jueves, 9 de noviembre de 2017

PASCUALINA NO TIENE HARINA




El nombre de la señora no  viene al caso, lo importante es que igual a millones en este país de desgracias y al contrario de Marcelino,  esta ciudadana no tiene ni harina, ni pan y mucho menos vino.

Pascualina puede ser la señora que tiene cuatro años esperando a que este gobierno gobierne; o la madre a la que se le murió el hijo porque en el hospital no tenían ni guantes quirúrgicos y el quirófano estaba contaminado; o la abuelita que se le va la pensión en un solo medicamento; o la trabajadora que entre el transporte y cuatro alimentos se le esfuma el salario mínimo “más alto de América Latina”; o la que padece de terror y desasosiego por el foso en que se está sumiendo su país.

Igualmente se pudiere llamar así cualquiera de los personajes que hacen de mercenarios de la economía, colocando el conocimiento a favor de la “causa” de turno, sin valoración crítica ni cuestionamiento ético alguno; independientemente de que  lo hagan por dinero o ad honorem; pues es la manipulación de la sociedad por instrumento amoral del saber, lo que cualifica el actuar de esos personajes. Porque, ciertamente Simón, “el talento sin probidad es un azote”

Es que aún concediéndoles el beneficio de la duda respecto de su mala fe, resultan en reverendísimos torpes, por pretender justificar lo injustificable, por no poder mirar el complejo fenómeno social más allá de la hendija que les permite sus ciencias.

Precisamente  todo se reduce a ese yerro procedimental fundamental: tratar de explicar, actuar y corregir el problema social desde la parcialidad de los criterios técnicos  y no desde la perspectiva político sociológica que debería integrarlos hacia acciones que eficaz y eficientemente posibiliten el buen vivir en sociedad.

Es lo que ocurre en nuestro tristísimo país, en donde ciertos economistas se han dado a la tarea de “demostrar científicamente” que la crisis económica atroz que padece Venezuela, no es producto del fracaso de los criterios políticos del gobernante, o en todo caso, por errores en su implementación. No, en argumento de esos expertos, no es el actuar  del gobernante la causa de los males, sino factores  externos que dolosamente impiden la concreción de la bondad infinita de las políticas del  Ejecutivo Nacional.

Números van y números vienen, para convencer a la señora Pascualina de que sus males son por culpa del imperio y no por la mala gestión del gobierno. En fin, si los números dan para todo y el papel aguanta lo que sea,  lo importante es que la señora se coma la coba y termine alimentada de esperanzas con el estómago vacío.

Llegan incluso esos personajes, a justificar los horrores políticos sociales y culturales de la “revolución” Rusa y a elogiar la “prosperidad económica” de la Unión Soviética,  imperio militar y económico que,  como el Romano,  se desintegró por culpa del asedio de unos “malucos bárbaros”, capitalistas” bla, bla, bla…

¡¡Válganos Dios!!

La rusa fue una revolución socialista que nació trasmontada en una revolución burguesa campesina antimonárquica. Implantada a sangre y fuego, su “triunfo” se resumió en un personaje siniestro que inició la más atroz purga en contra de sus “camaradas”, incluso persiguiéndolos  y asesinándolos en cualquier rincón del mundo. Instaurando un régimen dictatorial en el cual hasta las libertades ciudadanas más elementales fueron suprimidas: la propiedad privada, las libertades económicas, la libertad a la libre expresión del pensamiento, la libertad de  estudiar  la carrera y o dedicarse al oficio, profesión o arte que viniese en gana; además de la actividad comercial desactivada, las pocas empresas productivas expropiadas, la familia eliminada, la religión prohibida  y Dios proscripto.

Eso sí, produciendo muchísima “prosperidad y felicidad” a un pueblo con la vida tan gris como su alma.

