La evolución está signada por el cambio. La novedad evolutiva expresa una
dinámica de transformación siempre inconclusa, en constante reconstrucción,
perpetuamente por hacer, en donde lo invariable y permanente son únicamente
expresiones probabilísticas, es decir, la estabilidad e inmutabilidad en
términos absolutos, o la paz, en ese mismo significado, son condiciones que de
por si niegan la evolución y por ende al universo mismo,
constituyendo referencias de un horizonte apetecido e ineluctable, pero cuyo
punto de llegada es el mismo de partida. Por eso la paz constituye tan sólo un
referencial, un cascarón vacio, un contenedor que se sustancia y justifica
únicamente desde el dilema existencial; siendo precisamente desde allí donde se
posibilita la pacificidad, en cuanto “acción” hacia la paz, no al contrario,
porque la paz se “vive” desde la dinámica que presupone.
En ese sentido, la paz es un horizonte infinito que se concretiza en cada
circunstancia evolutiva, por lo tanto, siempre se persigue, no se agota con lo
dado, pues su implenitud es motor del andar evolutivo del ser humano
trascendental: la humanidad.
Por eso la paz es el fin circunstancialmente siempre posible pero transcendentalmente
inalcanzable de la sociedad, del Estado, de la política, del Derecho, del ser
humano.
Precisamente, es esa la cualidad de la paz, ser todo y nada a la vez, el
poder percibirla racional y espiritualmente y alimentarnos de ella, tal
como sentimos y respiramos el aire, y sin embargo, no poder
poseerla o aprehenderla en toda su magnitud, porque, igual que el aire,
debemos “respirarla”, vivirla poquito a poquito; resultando que no es el aire
en sí el que sustenta la vida sino el oxigeno que lo compone, específicamente
su procesamiento celular; asimismo, no es la paz per se la que posibilita en
plenitud nuestra existencialidad, sino los elementos que la conforman, la
justicia, la igualdad, la libertad, la solidaridad, el amor, y más allá de los
simples enunciados, es la eficaz concreción política, jurídica y
cultural de esos elementos en la sociedad, lo que nos da sosiego existencial y
alimenta nuestra espiritualidad.
Por eso, quien busca la paz sin sustanciarla espiritualmente ni concretarla
fácticamente, jamás la hallará. Por eso, precisamente lo contrario de la guerra
no es la paz, en tanto objetivo alcanzado, sino la pacificidad, en cuanto
racionalidad y espiritualidad movidas hacia el libre, justo, igualitario y
amoroso existir. Por eso la paz vacía justifica las guerras. Por eso la paz
pactada pero no vivida ni sentida desde sus elementos concretos, es una falacia
de gomachicle, que se infla y se infla hasta estallarnos en la cara.
No quiero paz sin libertad, sin justicia, sin igualdad, sin confraternidad,
sin amor entre los seres humanos. No quiero esa paz mientras los modelos
económicos depreden la dignidad del ser humano. No quiero esa paz, a la vez que
millones de seres mueren de hambre en un mundo de refinamientos tecnológicos. No
quiero ni creo en esa paz mientras la irracionalidad de los del holocausto
perviva genéticamente entre nosotros. No quiero la paz engendrada por Nagasaki
e Hiroshima. No quiero esa paz mientras se use al socialismo para prostituir
las conciencias revolucionarias. No quiero esa paz en tanto tengamos al cuello
la daga de un imperio inmoral asesino y su séquito. No quiero esa paz mientras
Irak tiña sus ríos hermanos con la sangre de la injusticia e irracionalidad. No
quiero esa paz mientras Afganistán sufra el asedio de dos potencias enfrentadas
en intereses pero coincidentes en propósitos. No quiero esa paz, en tanto las
riquezas de mi país, pescando en la ineficacia e ineficiencia, se las sigan
apropiando los pillos y filibusteros de siempre. No quiero esa paz, como rezaba
la Sosa, mientras “la guerra no me sea indiferente”.
Porque esa paz, sin la sonrisa de esperanza del niño, sin la dignidad
incólume del ser humano transcurriendo felizmente en su existencialidad, es paz
falsa. Porque ni los seres humanos ni las sociedades pueden alcanzarla
absolutamente, pero sí vivirla holísticamente desde sus elementos,
posibilitados en cada momento evolutivo por sus instrumentos institucionales:
la política y el Derecho.
