientras que a los “parejeros” les “pintó” las mejoras y privilegios posibles en el nuevo orden social. A las masas pobres al mando de personajes como Páez, cuyo apoyo era imprescindible para revertir la guerra civil hacia un proceso independentista, les ofreció justicia en lo social, tierras y retribuciones por sus servicios a la causa. Rompiendo finalmente con el último y todavía primer punto en discordia, la igualdad, decretando la libertad de los esclavos.

La acción política a ese propósito fue magistral, dándose a la tarea de invocar los puntos de unión entre las clases sociales en pugna, siendo el principal, la insoslayable “coexistencia” sobre el mismo suelo y bajo el mismo sol, como misma la luna donde cada uno a su manera soñaba, como era mismo el cielo que cobijando de azul la esperanza de sus hijos, despertaba un sentimiento común de sus entrañas: la Patria. Además, avanzando en astutas oratorias trataba de apaciguar los rencores y odios, volcándose a la tarea retórica de “salvar” la responsabilidad de los mantuanos, haciéndolos parecer víctimas, herederos de un sistema social que no crearon, y por tanto, excusables en sus errores, amén de exaltar sus acciones “libertarias” etc., tarea harto difícil que ameritó todas las facultades discursivas de aquel sujeto.

Pero lo grandioso es que lo hizo, mutatis mutandis, en cinco naciones, hasta el punto de tener que tratar con personajes como el neogranadino, a quien hasta le perdonó la vida luego que éste intentara asesinarlo, quizás por el influjo especial que ejercía sobre él, quizás porque conocía de sus límites intelectuales o le avizoró algún destello lejano de moralidad en un entorno de tinieblas soterradas, o tal vez simplemente porque lo consideraba el menos malo entre quienes estaban detrás de su mando.

También, a su estilo y conveniencia pero asumiendo la responsabilidad histórica, sorteó el caso del fusilamiento de aquel pardo que amenazaba con seccionar las fuerzas “patriotas” y dar al traste con el propósito libertario. Algo incuestionablemente cierto, pero también el pardo representaba la opción (¿por qué no?), seguramente válida para gran mayoría de los revolucionarios de todos los tiempos) del predominio de las clases emergentes y populares en el mando y control del proceso independentista, a lo que el sujeto habría de oponerse férreamente, no sólo por cuestiones estratégicas sino también por sus propios intereses y prejuicios de casta. ¿Que eso habría favorecido al reino?, a lo mejor. ¿Que se derrumbaría definitivamente el proyecto libertario?, tal vez. Empero, si damos el beneficio de la duda y pensamos que los sucesos históricos son imponderables en sus consecuencias, y que así como el mismo aborto republicano mantuano había motorizado la independencia, por qué no considerar que la mengua del predomino mantuano en los mandos militares hubiese llevado a un planteamiento gran colombiano históricamente más pertinente y factible, y a una Venezuela con un orden político diferente a partir de 1830. Ahora, no podemos tampoco alegar a favor del pardo su propia torpeza, ya que con su actitud evidenció una estrecha interpretación de su circunstancia histórica y una pobre estrategia política. Su error fue querer abarcar más de lo que la historia en ese momento le ofrecía.

Lo cierto es que los conflictos entre los mandos patriotas estaban aflorando a mala hora, eran una consecuencia históricamente necesaria, únicamente debían esperar su tiempo. Entretanto la cuerda rompería por su parte socialmente más roída: el mulato curazoleño. Paradójicamente, una década más tarde, sería el propio sujeto la parte políticamente menos conveniente de la soga que reventaría en Santa Marta. Resultando que las tensiones, distensiones y roturas de esa cuerda social, política, y cultural, configuraron nuestra historia durante dos siglos, siempre preservándose la parte más fuerte: el mantuanaje primero y los burgueses después, dos expresiones de un mismo mal, dos males de diferentes épocas y el mismo objetivo de las luchas sociales.

Entre las alternativas, los tal vez y los quizás, existe el aprendizaje de que las disyuntivas históricas no todo el tiempo halan para el lado éticamente correcto sino para el más conveniente, y que camuflada de conveniencia se impone siempre soslayadamente la oligarquía. Siendo esa la gran paradoja del revolucionario, el conflicto entre la ética del deber y la conveniencia. Por eso, el auténtico revolucionario al final no se aferra a ideologías ni doctrinas, mediatizadas por las conveniencias y los prejuicios, sino a principios y valores, vigentes en todo lugar y en todo tiempo.

En fin, en ese ambiente se fue configurando la acción política de aquel sujeto, hasta el punto de convertirse en una causa libertaria independiente, cuya fuerza motriz provenía de una sola convicción monolítica: la liberación del yugo Español, y eso no existe imperio alguno que pueda detenerlo. Empero, es un error elevarlo al altar de la perfección, pues el líder mitificado pierde eficacia y valor social. Su obra expresa la grandeza, versatilidad y preclaridad de su intelectualidad y visión histórica, el pertinente pragmatismo para sortear las dificultades, la universalidad de su genio político, la cualidad ética y su capacidad para aprender de los errores y transformarlos en acto de fe hacia un propósito; pero también su obrar necesariamente evidencia sus defectos, vicios y prejuicios. Ese es el Sujeto de 1830, solo, enfermo, rechazado y decepcionado, un ser humano, grandioso en su gesta libertaria pero siempre un maravilloso ser humano.

