Ember es una ciudad subterránea, construida para albergar
la raza humana durante los doscientos años que sus constructores estimaron
tardaría en desaparecer la amenaza en su superficie, que pudiera ser por contaminación
o por cualesquiera de las irracionalidades con que las sociedades humanas
atentan en contra de su propia existencia. Cumplido el término de dos siglos,
ninguno de los habitantes de la ciudad conoce el “exterior” de lo que es su
“mundo”, que ya creen está en toda la posibilidad del que “tienen” y “viven”.
Empero también la tecnología del suministro eléctrico, vital para una ciudad
enclavada en la profundidad de la tierra, ha cumplido su vida útil, presentando
fallas recurrentes que amenazan nuevamente a la raza humana con su desaparición
total. La “salida” ha sido buscada sin éxito por algunos, dentro de los
caracteres y situaciones propios de la trama, hasta que al fin una chica y su
amigo descifran los códigos establecidos por los “constructores”, y así, luego
de un riesgoso paso por un rio subterráneo, logran salir a la superficie; con
la particularidad de que lo hacen en una noche fría y oscura, lo cual los
decepciona, lo contrario de lo que buscaban. Sin embargo, sus ojos, sus sentidos,
sus conciencias, no tienen capacidad de procesamiento para las estampas
maravillosas que pincelaban las primeras luces de alba de aquel “mundo” desconocido…
La moraleja de esa obra cinematográfica, que recuerda el
clásico “Mito de las cavernas”, de Platón; más allá del chiché, literal, de la
“luz al final del camino”, o de que “siempre existe una luz”…, radica en cómo
los grupos humanos, ya por intereses de todo tipo, ya por simple inercia, se
aferran irracionalmente a lo dado, aún cuando ello atente en contra de su propia
sobrevivencia, sin abrirse a la posibilidades del cambio. En cómo la
predestinación fatalista y el determinismo histórico, que al final de etapas
históricas se contraponen al cambio, pueden anquilosar y llevar a la
autoextinción de las sociedades. En cómo de la toma de conciencia surge el conflicto
social, y de éste nace el cambio, pero no en síntesis sino en disyuntiva existencial;
pues la “luz”, en este caso, no señala
en fin de camino sino el principio de uno de los tantos que se configuran y
reconfiguran dilemáticamente en el transitar evolutivo de la humanidad.
En fin, es desde la toma de conciencia, movida por el
film comentado, necesaria al cambio social y finalmente inevitable, aunque no
siempre útil ni efectiva, pero que desde su expresión racional siempre debería
ser suficiente para no perder la esperanza ni la fe; lo que volcó el sentido de
estos párrafos.
LOS ORÍGENES
Luego de una cruenta guerra independentista de lo que desde
hacía apenas algo más de 50 años constituía la Capitanía General de Venezuela y
dentro del marco internacional de la caída del reino español en manos de la
Francia neoimperialista, recién salida de la fracasada primera república, guerra
iniciada, comandada y finalmente usufructuada , en forma de república, por el
mantuanaje oligarca, ya metamorfeado en burguesía; el país se sumió en los
enroques de poder entre una retahíla de caudilluelos que se disputaban a muerte
el título del más mentiroso, del más torpe, del más guapetón y principalmente
del más pendejo. Mientras tanto, y pese a ellos, el país evolucionaba
soterradamente, hasta que las volteretas del machete del Maisanta o del Hernández,
el Mocho, no eran más que bufonadas ante la nueva Venezuela que les estallaba
en las fauces, o peor dicho, en las faces del caudillismo decrépito.
Circunstancia que fue aprovechada por el último de la camada, tildado “Benemérito”
por delante y “Bagre” por detrás, para instaurarse en el poder durante tres
décadas hasta su muerte.
Luego los enroques, las medias tintas, las hipocresías,
las vacilaciones, los oportunismos y la esperanza de un pueblo ya sin grillos
en los tobillos pero todavía en sus conciencias; configuró casi tres décadas de
indefinición política, en donde no se distinguían los buenos de los malos, ni
los honestos de los deshonestos, ni los valientes de los cobardes, ni los
ignorantes de los sabios, sino simplemente prevalecían los intereses en pugna
por un poder desde 1810 prostituido bajo el pretexto republicano, ora al poder
del terrateniente, ora a la voracidad del líder independentista, ora al
caudillo de turno, ora a los demagogos intelectualoides del 28, ora a las
nuevas camadas de militares “profesionalizados” en las “artes” de su oficio y también
en la forma de hacerse del poder del Estado. Culmina esta época con el
dictadorzuelo fascista huyéndole a la historia, que desde hacía rato pugnaba
por sepultarlos, cuando escapaba en vaca sagrada de su conciencia, “pertinaz
testigo” de las atrocidades cometidas.
De seguidas nace la república democrática, cargada de
promesas, de esperanzas y de fe, con grandes obras y proyectos sociales inimaginados por aquellos
ciudadanos de nombre pero vasallos feudales de conciencia, empero, precisamente
por eso, con una falla estructural, arrastrada en su genética política: el
inmenso distanciamiento social entre los pocos que proclamaban la república y
exaltaban el Estado, y las inmensas mayorías ajenas históricamente del concepto
de república, y para quienes el Estado no significaba más que la omnímoda
voluntad del caudillo expresada en un “gobierno” que, como aquellos, imponía y
“daba” . Y a eso se fue acostumbrando el pueblo, a la arbitrariedad y a las
dádivas del gobernante de turno, quien, merced a un poder sin los debidos y
efectivos contrapesos sociales, progresivamente se fue corrompiendo hasta los
linderos mismos de derrumbe total del estado de derecho. Cada día más
arbitrario y corrupto, con el circo en irónica bufonada y el pan en mengua
creciente, la suerte de la estructura política nacida de la esperanza, fe y
espiritualidad de un pueblo, tenía su suerte echada.
Agravado todo ello porque el factor llamado a
contrarrestar la estructura política definida por el “pacto de punto fijo” ,
dogmatizado y alienado a criterios o
posturas filosófico políticas y sociológicas obsoletas, torpes, parcializadas o
mal interpretadas, y gracias al margen de acción que le permitía la democracia,
con todos los peros que se le pudieren poner; cayó en el absurdo de pretender
hacer una revolución sin pueblo, en la que la lucha obrera constituía solamente
una fase de procesos sociales históricamente preconfigurados, por lo cual,
tanto la conciencia como la voluntad en definitiva no son libres, sino que
deben corresponderse a esa determinación histórica; de tal forma que la lucha
obrera, fundamento de las luchas revolucionarias de la izquierda tradicional,
al final es mera reacción instintiva históricamente condicionada e
ideológicamente delimitada, siendo que en definitiva la llamada conciencia
revolucionaria no resulta en algo más que el nivel o grado de sometimiento
irreflexivo a los dogmas revolucionarios, relegándose la polémica al cuantun de
esa conciencia, es decir, de quién es más revolucionario, y a ello debe
restringirse el pensamiento crítico, a las formas, pues ante el fondo o
fundamento, al estar predeterminado históricamente, lo que corresponde es
someterse irrestrictamente a sus designios, revelados por los “iluminados”” y
preservados, interpretados y ejecutados por los grupillos o líderes
revolucionarios, llamados por la providencia a posibilitar el último estadio de
la evolución de las sociedades humanas, la sociedad perfecta, la sociedad
comunista. Al final, como era de esperar con tales aberraciones de la
racionalidad humana, resulta necesariamente un entramado ideológico sin
sustento, no digamos ontológico, axiológico, epistemológico, antropológico,
histórico, sociológico…, sino simplemente en lo humano, en el sencillo pero a
la vez complejísimo significado de su ser; en las infinitas posibilidades de su
existir; en su libertad, conciencia y voluntad, que desde principios y valores
rectores constituyen la posibilidad de toda posibilidad evolutiva de lo humano,
por sobre cualquier ideología o credo que pretenda cercarlos y avasallarlos al
despropósito absurdo de mutilar su individualidad para encajarlo dentro de un
“todo”, sociedad comunal, que sin individuos carece de creatividad, de amor, de
odio, de pasión, de valores, de antivalores, de justicia, de injustica, de
igualdad, de desigualdad, de caridad, de egoísmo, de verdades, de mentiras, de
certidumbres, de incertidumbres, de conocimiento, de ignorancia, de incredulidad,
de desasosiego, de esperanza y de fe; quedando solamente el enunciado de una
sociedad no posible, de humanos pero sin seres humanos, una sociedad tan falsa
como falaces resultan las luchas que la enarbolan.
Respecto de la mitificación de las luchas armadas
guerrilleras de los años 60, 70 y parte de los 80, habría que ponerlas en su
justo y sincero lugar histórico. Porque es verdad que los Estados, alegando su
“legítima defensa” ante agresiones armadas subversivas con el ánimo de tomar el
poder por vías de la fuerza, llegan al extremo de violentar los derechos y
garantías constitucionales y los derechos humanos de los involucrados; pero
ello no elimina el hecho cierto, sea cual sea el motivo, de que existe una
agresión al orden constitucional, ante lo cual todo Estado está obligado a
actuar. Por lo que resulta insólito que los “subversivos” se quejasen de que el
Estado venezolano los persiguiese para someterlos, porque “ellos solamente
querían el cambio de gobierno” ¡¡fusil en mano!! De la misma forma, los ataques
a los pequeños comercios, el destrozo y quema de los vehículos de particulares
y de transporte público y la afectación a la paz ciudadana, amén de los
secuestros de personajes “repulsivos” representativos del capitalismo, según
esos grupos subversivos, constituían meros “daños colaterales”, contra los
cuales el gobierno constitucional no
tenía legitimad para actuar, y si lo hacía, entonces se quejaban de ser
“perseguidos”.
En ese sentido existe un caso patético:
El gobierno actual y los grupos de la izquierda tradicional organizando actos
en conmemoración del asesinato de una joven revolucionaria de “aquellos años de
luchas”. Así, ante todo el centimetraje periodístico respecto de la “luchadora
mártir”, la curiosidad, la sensibilidad ante las violaciones de los derechos
humanos y la suspicacia respecto de la veracidad de los acontecimientos
históricos, generalmente pintarrajeados de falacias intelectualoides, llevó a
investigar los acontecimientos
históricos reseñados, revelándose las siguientes perlitas, conforme lo contado
por sus propios compañeros de operaciones: El día de su muerte, la susodicha, a
la sazón estudiante universitaria, se
desplazaba
en un vehículo tipo volkswagen, en compañía de varios sujetos, con
el propósito de ¡lanzarle una granada a la sede de cierta embajada!. Ya en
el sitio,
ella y uno de sus acompañantes se bajan del vehiculó, granada en mano,
decididos a concretar su cometido, siendo repelidos por los funcionarios
de protección
de la sede diplomática, ante lo cual el compañero retorna al carro, pero
la
susodicha es alcanzada por un disparo. Los compañeros logran escapar con
la mujer gravemente herida. Empero los conjurados revolucionarios no se
las juegan
todas por la camarada, buscándole asistencia médica a costa de su propia
seguridad e integridad física, sino que, lo muy valientes la dejan en la
calle
recostada a las puertas de su residencia.
