miércoles, 16 de mayo de 2018

La Evolución. Reflexiones III



“El Origen de las Especies”, la prodigiosa obra de Charles Darwin, no deja de asombrar cada vez que se aborda el tema; empero también cada vez el enfoque debe ser más punzante, la crítica afilada y la valoración intelectualmente más desprejuiciada e  irreverente.

Lo mejor de ese tipo de teorías con tantos vacios, absurdos y contradicciones, es que permiten cualquier  tipo de conjeturas, sin poder contradecirlas válidamente, a riesgo de negarse a sí mismas. Siendo así, tratemos pues.

La primera gran virtud de “El Origen de las Especies”, es haber afirmado el evolucionismo en el momento y lugar apropiado, y con un basamento científico suficientemente sólido; pues unos 50 años atrás, el planteamiento evolucionista innovador del Francés Juan Bautista Lamarck  fue despreciado y ridiculizado. Otro punto afirmativo fundamental es la exhaustiva investigación de campo que soporta a la obra. Destacando también el carácter de que, constituyendo de por sí un criterio científica, religiosa, sociológica y culturalmente revolucionario, las circunstancias de modo, lugar y tiempo le permitieron engranarse  a la gran égida del conocimiento científico que sacudía la mitad del siglo XIX.

Los puntos en contra de la obra son los propios de los vacios de conocimiento existentes en la época. Uno de ellos es la flagrante ignorancia en materia de la herencia, asunto que le tocaría resolver  luego a Gregor Mendel.

Empero el “talón de Aquiles” de la teoría de Darwin, es abrir la posibilidad a la transmisión genética de los caracteres adquiridos, con su “pangénesis”, que lo aleja de los  neodarwinistas y lo separa definitivamente de la Teoría Evolucionista Sintética, y que décadas después sería negado de plano por la “barrera de Weismann”, la cual, no se sabe bajo qué argumento comprobado, sostiene la imposibilidad de la transmisión de información genética en “reversa, es decir, de la línea somática a la germinal. Aceptándose actualmente, por tanto, la evolución de las especies por selección natural mediante dos vías: la combinación y la mutación genética.

Aquí precisamente es donde entra a escena el personaje precitado Lamarck, pues él sufrió en carne propia el haber planteado la posibilidad de la transmisión de los caracteres adquiridos, hasta el punto de que sus valiosos aportes a la ciencia han sido subvalorados y sus criterios tergiversados y ridiculizados.

Lamarck, en esencia sostenía que en determinadas circunstancias evolutivas ocurría la transmisión -o inscripción genética, visto desde la actualidad- de las características adquiridas por las especies conforme a sus necesidades adaptativas.

Mutatis mutandis es lo que plantea décadas después Darwin, con el resalte de que su teoría traspasa la evolución hasta el origen de las especies, llegando incluso hasta los predios del origen mismo de la vida en un único ser, del que derivan todas sus expresiones; criterio que luego, con la sepultura de la tesis de la “generación espontánea” por Pasteur, se afianzaría definitivamente.

Ante tales hechos cabe preguntarse ¿Qué hace tan absurda la posibilidad de la transmisión genética de los caracteres adquiridos? ¿Qué implicancias acarrea la aceptación de tal posibilidad? ¿Qué pasaría si en estos momentos se anunciara la validez del criterio de Lamarck?

Ciertamente, vista desde la inmediatez de la existencia humana, además de absurda luce ridícula. Son célebres los ejemplos con los que se mofaban del planteamiento de Lamarck; como aquel del herrero que veía en los brazos de sus nietos la fortaleza adquirida merced a la exigencia de su dura faena. O del sujeto que habiendo perdido un brazo en su oficio, tiene descendencia igualmente sin ese miembro.

El problema radica en la forma que se plantee la transmisión de los caracteres adquiridos. En primer lugar  el nombre es irrelevante, pues bien puede llamarse “registro genético de la adaptación evolutiva”, por ejemplo.

Porque al final el código genético de una especie, y en particular del ser humano, no es sino un capítulo más del gran libro evolutivo. La misma célula, en su esencia, que originó a todos los seres vivos; la misma columna del primer vertebrado, el mismo cerebro del primer animal, las mismas ubres del primer mamífero, los mismos instintos básicos y el mismo horror a la ineluctable extinción. Todos inscritos en la fórmula genética que lo actualiza evolutivamente. Siendo ese el karma del ser humano: Ser maravillosa novedad evolutiva y a la vez estar construido por primitivismos, que le pesan, que a veces lo avasallan, que hasta le estorban, pero que irremediablemente le dan su identidad existencial.

Y es precisamente esa identidad evolutiva, ese ser siendo que caracteriza al proceso evolutivo, lo que llama Lamarck a registrarse como patrimonio evolutivo de la especie. 

