Desde siempre la música
vallenata me causó ruido; porque más allá del respeto a su expresión cultural, dominaban
los prejuicios, la mala fama bien ganada de algunos de sus nuevos exponentes
y principalmente el flagrante secuestro mercantilista de una expresión musical
vendida en vitrina de alcohol, sexo, lujos, drogas, violencia y muerte.
Y desde esos criterios el
contenido musical del vallenato perdía todo sentido tradicional cultural, pues,
viniendo desde la literalidad del fraseo llano y cotidiano, y marchando hacia
un lirismo rebuscando solamente acetato y escenarios, huérfano del contexto
social y cultural que define, sustenta y
sobretodo gesta las expresiones musicales populares; cuando mucho, no representaba
más que pinturas musicales bonitas, llenas, a lo sumo, de virtuosas pinceladas
instrumentales y vocales que morían cuando iniciaba el difuminato de la belleza
hacia la cultura, tradición, sentimiento y vivencias.
Precisamente, esa visión tan
estrecha de las expresiones culturales
latinoamericanas, principalmente las que han sido raptadas por el mercantilismo
globalizador, sin los debidos contrapesos comunicacionales; nace de la
ignorancia de sus auténticos orígenes sociales, que imposibilita sus justas comprensiones
dentro del complejo y maravilloso fenómeno existencial humano.
Siendo desde una de esas
meritorias intencionalidades difusivas, que los reojos a las comedias
televisivas fueron transformando aquel ruido del vallenato en simple y llana
curiosidad.
Y dado que la curiosidad es el combustible del conocimiento,
que reubica existencialmente al ser humano, le plantea otras perspectivas de su
ser individual y social, y una más sensata, justa y cierta ponderación de la
cultura; faltaba solamente el ignitor apropiado para iniciar la búsqueda de la
verdad de esa expresión cultural.
Luego así, en la oscura
travesía carretera, el canto de Vives en el autorradio sonaba ya diferente, tenía
otro sentido; una escondida poética afloraba en aquellas frases que pretendían construir
una casa en el aire, asentada en las nubes y sostenida por ángeles, para que
nadie molestase a la preciada Ada Luz.
De esa manera, la versión
“moderna” lleva al encuentro con la expresión cultural auténtica, haciendo la
vivencia poesía y la poesía esperanza y la esperanza vida y la vida canto Y con
el canto el acordeón, y con acordeón y canto el hombre, y con el hombre el juglar, y
con el juglar, llenos de vivencias, esperanzas, poesías y vida, los acordes y
melodías bajando con los aires de la montaña para hacerse vallenato.
Ahora comenzaba a descubrir la
profunda filosofía y el sentido existencial mágico tras aquellos fraseos tan
simples y cotidianos. Ya comprendía la elegía al amigo; sabía por qué a
Moralito le cayó la gota fría; entendía el sufrimiento por lo que se llevaba el
cero treinta y nueve; y compartía el lamento del cantor, sosegando penas,
recriminando amistades y purgando culpas por la muerte de su Alicia adorada.
Ya ubicaba el origen
maravillosamente existencial de aquellos cantos, en la cosmovisión mágico
religiosa, lamentosa, melancólica y esperanzadora, que solamente puede engendrase
bajo la intimidad cómplice de la montaña, para luego nacer a las faldas piloneras
de su madre.
Porque el canto de aquellos pioneros
era tan íntimo y cargado de esa sublime entremezcla de realismo, magia,
sentimiento y espiritualidad, que solamente podía ser expresado desde la fusión
de la trinidad: poeta, músico y cantor, en una sola expresión: el juglar; quien
no escribe frases para cantarlas acompañado del instrumento; sino que hace sus
vivencias cantos y acordes, casados en
un mismo sentimiento hecho vallenato.
Es ese origen del vallenato,
lo que define su valor y evolución cultural, sin el cual su historia habría
sido ordinariamente diferente. El canto abierto y franco, sin preciosismos
vocales, más que al oído busca llegar al alma; el instrumento hecho amigo,
compañero y confidente; la vivencia hecha poesía, y la poesía expresión
colectiva, sencillas y cotidianas, pero tan sentidas y profundas como la
espiritualidad que el juglar riega por veredas y caminos.
Ojalá no se deje morir
el concepto del juglar, como se dejan extinguir las nacientes de los ríos.
“Cien
Años de Soledad”
Cuando por requerimiento de
la tarea escolar leí esa grandiosa obra latinoamericana, en verdad no ubiqué
la lógica tras el desarrollo enrevesado, aunque magistral, de un argumento tan
simple, de una “realidad mágica” que es cotidiana en nuestra cultura
latinoamericana, y, como si apremiase la disponibilidad de cuartillas, narrado
en frases cortas, en estilo cuasi periodístico, yuxtapuestas, sin la
interconexión pincelada, sin los claroscuros y difuminados entre conceptos, sin
la germinación de ideas dentro de las ideas, sin desarrollos narrativos dentro
de otros, con un manejo muy lineal y simple, y se pudiera decir que algo tosco,
de la dinámica discursiva del narrador, quien pareciera no comprender los
hechos que narra. .