Sin entrar en mayores consideraciones acerca de la
cualidad revolucionaria de aquellos “camaradas”, o la ponderación ética sobre
el propósito de esos guerrilleros urbanos, al atacar tan miserablemente objetivos civiles, lo cual
sin lugar a dudas hoy sería calificado de acción terrorista por todos los
gobiernos democráticos del planeta; la verdad es que en todo caso la susodicha
guerrillera cayó en una de esas acciones de lo que para ellos eran sus luchas;
pero plantear su muerte como asesinato, resulta en reverendísima mentira y
en afrenta al personal de la embajada que legítimamente se defendió del ataque
y a los “inocentes” que por “suerte” se salvaron de aquella agresión, a quienes
al parecer los grupos de la izquierda
tradicional no les reconocían el derecho a sus vidas, ni siquiera a defenderlas
legítimamente, sino que, según la predestinación histórica, apenas aportaban la
sangre que expiaría los pecados del capitalismo.
Ahora, sí, es cierto que muchos de aquellos ciudadanos alzados en armas en
contra del Estado constitucional fueron torturados y asesinados, pero ello no justifica en absoluto
la conducta delictual que ameritaba la acción represiva del Estado, siempre
dentro de los límites del estado de derecho.
El problema de la izquierda tradicional radica en su
ideología distorsionada, en la aberración de sus conceptos, en su
interpretación parcializada de la historia, en su valoración insuficiente de lo
humano, en el corto significado político que le asigna a la sociedad, en la miope
visión del ser humano y de su interacción con el todo del universo, de su
integralidad existencial, en la incomprensión de los límites evolutivos de la
racionalidad humana y en su negación de que lo humano, más allá de lo racional,
expresa una cualidad espiritual que lo enlaza con el semejante, con cada ser
viviente, con su medio ambiente, con la fuerza creadora del universo, con Dios.
En ese ambiente, las aberraciones y degradación paulatina
de la república puntofijista, llevó a una
insurrección popular reclamando justicia y la eficiencia y eficacia del Estado.
Era la conciencia política del venezolano que se había despertado, y los
políticos en el poder ni cuenta se habían dado. Luego un grupo de militares de
rango medio trataron de cabalgar desde un golpe de Estado ese descontento
creciente de los inmensos sectores populares ante la ausencia del pan y del
poco circo que el depauperado Estado podía ya brindarles; pero se estrellaron
contra la conciencia de un pueblo que no deseaba gorilas de oliva peleándose
las lonjas del poder.
En 1998, el ascenso al poder por sufragio libre y secreto
del líder principal de la fracasada asonada militar, determina el período
llamado por ellos de la “quinta
república” o “revolución bolivariana”, que mutatis mutandis dura hasta los días
que corren.
En verdad el líder militar de la revolución bolivariana
fue producto de las circunstancias históricas que lo configuraron políticamente
y le conformaron la plataforma social para el establecimiento de su proyecto
político, caracterizado por su sincretismo, mejor dicho, por su yuxtaposición
ideológica, generalmente desordenada y a
veces flagrantemente contradictoria, con errores estratégicos insólitos para
esas alturas de la acción política, con los prejuicios propios de la izquierda
tradicional, cuya influencia no le ha permitido configurar personalidad
revolucionaria propia, eficiente y eficaz, y con una contradicción fundamental
que ha prevalecido hasta el presente y que constituye el talón de Aquiles del
proceso revolucionario: ser anticapitalista en lo social y capitalista salvaje
en lo económico. En verdad las circunstancias político sociales no daban para
más, o se actuaba con lo que se tenía y podía, o el país caía definitivamente
en el caos.
El significado político de esa etapa histórica, e incluso
del líder del proceso bolivariano, tiene su explicación y justificación
histórica en la figura de Lucio Quincio Cincinato.
EL
CASO Y ETAPA “CINCINATO”
Las sociedades humanas son esencialmente inestables,
injustas, desiguales y anárquicas, tal como lo es el ser humano que la integra.
Ahora, a la par el ser humano manifiesta una racionalidad hacia la estabilidad
existencial, hacia la justicia, hacia la igualdad y hacia el orden; por lo
que, precisamente, ese constituye el quid de la acción política, deslastrarse
la sociedades de esa impronta negativa, auto destructiva, para concretarse,
posibilitarse en toda diversidad y potencialidad.
De esa forma se han configurado diversas estructuras
políticas para viabilizar la coexistencia pacífica de los grupos humanos. Al
respecto los romanos hicieron un aporte fundamental, al configurar la sociedad
en república, la cosa de todos, pero con la originalidad de someterla
metodológicamente a una voluntad expresante pero trascendente a la de cada
individuo, la autoridad de la ley. Empero lo más trascendental de esa monumental
obra romana, no radicaba en la estructura legal en sí, sino en el espíritu colectivo
racional hacia la posibilitación de lo social, y por ende, en la progresividad
que implicaba el deshebrar conceptualmente esa tosca estructura política nacida desde el pragmatismo de
labriegos que cuestionaban y buscaban mejores formas existenciales del ser
social, hacia la conformación de la ciencia jurídica. Por ello, cuando en los
estertores del impero romano, Justiniano compendiaba las leyes en el magistral
Corpus Iuris Civilis, tratando del salvar el imperio; no entendía que toda esa
portentosa obra jurídica era tan sólo cascarón a una sociedad romana que desde hacía muchísimo tiempo se le venía
extraviando la racionalidad y espiritualidad hacia la autoridad de la ley. Porque
lo jurídico es expresión política, y
al final no es sino una manifestación social. Por eso, obviamente, lo jurídico
está subordinado a lo político, y ambos deben tener como su razón de existir la
sociedad.
Y en esa acción política, en las circunstancias en las cuales
las estructuras políticas de la sociedad republicana se resquebrajaban,
amenazando por destruirla, los romanos crearon la figura política del “Dictador”.
Es decir, un personaje que se investía de todos los poderes de la república, y
a cuya voluntad todos los ciudadanos se sometían hasta que la estructura
republicana recobrase su “normalidad” funcional, momento en cual el “Dictador”
se hacía indeseable y contrario al correcto funcionamiento republicano. Siendo
el arquetipo de esa figura política Cincinato, un labriego que a pedido del
senado romano asumió todos los poderes, hasta que la república retomó la
hilaridad institucional, momento en el cual Cincinato reconoció y se sometió al
mandato a plazo que le hubo sido otorgado, retirándose a sus labores habituales
de labranza…
Más allá del valor del ejemplo ético de Cincinato, están
las circunstancias políticas que conforman lo que podemos llamar el “caso
Cincinato”, pues, mutatis mutandis, esas circunstancias se producen
repetitivamente en la evolución existencial de las sociedades humanas, que
pueden llegar a simplificar su institucionalidad al extremo de casi eliminarla,
como opción para el logro de sus fines, siendo una tendencia natural,
instintiva de sobrevivencia, que se genera incluso en pequeños grupos humanos a
los más diversos propósitos o emprendimientos.
Es que el señor feudal, y el mismo monarca, no eran sino
la instauración, extensión y hasta perversión del caso Cincinato, y como tales
tuvieron sus etapas de necesidad, de pertinencia y eficacia, de declive y de
conflicto con el fluir institucional que manifiesta el espíritu de las
sociedades humanas. De igual forma, los grandes liderazgos políticos no son
sino patentización del caso Cincinato. Bolívar no solamente fue un Cincinato en
el hecho que lo engendró sino también en la acción ética. Pero también Páez,
Mariño, Piar, Boves y todos aquellos liderazgos con peso específico propios,
fueron Cincinatos en sus expresiones concretas. La Gran Colombia nació de un
caso Cincinato. De lo mismo es ejemplo las tres décadas de Gómez en el poder,
pues el “gendarme necesario” en su fundamento es un Cincinato. Y finalmente,
para la hilaridad de lo que se trata en estos textos, el inmenso apoyo popular
de la estructura política nacida del pacto de punto fijo, respondía a la
versión “democrática” moderna del caso Cincinato; que se renovó hacia otra
expresión política con ascensión al poder de la llamada revolución bolivariana.
Porque las revoluciones al final no son sino expresiones, parciales o plenas,
del caso y etapa Cincinato.
La moraleja del caso Cincinato radica en comprenderlo
políticamente y ubicarlo y ubicarse históricamente respecto de él; de manera de
actuar conforme a sus factores de necesidad, pertinencia y eficacia, abriendo
así cauces para el fluir institucional. De lo contrario, toda acción política
que extralimite esos factores, está condenada a la desestabilización progresiva
y finalmente al derrumbe estrepitoso. Le ocurrió al pacto de punto fijo, cuando
la torpeza política y la perversión de la estructura institucional no les
permitieron comprender ni actuar conforme a las circunstancias históricas. Y le
está pasando a la revolución bolivariana, por situaciones que de seguidas
analizaremos.
La cuestión es que toda la inmensa fuerza electoral y
política que marcó el fin de la etapa puntofijista y el comienzo de la llamada “revolución
bolivariana” expresaba el clímax de la búsqueda de la sociedad venezolana de
un Cincinato que manejara las válvulas sociales de alivio a las grandes
conflictividades de pronósticos reservados que ya desde el año 89 se
presagiaban. Y eso han debido tenerlo claro los gobernantes electos, que
estaban dentro de una etapa con fecha de caducidad, a partir del cual, el poder
del gobernante, sin los controles institucionales y dependiendo en su
funcionamiento de una voluntad, dejaría de servir al propósito de orden,
estabilización y de paz, y comenzaría a pasar factura en cuanto a la ineficacia
progresiva que implica el andamiaje institucional del Estado desmontado hacia
una intención reestruturadora que tenía
sus lapsos y etapas específicas.
De tal forma que para el año 2008 ya la etapa caudillezca o de
“dictadura democrática”, conforme al caso Cincinato, llegaba a su fin, es decir, el periodo de prevalencia de los
criterios y voluntad del individuo debía dar paso a la etapa de pluralidad de
ideas, de visiones, de proyectos, de perspectivas, de opciones, de
alternativas, al imperio del Estado y de sus instituciones.
Tan es así, que por esa fecha ocurrió un hecho, si se
quiere banal, pero que patentiza las nuevas exigencias que nacían dentro del
cuerpo social. Y es que por vez primera en diez años un Ministro intervenía por
televisión por un minuto seguido sin ser interrumpido por el Presidente de la
República. Luego comenzaron los del gabinete incluso a exponer cortas ideas
pero completas y hasta a dirigir pases televisivos… Esto no era “gratis” sino
que respondía a un efecto de agotamiento de la etapa Cincinato, que ya se
evidenciaba en el decaimiento de la eficiencia de las acciones del gobierno,
que por imperativo político e histórico debía, tenía que pasar a otra fase.
Empero esto no lo comprendió el gobernante desde su
verdadero trasfondo político sociológico histórico axiológico y ontológico, sino que, eso sí, consciente de sus efectos, enmarcó esas circunstancias dentro del
entramado ideológico marxista leninista, auto proponiéndose una nueva etapa de
rectificación, "las tres erres”, con la premisa fundamental de la
eficacia.
El problema es que esa rectificación para ser efectiva
requería del desmoronamiento definitivo del carácter fundamental de la etapa
Cincinato: la sustitución efectiva de la voluntad del gobernante por la
voluntad del Estado, es decir, pasar de la “dictadura” del individuo a la
“dictadura” del Estado y su institucionalidad. Circunstancia transicional que
se agravó por la enfermedad y muerte temprana del líder del proceso
revolucionario; situación que coloca históricamente ante una nueva etapa de la
revolución bolivariana, de cuya ubicación y comprensión política iba a depender
el futuro inmediato y podría decirse que definitivo de proyecto político
ascendido al poder en 1998.