Comparemos, ahora sí,  la moderna y mayoritariamente aceptada Teoría Sintética. Para ellos la evolución se produce o por la fortuidad de la mutación genética o por oficio de “errores” en la recombinación genética por vía reproductiva, determinantes ciegos, aleatorios, del mecanismo de selección natural del más apto, o más afortunado. Es decir, conforme a sus postulados, la evolución, perfectamente instrumentada, no es nada más que una tómbola.

Veamos la lógica supuestamente irrefutable de tales criterios.
La recombinación genética por vía reproductiva: Ciertamente, constituye un factor impulsor fundamental del cambio evolutivo, pero el rol que se le asigna no engrana con lo que debería ser el mecanismo que origina las especies y la complejidad intrínseca del proceso evolutivo.

Evolución por el azar de la mutación genética: En los casos más simples sería como ganarse a la vez varias centenas de loterías a nivel mundial, el hecho de que un ave que requiera un pico más largo y curvo deba “cruzar las garras” para que ocurra el milagro aleatorio de una mutación en sus genes precisamente para lo que le exige la sobrevivencia de su especie. O que al contrario, de pronto inicie a surgir un pico que para nada le sirve, entonces desesperado busca la forma de darle algún uso, y si no lo logra, perece. Además, la selección aleatoria absoluta por vía reproductiva luce flagrantemente insuficiente para explicar los complejísimos fenómenos evolutivos.

Al respecto aplican estas palabras del astrónomo Fred Hoyle: “En una chatarrería se encuentran todos los fragmentos y las piezas de un Boeing 747, sueltos y desordenados. Ocurre que un tifón se abate sobre la chatarrería. ¿Cuál es la probabilidad de que después encontremos un 747 totalmente ensamblado y listo para volar? Es tan pequeña que resulta despreciable, incluso en el caso de que el tifón soplara en tantas chatarrerías que llenasen por completo el Universo”.

Entre tantos ejemplos que se han dado y que se pueden dar, consideremos este: La complejidad del órgano visual es tan grande que ha debido haber un rosario de mutaciones milagrosamente ocurridas no solamente cuando se han necesitado sino precisamente para lo que se necesitaban. Que si el globo ocular, que si la retina, que si el cristalino y su complejo mecanismo de enfoque, que si los conos y los bastoncitos, que si su ramal de interconexión al cerebro, que si las áreas cerebrales de procesamiento de la imagen y su interconexión con los centros cerebrales, amén de las complejidades intrínsecas de cada uno de esos factores. Obviamente, si todas esas mutaciones han ocurrido  justo cuando y para lo que se han necesitado; luego entonces no pueden ser aleatorias, y, por lo tanto, responden a algún requerimiento evolutivo; y siendo así ¿cómo se informa el código genético de la “novedad” evolutiva?

Por supuesto, se pudiere alegar que ese fue un proceso gradual, una sumatoria de pasos evolutivos que concluyó en el ojo evolucionado del ser humano, por ejemplo. Pero aún así, resulta imposible que su razón de ser derive de una expresión absolutamente aleatoria. Porque una cosa es el ser evolutivo, que ineluctablemente está sometido a la probabilística de ser todo lo que la aleatoriedad le permita; que no son solamente las recombinaciones, mutaciones o transferencias genéticas, sino todo el condicionamiento medio ambiental que implica; y otra cosa es la razón existencial de ese ser, es decir, la funcionabilidad esperada del ser. El ojo humano y el de la vaca y el del pez, están diseñados para ver; no para caminar o digerir alimentos; como sí lo están las extremidades y los estómagos.

Porque, igual que una obra de arte, lo maravilloso y sublime de la evolución, no es el proceso técnico material que la expresa, sino el concepto que la genera, la razón que la motoriza y le da sentido.

Es obvio que el ser humano, en su significado, no es un producto evolutivo fortuito, pues al carecer de razón evolutiva él, también lo carecerían sus partes, y siendo que aún así conforman al ser humano, entonces no podrían ser producto de la aleatoriedad, pues probabilísticamente sería imposible, y absurdo, pensar que la evolución construya tan complejísimas partes para nada y de esa nada surja la maravillosa máquina pensante humana.

Claro, se pudiere argüir que todos los componentes del ser humano devienen de un proceso evolutivo de ensayo y error, por lo que su funcionalidad ha sido comprobada y perfeccionada; pues, por supuesto, por eso es evolución, y por eso también, por responder a un historial evolutivo es que necesariamente debe tender a alguna razón que le dé sentido, que la dote de historicidad.

La evolución es aleatoria pero no ciega, y menos tonta. Todas sus expresiones constituyen posibilidades del ser evolutivo; y por ende, razones para ser, para tener sentido histórico; valga decir, para producirse en todo su espectro de aleatoriedad en tiempo, lugar y modo.