Un pueblo, el soviético, despojado de sus más elementales derechos humanos y al servicio de un sistema que a cambio de cuatro víveres les arrebataba sus existencias. Encarcelados si pretendían irse a  cualquier nación democrática. Ametrallados si intentaban traspasar el muro, que más que de ladrillos, estaba hecho de apisonados de estiércol ideológico. Las naciones sometidas a la fuerza de la metralla. El individuo aniquilado, sin familia, vasallo de una ideología, con el alma marchita; a veces, cuando mirando la imagen proscripta de San Isidro, sacada a riesgo de la catacumba bajo la repisa, se enfermaba de esperanza y sonreía, porque el mal tiempo siempre pasa y el sol al final sale para todos.  

Incluso, mientras los gringos, muy a su pesar, acogieron a un científico declaradamente nazi y lo erigieron como el gran gestor e impulsor del proyecto Apolo, que en una década llevaría a la humanidad a la inmensa hazaña de pisar la luna;  los soviéticos, aún teniendo mayor background en astronáutica, no lo lograron por la muerte prematura del “diseñador jefe” Serguéi Koroliov, el Braun ruso, a causa de las secuelas de los años de purga de su disidencia en los campos de concentración siberianos.    

En verdad, ante semejante prontuario hay que ser muy caradura para argumentar a favor del sistema político del imperio “socialista” ruso. Porque es un asunto fundamentalmente ético. Fue el desfase o saldo negativo entre el “crecimiento económico” y la plenitud de ser del ciudadano, lo que terminaría por derrumbar toda esa gigantesca estructura política económica militar, fundada en la aberración de aniquilar al ser individual para prevalecer un ser social huérfano de la plenitud de su expresión humana, llevado solamente a conformar un todo que no lo manifestaba a él, sino a la ideología que lo avasallaba.

Porque hay un valor o facultad ínsita al ser humano y a la sociedad que el comunismo jamás ha comprendido: la libertad. Que no solamente es la actual relativizada sino principalmente es la posible en su plenitud, valga decir, la posibilidad plena de ser libre. Por lo que la sociedad es tan plena y posible como lo sea la libertad de sus ciudadanos. Y eso a los comunistas les entra por un oído y les sale por el otro.

Al final el imperio socialista Ruso terminó repleto de soviets  pero vacío de ciudadanos y de seres humanos. Era  ese el destino ineluctable de su ideología falaz: un Estado gigantesco con una sociedad diminuta.

Y fue ese desequilibrio entre las dimensiones del Estado y la sociedad que no expresaba y los seres humanos libres que no tenía, lo que  paradójicamente permitió  el exponencial crecimiento económico de URRSS y también lo que a la postre causó su catastrófico derrumbe.

Cuba, por su parte, arrancó prepotentemente comunista anticapitalista por la calle del medio; fusilamientos como arroz (ni el camarada Camilo se salvó de las purgas de la disidencia); abolida la propiedad privada, prohibida la actividad comercial, perseguida la libertad de pensamiento y asediada la libertad espiritual; la disidencia bajo tierra o en el exilio o en los calabozos (ni sus hermanas, hijos, familiares, parientes y afines se salvaron de las purgas sociales); la camarilla dirigencial viviendo a cuerpo de rey y el pueblo pasando penurias.

Hoy se le ven a Cuba las costuras de su ideología; retornando a la propiedad privada, queriendo el comercio, buscando la inversión capitalista mundial, vaciando mediáticamente los calabozos, contradictoriamente declarándose irrevocablemente democrática, coqueteando con el catolicismo, congraciándose con Dios, por si acaso, y de ñapa puteando con el imperio.

Eso sí, ostentando la isla de los Castro, muchas cifras de logros sociales, que por ser tan relativos apenas se perciben tras el ahogo existencial que sintomatizan sus ciudadanos, venido, más que desde afuera del territorio materialmente, desde adentro de su patria, espiritualmente, como si quisiesen liberarse de sí mismos, como si tuviesen un nudo en la garganta, de prepotencias, de errores, de torpezas, de negaciones y de culpas, que no les permite gritarle a la evolución, a la vida, plena, libre y auténtica, al Estado de Derecho y a la democracia, que los esperen, porque se equivocaron..       