Es que, aunque pudiese sonar duro a los oídos de algunos,
el fallecimiento de su líder le abrió al proceso bolivariano las puertas hacia
la nueva etapa que la realidad político social le imponía, y que se ha señalado
supra. Pero insólitamente no ocurrió así, pues los sucesores del líder,
básicamente conformantes de una tetrarquía, se empeñaron en forzar la vigencia
de la etapa Cincinato, en perjuicio del liderazgo colectivo y del
fortalecimiento del Estado y de su institucionalidad, como condiciones sine qua
non para posibilitar eficazmente el proyecto revolucionario dentro del cuerpo
social. Al contrario de ello, trataron de emular al líder en su visión providencial
de la historia, en el carácter excluyente de su voluntad, providencial y tutelante
de las mayorías huérfanas en conciencia y en criterio para determinar por sí
solas su porvenir; caracteres funcionales dentro de la circunstancias político
sociales que conforman al líder mismo, pero torpes fuera de ese marco
histórico. Craso error que ha significado la progresiva devaluación política
del proceso revolucionario.
También cabe significar que desde esta nueva etapa de la
revolución bolivariana, luego del fallecimiento de su líder, se han producido
significativos cambios conductuales contrarios a la linealidad conceptual hasta
esa fecha. Desde el nepotismo sin disimulo hasta el descuido casi criminal de
la seguridad alimentaria y de salud en beneficio de pretenciosas obras materiales,
que indican el nulo sentido de las prioridades existenciales de la sociedad y
el divorcio conceptual con el significado pleno del ser humano.
CRISIS
DE CRITERIOS
De
esa forma. en medio de la crisis económica más grande
en la historia republicana de esta tierra de Dios, recién se ha
reinaugurado el
teleférico más alto y largo del mundo, faustuoso anuncio que lució como
bofetada a los millones de ciudadanos desesperados que, acorralados
entre la
especulación, la inflación y la desidia del gobernante, deambulan por
las
calles en procura del alimento o medicina, sin saber si, no para la
semana siguiente
ni para el sol que viene, sino para comida próxima, tendrán algo qué
llevarse a
la boca; o si no alcanzarán a ver el amanecer por la falta del
medicamento, que
en cualquier país medianamente eficiente se conseguiría en la botica de
la
esquina. La desesperanza más abrumadora y el desasosiego más peligroso,
caracteriza al venezolano de estos tiempos confusos.
¿Cuántos nos hubiésemos conformado con mirar el Pico
Bolívar de lejitos, con tan sólo tocarlo con las puntas de nuestros dedos, pero
sí ver los hospitales con medicinas y alimentos en las mesas de los
venezolanos? ¿Cuántas vidas se habrían salvado, cuántos niños andarían hoy
felices, llenos de nutrientes como de esperanzas y vida, con tan solo el costo
de algunas hebras de las guayas que sustentan la faraónica obra?
Es que la aventura existencial del ser humano sobre este
trozo de roca en el que coexistimos ha estado signada por la angustia de
procurarse el alimento y de curarse de la enfermedad que lo acecha en cada
momento. Pudo vivir durante cientos de miles de años en cuevas y también logró escalar
las montañas con sus pies, y a las que no alcanza físicamente las conquista con
pinceles, versos y cantos; pero sin alimentos no dura más de veinte días. Desde
hace un siglo es que la humanidad ha tenido estabilidad alimentaria, aunque paradójicamente
mueran millones de seres humanos por falta de alimentos; pero lo cierto es que
cien años apenas tiene la humanidad, en términos generales, comiendo a tiempo,
suficiente y relativamente bien. Es uno de los milagros de la modernidad. Luego
entonces ¿Cuál ha de ser la prioridad de cualquier gobernante? ¿Será necesario ser un genio de la política
para percatarse de tal elementalidad?
-Deme cien bolívares de pollo- dijo la anciana con su
pequeño nieto a la derecha mientras con la “siniestra” entregaba al dependiente temblorosa el
billete con Bolívar (no el de las batallas sino el de las desgracias de su
país) agregando -Yo ya estoy muy vieja pa’llevar vainas en las
colas del gobierno, y la pensión no me alcanza pa’ná- Con tristeza, más que con rabia con tristeza,
a la mujer, llena de años y menguada de vida, la dignidad solamente le goteaba
porque ella la contenía, era lo único que le quedaba. Mueren las ideas, se
extinguen doctrinas, fallecen ideologías, pero la dignidad no se la quita
nadie. Porque mi dignidad es mía, seguramente ella diría. ¡¡Una alita le dieron
a la mujer y al niño!! Ni la otra siquiera para alzar vuelo y contemplar desde
lo alto a su patria, tan hermosa tan grande pero tan distante. Quizás cuando
muera, en un lugarcito de su madre duerma, a eso tan sólo aspira, eso es lo
que le permiten los que se la robaron. Y no se trata de colores, de promesas, de
labia o de ideologías; es que la patria es tan simple, la patria es el niño, el
hombre y la mujer que la construyen día a día, porque la patria es madre pero
también es hija, hija de la vida.
Esas son las estampas tristísimas y miserables que pintan
las atroces crisis económicas como la que padece la patria nativa de Bolívar.
Es que no existe motivo ni excusa ni justificación alguna para las condiciones
infrahumanas en las que vive el venezolano hoy en día. En un país con una de
las más grandes reservas petroleras y de gas del mundo, ver la “bombona” vacía
como sus esperanzas, al hombro de hombres y de mujeres, o postada a la vera del
camino, acompañada del clamor, cuando no de la rabia, de que se la llenen con
el gas que guarda la madre tierra en sus entrañas, pero que termina en otras
naciones puntualmente y a precios “solidarios”. Es que aún cuando al final de
sus viacrucis logren que les repleten el envase, sus conciencias se vacían cada
día más de, esa racionalidad hacia lo del Estado, de ese sentido de propiedad
hacia los bienes comunes, que arrastra a su cuido y protección, y , por ende,
de la exigencia de la responsabilidad, eficiencia y eficacia del Estado;
cayendo la sociedad en una peligrosa situación de anarquismo generalizado, en
el pandemónium del ciudadano mendigante y rapiñero, de la huida generalizada a
ningún sitio, del sálvense quién pueda y como pueda, del imperio del anti
Estado, del despropósito histórico, racional y espiritual hacia un país, hacia
una nación, hacia una patria.
Pero es que si continuásemos con la descripción del anti
país, no bastarían los gigabytes de data que le asigna Google a este blog. La
inseguridad, cruelmente impulsada desde una administración de justicia
configurada por y para la impunidad, para la represión injusta del ciudadano,
para menguarle a éste, por vías de hecho y de “derecho” enrevesado, sus
derechos y garantías constitucionales y
sus derechos humanos a su mínima expresión. Un gobierno que no se preocupa, ni le interesa, ni le conviene,
que sus cuerpos policiales estén, como debe ser, al servicio de la justicia, de
la comunidad, de la paz, sino que solamente sirvan al propósito de
“salvaguardar” al proyecto político de turno, permitiéndoles y encubriéndoles
cualquier tipo de tropelías, y concediéndoles una autarquía funcional criminal; cayendo así en contradicción
fundamental: Conformar un país sin derechos, una nación sin garantías, un
Estado sin ciudadanos y una patria llena
de ideologías, de palabras vacías y de comuneros, pero sin seres humanos.
Es que hasta en los pequeños detalles,
situaciones “banales” si se quiere, se demuestra la arbitrariedad institucionalizada del
Estado, secuelas atávicas de las represiones a los grupos insurgentes de los
años sesenta. Resultando indignante, a diez y seis años de gobierno izquierda
“socialista”, ver alcabalas improvisadas, fuera de la ley, cometiendo
impunemente todo tipo arbitrariedades, como en los viejos tiempos del
puntofijismo, incluso con los mismos procedimientos, obligando al ciudadano a
decirles su origen y destino de movilización, como si de un “subversivo” se
tratase, y si éste les recuerda e invoca
su derecho y garantía al libre tránsito por el territorio nacional, las represalias
no se hacen esperar; o inquiriéndolo a manifestar si trabaja o no trabaja, como
si estuviese vigente la ley de vagos y maleantes.
DE LA
REFLEXIÓN A LA PROPOSICIÓN
Si a algo obliga la reflexión traída por
“Ember”, es a virar hacia en sentido propositivo. Porque Ember es conciencia,
es esperanza y es fe. Pero sería un error estúpido pretender corregir los
efectos sin plantearse las causas, y más torpe aún, plantear causas sin
clarificar los conceptos que las definen. Al fin y al cabo todo se
interrelaciona hacia un entendimiento y comprensión simple, inmediato,
intuitivo del fenómeno humano. Quizás de eso se trata al final, entendernos
como seres humanos, en toda la magnitud, potencialidad e integralidad de su
significado. De lo contrario, cualquier doctrina, ideología o credo,
parcializados, huelgan al asombroso acontecimiento existencial humano, que
siempre, siempre los deja a la vera del camino.
No ahondaremos en algunos criterios y conceptos ya expuestos en
la publicación “Los
Derechos Humanos, el Estado, la Sociedad
y el Humanismo Socialista” (HS), un planteamiento que, aunque con
el mismo fin, conceptualmente es radicalmente diferente al socialismo del siglo
XXI o socialismo bolivariano; por lo que también supone e impone otros
instrumentos, medios y estrategias procedimentales respecto del cuerpo social.
Por lo que solamente enfatizaremos algunos puntos cruciales para establecer una
crítica coherente y justa al gobierno actual del proceso bolivariano.
SOCIALISMO
VS SER HUMANO
Según Lenin, debe destruirse el capitalismo para poder
así construir el socialismo. Afirmación que constituye un absurdo, cuando no soberana
torpeza y estupidez, si se pondera la raíz sociológica, axiológica, ontológica
o simplemente “humana” de sus términos. Porque capitalismo y socialismo son
expresiones de la misma realidad existencial, del mismo propósito de
sobrevivencia, del mismo “ser” humano; y, por ende, no responden a etapas
sucesivas y conclusivas predeterminadas históricamente, sino que se manifiestan
dentro de la complejidad e integralidad del acontecimiento existencial de la
humanidad, estando así, quizás, en sus lineamientos esenciales, condenados a
coexistir, en grados y niveles diversos, por el tiempo universal del fenómeno
humano en el planeta tierra.
Es que para destruir el capitalismo habría que destruir
también a los seres humanos que comulgan, es más, que conviven en sus “valores”.
Algo que ya han intentado algunos gobiernos autodenominados “socialistas”,
pasando por las armas a cuanto ser se declarase u “oliese” a capitalista,
matando el cuerpo pero no la conciencia capitalista. Además, el destruir al ser
humano capitalista, implica también destruir y renegar de sus instituciones, de
sus obras, de sus credos y de sus logros tecnológicos y humanísticos, que al
final no son del capitalismo sino de la humanidad; cayendo así las tesis socialistas
tradicionales en profunda e insalvable contradicción.
Siendo otra de esas contradicciones fundamentales, la mal
llamada y aberrada conceptualmente, cuando no torpe y estúpida, “lucha de
clases”, que enfrenta a grupos humanos
bajo el falso supuesto de que unos expresan el mal, la sociedad a destruir, y
otros representan el bien, la sociedad por construir. De modo que la sociedad capitalista
ha de perecer para dar paso a la del proletariado, que por predeterminación
histórica será verdaderamente justa,
igualitaria, solidaria y rebosante de amor, de paz y de felicidad… bla, bla,
bla…
Precisamente uno de esos puntos por donde
le sale el tiro
por la culata a las tesis marxistas tradicionales fundamentalistas, es
en la
creencia de que el universo evoluciona por síntesis sucesivas hasta la
última,
que significaría la simplificación de todas las contradicciones
posibles, especie de nirvana social, en donde solamente quedaría espacio
para el amor y
la paz de todos los seres humanos. Por supuesto, pensada y planteada la
evolución social en esos términos, relativamente la empresa de instaurar
la
sociedad comunista es bordar y cantar; al extremo de tomar el fusil y caerle a
plomo al capitalista, y la entrada triunfal, y los cánticos revolucionarios, y
el gobierno de todos, y la paz, y la felicidad, etc.