Consideremos una reproducción por la técnica de inyección de tinta, que descompone estocásticamente la imagen en pequeñísimos puntos, para imprimirlos a cuatro tintas y reconstruir así la imagen sobre el sustrato de que se trate. Ahora imaginemos que enfocamos un lente de gran aumento sobre una zona específica de la imagen. Veríamos una cantidad de puntos cians, magentas, amarillos y negros, pero sin interrelación ni significado alguno... Luego, si disminuyéramos el aumento, veríamos os puntos configurarse en un ojo de animal perfectamente definido, tal vez reflejando el más cruel instinto de sobrevivencia, pero sin decir nada más. Y así pasaría si hiciéramos lo mismo con cada área similar de la reproducción. Ahora, si alejásemos progresivamente el lente, se configuraría la cabeza dolorida, aterrorizada e implacable de un animal de lidia, volcado en su instinto hacia sus verdugos; bajo él, el caballo yacente expiando la miseria humana; aquí y allá los bufones en faena de verdugos en desgracia; y arriba los espectadores, pendientes de otro acontecimiento ajeno al centro de atención de la obra, les falta terror, asombro, expectación, lujuria, y les sobra goce e indiferencia ante el circo del sufrimiento, sangre y el desprecio por la vida; imperdonable omisión para el artista creador, pero magistral desatención para el espectador cuya visión es la obra. Veríamos entonces la excepcional pintura de Arturo Michelena: La Vara Rota.

De esa la misma forma ocurre para la aleatoriedad evolutiva. Vista desde el texto de cada circunstancia parece depender exclusivamente del azar y aparenta no tener más sentido que el que se da ella misma; empero, si se amplía la perspectiva hacia su contexto, adquiere sentido y se evidencia su razón de ser.

Tal vez es la búsqueda de esa razón la que  jalonaba la Teoría de la evolución ya desde los planteamientos de Lamarck, lo que la prodigiosidad de Darwin intuyó,  y a lo que la están llevando a rastras los descubrimientos biogenéticos, paleontológicos, astronómicos y científicos en general.

Es que la misma evolución no es sino  instrumento para la expresión existencial del universo. De la vida en concreto y de la vida racional en específico.

Se observa ahora cómo la Teoría Sintética de la Evolución no solamente cojea, sino que no puede andar, si no es por el sustento del bagaje intelectual de sus defensores. En otras palabras, la evolución no es posible en toda la capacidad y potencialidad que evidencia, con los criterios de la moderna Teoría Sintética.

Ya Darwin se planteó ese problema y salió del paso con su pangénesis, sustentada en, otra vez es necesario mentar al desprestigiado Lamarck.

En nuestro tiempo, la Dra. Lynn Margulis  partió de su aceptada “Teoría de la Endosimbiosis” para plantear, en su “Teoría Simbiogenética”, la posibilidad de la modificación de la información genética  mediante factores como bacterias y los retrovirus, considerando la simbiogénesis el verdadero motor de la evolución.

Ahora tratemos algunos ejemplos desde los criterios de Lamar, ponderados desde nuestra actualidad. El ave que requiere el pico largo y curvo está sometida a un estrés de sobrevivencia que pudiera ser registrado de alguna forma como data pre-genética, la cual, acumulada bajo las circunstancias apropiadas, duración suficiente del estrés, coexistencia de otro factor colateral de subsistencia, la generalización e integración del estrés; puede, por acción de algún factor desencadenante, interno o externo, sobrepasar el umbral de la barrera de Weismann, y de esa forma actualizar evolutivamente al ser vivo de que se trate.

Lo mismo ocurriría con el ave que llegada a una isla en donde teniendo suficiente alimentos a baja altura y sin el estrés de depredadores, se le atrofian las alas y pierde la capacidad de volar. Obviamente pudiera ser, como lo postula la Teoría Sintética, por la aleatoriedad de una mutación, pero entonces no respondería a una adaptación propiamente dicha, referenciada a un espacio y un tiempo evolutivo determinado, sino a un hecho fortuito que pudo ocurrir en cualquier momento; convirtiéndose en factor que coarta las posibilidades adaptativas y evolutivas.

Imaginemos que todos los habitantes de una población deciden un día andar por siempre en sillas de ruedas. Y así cada generación, fiel a la tradición, desde el nacimiento inutilizan los miembros inferiores. Con normas estrictas de procreación garantizan la copulación muy “democrática” en función de conservar el promedio del genotipo. Y considerando que no ocurre ninguna mutación que beneficiara al colectivo y menos en cuanto a la especificidad de las piernas. Ahora, al cabo de cien mil años ¿cuál sería la morfología de los habitantes?  ¿Será la misma la información genética de la constitución de  los miembros inferiores, respecto de la de los antepasados fundadores?

También, supongamos que un insecto  se topa con un depredador nuevo, del cual logra escapar escondiéndose tras alguna hoja. Luego ese insecto desarrolla evolutivamente en su lomo, a manera de camuflaje, una réplica de la hoja “salvadora”, La pregunta es ¿Cómo se produce la modificación genotípica en este caso?

Conforme a la Teoría Sintética ello solo pudo ocurrir por un proceso aleatorio de recombinación o mutación genética motorizado por el mecanismo de selección.  Ahora, el insecto, ante ese  estrés específico de sobrevivencia, ¿será que por azar nació un día con la novedad evolutiva de desarrollar una frondosa hoja en su lomo, o acaso también el “azar selectivo” le fue esculpiendo paso a paso el apéndice de símil vegetal?

