“No
hay imposibilidad lógica en la hipótesis de que el mundo se creó hace cinco
minutos, con una población que «recuerda» un pasado completamente irreal. No
hay una conexión necesaria lógicamente entre eventos de épocas distintas; por
lo tanto, nada de lo que sucede ahora o sucederá en el futuro puede refutar la
hipótesis de que el mundo comenzó hace cinco minutos.”
Bertrand Russell
A ese planteamiento “tropezado”
en la web, cabe hacerle las siguientes consideraciones:
Si el mundo comenzó hace cinco minutos y todo el pasado es recuerdo de una “irrealidad”;
luego entonces, igualmente pudo haberse creado hace un minuto con una población que
recuerda “irrealmente” que el mundo se creó hace cinco minutos trayéndole el
recuerdo de un pasado irreal. Así mismo, también pudo crearse en 30 segundos,
en un segundo o en este instante, inclusive.
El problema es que si el
mundo es creado en este instante, en el nuevo instante ya es pasado, y por
tanto, también irreal, resultando en un mundo creándose en cada momento existencial;
lo cual es absurdo.
Expliquemos: Si se considera
la evolución en sentido determinista, pues en verdad se pierde irremediablemente
todo sentido lógico de la causalidad entre los eventos en las diferentes
épocas, en contradicción a lo esperado. Pero, si se plantea el tránsito
evolutivo como expresión probabilística, es decir, en determinación entrópica;
entonces los eventos históricos se explayan en diversas opciones probabilísticas,
y éstas a su vez en otras tantas, y así sucesivamente; hasta que se imposibilita todo tipo de
relación casuística directa entre diferentes eventos históricos, Incluso, nada
impide que ese desvinculamiento entrópico progresivo alcance el extremo de desligar
a los átomos mismos impidiendo su conformación molecular. Es decir, la existencia
de conexión entre los eventos de las diferentes épocas, es razón directa de la validez
de la “lógica” con que se pondere.
Ahora si, es cierto, también
ese evolucionar entrópico pudiere ser irreal, lo cual nos devuelve al problema
inicial.
De esa forma se plantea el
problema desde el conocimiento, y en consecuencia, desde la relevancia de la
evidencia histórica. Porque además de su memoria individual o colectiva, inmediata
o trascendente, esa población valida o descubre la historia desde los datos
objetivos materiales, concretos o simbólicos, que deja tras de sí cada época.
Así, los diferentes fósiles antropológicos han permitido determinar un criterio de certidumbre
respecto de la evolución del ser humano. Y el análisis del ADN permite
establecer casi con absoluta veracidad la ascendencia genética de las personas,
hasta el punto de determinar, gracias al ADN mitocondrial femenino, el origen
común de todos los seres humanos que habitamos el planeta tierra. Tampoco la
flor que observamos manifiesta relación de causalidad alguna con el pequeño
brote que germinaba de la semilla, simplemente porque no lo vemos o percibimos,
pero ello no implica que no exista; de hecho, es posible video grabar el
tránsito evolutivo del pequeño brote hasta la flor en su esplendor y belleza,
sin lugar a dudas, comprobando la ocurrencia de ese fenómeno. Así mismo, quien
se toma una fotografía junto a sus padres o a sus hijos, está dejando evidencia
de su existir. También los bisontes de Altamira, las pirámides de Egipto y
Latinoamérica, el Partenón, la capilla Sixtina y la Torre Eiffel, perpetúan sus épocas. Bastará preguntarle a
quien las haya visto hace 30 años, por ejemplo, para saber que existieron al
menos desde ese tiempo; o datarlas con carbono catorce, para, junto a toda la
gama de evidencias históricas, generar un alto grado de certeza respecto de sus
realidades históricas.