El problema es que el universo evoluciona
desintetizándose en abanico de posibilidades y opciones dilemáticas (tema
tratado en la publicación HS). La cuestión surge por considerar el instrumento
evolutivo dialectico con la forma evolutiva, y por mirar la evolución hacia y
desde el pasado; caso en el cual, por supuesto, pareciese que las sociedades
evolucionan por predestinación hacia un resultado necesario. Por ejemplo,
conforme esas posturas, Simón Bolívar nació predestinado para su gran obra
libertaria, por lo que la libertad de estas tierras no tenía opción posible
fuera de aquel mantuano caraqueño. Cuando la verdad es que nadie creía que ese
joven nervioso, “disparatado” en ideas, de comportamiento caprichoso y con los airecitos
de mira pa’bajo del mantuano heredero de fortuna cuantiosa, fuera capaz de tan
magna obra; ni el mismo Miranda, cuando lo fustigó moralmente por la pérdida
del fuerte de Puerto Cabello. La verdad es que ni Bolívar era imprescindible
para la independencia de estas tierras del reino español, ni la independencia
tuvo que haber sido como fue; simplemente confluyeron los elementos y factores
para una opción evolutiva, siendo esa la que conocemos y de una forma u otra forma
vivimos, nada más. Veamos: si Bolívar hubiese fallecido cuando niño, por
ejemplo, o hubiese contraído sífilis en cualquier burdel de la Madre Patria,
o perecido en la pérdida de Puerto cabello, o naufragado en su huida a Haití
etc., nuestro proceso libertario habría sido obviamente diferente, tal vez peor
o quizás mejor, probablemente más lento o quién sabe si más rápido; pero en
todo caso estaríamos hoy igual celebrando a nuestros héroes y al proceso
independentista de que se tratase, como los únicos posibles por
predeterminación histórica. Es decir, para el año 1810 Bolívar era una simple
opción evolutiva para un proceso inevitable, posibilitada y concretada por la convergencia de factores que la
configuraron tal cual la conocemos.
La cuestión es que al variar de tal forma nuestra
perspectiva de la historia, cambia también radicalmente nuestra actitud y
aptitud respecto del pasado y hacia el futuro. Pues si el pasado es la
concreción dilemática de posibilidades, el presente, entonces, nos expresa un
abanico de lo posible, por lo tanto, unido al pasado en cuanto su concreción
evolutiva, pero desligado “n” posibilidades de aquél, hacia un futuro cada vez
más posible en opciones y diversidad.
De manera que la sociedad, como la evolución misma, no
tiene principio ni fin, sino que ella es un fluir perenne determinado por posibilidades
que se concretan en cada realidad evolutiva, y a su vez se explayan en la
infinitud de lo posible. Por lo que el socialismo, o cualquier planteamiento
político, no tiene punto de llegada, y más que constituir un fin, debe ser acción
y propósito existencial del hoy, del día a día. Lo contrario, políticamente
sería "arar en el mar". De igual forma el capitalismo, en cuanto expresión
existencial humana, estará siempre presente, aún como simple posibilidad.
Porque el problema no son las sociedades, ni el
capitalismo, ni las clases sociales, ni la explotación; sino el ser humano.
Siendo en él de quien debe surgir y
confluir todo planteamiento político, y no sobre los efectos de su acción
existencial. La principal y verdadera lucha y enfrentamiento del ser humano en
sociedad, es contra él mismo, contra sus vicios, carencias y antivalores que
amenazan en cada momento con aniquilarlo.
LAS
TRES CONSTITUCIONES
La Constitución, en cuanto fundamento institucional del
Estado, se desarrolla, expresa y manifiesta en
dos ámbitos: uno ideal, trascendente, y otro real, fáctico. Siendo esa
dualidad existencial dilemática la que motoriza sinérgica y holísticamente al
Estado hacia sus propósitos y fines, y la que configura y determina éticamente
la política, cuya acción fundamental consiste en conciliar en posible la
Constitución real con la Constitución ideal, gracias a todo un entramado
institucional y a ciencias instrumentales como la jurídica, cuya acción
siempre, siempre ha de estar supeditada a la Constitución, y por sobre ésta a
los Derechos Humanos, sometida al control político y a la valoración y aprobación
de la sociedad; configurándose un círculo, que debería ser virtuoso, de
acciones, propósitos, fines y controles, cuyo punto de inicio y de conclusión
es la sociedad.
Tener clara la pertinencia, ubicación y funciones de cada uno de los elementos del
Estado, permite su justa ponderación política sociológica, y es condición sine
qua non a la eficacia de proyecto humano de posibilitar su pacífica y feliz
coexistencia.
Empero en la actualidad se ha revelado, además de las dos
señaladas, una tercera Constitución: La interpretada a gusto y gana del Tribual
Supremo de Justicia (TSJ), mediante la Sala Constitucional. Situación que nos
ha retrogradado como sociedad a los tiempos de conformación del Derecho en sus
“pininos” en la república romana, cuando las leyes eran de conocimiento de unos cuantos sujetos y del
dominio de un sector social. Situación social cuyo desmantelamiento, expresado
por la Ley de las Doce Tablas, constituye un hito fundamental en la
institucionalización de las leyes, en su conocimiento cierto, en su asimilación
racional, en su instrumentalidad social, en su aprehensión espiritual, en la conciencia de la
naturaleza de su imperio y control institucional
Al respecto se ha tratado en la publicación: “La
Jurisprudencia, Aproximación a sus límites Jurídicos” En
donde ya se alertaba sobre la peligrosa extralimitación de la jurisprudencia
como fuente de ley, hasta el punto de constituir de hecho todo un
enmarañamiento legal del conocimiento y dominio de unos cuantos legos, lo cual
atenta flagrantemente contra la seguridad jurídica, cuyo asiento fundamental es
el Principio de Publicidad de la Ley, que no constituye mera formalidad
pregonera, sino que es el supuesto fundamental para la acción de la justicia, pues
para que no exista delito sin ley
previa, y para que el desconocimiento de la ley no excuse su incumplimiento, lo
legal debe ser del conocimiento posible, directo, inmediato, conforme a su literalidad
y sentido y estructuración lingüística.
Es que las decisiones jurídicamente aberradas sobran. El
desproclamar a diputados electos y constitucionalmente proclamados por el CNE,
resulta bochornoso. La inmunidad de los parlamentarios nace desde su
proclamación, por una razón política fundamentalísima: preservar su
investidura, y con ella la voluntad y soberanía popular. Pues con el criterio
de TSJ, resultaría muy fácil alterar la legítima y legal correlación de fuerzas
políticas dentro del parlamento, con solamente suspender a uno varios diputados
proclamados, so pretexto de preservar la voluntad popular. De esa forma ninguno
de los diputados de izquierda electos en los tiempos del pacto de punto fijo
habría podido ejercer sus funciones, pues a los pocos días de su proclamación y
antes de la juramentación, se les habría “cocinado” sendas suspensiones de sus
funciones, precisamente lo que preclaramente pretende evitar la disposición
constitucional.
Desde allí, a la retahíla de mazacotes jurídicos no se le
ve fin. Desde 1999 siempre se creyó, conforme el texto y como es lógico en una
Constitución tan garantista, que el titular del Poder Ejecutivo no podía
declarar los Estados de emergencia y de
excepción sin el control político efectivo del Poder Legislativo, quién está
facultado para declararlo terminado y para aprobar su prórroga. Pero resulta
que el TSJ ha dicho que la aprobación de la Asamblea, en cualquiera de las
fases en que se requiera, constituye un mero pronunciamiento “político” sin “efecto jurídico”, por lo que cualquier gobierno puede declarar el estado de excepción durante los seis años de su ejercicio, sin posibilidad de control
alguno. Ante esto cabe preguntarse ¿Entonces para qué
la Constitución trata de “aprobación”, cuando, conforme el criterio del TSJ, basta con la sola
“participación”? Pero no se queda allí el TSJ, pues también afirma que la
procedencia de la prórroga la decide él, en conjunto con la declaratoria de
constitucionalidad, en evidente usurpación de funciones y secuestro de la
voluntad popular, expresada en la voluntad de la Asamblea Nacional.
Por otra parte, también ha afirmado el TSJ que el Poder
Legislativo no puede aprobar leyes que contradigan o coliden con el proyecto
político y acciones del gobierno, pues ello atenta contra el bienestar del
“pueblo”. Lo cual constituye la supresión, de hecho, de los partidos políticos
y, por ende, la hegemonía política absoluta del gobernante de turno. El conflicto
de criterios y disyuntiva ciudadana entre opciones políticas, es el fundamento
de la vida social democrática.
Además dice el TSJ, que los contratos de crédito que
celebre el Banco Central con cualquier entidad extrajera ¡¡No son de interés
público!! porque “no comprometen recursos de la nación sino los propios de
Banco” (¿?), cuyo presidente, conforme el TSJ, más allá del formalismo
hipócrita, de hecho es nombrado y destituido por la sola voluntad del titula
del Poder Ejecutivo.
Empero es respecto de las facultades de control del Poder
Legislativo en donde el TSJ le coloca la fresa a la torta jurídica. Sí, dice el
TSJ, sí puede controlar, pero sólo al Poder Ejecutivo. No al Banco Central,
bueno, un poquito… a posteriori. No a la Procuraduría General. No al Ministerio
Público. Y por supuesto, no al TSJ. Y de guinda dice el TSJ, los funcionarios
sometidos al control del parlamento comparecen a las interpelaciones si les da
la gana, si no, les responden, cuando les provoque, por correo. De manera que
las memorias y cuentas de los poderes
ejecutivo, judicial y moral, son meros formalismos, que bien se pudieran hacer
ante una piedra, o al menos constituyen
simples anuncios de cuerpos autárquicos deprendidos del Estado y de la
unicidad de su poder. Precisamente en eso se han constituido el Ministerio
Público y el TSJ, quienes le “sacan la lengua” al Poder Legislativo (con
“lerolero” y todo) aceptando solamente el control legislativo por “faltas”
previamente calificadas por ellos mismos; pero respecto de la eficiencia y
eficacia político social de sus acciones, ni la Asamblea nacional ni ningún
otro poder o institución del Estado tiene nada que ver. El problema es que
tanto el TSJ y el Ministerio Público son y expresan poderes de segundo grado,
en cuanto al control político social, mediante el sufragio directo y secreto,
siendo nombrados en definitiva por el Poder legislativo, quien carga el peso
político de la actividad de aquellos dos, pero sin la posibilidad de control
político alguno sobre ambos.
De lo inconstitucional de tales
criterios, se pronunció la bancada del partido de gobierno, cuando acordó rechazar
la sentencia 01-2862 de
la Sala Constitucional TSJ: GO 38651: 2007, votada por unanimidad por los mismos
diputados “revolucionarios” que hoy sostienen absolutamente lo contrario. Destacando
entre otras estas “perlitas”:
“…Rechazar de la manera
más categórica, por considerarlo inconstitucional, violatorio de derechos
sociales y colectivos, y de la ética social, el numeral 2 del dispositivo de la
sentencia de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia número
01-2862, de fecha 27 de febrero de 2007 y publicada en la Gaceta Oficial de la
República Bolivariana de Venezuela número 38.635 de fecha jueves 01 de marzo de
2007, y considerarlo nulo, así como la motivación con que se sustentó, y en
consecuencia, sin ningún efecto jurídico.