Es decir, o fue el premio mayor de este y todos los universos que existan y puedan existir, si el azar configuró en el código genético del insecto la frondosa hoja, precisamente de la variedad de su entorno y justamente cuando la necesitaba, con envés, nervaduras y todo. Ni se diga si la modificación genotípica ocurrió por “cuotas” para ese caso, porque entonces el criterio de la aleatoriedad pasaría de increíble a ridículo.

Ahora, consideremos que, ante el cambio de las condiciones ambientales, al insecto le resulte en desventaja cargar con su hoja a cuestas. Entonces, conforme a la Teoría Sintética, no le quedaría otra que rogar porque al azar se le ocurra borrar precisamente ese inserto en su codificación genética.

¿Será que en verdad ocurre así; o será que los seres vivos participan de alguna forma de la sinergia que impulsa la evolución?

¿Será el marco circunstancial medioambiental, biológico y genético, el que fuerza y posibilita la adaptación?

¿Será que es precisamente el estrés biológico y medioambiental positivo o negativo, lo que acelera o desencadena los mecanismos evolutivos?

Supongamos a una especie de luciérnagas en la que todas las hembras en determinado momento empiecen a preferir las luces de los machos que tiendan a determinada longitud de onda... Ante tal situación se pudieren presentar varias posibilidades: 
1- Que la preferencia sea excluyente y suficiente para que los machos no privilegiados se vean ante su lenta pero inexorable extinción genética, por una selección natural que no tiene dificultad para imponer su ley. 
2- Que tal preferencia no sea excluyente y no ejerza un estrés irremediable sobre los machos cuya configuración genética no les permita emitir la luz dentro de la longitud preferida por las hembras, como para acortarles el espacio evolutivo tanto que les impida el reajuste o reacomodo evolutivo, por lo que, aparte del mecanismo selectivo básico o primario; entre las machos de la especie se produce una verdadera lid por poseer la mejor luminiscencia de la tan apreciada por las hembras. Ocurriendo que mientras más mayoritario sea el estrés, mayor relevancia y oportunidad evolutiva tendrá. Así, dentro de los machos se produce un proceso evolutivo específico, cada individuo comenzará, merced al estrés, a registrar de alguna forma data a nivel genético no codificante, sin significado propio, pero que al irse ensamblando tras generaciones, como quien arma un rompecabezas, siempre dentro del marco de condiciones y circunstancias, termina en el tintero de la mutación codificando el ADN de la especie en un conjunto de mutaciones, o expresiones diversas del mismo cambio evolutivo, predestinadas  a  su vez a  cruzarse, escindirse o excluirse.

De tal forma que el nivel del estrés y su amplitud poblacional, el espacio evolutivo y las condiciones medioambientales, son determinantes para la configuración genética de los caracteres adquiridos.

Ese proceso pudo haber dado origen a las diversas expresiones de homínidos. Mecanismo que configura subprocesos que concluyen con la atomización dentro de las poblaciones de variaciones aleatorias de la misma respuesta a una necesidad evolutiva específica, inscrita dentro del patrimonio genético de la especie de que se trate, merced a mutaciones genéticas que constituyen conclusiones evolutivamente no necesarias, pero si esperadas.

De esa forma, dentro de la aparente aleatoriedad pura del mecanismo de selección natural, se producen procesos específicos o subprocesos que, desde su aleatoriedad específica -como los puntos de aquel impreso-, integran protagónicamente la circunstancialidad evolutiva al gran acontecimiento evolutivo, dándole sentido, coherencia y razón existencial a la  evolución.

Así, la gran variedad observable de mutaciones negativas son expresiones del proceso adaptativo de las poblaciones ante el estrés por diversas causas. Por ejemplo, los casos por muerte por cáncer de pulmón, serían expresión probabilística de los otros tantos que sobreviven a los efectos al estrés fisiológico autoinducido del tabaquismo, en caso concreto; desde quienes, dentro de las condiciones ya mencionadas, se va realizando un proceso que pudiere concluir en mutaciones fundamentales del código genético, que activen o impulsen el proceso de selección natural. Conformándose así un mecanismo evolutivo de acción-reacción, de convergencia-divergencia, de integración-exclusión, de competencia- cooperación; que dentro de una dinámica autosustentable maravillosa, posibilite, exprese e integre protagónicamente las circunstancias y manifestaciones evolutivas al gran acontecimiento evolutivo, sin que éste pierda la imponderabilidad e infinitud de su razón de ser.

Cabe destacar que el estrés puede ser tanto aquel cuya causa adversa a una población, especie o biosistema, estrés negativo; como el que responde a imperativos existenciales proactivos, estrés positivo, a lo que son proclives los seres conforme a su inteligencia y capacidad para razonar.