De manera que el ser humano
se construye históricamente con el conocimiento del pasado. Antes del
descubrimiento de la escritura, la realidad de cada época se diluía en la
memoria del porvenir hasta desaparecer o hasta la cuasi irrealidad del mito y
la leyenda; pero los testimonios escritos, pictográficos o de cualquier tipo, tienen
la virtud de traer el pasado al presente, de evidenciar el presente como
concreción evolutiva histórica. Es decir, la mayor prueba de la existencia real
de lo pasado es el presente.
No obstante, aún el problema
continúa, pues todas esas evidencias históricas y certezas científicas,
pudieren ser también parte de esas irrealidades recordadas por la población de
un mundo conformado en este instante.
De tal forma que la cuestión
recae ahora en la realidad. Pues al final el propio mundo con toda su
población, pudiere resultar irreal.
Así, se podría considerar la
inexistencia del espacio y plantear un tiempo tridimensional relativizado. De
manera que a Caracas la separa de Roma
una expresión probabilística, manifestada en cierta magnitud de tiempo, significada históricamente
mediante la conciencia. Es decir, en cuanto a su significado histórico, Roma no
existe para Caracas, y viceversa, así como tampoco existe lo pasado, mientras
no se tenga conciencia de ello. Es más, el presente, instante, de Roma, está en
el pasado de Caracas, por lo que bien pudiera constituir una irrealidad para
ésta. De manera que, la Roma actual es tan “recuerdo” para Caracas como la Roma
republicana, la diferencia radica en la
magnitud del tiempo de ese recuerdo. Lo que ocurre es que Caracas no se percata
de esa existencia simultánea, porque
ella también está inmersa en el mismo proceso evolutivo. Luego así, si
Caracas estuviese a años luz de Roma, entonces desde su actualidad podría conocer a la Roma republicana. Imaginemos
a esa Caracas con la posibilidad de enfocar con un telescopio a la Roma a años
luz, y, también, de acceder a su actualidad por un medio cuyo retraso sea, por ejemplo, de un segundo;
pues así Caracas podría, casi simultáneamente,
conocer directamente a la Roma republicana y a la actual, siendo que lo que
estaría mirando son diferentes momentos probabilísticos, que es lo que en verdad
las separa, aunque permanezcan en el mismo sitio.
Porque la realidad que se le
presenta al ser es su presente inmediato, expresado por la facticidad de su conformación atómica, todo lo demás es
pasado, desde retrasos de millonésimas de segundos hasta millones de años luz,
pero pasado al fin.; aún más, el pensamiento se refiere a conceptos elaborados,
a objetos “reconocidos”, obviamente referenciados a un pasado. Luego entonces,
la única realidad posible al ser es la
suya inmediata, que no le permite ser a plenitud, sometiéndola a una actualidad
perenne, que la crea, la transforma y la
extingue sin noción ni ubicación existencial. De manera que para Caracas, ni la
Roma Republicana ni la actual, existen; ni tampoco el planeta tierra, ni el universo,
solamente ella en cada uno de sus instantes. Lógicamente tampoco para ella el
tiempo histórico existe, ni el espacio que éste expresa, porque simplemente el
mundo no existe, pues ella misma es el
mundo posible.
Así pues, el universo, en
cuanto realidad objetiva, expresa un estado de conciencia que lo configura en
pretérito. Por lo que para el ente cognoscente, el universo adquiere sentido,
se dimensiona hacia el pasado para proyectarse hacia el futuro. Es decir, la
actualización de cada ser a cada instante, es lo que configura el pasado, y por
ende, le da sentido a la historia.
En cierta forma tenía razón
Zenón, pues la flecha que lanza el arquero en realidad no se mueve en el
espacio sino en el tiempo, siendo que el conocimiento que tiene de ella el
observador, es de su pasado, o sucesión de instantes. Si colocásemos al
observador a tal distancia, podría ver avanzar la flecha lentamente hacia el
blanco, una liebre, por ejemplo, o incluso, si saliere del influjo eventual del
universo, la flecha no avanzaría y la vería en cualquier posición x.