…”
“…Que
del contenido de dicha sentencia se observa una decisión que excede las
funciones de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia e invade
competencias privativas de la Asamblea Nacional, cuando al interpretar el
artículo 31 de la Ley de Impuesto sobre la Renta, modifica sustancialmente el
contenido del mismo, sus alcances y consecuencias jurídicas, aun cuando la
nulidad del referido artículo no había sido denunciada y, declarándolo así
expresamente en el numeral 2 de la decisión;…”
“
LAS "COSAS VEREDES" DE LA POLÍTICA...
Así, el último golpe del TSJ a la constitucionalidad está
en pleno desarrollo, luego de que el gobierno intentara burlar el referéndum revocatorio
por vía del Concejo Nacional Electoral (CNE), bajo los más peregrinos
argumentos, que se caen por su propia torpeza. Es que la argumentación del
gobierno es tan falaz que no vale la pena siquiera enumerarla, solamente
recordar que las manifestaciones de
voluntad son personalísimas, por lo que en justicia no se puede negar la
validez de la voluntad de un ciudadano por el vicio formal que pudiere tener
el del otro, pues entonces se desnaturalizaría el carácter personalísimo del
proceso, más todavía cuando esas manifestaciones de voluntad están sometidas a
la ratificación personal mediante
instrumentación tecnológica que no deja margen a dudas de si el porcentaje
determinado de electores autorizan a determinada organización política para
solicitar en su nombre la activación del proceso del referéndum revocatorio. Lo
cierto es que desde las instancias del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial se
pretende birlar la voluntad popular de convocar al revocatorio. En verdad
creemos que si el TSJ se atreviera a semejante acción en contra de la
Constitución, ello significaría un trauma político jurídico muy difícil de
superar, se pudiera decir que casi definitivo para el quiebre irremediable de la
trastocada estabilidad política del
país.
Otro hecho que nos indica la ausencia del mínimo sentido
de lo jurídico, del imperio de la institucionalidad del Estado por sobre las
parcialidades políticas que se expresan dentro de la sociedad, es la “amenaza”
del titular del Poder Ejecutivo, en “cadena nacional”, de que le cortaría todo
suministro de bienes monetarios y materiales de cualquier tipo al Poder
Legislativo, si su directiva fuere declarada en “desacato” por el TSJ. Independientemente
de la real disposición administrativa del titular del ejecutivo para concretar
su amenaza, ésta refleja la intencionalidad de desconocer el Estado y su
institucionalidad, so pretexto de que aquellos expresan a la derecha
capitalista salvaje, criterio arrastrado por la izquierda tradicional y que los
llevó a tomar el fusil en su flagrancia conceptual anti Estado, anti
institucionalidad y anti constitucionalidad. Lo cual además de torpe resulta
pendejo, pues no entienden y mucho menos comprenden que de esa forma se alejan
del ser humano, no del opositor político ni del partidario, siempre
circunstancial, no; se escinden de lo humano, en toda su complejidad y
potencialidad existencial en sociedad, se divorcian de la eficacia y, por ende,
se relegan definitivamente a una parcialidad política con fecha de caducidad.
En verdad el derecho al emolumento de los diputados a la Asamblea
Legislativa y los recursos para su cabal funcionamiento, nace de la
constitución misma de ese poder, por lo que los otros poderes no pueden
coartarle esa prerrogativa sin atentar contra la constitución y el Estado mismo, en contra
de los derechos políticos, de la inmunidad parlamentaria, de los derechos
humanos al trabajo, a la alimentación, los derechos de los niños, niñas y
adolescentes etc. Empero ello no impide en ningún caso el establecimiento,
conforme a la ley, la determinación de la responsabilidad personal de cualquier
parlamentario.
ENTRE
VERDADES TE VEAS
Otra característica de esta súper mega crisis por la que
atraviesa nuestra patria, es la prostitución de la verdad y de la objetividad,
a las cuales todo mundo les mete mano y se las goza a su real criterio y ganas.
La verdad no existe, y por ende tampoco la mentira. Luego
entonces cada quien la construye y usufructúa
conforme a su conveniencia. Incluso Goebbels se queda pequeñito, pues al no
existir la mentira, ya no es necesario repetirla mil veces. En tanto la
objetividad, es decir, la realidad fuera del sujeto, la realidad en cuanto
fenómeno colectivo, es una farsa, se asevera por doquier, y en consecuencia,
también la ética está relativizada al individuo, por lo que lo anti ético es
sencillamente lo que opone a “mi” ética , una ética preta porté, amoldada a los intereses de cada quien.
Cuánto le ha costado a la humanidad configurar toda una
estructura de conocimiento para aproximarse al objeto, a la realidad, más allá
de su particular y limitada percepción. Toda la historia evolutiva del ser
humano ha estado determinada por saber qué hay, qué existe allende lo que le señalan
sus sentidos, hasta hoy en día, cuando instrumentos tecnológicos le han revelado
retazos del espectro maravilloso de lo “real”, ampliándole como nunca su
“natural” limitada perspectiva de la realidad; confirmándole que lo real existe
como resultado evolutivo, el mismo que concluye en el ente cognoscente, por lo
que conocer no es sino “realizarse” evolutivamente; y, principalmente,
planteándolo en su cualidad holística cognoscente, que hace de la realidad un
acontecimiento colectivo, que trasciende la existencialidad fáctica del ser
humano para constituirse en visión, experiencia y legado de la humanidad. Y es
desde esa consciencia que se conforma el espíritu crítico, que justifica y
fundamenta la crítica como instrumento esencial a la evolución de la sociedad y
de su institucionalidad política.
Pero ahora todo ello que se vaya a la porra. En los medios
de comunicación del Estado, esas sinapsis hacia el pensamiento crítico o están
congestionadas por sobre tráfico
ideológico o simplemente andan descarriadas conceptualmente, montados día y
noche en un propagandismo y panfleterismo que van minando la racionalidad desde
su objeto ideológico, precisamente lo contrario de lo que pretenden.
Es que para esos medios estatales, en Inglaterra, España,
Francia, Suiza, Holanda, Noruega, Alemania… se están “comiendo” los ciudadanos
entre sí, víctimas de un caos social que ha destruido el mínimo requerido para
la vida digna de sus ciudadanos. Así lo reportan sus corresponsales, o será
mejor decirles “corresponsables”. Incluso, los periodistas y “analistas” que
estudiaron y vivieron la mitad de sus vidas en la “maldita” Europa, hablan
pestes de esas naciones que los acogieron, aseverando que retornaron a
Venezuela huyendo de la inseguridad en Frankfort, París, Londres o Madrid.
Venezolana de Televisión (VTV), hace todo lo contrario de constituirse en un
canal de autentico cuño socialista, con amplitud de criterios, claridad
conceptual respecto de su roll en la unificación y sinergia social hacia el
proyecto de país en común, con un lineamiento ético fundamental, dirigido
principalmente al gobernante: “Con la verdad no ofendo ni temo”; ser punta de
lanza del auténtico pensamiento crítico.
Telesur comenzó muy bien, al pretender constituirse en ventana objetiva a la realidad político
social internacional, pero lamentablemente ha caído en el foso del propagandismo
ideológico, pervirtiendo la razón de su ser y dejando en la razón del usuario
espacios vacios de verdad, que se confunden con la mentira, dándole un tufillo
creciente de esa repugnancia hacia lo
forzado e irracionalmente ideologizante. En ese sentido, Brasil y Argentina,
por ejemplo, eran “tacitas de oro”, sin problemas sociales y con bienestar
social creciente; pero bastó que pasaran a ser gobernadas por “la derecha”,
para que al día siguiente se abriera la caja de Pandora con mil problemas sociales.
Además, si de algo tiene que librarse la sociedad
venezolana es de la “cadenas” oficiales. Más bien del abuso del gobernante de
esa prerrogativa del Poder Ejecutivo. Porque, está bien, hubo cierto momento en fue
necesario “abusar” de esa facultad, en la etapa de Cincinato, pero ya ha pasado
de la necesidad a la necedad. No puede ser que el poco tiempo para la
distracción que pudiese disponer el atribulado ciudadano venezolano para medio
ojear la comedia o teledrama, zaaaasss, cadena nacional, puesta adrede para la
torturarlo “ideológicamente”. Incluso cuando hay programada alguna entrevista a cualquier político opositor, zaaaasss, cadena nacional…
Y no es que se esté en contra de esos encuentros
informativos y de “comunicación” del Primer Mandatario con los ciudadanos,
porque en su justa medida y necesidad resultan de primordial utilidad al
espíritu democrático del país; pero es que tanta redundancia, tanto
taquetetetaque al mismo pote, termina aburriendo y dando la impresión de poca
creatividad, desorientación en lo conceptual y extravío en eficacia. Digamos
que una cadena de dos horas cada 15 días es más que suficiente, traída a semanalmente
por la situación de crisis que vive el país. Considerando que el gobernante
dispone de una estructura comunicacional muy poderosa para difundir su obra sin
menoscabar los derechos y garantías de los ciudadanos.
Y al contrario de las quejas del gobernante, de que los
medios de comunicación privados tienen un “boicot” comunicacional en su contra,
la “prensa” está muy suave, casi dulce, respecto de la situación real del país,
contrario a la dureza, crudeza y agries en la confrontación de la sociedad real,
del ciudadano, contra la sociedad irreal, la del gobernante. Cuya revelación y
denuncia es la misión noble que fundamenta éticamente la labor periodística.
Porque la función principal del periodismo es la de
constituirse en voz social del ciudadano ante el poder del Estado. Haciéndolo
ver sus yerros, mostrándole o restregándole las crudezas de la realidad social,
ante la obnubilación del mandatario por las adulancias y mieles del poder,
denunciando los efectos de las malas políticas y la comisión presunta de
ilícitos en contra del Estado, siendo voz del humilde, del caído en desgracia
en sus garantías constitucionales y Derechos Humanos ante el Estado
todopoderoso, creando conciencia en el ciudadano de que el bien común principal
de la sociedad no es el material, sino el “ser” humano mismo, es decir, el
conciudadano, la familia, la sociedad.
El problema de la izquierda es que no salen de sus
“trincheras” incluso para gobernar, lo cual es absurdo y una soberanísima
torpeza estratégica. El atrincheramiento con los ojos cerrados y los dedos
cruzados, es cobardía. Ahora sí, el atrincheramiento táctico en las “misiones”
sociales, por ejemplo, es imprescindible en ciertos momentos y etapas políticas
de las sociedades, pues básicamente constituyen “atajos” al burocratismo
anquilosante de la justicia; pero ello no implica que puedan sustituir la
institucionalidad y su principalísima función sinérgica y holística hacia lo
del Estado; más bien llega un tiempo de quiebre en el que la eficacia, mejor
dicho, la utilidad político social de las misiones decae hasta la ineficiencia
e ineficacia respecto de los propósitos y fines del Estado.
REVOLUCIÓN
ANORÉXICA
La actual súper mega crisis económica, política, y
jurídica que padece la sociedad venezolana no ha surgido por generación
espontánea, ni por la sola caída circunstancial de los precios del petróleo, ni
por la única acción desestabilizadora de factores del poder económico, ni por
un par de “errores” recientes del gobernante. No. Esta atroz crisis es el
resultado necesario de todo un proceso político confuso e ineficaz en su
planteamiento ideológico, que inició en 1998 con el ascenso al poder de lo que
luego se conocería como la “revolución bolivariana”.