Yo no quiero la pasividad y conformidad de una paz falsa que anquilosa la
conciencia y pervierte a la sociedad; yo prefiero la sana contradicción y
conflictividad que la posibilite efectivamente. No quiero pretender
paralizar la evolución ni finiquitar la historia para alcanzarla. No. Es desde
el franco, crudo, descarnado, sincero y autentico existir desde donde deseo
avanzar hacia ella.
Claro, por supuesto que apetezco paz, pero no la vacía, la “conveniente”, la
decretada o pactada desde el “poder “. Es la vivida, la nacida desde la
convicción profunda del ser humano, la proyectada desde la intimidad
coexistencial de la familia y la integrada sinérgica y holísticamente por
la sociedad. La posibilitada pertinentemente mediante acciones políticas y
jurídicas eficaces. Esa es la paz que deseo y aspiro. Una paz que pase
desapercibida, que no se llame paz sino justicia, libertad, igualdad,
tolerancia, confraternidad, solidaridad, amor y felicidad.
Mientras tanto, tan sólo daré, como la Violeta, “gracias a la vida”, por ese
acto tan maravilloso de existir. Por ser ente pesante del universo. Por
nuestra facultad de sentir y de amar, y por la sublime capacidad de
comprender el universo, de aprehender la paz como fin y virtud suprema.
Hasta ahora las socialistas son las propuestas políticas mejor orientadas
hacia los propósitos auténticos de paz, lamentablemente han sido tergiversadas
y pervertidas por el desconocimiento e intereses malsanos de todo tipo.
En ese sentido, el proceso socialista en curso en nuestro país está tomando un
giro insólito, “establecer” la “paz” social antes de concretar el socialismo
(algo así como pretender que la carreta tire de los caballos).Todo por el yerro
congénito de los planteamientos de izquierda: la ausencia de sensatez
reflexiva, que la vire de la reacción materialista dogmática hacia la acción
transcendental espiritual. Porque luego de 14 años se sigue confundiendo
la eficacia socialista con las buenas intenciones y la disponibilidad
pródiga de recursos económicos. Pues ser o llamarse socialista en la abundancia
es fácil y cómodo, siendo en la austeridad donde al socialismo se le podrían
ver las costuras.
Ojalá nuestros países latinoamericanos hallen el sendero cierto hacia la
justicia, libertad, igualdad y confraternidad, siendo que al final ese hecho
político, llámesele como se le llame, revolucionará ciertamente nuestras
sociedades. Porque si seguimos siendo tan torpes para aferrarnos a conceptos
vacuos, a contenedores sin contenido, a sofismas dogmatizados, a ineficacias
toleradas por una fe sustentada en la ruleta de la renta petrolera, y a no
reajustar eficazmente el “desorden” “natural” de nuestras sociedades; nuestro
destino, como el de toda la humanidad, de la cual somos faro y esperanza, será
tan cierto y esperanzador como el de Sísifo.
Javier A. Rodríguez G.
Cuando se publicó el libro El Socialismo del Siglo XXI de Heinz Dieterich, a
pesar de lo “novedoso” del título, las reseñas de la obra daban la espina
de que volvía a llover sobre mojado, al insistir en el error de fundamentar el
planteamiento absolutamente en los dogmas de Marx y Engels... En fin, la obra
no lucía interesante.
Empero, al conocerse la reciente noticia del rompimiento del idilio del
autor con el régimen “socialista” que inspiró el libro, la curiosidad, la misma
asesina del gato, instigó a darle al susodicho libro una lectura rápida de unos
60 minutos, más que suficientes para corroborar las sospechas y temores.
El libro inicia desde un pecado original: la adulancia, siendo que
desde allí se deslegitiman todas sus pretensiones “científicas”, pues el
pensamiento crítico es esencial y radicalmente libre, y por tanto, su propósito
no es el de agradar ni ser alabado, ni querido ni odiado, sino
simplemente expresar un proceso intelectivo lógico-racional-espiritual que
comienza y culmina con el factor que lo impulsa y sustenta: la duda. Es decir,
no la duda enemiga de la certeza sino la aliada de la verdad, la que desbroza
caminos auténticos derrumbando fachadas conceptuales, cortando a tajo
sofismas, evidenciando falacias, descarnando vicios e hipocresías, y en
consecuencia, contraponiéndose al orden establecido y enfrentándose al poder
instituido.