También seguramente
predisponía a ese criterio, las particularidades de la vida del Gabo: Revolucionario
amigo íntimo de la Cuba comunista, pero igualmente gozoso usufructuario de la
dulce vita capitalista; y de guinda, periodista juerguero y parrandero, amigo
de sus amigos y de sus enemigos, de quien debía y de quien no debía.
Sin embargo, aquella “Casa
en Aire” que me llevó “a los
cantos de Rafael Escalona, el sobrino del
obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre”; también
me enseño la invaluable obra cultural de la Cacica, y desde ella llegue a la
frase que hace de partida de nacimiento de Cien Años de Soledad, dicha por su
padre: “Cien años de soledad no es más
que un vallenato de 350 páginas".
Porque ciertamente, era ese el
fundamento que faltaba para comprender al Gabo y a su grandiosa obra. El autor
conoce, mejor dicho, ha vivido lo narrado, porque su obra, más que producto de
una imaginación prodigiosa, es resultado del prodigio de ver, sentir,
interpretar y convivir una realidad, y fundamentalmente de poder expresarlo;
sin siquiera intentar comprenderlo, pues entonces degeneraría en especulación
filosófica, buscando la verdad para destruir la realidad percibida; al contrario
del propósito de plantear la percepción de lo real como verdad existencial. Por
lo que la preocupación del narrador, más que la hilaridad magistral de ideas
hacia un desarrollo argumental, es por la expresión de toda la complejidad del
comportamiento de seres individual, social y culturalmente determinados, deshebrando
hechos en espacio sin tiempo propio, que pudiere ser de un siglo o de todos los
siglos, y en tiempo sin espacio específico, que va y viene, que está y no está,
que se mueve junto con el narrador y su testimonio, quien se traslada también
temporalmente en la obra, pues forma parte de ella, ya que no es su creación
sino su vivencia más íntima.
Y es el querer expresar la
complejidad de una realidad hecha mundo, y un mundo con todos los tiempos,
todos los espacios y toda la realidad; lo que apremia al narrador, quien no
quiere naufragar en un océano de ideas, sino manifestar, como el juglar, en una
sola idea todo ese mundo mágico, hecho realidad.
Por eso el fraseo corto, no buscando interconectar pensamientos
sino el expresar vivencias, en lenguaje franco, llano, comedido y discreto,
cediendo la pretensión filosófica al acontecer mismo, es el del juglar. Por eso
el ir y venir en el desarrollo temporal de la obra, el estar para irse y el
irse para volver, estando siempre aquí; no es sino el impulso vital que anima los
acordes del canto vallenato.
De manera que Gabriel García Márquez también fue uno de
aquellos juglares, y Cien Años de Soledad su aire vallenato, en fuelle de un
siglo y de pluma por canto.
Así pues, la genialidad
literaria de Cien Años de Soledad, más allá de los aspectos técnicos, está en expresar
la realidad socio cultural no como simple sujeto, ni como observador
privilegiado, sino desde el ser mismo de la compleja y mágica espiritualidad que
la anima; conociendo todo desde siempre y por siempre, los personajes y hechos,
o existieron o podrán existir en cualquier tiempo.
Por eso el “realismo mágico”
es ante todo una forma de plantear la realidad desde la cosmovisión y
espiritualidad que la animan. Siendo desde allí que lo mágico y lo real se
confunden en una sola vivencia, en una misma expresión cultural.
Es que en verdad el ser
humano siempre ha vivido en una realidad mágica, lo que cambian son los
criterios, pues aún cuando pretenciosamente crea haber salido del
“oscurantismo” gracias al saber científico, es la propia ciencia que derrumba
sus creencias, la que le replantea otras, amenazando incluso con demoler el concepto mismo de la realidad,
gracias al desvelamiento del maravilloso mundo cuántico. Por eso, mientras el
ser humano no tenga la perspectiva racional total del universo, y por ende, de
su ser, toda realidad a él será creencia, aprehendida del existir o validada
por razones científicas, pero creencia en fin; que más que condición de
ignorancia o conocimiento, es un acto de fe, una expresión espiritual que le
posibilita el existir a un ser infinitesimalmente pequeño en un mundo sin
linderos imaginables.
Quizás la sabiduría del
vivir consista en poder elevarse hasta al ser espiritual para conformar una
“realidad mágica”, o como se le pretenda llamar, que exprese la sociedad en
toda su imperfección y autenticidad cultural. Porque la cultura, más que la
suma disgregada de factores, es la integración de hechos, acciones y sobretodo
posibilidades, en un acontecimiento espiritual que eleva al ser humano, como a
Ada Luz, por sobre la durezas y crudezas de la realidad “real”; y proyecta,
como en Macondo, por sobre los tiempos y más allá de los espacios, la
cotidianidad del existir.
De allí la magia de Cien
Años de soledad, una realidad construida desde y hacia una expresión
espiritual; la misma que se aposenta desde las alturas en el juglar, para
regarse por los valles en cantos vallenatos.
Javier A. Rodríguez G.