Es que el tiempo siempre les cobra caro a esos regímenes. Podrán avasallar a una, dos, tres generaciones, pero al final el espíritu libertario del ser humano se impone; no necesariamente para alcanzar algo mejor, en lo inmediato, ni siquiera para desprenderse absolutamente de ese sistema político, sino para simplemente tener la posibilidad de ser libre.

Libertad de conciencia, de espíritu, de ser;  es lo más caro al ser humano después de la vida.  Que no son algo concreto por sí solas, ni medibles ni cuantificables materialmente, y no pueden ni tienen por qué ser absolutas; simplemente deben expresar en su mayor integralidad el ser humano individual y social.

Es cierto que el capitalismo crea tanta “libertad” que el individuo se hace presa de su pretendido ser libre, y desde esa condición de autovasallaje se enraíza y desarrolla toda una estructura político económica que se nutre del espíritu libre del individuo; es decir, usufructúa la libertad dando libertad.

Empero también es innegable que el socialismo tradicional, con su clásico materialismo, secuestra de plano la libertad del individuo, transmutándola en tres expresiones: una verdad colectiva histórica, una verdad política y una verdad ideológica. De manera que las penurias del individuo y de las sociedades quedan justificadas por servir a una verdad extraña a su ser; que por falaz resulta inalcanzable, y por inalcanzable se constituye en las quimeras que insuflan revoluciones que luego estallan como pompas de jabón. Aniquila la libertad para dar libertad.

La diferencia política fundamental entrambas radica en que el capitalismo salvaje inicia desde el ser humano integralmente posible, es decir, en todas sus expresiones, posibilidades y potencialidades. Mientras que el socialismo tradicional coarta toda posibilidad de expresión de la potencialidad del individuo, para someterlo a una estructura modélica de lo humano, cuya concreción constituye necesariamente el fin de la “dialéctica” social, pues sostener lo contrario implica reconocer la libertad de la razón, de la conciencia, del espíritu y de ser del individuo; y siendo así, entonces el modelo político se derrumba, y con él la justificación del sometimiento del individuo al colectivo, al proyecto político y a la ideología. Es decir, el socialismo tradicional queda ideológicamente entrampado en su propia dialéctica, pretendiendo alcanzar un fin que se les devuelve como principio.

¿Será por eso que los “revolucionarios” de hoy terminan siendo los conservadores del mañana, preservando como sea sus estatus quo, ante el avanzar inexorable de la evolución?

La “ventaja” de capitalismo, es que posibilita desarrollar cualquier proyecto político, inclusive expresiones socialistas tradicionales, permitiendo soñar con mundos y sociedades mejores. Al respecto es muy flexible y ha demostrado gran capacidad de adaptación a los cambios políticos que su estructura tolera (Hasta el punto de que Estados radicalmente capitalistas, como Alemania, hace 100 años habrían sido considerados de avanzada socialista), lo cual le garantiza, dentro de todos sus inmensos desequilibrios, sociedades más o menos estables y suficientemente igualitarias y justas; siempre y cuando la dinámica social traspase de su mínimo la movilidad social.  La experiencia histórica así lo ha evidenciado.

Mientras que el socialismo tradicional, por su naturaleza excluye cualquier posibilidad de proyectos políticos alternativos. Toda opinión crítica es considerada traición. Constituyen estructuras y sistemas políticos muy rígidos, incapaces de adaptarse a las exigencias generacionales sin implosionar. Resultan en sociedades “planas”, prácticamente con cero movilidad social, que no sea el cambio forzado a la condición ideal de comunero; y por ello terminan siendo humanamente discriminatorias e injustas, aún cuando paradójicamente ostenten logros sociales importantes.