El problema es que la obra en cuestión se sustenta en los dogmas de Marx y
Engels y su intención evidente primaria no es el desbroce de la verdad sino el
coqueteo con el poder, cuando no el oportunismo intelectual de llenar un vacío
conceptual con lo primero que se tenga a mano, yuxtaponiendo conceptos y
criterios sin la profundidad, coherencia ni sinceridad suficientes
siquiera para ser considerado un paso cierto a favor del socialismo. En
este sentido la obra se parece mucho a aquellos oportunistas que registran
dominios “.com” a los fines de usufructuar el simple nombre; asimismo, el autor
hace un bosquejo histórico, se escuda tras Marx y Engels y culmina planteando
lo planteado, es decir, no presenta novedad teórica alguna, y sin
embargo, deja las puertas abiertas para desarrollos teóricos posteriores; una
verdadera trampa cazabobos: presentar un título rimbombante y esperar a que
otros hagan el trabajo.
Sin embargo hay un punto rescatable en la obra: Denunciar el nulo desarrollo
de las tesis Marxistas y Hegelianas hasta la actualidad. De resto todo al final
resulta en mero maquillaje de tísica, que aún sabiendo las perversiones
causadas por el vacilo en el organismo, lo pretende ocultar con colorete,
haciéndola lucir rozagante y fresca, cuando en realidad la enfermedad
ineluctablemente aniquila el organismo.
Porque el mal del socialismo clásico o tradicional sigue presente: el racionalismo
materialista que lo engendró continua siendo la matriz de los nuevos
postulados, legándole genéticamente sus taras conceptuales: la desvinculación
de las teorías con la esencia fáctica existencial y trascendente
espiritual del ser humano; quedando por tanto condenadas en su eficacia a “arar
en el mar”.
Pues no se trata del “precio” ni del “valor” ni de la “competencia”, ni del
mercado, ni de “praxis” ni de “ciencia”, sino de la cualidad que los engloba a
todos y que debe constituir el principio y fin de cualesquiera
planteamientos teóricos viables respecto de la sociedad, desde una visión tan
amplia como su existencialidad, tan cierta como su circunstancia
evolutiva, tan posible como lo permita su conocimiento y conciencia
espiritual, y tan transcendente como su capacidad de perfección: el ser humano.
Si bien es cierto, tal como lo señala el autor del libro, que el socialismo
no puede estructurarse eficazmente sin la conceptualización
teórica, tampoco puede pretenderse realizarlo desde un hecho meramente
científico, pues su concreción deriva de la acción espiritual, que lo supera.
Al ejemplo ofrecido por el autor, de la persona que cruza la calle merced
a cálculos automáticos realizados por el cerebro… aprehendidos e integrados por
la ciencia en cálculos perfectos …; se le puede contraponer uno más
representativo, el del jugador de beisbol, que realiza complejísimos cálculos y
procesamientos de data para darle eficazmente la pelota, con una probabilidad
muy alta..; luego así, ciertamente el físico puede entender y establecer esos
procesos y cálculos y hasta ayudar al pelotero a mejorar su rendimiento, pero
si se pusiera él a batear, seguramente lo lograría una vez en un millón de
intentos, y eso un simple rolincito al pícher…; todo porque en el pelotero se
ha producido un verdadero aprendizaje que le permite lograrlo, merced a la
conformación de una especialísima estructura neuronal fundada desde caracteres
genéticos propicios,. Asimismo, démosle a cualquier persona, pinceles, óleos y
todas las técnicas artísticas para que obre unas Meninas o una Gioconda;
o un “bajo”. arpa, solfeo y toda la historia de la música para ser un
Juan Vicente Torrealba, Oscar de León o José Alfredo Jiménez, sujetos sin
estudios musicales formales…; o aspirar que un especialista en letras, por el
sólo hecho de serlo escriba un Quijote, con más derecho y legitimidad
intelectual que el presidiario y funcionario público de mala fama Manco de
Lepanto; o enseñarle “científicamente” todas las técnicas del fútbol a un
jovencito de 1,80 mt con corpulencia de atleta, para que supere con creces a
una “pulguita” con pinta de oficinista bancario… Ello es imposible, pues
todos esos personajes, desde y por sobre sus cualidades individuales
constituyen expresiones culturales, es decir, son productos históricos, y por
ello manifestaciones vividas de una integralidad existencial que resume y
trasciende al ser humano: la humanidad.