De esa forma también pudo haberse desarrollado el proceso evolutivo que desde aquel originario primate concluyó con la maravillosa máquina pensante humana. Bastó que en determinado momento y en las circunstancias y condiciones debidas, se iniciara el complejo mecanismo hacia la inscripción genética de la respuesta adaptativa –algo cercano a la “radiación adaptativa”- específica al estrés del entendimiento y comprensión de la realidad, para que se explayara en toda la variedad aleatoria de posibilidades del homo sapiens, cuya concreción, el ser con la capacidad de entendimiento y comprensión de su verdad existencial, la patentiza la única especie humana actual. Proceso que bien pudo -y puede- ser de enésima formas, incluyendo la conclusión del subproceso en cualquiera de sus etapas, con la consecuente extinción de todas las expresiones del homo sapiens; pasando por la coexistencia de varias especies de humanos; lo cual todavía es posible gracias a la manipulación del genoma humano.

Porque el movimiento natural de cada célula derivada de aquella primera eucariota, ha sido la vida en todas sus manifestaciones y posibilidades, y desde ello, la vida racional. Tanteando probabilísticamente la racionalidad, la evolución ha configurado, desde esa primera célula, toda una estructura viviente que expresa la racionalidad que pretende, y un ente concreto capaz de contemplarla, entenderla, comprenderla y poseerla, desde una entidad que trasciende la materialidad de la célula y participa de un plano existencial superior: el ser humano.

Cuando el ser humano adquiera suficiente autoestima y deje de creerse fruto de una quiniela y se mire en la hermosa, sublime y maravillosa concreción evolutiva que evidencia; seguramente su actitud ante el medio ambiente, su proceder ante la ciencia, su visión de la religión, su conducta existencial, su condición espiritual y su perspectiva evolutiva; cambiarán drásticamente.    

Una Forma de Mirar la Evolución
En la figura 1 se divisa el proceso evolutivo no en forma de lucha por adaptarse y sobrevivir al medio ambiente, sino en acción existencial de integrase a él, pues el ser vivo participa sinérgica y holísticamente de un maravilloso biosistema que lo crea y posibilita. Fuera de él esa vida concreta  y su evolución carecen de sentido.


A aquella primera célula (A), punto de convergencia de un acontecer que establece la característica fundamental y la potencialidad del proceso evolutivo a desarrollar, se le configura un proceso de estrés medioambiental que en condiciones de tiempo, modo y lugar, la escinden en versiones o posibilidades adaptativas evolutivas (B). Seguidamente ocurre un otro proceso de integración, equilibrio y descarte, que progresivamente concluye en la diferenciación definitiva de esas posibilidades evolutivas en un hecho evolutivo concreto: La especie (C); con dos fines principales: Estabilizar, ordenar y fundamentar eficazmente el proceso productivo; y sostener el equilibrio logrado del biosistema. Empero luego el estrés, tanto el medioambiental como el existencial, propio del ente, que lo obliga a ser; progresivamente puede ir forzando a cada especie o conjunto de especies, a un nuevo estatus evolutivo, o reajuste genético, expresadas en todas la variaciones posibles de su aptitud adaptativa (D), quienes de suyo, sin perder el impulso vital que las caracteriza, tenderán a su estabilidad y armonización con el biosistema.

Porque la vida se desarrolla en dos ámbitos: el del ser y el del biosistema que lo posibilita. Siendo que la expresión sinérgica de ambos conforma la evolución. Es decir,  el ser vivo, por sobre cualquier cosa, es y será posibilidad de lo posible; pero siempre debido a una circunstancialidad que lo caracteriza. En ese sentido, la combinación genética no puede ser considerada como un proceso “cerrado” de cuyos “errores” se nutre el cambio evolutivo; no, pues conforme a lo expuesto, es necesario agregar el factor del estrés, el propio del ser y el del biosistema, como la variable que desencadena y motoriza la evolución, conformándose así una unidad evolutiva (fig. 2), que constituye otra forma de plantear la evolución. Ya que no sólo se transmite al hijo (H) la data genética “estable”, “blindada” y codificante, padre (P) madre (M), sino también la acumulada del estrés existencial, venida de un proceso propio especialísimo (E).  De manera que cada ser vivo, cada especie o subespecie, constituyen unidades evolutivas que expresan y posibilitan el biosistema. Siendo la preservación de esa unidad evolutiva, lo que pretende la barrera a los cruzamientos genéticos entre las especies, y lo que la transmisión de la herencia considera, pues al heredarse unidades con un desarrollo evolutivo particularizado, la media, adaptativamente es desventajosa; resultando lógico lo que hace la evolución: considera la predominancia del factor de estrés para expresar en la descendencia las opciones de sobrevivencia ante la novedad del cruce de dos líneas con diferentes estrés existencial.