La llegada al poder de los “bolivarianos” significó la concreción histórica de una opción ante el colapso de la etapa política puntofijista. Con un país depauperado material y espiritualmente, el proceso bolivariano significó el llamado a la revalorización ética, la invocación de la justicia como instrumento de acción imprescindible a la paz social, la intención del retorno de la soberanía a su legítimo poseedor y, fundamentalmente, la reanimación de la esperanza y la fe, en cuanto manifestaciones espirituales que trascienden lo fáctico hacia la construcción de lo de la patria, de lo de la nación, de lo humano como hecho histórico evolutivo, convergente en ese fluir existencial atemporal que se llama humanidad, es decir, le devolvió la trascendencia histórica al ser venezolano.
Empero todo ello no bastó, ni basta, ni bastará para
construir un país, pues sin la debida claridad conceptual, amplitud de
criterios en lo procedimental y, principalmente, sin la pertinente corrección
proporcional, diferencial e integral del accionar fáctico, los buenos o excelentes
resultados específicos no necesariamente se traducen en un saldo integral
positivo.
Es que los vicios y antivalores no constituyen
excepciones a la “bondad” primigenia del ser humano, como sostiene la izquierda
tradicional, siguiendo las enseñanzas de Rousseau; sino que conforman parte
indisoluble del “ser” social y por tanto presentes per sécula seculorum en cada
instante de su existencialidad. La cuestión está en mantenerlos en minusvalía a
niveles al menos tolerables al buen vivir y paz social. Por ello precisamente
es que tales vicios y antivalores tienden a replantearse y a reubicarse
metamorfósicamente en el cuerpo social, si no existe una acción política que
los contrarreste eficazmente. Igualmente la justicia tiende a diluirse en las
aguas placenteras de la corrupción, ya mimetizada a las nuevas circunstancia
pero tan criminal y lesiva a los intereses colectivos. En cuanto a la soberanía, es muy fácil quedarse en solo
pregón, sin acciones políticas eficaces que la concreten institucionalmente,
llegando al extremo de confundir su ejercicio pleno con desorden y anarquía. Y
la esperanza y la fe, así como llegan se
van, dando espacio al desasosiego; porque, trascendencia histórica pretendida sin
asiento concreto en la realidad, no resulta en algo más que “arar en el mar”. Para
muestra el “botón” de la Gran Colombia.
Todo presente supera a cualquier pasado conocido, es un
principio evolutivo, pues ante el acontecimiento maravilloso de la vida jamás
puede existir un pasado mejor. Descartes existía porque pensaba, pero sólo
existiendo, en caso concreto y por sobre cualquier otra cosa, se puede pensar,
conocer, sentir, amar, soñar, sufrir, reír, llorar, ser feliz, y pretender la
justicia, la libertad, la igualdad, la paz, la felicidad; ser humano.
Así se revela el primer gran error del proceso
bolivariano, su obsesiva concepción reduccionista, fundamentalista, finalista y
providencial de la historia, que lo retiene en el pasado, lo disocia de la
realidad y lo desubica respecto de un futuro que él cree predestinado, y por
eso alucina, en la busca de sus “molinos de viento”. Anclado en el pasado, sin poder hacerse al
hermoso mar de la realidad de la sociedad mundial. No entendiendo que el hecho
vivencial por sí solo es posibilidad y posibilitador de todo lo humano, y no
comprendiendo que el cambio del mundo
trasciende las voluntades individualizadas hacia un hecho evolutivo
constituyente de la humanidad, es decir, la consciencia del acontecimiento
existencial del ser humano. Por lo que un país no requiere ni puede cambiar el
mundo para ser más libre, justo e igualitario. Por supuesto que ello implica
una relativización un tanto egoísta, pero indudablemente asentada en la
realidad humana. “Predicar con el ejemplo”, manda la conseja popular, que a
menudo olvidamos. Hace más el predicador con su ejemplo ante 12 sujetos, que el
parlanchín ante millones.
Al final esa debe ser la acción ética de todo proyecto político
sustentable en el tiempo: la prédica con el ejemplo. Desde la pequeña aldea
hasta la gran ciudad del pequeño país deben tener un norte: la eficacia. Pero
una eficacia sustentada y proyectada desde el concreto y cotidiano hecho
vivencial, que posibilite al ser humano en toda la amplitud y potencialidad que
le permite el privilegio de su actualidad evolutiva. Luego así, indudablemente en
verdad se estaría cambiando el mundo.
A veces pareciera que existe una ineficiencia adrede, con
la intención de mantener a la ciudadanía (“nuestro pueblo” para los
bolivarianos) en vilo ante la pérdida inminente de “beneficios sociales”, que
no nacen ni se garantizan desde el Estado, sino desde la voluntad de un sujeto
gobernante, que, por tanto, puede modificarse a su real gusto y gana. Así
sometieron durante varios años a los pensionados y jubilados a torturantes
colas en las instituciones bancarias, a movilizarse incluso por horas para el
cobro de sus asignaciones, víctimas de robos y hasta de arrollamientos por
vehículos, dadas las condiciones de minusvalía física y mental de muchos de
ellos; cuando todo era asunto de asignarles tarjetas de débito para el cobro
en los cajeros electrónicos, lo cual podía concretarse en menos de un mes; más
aún cuando existían comunas de pensionados y jubilados implorando dicha automatización
del cobro ante ministros y funcionarios “revolucionarios” ciegos y sordos pero
parlanchines. Siendo sólo cuando los grupos opositores tomaron como bandera política
esa medida justa que terminaría con el viacrucis del cobro de las pensiones y
jubilaciones, que el gobierno en un abrir y cerrar de ojos automatizó sus
cobros. Igualmente lució insultante y degradante de la institucionalidad del
Estado, las afirmaciones del titular del Ejecutivo Nacional, quién, al ser informado por los cuerpos de
inteligencia y por una modalidad de “soplones” disgregados entre la población
por todo el país, llamados “patriotas cooperantes”, de que gran cantidad de los
“beneficiados” por la asignación a título gratuito de viviendas y vehículos
cero kilómetros, hubieron sido vistos “celebrando el triunfo de los grupos
opositores en la elecciones parlamentarias”; amenazó con despojarlos de sus
viviendas y ordenó que los vehículos
asignados se “recogieran” de sus tenedores y se depositaran en las
gobernaciones.
LAS
COLAS SABROSAS
Desde hace diez años la vida del venezolano se resume y
reduce a una cosa: hacer colas. “Las sabrosas colas del líder”, a decir de los
líderes revolucionarios.
Una joven venezolana casada hace diez años, en vez de
vivir a plenitud y disfrutar de la década más importante en la conformación de su
familia, se la consumió completica en las colas. Agotada física y mentalmente,
sin el tiempo ni la paciencia para el debido cuido y atención de sus hijos, con
la libido por el suelo, con el stress devorándola por dentro y ya con la
dignidad goteándole; con impotencia solamente añora lo que el “proceso” le
llevó… Seguramente la única “cola” que ha menguado por la dieta forzada, es su
otrora “generosa” “cola” de latina.
En realidad esta etapa de la crisis que padecemos arreció
hace unos seis años, cuando los precios de los vehículos a las puertas del
concesionario eran cinco veces más altos que en la lista del vendedor.
Perversión económica que evidenció la facilidad de los agentes económicos para
manipular la oferta de los bienes, y principalmente, la incapacidad del
gobernante para entender esos mecanismos de acción y en consecuencia, la
inutilidad de las insuficientes y torpes acciones sancionatorias y correctivas.
Otro gran error del proceso bolivariano: su terquedad ideológica y miopía
conceptual.
Luego, por esos tiempos, el proceso bolivariano cometió
otro yerro fundamental: la priorización del elemento material, vivienda,
vehículos, tablets y obras públicas no indispensables, por sobre la
alimentación y salud, hasta esos momentos en el vértice de las prioridades de
la revolución bolivariana. Desviación que ha venido carcomiendo la eficacia del
gobierno bolivariano, amén de permitir las condiciones ideales para acciones
económicas desestabilizadoras.
Tal priorización del factor material se ha definido y
establecido como principio de gobierno en estos tres años de la etapa “post
líder” del proceso bolivariano, hasta el punto de constituirse en el bloque de
hielo con el que el gobernante pretende mantenerse a flote en esta megacrisis
económica. Algo insólito, no sólo para un gobierno que se tilde socialista,
sino para cualquier gobierno que priorice lo social.
Es que resulta indignante, contradictorio y torpe, que un
gobierno socialista, ante los inhumanos padecimientos del ciudadano por la
falta de alimentos o su encarecimiento criminal, debido a procesos
especulativos e inflacionarios que lo han llevado al despertar atávico de su
más primitivo instinto de sobrevivencia, egoísta, rapiñero y anarquista (lo
contrario de lo que pretendería un gobierno orientado hacia lo social); en vez
de afrontarlo contundente y definitivamente con toda la fuerza, poder y
autoridad del Estado, se dedique a proyectos inmobiliarios
ambiciosos y ostentosos aún para cualquier país con relativa estabilidad
económica; a regalar vehículos nuevos, aires acondicionados y computadoras; sin
mencionar las construcciones y reinauguraciones faraónicas, como los
teleféricos y hasta rimbombantes museos.
Lo anterior hay que remarcarlo para los nacionales de
otros países que lean estas notas. En tiempo de la más grave crisis económica
de Venezuela en toda su historia, y una de las atroces que haya sufrido país
americano alguno, fuera quizás de Haití; con la gente en las calles rebuscando
como pueda algo con qué engañar sus estómagos ese día, o padeciendo o muriendo
por la falta de medicamentos y hasta de los neumáticos para las ambulancias; el
gobierno venezolano se afana en mega proyectos habitacionales que devoran los
recursos hacia la infraestructura, en regalar vehículos cero kilómetros porque
los usados emiten mucho smog…, en regalar aires acondicionados para que “su
pueblo” no se acalore… Repitamos esto: En regalar aires acondicionados para que
“su pueblo”, hambriento y enfermo, no se acalore…
Realmente bochornosos esos criterios pervertidos
socialistas tradicionales.
La
cuestión no está, pues, en su utilidad social ni en la
“bondad” de la intencionalidad de tales acciones, sino en su pertinencia
político social histórica. Pues sería como que un padre de familia, ante
la
reducción sustancial de sus ingresos por diversas circunstancias, con su
familia alimentándose muy deficientemente, su cónyuge padeciendo
la falta de los medicamentos que requiere, sus hijos sin poder continuar
sus
estudios, con mengua evidente y creciente en el vestir etc.; el padre
insista
en continuar la construcción de la
piscina, del tercer piso de la vivienda, adquirir las acciones del chalet a la
orilla de la playa y en cambiar de vehículo. Evidentemente que no estaría
actuando como buen padre de familia, de velar por el bienestar común
familiar, priorizando lo que irrefutablemente debe priorizar.
También como un buen padre de familia debe proceder el
gobernante, en el sentido romano, ubicado política, sociológica y
ontológicamente en su responsabilidad histórica. Debido al ser humano y no al
proyecto político. Contando días de buen vivir de la ciudadanía y no los días
para el próximo evento electoral. Cumpliendo con su deber, haciendo lo que debe
hacer y no lo que le conviene a su camarilla.
Otra falla insólita del proceso bolivariano es haber
bloqueado los cauces naturales para la confrontación natural, lógica, racional
de criterios, permitiendo así la siembra y florecimiento del pensamiento
crítico. El problema es que la crítica auténtica, no adulante, incomoda al
gobernante, le estorba a sus particulares intereses. Lo que los llevó a
configuraciones políticas contradictorias con sus pretensiones “socialistas”.