Es que estos proyectos políticos socialistas tradicionales, como el que se pretende imponer en Venezuela, no son viables. No porque carezcan de “buenas intenciones”, presumiendo que las tengan; ni porque no concreten importantes obras de infraestructura; ni porque no logren darle respuesta a ciertas necesidades y exigencias sociales; ni porque no puedan conseguir apoyo popular suficiente para sortear procesos electorales.

Son absolutamente inviables porque niegan al ser humano individual en su diversidad y potencialidad, y con ello imposibilitan la expresión integral de la sociedad en toda su plenitud evolutiva. Porque el ser humano es más que un cuerpo viviendo laboriosamente a término, como una abeja, pues su racionalidad, conciencia y espiritualidad lo redimen del destino de la abeja, ser siempre ella, proyectando su ser hacia linderos evolutivos que lo llevan hasta la diestra de Dios.

Es que la riqueza de un país debe palparse en el vivir bien. La diferencia entre la riqueza de Dinamarca y la de Venezuela no es material sino conceptual, cultural, ético política; el plantear la igualdad en cuanto fundamento ético de la sociedad; el concebir la  complementariedad de la diversidad como un valor social; el condenar no la posesión de riqueza sino su origen y legitimidad; y el conformar la institucionalidad que lo posibilite y desarrolle.

Porque tanto el capitalismo como el socialismo tradicional convergen sus propuestas políticas en la igualdad social.  Unos pretendiendo “igualar hacia arriba”, haciendo a todos ricos; y los otros tratando de “igualar hacia abajo”, haciendo a todos pobres. Unos acentúan las diferencias sociales, haciendo a unos muy ricos y a otros muy pobres; mientras los otros las eliminan, truncando cualquier posibilidad de generar riqueza. En ambos continúa intacto el concepto de la pobreza, referida tanto a la disfunción social por no poder acceder a la riqueza, como a la virtud de repudiarla, dependiendo de que se trate del uno o del otro.

Lo ideal sería el término medio, que erradique definitivamente el concepto de la pobreza, conformando una sociedad que haga justa y legítimamente más  o menos ricos a todos los ciudadanos. Porque, hay que insistir, el problema político de la sociedad no es la pobreza, sino la ponderación ética de la riqueza.

El reino de Dios no puede ser ni de los pobres ni de los ricos, sino de los justos, igualitarios y solidarios; tengan o no riqueza.

No puede pretender la política “aplanar” la sociedad para moldearla a aspiraciones ideológicas.

Incluso los términos religioso se están discerniendo o racionalizando. En ese sentido ha llamado el Papa a sustituir el “Cristo  murió por todos” por “Cristo murió por muchos” –lo que sería la traducción fiel- , pues, a decir del Papa: “Algunos despertarán a la vida eterna, otros a la vergüenza eterna”.

Así  también, en toda sociedad habrá siempre quienes, por diversos factores ínsitos a la naturaleza humana, sobre acumulen riquezas, mientras otros relativamente menguaran de ella o simplemente les será indiferente. Lo importante es que los muchos equilibren el cuerpo social tanto como éste racionalice, espiritualice y posibilite en la mayor plenitud sus existencias.

Es inmensamente injusto cargarle al esfuerzo y sacrificio de un ciudadano, la dejadez, desidia o indiferencia del otro, por los motivos que fueren; como pretenden los regímenes de izquierda tradicional. La sociedad justa permite la expresión del ser humano en toda su integralidad existencial, valúa los esfuerzos y capacidades individuales y, por ende, genera diferenciación social, que en su justa complementariedad asume como un  valor existencial.  