Esto nos indica, que el
arquero apuntando a la liebre, le apunta al tiempo, y dependiendo de su
experticia, al lanzar la flecha, la
liebre en ese instante puede estar ya o muerta o herida. Eso lo divisaría a
plenitud el observador a distancia, pues la liebre, estando muerta, en milésimas
de segundo, podría permanecer con vida para el observador, el tiempo que para
éste dure la flecha en alcanzar el blanco, que pudiere ser de minutos, días o años.
Ello evidencia que el tiempo está compuesto de tantas expresiones
como seres existan, ya que cada ser manifiesta un plano existencial de realidad
que se constituye en el centro del universo y en el punto referencial de todo
pasado y futuro.
Luego así, el
movimiento “crea” el tiempo, la
evolución no solamente expresa el tiempo, sino que lo fabrica, la misma
existencia humana, hace el tiempo. Y si el tiempo se dilata, también el
universo se expande.
La irrealidad del ser es la
única realidad posible de la conciencia, y por ende, del tiempo. Es decir, la
realidad es una construcción histórica,
y por lo tanto, inexistente al ser actual, que la vive, pero cierta a la
conciencia que la aprehende y comprende en sus espacios probabilísticos, o sea,
en el tiempo.
El ser cognoscente aprende a
referenciar su tiempo existencial para sobreponerse a lo irreal de su realidad.
Suponiendo que Tutankamón se hubiera
preservado criogénicamente y al ser descubierta su tumba en 1922, hubiese
“despertado” a la vida; indudablemente que el faraón habría “viajado” algo más tres
mil años en el tiempo, en su tiempo, que para él es el único
posible. Tutankamón estaría viendo y
viviendo el futuro, en la medida en que tenga conciencia de ello, sino,
simplemente se ubicaría en un presente incomprensible; mientras que los descubridores mirarían al
faraón de carne y hueso, tan vivo y actual como ellos, pero con una conciencia
de tres mil años de antigüedad; estarían viendo y conversando con el pasado.
O sea, el tiempo, pasado, presente y futuro, es un significado, construido por el “reloj”
existencial de cada ser, desde el movimiento probabilístico de cada una de las partículas
que integran la materialidad del cosmos, las que desde sus “ser siendo”
construyen en pretérito evolutivamente a cada ser que conforma el eterno presente
del universo. Valga decir, el tiempo se genera en el existir de las partículas,
que se integran en la historicidad de la materia. De tal forma que si las
carnes de Tutankamón “suspendieron” su existir,
entonces biológicamente tienen los
dieciocho años del faraón y no los tres siglos que distancian su tiempo del
actual. Igualmente, si a un sujeto se le suspende su vida biológica mientras
duerme, criogénicamente o de alguna otra forma, y se la reactiva al cabo de mil
años, seguramente se levantaría para ir al trabajo, preguntaría por su familia
y por quién ganó el juego que veía cuando se durmió; el tiempo para él no habría
transcurrido.
Siempre se habla del viaje
al futuro como algo de ciencia ficción, cuando en verdad el ser humano desde su
conciencia viene del pasado y vive el futuro. Porque si hace 20 años él existió
en el “pasado”, obviamente hoy existe en el “futuro” de aquel pasado, y,
lógicamente también vive el “pasado” del
futuro por existir. Es decir, el ser humano, como todos los seres del universo,
está enclavado en su perenne presente; pero con una ventaja en cuanto ser vivo
y animal racional: la conciencia del tiempo, y por ende de la realidad.
El tiempo todo lo cambia, porque
el cambio no es sino la ponderación histórica del transcurrir del tiempo, vale
decir, la conciencia del tiempo es lo que evidencia el cambio, pues si todo
cambia, en realidad relativamente nada cambia; a menos que se tenga
conocimiento de ello.