En lugar de “primus inter pares”, ellos
tienen “jefe”, que en vez de asumir la racionalidad y voluntad colectiva, al
final siempre impone la suya.
Además, la eficiencia y la eficacia de cualquier proyecto
político ameritan el control retroalimentado de la acción política que pretende
posibilitarlo dentro del cuerpo social; pero resulta que en el proyecto
bolivariano el gobernante es el mismo “jefe” del partido político, aberración
que al final se termina pagando con creces.
Y es por esa misma estructura prepotente y torpe que no
han podido rectificar en sus oportunidades. Hace un año y medio, comenzando el
2015, era tiempo de un cambio político radical conceptual y procedimental en el
proceso bolivariano. Incluso, después de la contundente y catastrófica derrota
electoral en las elecciones parlamentarias de diciembre de ese año, la
rectificación era un deber impostergable, pero no obstante, pasados los
momentos de confusión por el impacto de tales resultados, luego de apaciguar
los ánimos caldeados de cambio y después de someter a los dos gobernadores que
replanteaban el cuestionamiento crítico profundo del proceso, despojándolos del
peligro de sus cargos de elección popular, siguiendo el manual de la política,
para tenerlos cerquita, “quemándose” políticamente en la misma hoguera; los
cambios realizados dentro del proceso bolivariano han sido meros retoques de
fachada.
Es que siempre las taras ideológicas terminan minando la
eficacia de los proyectos políticos.
Si
se considera la empresa privada como perversa a la
sociedad, como instrumento malévolo de explotación del ser humano; y no
como bien social, como proyección del animus creativo, constructor,
trasformador de la realidad y posibilitador del individuo en su
complejidad
existencial, entonces todas las acciones político sociales en
consecuencia van
a resultar mal.
En tal sentido, si se extralimita el principio de la
función social de la empresa, en
detrimento del emprendimiento productivo y de su seguridad jurídica; si
se decretan beneficios laborales, como la reducción de la jornada laboral, los
aumentos de salario forzados para compensar en sus efectos los problemas
económicos y no por sus causas; si se modifica el uso horario, pensando
bondadosamente en el bienestar de la persona, pero sin ponderar su impacto en
el aspecto económico; si se toman por expropiación empresas para luego
entregarlas a la ineficiencia y corrupción de los proselitistas del partido; si
se otorgan créditos bajo el criterio de dádivas, sin el pertinente seguimiento
y control; si se restringe salvajemente la competencia para sustentar la
actividad económica en pequeños grupos económicos privilegiados, como no lo
serían ni en el más salvaje de los capitalismos; y si se regalan o se cobran a
precios irrisorios los bienes y servicios del Estado, so pretexto de una mal
entendida justicia en lo social, matando la gallina para repartir los huevos de
oro, en vez de hacer justicia enseñando a producir, “sembrando el petróleo”
como conciencia hacia lo productivo, hacia la creatividad, ingenio y esfuerzo,
individual y colectivos, como generadores y multiplicadores de riqueza. Si todo
ello se adjunta, la productividad del país no puede sino desmoronarse
estrepitosamente.
Indudablemente la principal crisis que padecemos los
venezolanos es conceptual ideológica ética, o, mejor dicho, de ausencia de
simple racionalidad hacia lo del Estado y su institucionalidad, que
imposibilita la progresión estable de una sociedad auténticamente libre, justa,
igualitaria y pacífica.
Es que el principio de autoridad está resquebrajado, que
no es el autoritarismo ni mucho menos la arbitrariedad, sino el cumplimiento
justo de la ley. Lo vimos con los “empresarios” detenidos e imputados por no
menos de cuatro delitos en contra de la sociedad venezolana; pero sin embargo a
las pocas semanas esos mismos “empresarios” eran recibidos en el “Palacio” de
gobierno con todos los honores, y por si fuese poco les “concedían” la
distribución de “mi casa bien equipada”. Con “premios” así cualquiera delinque,
diría Juan Pérez en la esquina. No digamos de los comerciantes, la mayoría de
ellos de la “plaga” asiática importada por la revolución bolivariana (dicho sin
intención chauvinista alguna), que sorprendidos en flagrancia cometiendo
delitos en contra de la comunidad, los funcionarios del Estado les venden los
productos, les entregan el dinero y luego les imponen multa por una parte
minúscula de sus ganancias, haciendo de “cachifos” de los especuladores y
acaparadores. “No impolta”, le respondió despreocupada y anárquicamente un
asiático al ciudadano que le restregaba en la cara el decomiso de los productos
acaparados, mientras tranquilamente se tomaba un refresco. En un país con
autoridad, a ese sujeto le es revocada
su nacionalidad, si acaso la tuviese legalmente, y puesto patitas fuera de la
patria. Pero para eso se requiere de autoridad. “Autoridad” que a su vez anda
uniformada por las calles concertando con los especuladores y acaparadores ante
la mirada indiferente, cuando no cómplice, de los “revolucionarios”
gobernantes “jefes”.
Fuimos testigos, por ejemplo, de cómo en tiempos del
puntofijismo los panaderos quisieron hacer lo que les daba la gana con los
precios y el suministro de sus productos, pero los gobiernos de turno los
pusieron en cintura. También durante la primera década del proceso bolivariano hubo mano dura para
salvaguardar la disponibilidad del pan para el venezolano. Pero de tres años para acá ha sido la anarquía absoluta. Incluso la obligatoriedad legal de
producir determinados tipos de pan y a precios regulados, este gobierno la dejó
de hecho sin efecto. El gobernante actual ha sido incapaz, más allá de las actuaciones
esporádicas y efectistas, de accionar
contundentemente la fuerza del Estado para proteger a la ciudadanía de la
arremetida especulativa del sector panadero, como ejemplo de lo que ocurre en
país con todos los productos de consumo.
Es que en nuestro país el principio de autoridad está
vuelto añicos. No existe gobierno real y efectivo en Venezuela en estos
momentos. Solamente sustentados en una legitimidad formal, añorando un pasado
que se fue y soñando con un futuro que no será. Porque el pasado y el futuro se
concretan y posibilitan en el presente. Esa es la acción ética del gobernante,
“construir la humanidad” desde su circunstancia existencial concreta.
Porque el cacareado “empoderamiento” del pueblo no es más
que una farsa; lo que sí tienen es mayor participación en ciertos asuntos de la acción política, pero eso de realmente controlar
el poder del Estado directamente, sin intermediarios, es falso, por imposible,
pues al final los canales de participación y decisión directa del “pueblo”, son
invadidos por los partidos políticos, además de que la propia estructura
política del Estado se los impide.
Al final esta mega crisis revela una contradicción
fundamental en el proceso bolivariano: El pueblo explotando al pueblo. Algo que
no encaja dentro de los criterios clásicos de la izquierda, seccionada en una
clase “mala”, burguesía explotadora, y otra clase “buena”, explotada y sufrida. El problema es
que no le alcanzan los burgueses y le falta pueblo a la izquierda para
sustentar la “lógica” de la “lucha de clases”. Todo porque, como se sostiene en
la publicación HS, la “lucha de clases” es una falacia.
De manera que esta mega crisis económica es una guerra avisada que tomó al gobernante confiado y descuidado. Lo que sería asunto exclusivo de ellos sino estuviésemos los ciudadanos en medio. Siendo ese el eterno problema de nuestras sociedades, siempre resultamos en conejillos de india de experimentos de alquimia política, o en conejitos a la parrilla de proyectos políticos dolosamente hipócritas.
¿Y
AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS?
Nadie podrá ayudarnos a salir avante como país, si no
tenemos la suficiente conciencia y voluntad necesarias para hacerlo. Venezuela
no requiere ayuda “humanitaria” internacional, dado que nuestros recursos
materiales son inmensos (aunque no vendría mal la manito de los países amigos)
Lo que necesitamos con urgencia es asistencia para gerenciar el Estado con
eficiencia, pues carecemos del criterio del hacer las cosas bien, del zapatero
a su zapato y del gobernante a lo suyo.
Porque pareciera que la ineficacia es el norte del
gobernante. Ni la simple distribución de neumáticos y baterías ha podido
efectuar siquiera mediamente bien el gobernante, porque a cada red de corrupción
le sucede otra más organizada. Ahora también le dio al gobierno por montar unos
“comités” de proselitistas para supuestamente llevar alimentos básicos a cada
hogar, empresa que por su aberrada naturaleza conceptual, y como lo ha
demostrado la historia, está condenada al más absoluto fracaso, es más, apenas
se están conformando dichos comités y ya las “mafias” “bolivarianas” del
ilusionismo “desaparecen” los alimentos como por arte de magia.
Causa, más que rabia, profundísima tristeza ver cómo los
productos de las empresas de propiedad del Estado aparecen rebosando los
anaqueles de ciertos comercios a precios multiplicados por diez, bajo la “vista
gorda” del gobierno. No puede ser que en regiones del país productoras de
azúcar, a pocos kilómetros de los
centrales expropiados por el Estado, el producto aparece en manos de los especuladores por sobre diez
veces su costo. Igualmente ocurre con el cemento, el aceite comestible y todos
los productos de las empresas propiedad del Estado. El caso del lubricante para
motor es patético, su costo es multiplicado por diez, aún cuando el Estado lo
produce y controla su distribución. Se ponen como ejemplo esas empresas, porque
el gobernante se excusa en una presunta “guerra económica”, entonces ¿el propio
gobierno girando 180 grados la artillería en su contra?
Llega al extremo la ineficiencia del gobernante, que al atleta que alcanza relevancia internacional, título mundial o medalla
olímpica, luego de gastos significativos en materia deportiva, aunque sin debido control; en vez de mantenerlo concentrado cien por cien en su disciplina y “cuidarlo”
como lo haría el maestro gallero con su mejor espuela..., los del proceso
bolivariano, demostrando ignorancia o irresponsabilidad sin nombre, enseguida
lo elevan, perdón, lo degradan a cargos políticos, decretando su “muerte”
como atleta, lo cual queda patente con los pobres resultados obtenidos en las competencias luego de ese “servicio”
proselitista obligatorio a la “revolución”.
Es que los maletines llenos de dinero no compran productividad
ni medallas de oro ni conocimiento ni investigación ni descubrimientos ni
justicia ni libertad ni paz; sin el compromiso ético con el deber, sin el
sacrificio y esfuerzo personal, sin el control y las exigencias estrictas en la
eficiencia y eficacia. Ese es nuestro karma de país minero, mucho dinero y poca
eficiencia.
Desde
Páez hasta el sol de hoy nuestra patria es piñata que se la disfrutan
unos cuantos, bajo cualquier excusa y sin discriminación
de ideologías, credos u origen social, la cuestión es ponerle las manos
al
erario público.
Al final, entre el capitalista salvaje, que como ser
humano vive miserablemente ostentando riquezas que jamás de los jamases fueron
ni podrán ser suyas, algo que sólo entiende cuando recibe la extremaunción; y
el socialista tradicional, torpe y desubicado, que pretende liquidar el “ser
humano” en toda su complejidad e integralidad, para reducirlo al comunero que
vive conforme a una cartilla, dueño de la “verdad”, del conocimiento, de la
razón, de la “espiritualidad”, de “Dios”, pero esclavo de su “humanidad”, que
al final siempre lo saca de su onirismo heroico y lo ubica en su justo lugar
existencial, por pretender cambiar a troche y moche un mundo que al final lo cambia o lo extingue a él. Entre ambos está el
ciudadano, que solamente aspira a desarrollar el privilegio maravilloso de su
existir en su máxima expresión posible, que en definitiva no es mucho, pues simplemente se trata de una
breve circunstancia existencial de las que suma la humanidad en su instante de
posibilidad en el universo infinito.