Es decir -para los "mercenarios económicos", que les gustan los gráficos-  la curva de la “riqueza” de cualquier sociedad no puede jamás ser plana, pues el ser humano expresa un espectro muy amplio de aptitudes, capacidades, caracteres, voluntades, necesidades materiales e intelectuales, virtudes, vicios, valores, antivalores, y expectativas ante el fenómeno existencial. Luego, así de amplia y diversa debe ser la curva de la riqueza de la sociedad; que por supuesto, no es sólo material sino principalmente espiritual, intelectual, artística y cultural, en el sentido pleno de los términos. Siendo que la justicia e igualdad integran y delimitan complementaria y éticamente las variables de la riqueza social, elevándola sinérgicamente a la potencia de ser humano posible

Es por eso que la libre competencia y el libre mercado son ínsitos a la economía de las sociedades humanas; simplemente porque expresan integralmente al ser humano evolutivo actual. El problema es conceptual; volviendo al punto central de este post: la incomprensión del significado y alcance de la libertad. Que no es el libertinaje capitalista ni la opresión redentora del socialismo tradicional.

Y precisamente por esas causas la economía socialista tradicional es un fiasco. No puede restringirse  el ser social a una interpretación idealizada del ser humano, porque se anquilosa, se paraliza, se cunde de desasosiego y siempre, siempre se derrumba estrepitosamente.

El caso de Venezuela es patético, mutatis mutandis es lo que ocurrió en la Unión Soviética.

La inacción del gobernante ante la inflación atroz, más allá de los aumentos de salarios, no pretende más que dejar quebrar la economía, con los costos sociales y los dramas humanos que sean, para ir llevando al ciudadano hacia la dependencia irremediable del Estado, y tras él, del proyecto y de la ideología; para que sea el gobernante quien termine decidiendo sobre la cualidad, cantidad y diversidad de sus gustos y o preferencias de consumo, pudiendo controlar así los medios de producción, y con ello, sometiendo la voluntad del individuo al proyecto nodriza. Con el horror añadido de que tales propósitos no admiten oposición política y mucho menos gobiernos alternos.

Con otros criterios de gobierno, o mejor aún, con otro gobierno, mañana mismo puede iniciar el cambio para bien del País.

Por eso urge un gobierno democrático, seguido de una Asamblea Nacional Constituyente instaurada sobre la base de un diálogo social amplio y franco, convocada y aprobada por el soberano; que constituya un Estado moderno, productivo y con todos los mecanismos institucionales para que nadie pretenda exterminar nuestra vida y cultura republicana democrática. Después, que continúe la diatriba política, dentro de linderos institucionales eficaces y con blindaje jurídico efectivo contra aventurerismos políticos. Y los ciudadanos que se dediquen cada quien a su oficio, profesión, labor o arte; viviendo las malas, las regulares y las buenas, pero siempre hacia adelante; en un país que sea de todos, en el que todos puedan coexistir pacíficamente en su diversidad, y al que todos puedan construir desde la complementariedad.

Mientras tanto, los mercenarios de la economía continúan pregonando sus cifras muertas, a la vez que entre aplausos y carcajadas las inhabilitaciones políticas “a la carta” se activan y desactivan sin criterio jurídico válido.  Leyes contra el odio, que en realidad lo que pretenden es aniquilar el espíritu crítico ciudadano (ya inexistente en lo interno del partido del gobierno), criminalizar la protesta social y fundamentalmente abrir compuertas para la ilegalización de los partidos y movimientos políticos disidentes, quienes incluso han sido amenazados con suspenderles del ejercicio de sus derechos democráticos ante la negativa de participar en el próximo evento electoral. ¡¡Váganos Dios!!

Cualquier mal pensado podría asegurar que el gobernante, con las leyes contra el odio también busca curarse en salud, por el “por si acaso” inminente.

Esas restricciones draconianas a las libertades y derechos humanos fundamentales, fabricadas desde enunciados hermosos y eruditas apologías jurídicas, siempre terminan revirtiéndose cual búmeran, pues contra el espíritu libertario del ser humano nadie puede; sino que lo digan los rusos. 