Ahora analizamos las figuras respecto de la evolución del ser humano (fig.1): Partiendo desde aquél primer homínido (A), surgen las diversas expresiones evolutivas (B); que terminan por conformar las diversas especies de homo (C); de las que por varias causas sobrevive solamente el homo sapiens; la cual entra en un nuevo ciclo de  escisión adaptativa que llevaría irremediablemente al descarte de algunas de sus expresiones y a la conformación de otras especies humanas. Y hacia allá se dirigía el destino probabilístico del ser humano, de no ser por un elemento del factor de estrés que cambió su camino evolutivo y amenaza con cambiar irremediablemente el de la mismísima evolución: la cultura; que acorta distancias e integra estreses y nichos evolutivos, aportando el factor contrario a la especiación: la sociabilidad.

Al respecto cabe mencionar que los registros históricos hablan de la extinción de la especie humana Neanderthal hace apenas unos 30 mil años; ocupante durante más de 150.000 años de la actual Europa. Lo más probable es que haya sido por el descarte entre especies que compiten por el mismo nicho ecológico; pero al parecer hubo otro factor que coadyuvó a su extinción, como también de las demás especies humanas extintas: su estrecho sentido de socialización.

De manera que el Cromañón, además de su violencia explícita, traía y trae consigo tres cosas que le han permitido no solo sobrevivir, sino alcanzar la primacía evolutiva entre las especies, hasta el punto de entrever los secretos mismos de la evolución: la racionalidad, la cultura y el alto sentido de sociabilización.     

Otro aspecto a considerar es: Si la evolución es aleatoria ¿por qué los simios han permanecido varados evolutivamente desde hace unos 5 millones de años sin cambios significativos; mientras que el homo se explayó en diversas posibilidades que terminaron con la maravillosa máquina pensante del humano actual? ¿No sería probabilísticamente más posible, y creíble, conforme a la Teoría Sintética, que se hubiesen producido cambios más o menos tanto en uno y como en otro? ¿No será que la estabilidad es la tendencia y el cambio el medio? Es decir, el cambio expresa un propósito evolutivo; por lo que el grado de estabilidad evolutiva implica la mayor o menor necesidad de cambio ante el estrés existencial. De esa forma, los monos no han evolucionado mayormente desde allá, simplemente porque no lo han requerido, y porque ellos expresan probabilísticamente la posibilidad concretada del ser humano. O sea, dentro del género homínido, tanto los monos como el homo constituyen posibilidades evolutivas, o, dicho de otra forma, el ser humano existe porque los monos y los homo existieron y o existen. 

Consideremos esto: Cuantitativamente los monos triunfaron sobre sus primos, los homos, pues en 5 millones de años han permanecido estables al estrés existencial, mientras sus parientes genéticos han sufrido los embates de la extinción y de ellos solamente sobrevive una especie; ni se diga respecto de los cocodrilos o puercoespines. Empero cualitativamente, el ser humano, aún extinguiéndose en este instante, o incluso, habiéndolo hecho hace 10.000 años, por ejemplo, constituye un triunfo evolutivo prodigioso; que al final no es solamente de él, sino de todo el biosistema que lo posibilitó.

De manera que el cambio evolutivo expresa una aptitud ante el estrés existencial. La diferencia fundamental entre el mono y el ser humano, es el estrés hacia la racionalidad que se desató en éste. Mientras el mono no ha necesitado mayor inteligencia que la que ha tenido; el ser humano cayó en el “círculo virtuoso” del raciocinio, que ha ido conformando necesidades trascendentes y teológicas más allá de la inmediatez del sobrevivir, revelándole un nuevo plano existencial: el espiritual.

Por ejemplo: Por ese estrés hacia la racionalidad, o estrés racional, se hizo hábil, y en desarrollo de esa habilidad se ha hecho más inteligente. También, seguramente por ese estrés cognitivo, como aseguran algunos, buscó la alta calidad de las proteínas y nutrientes de origen animal y los minerales y oligoelementos de la variedad vegetal, los que a su vez le posibilitaron un mayor desarrollo de su racionalidad. Considerando también que el estrés adicional de obtener esos nutrientes de forma segura y suficiente, lo llevó a todo el desarrollo tecnológico de la caza y la pesca, y al hito en su desarrollo evolutivo: la agricultura; cuando el ser humano se inició  a jalonear las riendas del estrés medioambiental.
      
Luego es estas reflexiones cabe volver a cuestionarse:

¿Por qué en la evolución existen etapas de cambios drásticos, tal como la “explosión del Cámbrico”, dentro de un amplio abanico de opciones, para luego estrecharse y ralentizarse? ¿Acaso es nuestra existencia evidencia del fracaso del intento de la creación del reino de los homínidos pensantes; en la pretensión de emular el éxito de los dinosaurios? Luego entonces ¿Cuáles son los factores que posibilitan y motorizan esos virajes evolutivos? ¿Por qué la existencia de las especies? ¿Cuál es la razón que mueve a la evolución? ¿La evolución, lato sensu, es la mera suma de cambios adaptativos ciegos y de mutaciones azarosas; o será que responde a una razón superior que mueve la vida y cuya aleatoriedad no es sino consecuencia de su infinita posibilidad? ¿No será que de la evolución nos empeñamos en leer el texto de la data paleontológica y biogenética y no el contexto existencial que expresan?