Bien lo decía Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no
entramos, somos y no somos.” Es decir, Heráclito no “reconoce” el cambio en
el rio, pues él también ha cambiado, y por ende, es otro; luego entonces, para
el rio, Heráclito en sus aguas significará siempre un fenómeno nuevo, actual,
de cada instante, sin relación de causalidad
con nada; igualmente para Heráclito, las aguas del rio serían siempre
una sensación nueva y extraña, si no fuese por su cualidad extraordinaria de conocer
y de comprender los fenómenos más allá de la fugacidad de sus instantes
existenciales, conceptualizándolos y
enjuiciándolos. De manera que Heráclito, así como “reconoce” el rio,
también se reconoce a sí mismo, porque ambos son resultados históricos; siendo
esa la facultad maravillosa de Heráclito, tener conciencia histórica.
Así, tanto el rio como
Heráclito expresan una determinación entrópica que los hacer ser ellos, por
sobre el cambio probabilístico que expresan, mejor aún, en cuanto resultado de
ese cambio probabilístico. Es decir, el cambio inevitable es función de una
estabilidad necesaria.
Supongamos que Heráclito
puede ver el rio desde la estructura de sus átomos, pues en ese caso divisaría un
caos de electrones dentro de un flujo interminable de átomos de oxígeno e
hidrógeno. Y si luego ampliara su perspectiva hacia las moléculas,
entonces miraría cierto orden dentro del
devenir molecular perenne. Ahora ya más lejos,
Heráclito contemplaría el agua; y progresivamente desde mayor distancia vería
el rio, fluyendo, pero siempre siendo rio, hasta divisarlo completo, desde el
naciente al delta, circunstancia en el cual el movimiento del rio pierde sentido ante
el fenómeno superior del ciclo del agua que expresa, llegando al momento en que
el rio no se divise, permaneciendo como un estado de conciencia, irreal en lo
inmediato, pero real en cuanto su significado histórico, ya sea porque existe
más allá de la posibilidad perceptiva, ya porque nomás quede solamente su
cauce, ya porque aún cuando no exista ya rastro de él, siempre será, en la
conciencia de Heráclito, el rio que lo bañó cuando niño, o las moléculas de
agua fluyendo o la mezcla caótica de dos gases, que conoció.
Precisamente la historia es eso,
un estado de conciencia, tan pequeño y cuan grande como reducida y amplia sea
la perspectiva existencial del ser humano, y más allá del individuo, de la
humanidad. La torpeza está, pues, en negar la progresividad de esa perspectiva, que llama a otra lógica de
lo real y a otra racionalidad respecto de la realidad; y en aferrarse a la
inmediatez de un existir que solamente permite percibir la realidad desde la instantaneidad del rio o
de la piedra, pero no desde la cualidad gnoseológica del ser que vive el pasado
y visualiza el futuro, el ser que participa del fenómeno más maravilloso del
universo, la conciencia, el universo pensante, el universo conociéndose a sí
mismo, el universo hecho ser humano.
El más grande peso que lleva
a cuestas el ser humano, es el de su conciencia. Él la niega y la reniega, la
embriaga y la narcotiza, la avasalla y la aniquila, con tal de librarse de esa
facultad de comprender el universo y de aprender valores y principios universales que a la vez
que le simplifican el entendimiento, también le complejizan su existir, hasta
el punto de sobrepesarle el vivir.
El problema del ser humano es
existir como si el mundo hubiese sido creado hace unos minutos, y como si se
fuere a extinguir en breves instantes; ahogando el grito de plenitud
existencial, actual y trascendente, que mana de su ser.
Tiempo es lo que construye
su ser histórico, y de tiempo es la ventana posible hacia el universo; siendo
esa la nueva lógica y la
racionalidad distinta de ponderar al ser
y al mundo que lo expresa y posibilita.
Tiempo, que hecho conciencia
configura el mundo. Conciencia, que vertida en toda su posibilidad hacia el mundo, lo comprende y expande en toda su plenitud.
Javier A.Rodríguez G.