Ya prácticamente en la patria de Bolívar y nuestra, no
hay nada qué hacer. La suerte está echada para un gobierno sumido en la más
profunda ineficacia, en el más aberrante despropósito hacia un país. Como lo
único que saben hacer, están “atrincherados” los del proceso bolivariano, con
los ojos cerrados y los dedos cruzados, esperando un milagro. En vez de frenar
el acaparamiento, la especulación y la inflación, se arrodillan a ellas. Los
aumentos compulsivos del salario mínimo, pretendiendo corregir los efectos, expresan
la validación de las causas de la mega crisis. Las condiciones políticos
sociales actuales son aún más graves que las originaron el 28 y 29 de febrero
de 1989, pues en aquellos tiempos existía la esperanza de la propuesta política
alternativa, pero hoy el más profundo y peligroso desasosiego embarga al
venezolano. Ya en el irrenunciable espíritu democrático del país existe un solo
deseo, explícito o implícito, sincero o hipócrita, capitalista o proletario, de
izquierda, de derecha o de centro: ¡¡La celebración de elecciones, para salir
de este atolladero de la forma menos traumática posible!!
A todas estas ¿sabrán los del proceso bolivariano que los
pueblos cuando se ahogan se aferran hasta al cardón que flota? Ese es su
mayor acierto evolutivo: sobrevivir…, y con él la esperanza y la fe, por sobre
lo que sea. Después dicen algunos que el pueblo no es sabio.
DECÁLOGO
PARA CONSTRUIR UN PAÍS
De todos modos, sea quien sea el próximo proyecto
político que tome las riendas del Poder Ejecutivo, e independientemente de su
ideología, estos serian los puntos fundamentales de la acción política hacia el
propósito del país que queremos.
Reestructurar la
institucionalidad del Estado hacia la eficiente y eficaz posibilitación
constitucional de la sociedad, asimilando los beneficios sociales de las
“misiones”, que pudieran seguir existiendo como alternativa o “atajos”
institucionales temporales, pero siempre dentro del propósito de asimilarse
sinérgicamente a la institucionalidad
del Estado.
Reasignar la responsabilidad
política al gobernante por las acciones de los cuerpos de seguridad del Estado,
es decir, despojarlos de la autarquía funcional que los legitima para cometer
cualquier tipo de tropelías en contra de la ciudadanía, con absoluta impunidad.
Lo que acarrea el rompimiento de la meritocracia aberrada instituida
dolosamente por el proceso bolivariano, para evadir así su responsabilidad por las
acciones de esos cuerpos; entendiendo que las “jefaturas” de los cuerpos
policiales no deben estar al mando de policías sino bajo la coordinación
política del gobernante, de los organismos de defensa de los derechos humanos y de la ciudadanía
organizada. Pues no es suficiente con cambiar de musiú, también se debe
sustituir la cachimba (conceptos).
Definir política y
jurídicamente los alcances y límites del carácter social de la propiedad y su
no conflicto con la propiedad individualizada o privada, que por antonomasia es
social. Lo cual lleva necesariamente a replantear la raíz ético conceptual y el proceder
de los proyectos políticos.
Iniciar una auténtica égida
hacia la productividad en el país, fomentando la libre y justa competencia o
concurrencia de los ciudadanos en la actividad productiva. Entendida ésta no
desde las perversiones que la hacen antisocial, sino en cuanto su valor social
de posibilitar la existencialidad humana en toda su complejidad, en tanto ser
que consume, que crea, que emprende, que construye, y que por todo ese, su quehacer, se “apropia”. Considerando
que al capitalismo (diferenciado del capital), al cual hoy en día ningún ser
medianamente sensato es capaz de defender, se le enfrenta con sus propios
instrumentos; y que el justo valor y justo esfuerzo de los bienes expresan también
al buen empresario, quien dedica gran parte de su vida en la concreción de un
propósito creador; resultando injusto, y torpe políticamente, despojarlo de
parte de su existir en provecho de quienes ni por sí solos ni juntos tuvieron
la visión, el conocimiento, la astucia, la creatividad y el sacrificio de
concretar ese emprendimiento, usufructuándolo como medio de vida (al César lo
del César); o lo todavía peor, que se le despoje de su bien por la jugada
dolosa de funcionarios o sus parientes, “lapas”, que se excusan en el “carácter
social” de la propiedad para hacerse, bajo el amparo de la institucionalidad, del
emprendimiento ajeno.
Ubicar definitivamente al
Tribunal Supremo de Justicia y al Ministerio Público en sus justos lugares
constitucionales, despojándolos de la autarquía que presumen y sometiéndolos de
una vez por todas al control político y ciudadano, por órgano del Poder
Legislativo y de las instancias ciudadanas organizadas. Para ello es necesaria
una reforma constitucional que limite las interpretaciones de la Sala Constitucional
a aspectos de estrictísima confusión o falta de claridad. Luego esa
interpretación debería ser remitida al órgano legislativo para su consideración
político jurídica y la respectiva enmienda o reforma de la Constitución, si
estuviere conforme, o para su sometimiento a consulta popular, si hubiere
contradicciones al respecto. Es decir,
es imperativo devolverle a la Constitución vigente Nacional su carácter de
norma fundamental y rectora del existir institucional de la sociedad
venezolana; carácter por ahora en manos de la Sala Constitucional, que
extralimitada en su propia interpretación de sus facultades constitucionales,
se ha constituido de hecho en “sala constituyente”, conformando con sus
criterios particularísimos e interpretaciones desbordadas del texto
constitucional, una “Constitución” propia, cuya vigencia está sometida a la
permanencia de sus miembros en sus cargos.
Un nuevo planteamiento
político jurídico ante la inseguridad, que implique el desmantelamiento total
de los cuerpos de seguridad, del Ministerio Público, del Poder judicial y de la
Defensoría del Pueblo, procediendo a sus restructuraciones conceptuales y
funcionales desde la perspectiva de la Constitución vigente, aún ampliando y
reformando ésta, integrándolas dentro del marco ético de respeto de los
Derechos Humanos y la protección del ser humano y de la sociedad, en aras del
propósito común de la paz social.
Gobernar bajo el criterio de
la eficiencia y eficacia integral como país, como nación, como sociedad, y no desde
criterios parcializados hacia aspectos restringidos del existir humano.
Entendiendo que la sociedad en su concepto engloba al ser humano en toda su
complejidad existencial, por lo que su posibilitación sustentable y pacífica
supone la armonización complementaria de todas sus expresiones hacia un propósito
existencial en común, y, a esa intención, haciendo del conocimiento el motor
para la construcción del país, configurando un gobierno “sabio”, no de sabios,
que, como el Siddhartha de Hesse, simplemente actúe conforme a la
naturaleza de las cosas, de la sociedad, del Estado, del ser humano; en donde
el protagonista de la acción política sea el conocimiento libre y redentor, y
no el político de oficio. Algo que se dice fácil, pero que implica liberarse de
los grillos ideológicos que insisten y persisten en seccionar lo humano y con
él la sociedad en parcelas inconciliables y anulables entre sí, concluyendo en
un ser humano tratando de aniquilar en el otro lo que también lleva dentro de
sí, en lucha delirante y absurda en contra de los fantasmas sociales que están en su propio ser
social.
Determinar como prioridades
del país la alimentación y la salud. Creando toda la estructura político
jurídica para su posibilitación. Reduciendo o suspendiendo todas las obras
materiales que se puedan. Eliminado los gastos oficiales suntuosos o
innecesarios. Interviniendo manu militari las empresas del Estado para
integrarlas en una sola unidad productiva y distributiva de bienes y servicios.
Entendiendo, por ejemplo, la impertinencia e insuficiencia histórica
sociológica de los criterios que pretenden sustituir el maíz como la base de la
alimentación del venezolano, so pretexto de modernas necesidades nutricionales,
pero que no consideran la inestabilidad de las sociedades humanas y los
consecuenciales vaivenes a los que está sometida su “calidad” alimenticia, ni el
significado socio cultural del maíz etc.
Creando una mega empresa dividida en tres o cuatro secciones en sus
correspondientes áreas geográficas, con modernísima maquinaria capaz de
procesar la harina que requiera el país, en diversas y novedosas presentaciones, y con capacidad instalada para asumir, si
fuese necesario, la producción de la empresa privada en ese rublo. Lo cual
debería ser considerado de seguridad y defensa de la nación, prevaleciendo
aún por sobre la adquisición de tanques o aviones de combate, pues, como lo
aprendieron los europeos en sus atroces guerras: “por el estómago se gana o se
pierde una guerra” ( y también un gobierno). Los alemanes, aparte de ser una potencia industrial, son el
séptimo productor de trigo del mundo, porque los teutones aprendieron que la
primera seguridad que les impone su soberanía y autonomía como nación, es la
seguridad alimentaria.
La lucha eficaz contra la
corrupción. Iniciando desde cada responsabilidad individual y conforme a
criterios de Estado y no políticos partidistas, y mucho menos nepotistas.
Especificando funciones, delimitando competencias, asignando responsabilidades
y sobretodo controlando estrictamente la eficiencia y eficacia.
Eliminar de una vez por
todas ese mamotreto político y aberración económica en que se ha convertido el
control de cambio socialista. Se tilda de “socialista”, porque hubo un momento
en que traspasó su utilidad económica instrumental temporal para pasar a
sustentar el modelo económico que se ha venido conformando bajo su manto
privilegiador y controlador de la actividad económica, pues otorga un “control”
o un “poder” sobre la actividad económica del país, pero muy precario y
pervertido, que al final hace caer la economía en el abismo, como ocurre en la
actualidad. Porque resulta abominable pretender fundamentar la actividad
económica en la especulación con el valor del dólar, colocado a diez bolívares
dentro de la sociedad, para que la devaluación criminal de la moneda nacional hasta los mil bolívares por dólar, sea la
que motorice la economía. Por supuesto que semejante “piñata” de riqueza fácil
crea una disponibilidad de compra desbordada en ciertos sectores sociales,
quienes sustentan y empujan la inflación hacia niveles intolerables, que a su
vez les otorga a esos sectores mayores ingresos, hasta que llega el punto en el
que ese círculo perverso de “riqueza fácil” comienza a desmoronarse
irremediablemente, y con él, el proyecto político que lo sostiene. Mientras,
claro que en el país se moviliza dinero. Claro que existen muchísimas personas
que pueden pagar fortunas por cualquier bagatela. Por supuesto que el desempleo
se reduce a sus niveles mínimos históricos; pues con esa lluvia de dinero, al
comerciante o empresario no le importa tener el doble de empleados de los que
realidad requiere…En verdad es un problema social gravísimo y muy difícil de
superar, la distorsión a la economía y la degradación moral y ética que implica
esa “política” económica ilógica, irracional, antihumana y antisocial.
¿COLORARIO
O EPITAFIO?
¿Qué nos pasa como país? ¿Por qué en doscientos años no
hemos podido posibilitar una sociedad siquiera regularmente viable? ¿Por qué
condenarnos a vivir en este purgatorio, cuando hemos tenido siempre en nuestras
manos, más no en nuestras conciencias, este paraíso llamado Venezuela? ¿Será
que no merecemos esta tierra noble rebosada de riquezas por fuera y por dentro?
¿Cuándo tendremos, como en Ember, la suficiente conciencia para lanzarnos en la
búsqueda de otras posibilidades, de las otras realidades que siempre existen,
que siempre son posibles?
Javier A. Rodríguez G.