Evolución del Universo
Resulta imposible y torpe  enfocar la evolución de las especies sin considerar la evolución del universo; probablemente venido de un único acontecimiento inicial, y capaz, desde cierto estadio evolutivo, de fabricar a cada rato los componentes esenciales para la vida; atomizada desde una célula en maravillosa expresión de posibilidades, cuya corona es la racionalidad, que cuestionando su origen, hila la evolución hasta aquella célula madre nacida de la explosión de la estrella fuente de su materia orgánica, y que está aquí  en el universo, origen de su ser físico, intelectual y espiritual.

Es decir, el universo tiene una expresión: su materialidad histórica; un motor: la evolución; un propósito: la vida; y un fin: la racionalidad. Todo dentro de un abanico de probabilidades y posibilidades que desde la simpleza de un origen común, diverge en complejidades que convergidas en simplezas que se explayan en nuevas complejidades, y así sucesivamente.

Y es en el punto de inflexión de aquella primera célula, en el que debe ubicarse el estudio de la evolución, para en perspectiva y retrospectiva tener mayores argumentos para ponderar su data científica específica, y así no naufragar tratando de comprender el fenómeno evolutivo desde determinada vicisitud o circunstancia y no desde los predios de su razón de ser.

Porque la historia  evolutiva del universo pareciera responder a la atomización de fenómenos de construcción y reconstrucción de trasformación de la materia, que al final sería el big bang, y cuya razón se justifica y manifiesta en su amplitud probabilística.

Tal vez  radique allí el problema del estudio de la evolución, considerarla desde su contingencia y no en cuanto expresión de un mismo acontecimiento universal. La diferencia es fundamental: Los prioridad de los sucesos es el cambio; mientras que la del acontecimiento evolutivo universal necesariamente debe ser la estabilidad de esos cambios en todo su abanico probabilístico.

Desde esa óptica,  la cualidad esencial de la evolución no es el su acción de cambio, que la expresa, sino su tendencia irrevocable a la estabilidad que la posibilita. No se evoluciona para cambiar o adaptarse, sino que se cambia y se adapta para posibilitar la evolución, en cuanto acontecimiento universal que está por sobre cualquier circunstancia determinada; se evoluciona para manifestar la vida en toda su potencialidad y posibilidad.

Por eso es que la evolución se cierra a determinaciones circunstanciales, como sostienen neodawinistas. Empero también, la evolución debe posibilitar, por algún mecanismo "simplemente complejo", la expresión de las circunstancias que la manifiestan, dentro de la lógica  de la razón evolutiva, conforme al postulado de Lamarck. Porque ambos criterios  no son excluyentes sino complementarios.

La propia especiación, no es sino instrumento para mantener a la evolución su aleatoriedad dentro de la razón que la impulsa y de la lógica mecánica material que la caracteriza, evitando su desbocamiento del propósito, lato sensu, del acontecimiento evolutivo. Las especies expresan el orden y la estabilidad de la dinámica evolutiva.

Definitivamente, la probabilística evolutiva, como la estocástica de aquel impreso, está determinada en toda su posibilidad por un propósito existencial que la delinea, le da sentido, coherencia y estabilidad, y fundamentalmente la enmarca y posibilita dentro de cada circunstancia.

Tal vez sea esa característica la “piedra rosetta” de la evolución. Lo que en cierta forma planteaba Lamarck. Pues conocer el verdadero mecanismo evolutivo de las especies sería un gigantesco paso hacia el entendimiento del fenómeno evolutivo  y un importantísimo “pinino” en la comprensión de la razón existencial del universo.

La evolución huye del desbocamiento azaroso de su probabilística. Ello es la razón de ser la especiación: un mecanismo de control, direccionamiento, pertinencia y eficacia de la probabilística evolutiva en toda su amplitud y posibilidad, en función de la razón existencial que la fundamenta.

Por eso  es que el ser humano no puede ser simplemente un simple error evolutivo, pues él  responde a un propósito evolutivo: la vida racional.

Por supuesto, ello no implica desconocer la recombinación genética ni la mutación, y sus roles fundamentales a la maravillosa mecánica que se vislumbra de los procesos evolutivos.  Es más, no sería de extrañar que genialidades tan precoces y asombrosas como la de Mozart, se deban a alguno de esos factores tal como la Teoría Sintética lo plantea. Y sin lugar a dudas, la “unicidad” de los seres vivos, principio fundamental de la evolución, por su esencia es un evento aleatorio. Luego entonces, de lo que se trata es de ubicarlos en sus justos lugares contextuales respecto del gran acontecimiento evolutivo del universo. Porque si bien la evolución debe necesariamente tener una razón de ser; también su infinita posibilidad le impone un mecanismo que concrete existencialmente esa razón en los infinitos caminos evolutivos que la expresan.  