La intención sería aniquilar cualquier expresión política que ponga en riesgo la hegemonía del proyecto político del gobernante. Afortunadamente los países que recibieron la hospitalidad de Venezuela en sus tiempos aciagos, hoy retribuyen el favor a los venezolanos declarados en persecución política o en crisis humanitaria.

En estas, la Asamblea Nacional Constituyente se empecina por demostrar la fortaleza política que no tiene, ya que, además del cuestionamiento ciudadano respecto de la validez jurídica de su convocatoria y aprobación; el solo hecho de estar conformada por solamente seguidores del gobierno, la hace peligrosamente inestable y anárquica, pues es de perogrullo que el ejercicio del poder tiende a desbordarse si no existen debidos contrapesos que lo reorienten hacia la razón de la institucionalidad.

En elecciones se gana poder y fuerza; en el gobierno se adquiere autoridad.

Viendo la argumentación fuera de contexto, profundamente “subjetiva” y con relaciones de causalidad traídas por los cabellos, del Fiscal General ante una ANC  en asunción de las prerrogativas de la Asamblea Nacional, durante el allanamiento de la inmunidad del primer parlamentario de la larga lista que aseguran tener. No puede sino concluirse que las cosas van de mal para peor en la patria de Bolívar, cuando el régimen ha caído en el abismo político de divorciar irreconciliablemente el ejercicio del poder de los valores democráticos y principios y fines de la sociedad. Porque la legitimidad política, más que facultad ponderada cuantitativamente, supone el compromiso ético del gobernante ante los propósitos superiores de la sociedad; valga decir, las mayorías democráticas facultan hacia un compromiso ético con el ente social.

Por tal razón, la única “hegemonía” política posible es la del Estado, enunciada en los valores sociales, jurídicos, culturales e históricos consagrados por la constitución, expresados por la institucionalidad y manifestados por la sociedad. Siendo por eso que en democracia ningún proyecto político puede asumirse como hegemónico, sin destruir los principios democráticos institucionales y los valores sociales y culturales; y también por eso es que  las intentonas hegemonistas de mayorías circunstanciales se constituyen en factores terriblemente desestabilizadores de la sociedad.

El problema es que siete puntos de ventaja electoral no alcanzan siquiera para presumir falazmente de hegemonía; al contrario, expresan un país peligrosamente dividido en dos mitades ya prácticamente irreconciliables.

Es decir, Venezuela padece hoy un régimen político de tendencia evidentemente hegemonista, que coloca al ciudadano ante tres opciones: o someterse resignadamente a ese destino, o entrañarse del país en procura de libertad y democracia, o quedarse y luchar sabia, racional, estratégica y espiritualmente contra su realidad, con la única arma válida, mientras la tenga: el voto.

De ahí la inmensa responsabilidad de los factores políticos llamados por las circunstancias históricas a conformar el frente de batalla electoral, teniendo presente el significado de permitir que el actual sistema político se consolide.

No perdonarían las generaciones venideras semejante irresponsabilidad de la dirigencia política de no deslastrarse de sus apetencias personales para priorizar el país. No entendería jamás el porvenir, que esta dirigencia no tuviese la mínima sensatez y sentido estratégico para configurar un movimiento político amplio y abierto, capaz de expresar a todos los venezolanos, sin distingo de ningún tipo. Por siempre recordaría la Venezuela del futuro, las cobardías y miserias racionales, intelectuales, humanas y espirituales de quienes hoy pudieron evitar sus destinos.

En fin, hay que insistir, el problema de Venezuela no es económico, es ético político.

Mientras no se entienda eso, a Venezuela no habrá cifras que le valgan, ni misiones que le vengan, ni leyes que la salven.

La cuestión es: ¿Quién prefiere el bien del país por sobre sus intereses particulares, tribales y político ideológicos? 


Javier  A. Rodríguez G.


EL HUMANISMO SOCIALISTA