El de Santa Marta es consecuencia de su misma obra, pues la convergencia y amalgama de intereses, conveniencias, propósitos, ideales y nacionalidades hacia la independencia no podía mantenerse más allá de su propósito, lo contrario resulta antinatural y absurdo. En este sentido debemos ser honestos y comprender que muchas de las “traiciones” en verdad fueron simplemente reacomodos de los actores independentistas a sus propias circunstancias sociopolíticas y culturales específicas, en cuanto seres imperfectos que necesariamente debían continuar deshebrando sus existencias. Recordemos que aquel sujeto, por su misma función sincretizante de fuerzas sociales con impulso propio, total o parcialmente convergentes o divergentes, los mandaba a todos pero al final no mandaba a ninguno, pues esos grupos al fin del fin respondían a sus intereses y obedecían a sus jefes naturales

Precisamente, si algo se le critica al sujeto es su pretensión de forzar más allá de lo conveniente las nacionalidades hasta una supra nacionalidad, a unas regiones seccionadas en regionalismos y que apenas tomaban conciencia del sentido de patria; más no se les podía pedir a esas gentes, era imposible. Tal vez influyó el hecho de que aquel el sujeto de gran fortuna conoció y vivió “el gran mundo”, lo que en la época era una excepción entre excepciones. El ser humano es un animal de rutinas, nace y se siembra en áreas específicas junto a sus costumbres, creencias, tradiciones y su fe, siendo que la extensión de esos límites geográficos y culturales más allá de lo que permite su historia, exige un proceso evolutivo y un medio que posibilite el contacto existencial: la comunicación. Tan es así que en nuestro país fue un siglo después, con el inicio de la gran revolución comunicacional, cuando se disiparon definitivamente los marcados regionalismos que disgregaban la República.

Otra crítica, es haber hecho siempre prevalecer de cualquier manera a los de su casta, llegando inclusive a tener, durante su presidencia de la Gran Colombia, a una gran cantidad de terratenientes “empobrecidos” subsidiados  en “compensación” por las pérdidas causadas por la guerra. Por supuesto, los que nada tenían antes tampoco nada podían “compensar”. Ni decir de los oficiales mantuanos con asignaciones de tierras y pensiones vitalicias. Amén de la corrupción que carcomía el saldo y algo más del erario público, siendo la carga burocrática tan enorme que hasta fue restablecido el diezmo a los indios, quienes continuaban sosteniendo al nuevo “encomendero”.

Todo ello fue lógico y natural, las cosas volvían a sus cauces, y en nada desmerita la proeza de aquel genio, al contrario, siendo un humano de carnes y huesos, hace más sublime y “útil” su obra, como ejemplo de la capacidad de grandeza humana, como referencia ética, como medida y valor de nuestra estirpe, y principalmente por su espíritu subversivo, el mismo que la oligarquía quiso acallar endiosándolo en un panteón. También nos recuerda, mejor dicho, nos reclama que la obra está inconclusa, que cada uno de los venezolanos en cuanto seres actuales, en su circunstancia social y en lo que haga, tiene la posibilidad y facultad de ser mejor que él. Seamos pues cada uno mejor que el mártir de Santa Marta, la historia lo exige.

En la perspectiva histórica de nuestra patria dos repúblicas definidas se divisan, en cuanto a su legitimidad y sus diferencias conceptuales en lo político social: En un extremo, la Liberal Burguesa de 1812, proclamada por la clase mantuana de la Capitanía General de Venezuela, cuyos dos criterios generatrices se mantuvieron durante casi doscientos años: La transformación de los privilegios reales a derechos constitucionales, conformando una oligarquía burguesa; y el progresivo desarrollo y control de la actividad explotadora comercial, como fuente segura, fácil y exponencial de riquezas. En otro extremo, la República Bolivariana de Venezuela, dada por el pueblo venezolano en Asamblea Constituyente y aprobada y proclamada en referéndum  popular; de inspiración Bolivariana, de desarrollo Humanista Socialista y con fundamento en los Derechos Humanos.

Entre ambas existe un mundo de causas, consecuencias y efectos que configuran nuestra venezolanidad, aunque lo queramos o no, somos consecuencia de ello. Resulta paradójico que de una acción egoísta, deshonesta y falsa de un mantuanaje decrépito, como lo fue el 19 de abril, se derive una Constitución tan hermosa como la vigente. Así es la historia. No era el mejor camino, ni el más correcto, ni el más conveniente para todos, pero fue el camino que el devenir evolutivo nos ofreció, y lo hemos andado y desandado, construido y reconstruido, en nuestra búsqueda de un rumbo de mayor justicia, libertad, igualdad, paz y felicidad, constituyendo esa acción, como en todos los pueblos y en todos los tiempos, la dinámica evolutiva de las sociedades, que pinta caminos y señala rumbos nuevos, como este que expresa la nueva y verdadera República,

En fin, los hechos históricos no deben plantearse desde los simplismos de visiones acomodaticias e interesadas, sino desde el entramado real social, político y cultural que entreteje su evolución existencial; donde existe bondad y maldad, virtudes y defectos, honestidad y deshonestidad, pero también siempre la posibilidad de hallar la luz; donde se manifiestan variadas causas y distintos efectos, diversas posibilidades pero una sola certeza: la verdad histórica. Por eso, el estudio de la historia al final pretende la ponderación ética de las causas, efectos, alternativas y posibilidades que configuraron un determinado acontecimiento histórico, para comprender nuestro comportamiento, reconocernos en nuestras facultades, virtudes  y vicios, y principalmente para elegir con mayor tino el rumbo a seguir.

He ahí precisamente la inmensa importancia para el país de la honestidad y ética intelectual en los planteamientos históricos, que por su complejidad deben resultar de procesos de análisis y estudios colectivos para garantizar la mayor objetividad posible, el más alto sentido ético y la más amplia perspectiva social, política, cultural y geográfica, a los fines de poder conformarlos eficazmente como patrimonio de la sociedad.


Javier A. Rodríguez G.

No hay comentarios:

EL HUMANISMO SOCIALISTA