Si a algo está llevando la investigación científica al plantear la igualdad de toda la materia del universo -conocida hasta ahora-, es a colocar la vida racional en la cresta probabilística de la evolución. Valga decir, la racionalidad, o facultad para comprenderse en el proceso evolutivo, expresa el momento en que la evolución se vuelca hacia sí misma, hacia su auto comprensión y posibilitación.

Luego entonces he aquí la pregunta ¿Será acaso el descubrimiento del código genético y la manipulación biogenética producto de un “error”, por llevar a la evolución a atentar contra sí misma; o, por el contrario, será un camino evolutivo más allá de los planteados por Darwin, Lamarck y Wallace?

¿Será la biogenética la puerta por la que la evolución se abre a otras posibilidades? Posibilidades que aunque puedan resultar catastróficas a la especie; para la evolución en cualquier caso serán siempre posibilidades.

El  definir la bondad de ese camino evolutivo es asunto esencialmente ético. Constituyendo una posibilidad sublime que ofrece la evolución: El direccionamiento ético racional de la mecanicidad evolutiva. La convergencia de dos planos de un mismo acontecimiento existencial: el material y el espiritual. El reencuentro inevitable de la ciencia con Dios, o el tropiezo ineludible de la religión con el saber científico.

Porque el ser humano tiene otra evolución más inmediata, o subproceso evolutivo, que lo expresa y posibilita desde su “estrés racional”, y a la que crea y transforma directamente desde su circunstancialidad: la evolución cultural.

De tal forma que el reto ético racional espiritual del ser humano es inmenso: Qué hacer con el roll protagónico en este espacio evolutivo que le otorga la evolución.

Muy lejos se queda cualquier mecanismo de inscripción genética de los caracteres adquiridos, la selección adaptativa y la  tómbola de las mutaciones aleatorias. Ahora es el ser humano quien tiene en sus manos la capacidad de leer y descifrar el código genético, la “fórmula de la vida”, el secreto de la evolución de los seres vivos. Ya está afanado en parcharlo y sin duda alguna avanzará hasta reescribirlo; en procura del ser humano “perfecto”, de su eternidad existencial, de su supervivencia evolutiva o de lo que sea, pero siempre tejiendo de la complejísima urdimbre de la evolución, hasta que, coronado por el triunfo o víctima de su torpeza, de cualquier forma y en todo caso, comprenda que su tan maravillosa aventura evolutiva, tan solo fue simple expresión probabilística de un acontecimiento, ahora sí, para él en ese momento, cuando divise el fin de su ciclo evolutivo, definitivamente eterno. Entonces se acordará nuevamente de Dios.

El problema de la Teoría de la Evolución no ha sido técnico. La piedra de tranca para un planteamiento más coherente y lógico ha sido el trasfondo ético espiritual que insinúa, encallejonado por los “mal paridos” y peor “criados”,  criterios positivistas del siglo XIX. En ese sentido, el criterio de Lamarck fue tan contundentemente rechazado, y la barrera de Weismann tan unánimemente aceptada, más que por criterios técnicos, por prejuicios científicos.

Empero ello no es negativo, pues ese divorcio ciencia-espiritualidad expresa un proceso evolutivo que está elevando la racionalidad hasta niveles inalcanzables para ambas manifestaciones de un mismo ser y de una misma realidad. La ciencia, huyéndole a la espiritualidad, la revela a cada rato y la cubre con la alfombra de los prejuicios. Mientras que la espiritualidad, sin el conocimiento científico pierde contacto con la realidad, y por ello se despoja de cualidad existencial real, haciéndose inútil existencialmente.

Lógicamente lo sensato es mantener ambas expresiones existenciales, separadas lo justo para no pierdan su identidad y no se inutilicen mutuamente; y  comunicadas lo suficiente para que se asienten en la realidad evolutiva que las manifiesta, y no renieguen de la racionalidad que las legitima e integra en una misma expresión existencial.

Sin lugar a dudas, este momento histórico de la ciencia  es crucial, sobretodo específicamente en materia de biogenética. Ya el problema no es solamente el hacerse de un arsenal teórico tecnológico, sino de cómo instrumentar el conocimiento y desarrollo de la tecnología hacia el bien existencial de la especie.

Porque el verdadero reto para el ser humano no es evitar la extinción, que haga lo que haga tarde o temprano ocurrirá. Su reto es sustanciar su racionalidad para desarrollar su existencia en toda su plenitud posible en cada circunstancia evolutiva; su reto es descubrir y participar de otro plano de realidad intangible pero tan real como el que ve y siente: el ético espiritual. Su reto es comprender y comprenderse sinérgica y holísticamente en el gran acontecimiento existencial del universo.


Su reto, ahorita, en este instante, en resumidas cuentas, es aprender a existir; en paz consigo mismo, en equilibrio con el medio ambiente y en armonía con la evolución detrás de cuyos secretos anda.


Javier A. Rodríguez G.

EL HUMANISMO SOCIALISTA