Así también, el socialismo sólo se puede construir desde la vivencia, desde
cada circunstancia existencial, desde el encuentro evolutivo del ser humano con
el sentido de su existencialidad; siendo desde allí que puede la ciencia
impulsar y posibilitar eficazmente esa construcción, lo cual la restringe
dentro de criterios de pertinencia histórica evolutiva y de humidad
epistemológica, entendiendo ese construir como una tarea permanentemente
inacabada.
Pues el error fundamental de Marx y Engels fue plantear el capitalismo
como una fase evolutiva superable simplemente desde un proceso
intelectivo racional, que comprenda y tome “conciencia” de sus mecanismo de
funcionamiento y de sus instrumentos de perversión para conformar el
siguiente estatus evolutivo, definido y necesario; desconociendo así las
auténticas causas y naturaleza del capitalismo, como también el sustento
ontológico del socialismo, porque, aunque ambos en términos absolutos se anulan
recíprocamente , en lo fáctico existencial están condenados a coexistir,
inclusive, paradójicamente hasta aprovecharse el uno del otro; en tantos
grados , matices y variables, que en su solas expresiones ya de hecho tiran por
la borda al océano de la obsolescencia muchos dogmas de Marx y Hegels, porque
ellos revelaron magistralmente el cómo pero no el por qué del capitalismo.
Nomás consideremos, por ejemplo, que si en este momento volcásemos todos
los beneficios laborales actuales hacia 1850, los empresarios de ese tiempo
seguramente se declararían en la más atroz esclavitud y los trabajadores se
sentirían en el cielo con tamañas reivindicaciones, y a lo mejor el destino del
Manifiesto sería el de alimentar las chimeneas…
Lo aleccionador, sería explicarle a aquellos antepasados que todas esas
maravillas se han producido dentro de la hegemonía capitalista, poniendo al
pobre Marx a desechar escritos y ha replantear sus criterios ante tan
inesperada e insólita realidad evolutiva. Siendo esa precisamente la
ventaja del “ser” humano actual: la experiencia histórica. Por eso mismo
resulta absurdo y torpe anquilosarse reaccionariamente al pasado, en vez de usar
el aprendizaje histórico para construir, replantear y reconceptualizar nuevas
realidades sociales, por sobre el culto y reverencia a personajes y
planteamientos teóricos, por sobre las conveniencias e intereses individuales y
grupales, y por sobre el egoísmo, prepotencia y mezquindad intelectual, aceptar
los nuevos paradigmas que pugnan por surgir.
Porque por su misma esencia, el socialismo no puede ser formulado
conceptualmente y mucho menos construido desde un claustro académico, ni desde
una camarilla dirigencial, ni desde la inmediatez social de determinados grupos
sociales, ni desde la implementación de programas asistencialistas, no, es
desde la integralidad de visiones planteamientos y aportes de la sociedad,
incluyendo las capitalistas más radicales (sí, claro que sí ) donde el
socialismo encuentra su posibilidad existencial, entendiendo que constituye
esencialmente un rumbo, posibilitado en su camino más idóneo por la eficacia.
Hace unos días, un “zorro” periodista le preguntaba al Presidente de la República
sobre” la salud del socialismo del siglo XXI”… En verdad se impone una revisión
exhaustiva de la realidad política Venezolana, clara, honesta y pulcra
metodológicamente, para establecer los males que sufre el proyecto
socialista y hasta cuánto son curables, o si le toca la extremaunción. Porque
lo sincero no desmerita las buenas intenciones. Si se determinare que el
proyecto socialista ha degenerado hacia un “soci-capitalismo” o
“reformismo socialista”, entonces sus progenitores deberían asumirlo con la
fortaleza de su convicción intelectual y la gallardía de su buena fe.
En ese sentido cabe resaltar el simbolismo del programa “José Vicente Hoy”,
de esta fecha, un verdadero teledrama político: La aprehensión del
periodista, su profunda preocupación, apenas disimulada, queriendo ahogar el
pesimismo que pugnaba por aflorar ante la respuesta clara, sensata,
contundente, sincera , lógica, racional y pertinentemente socialista, ausente.
Los titubeos del entrevistado, las respuestas entrecortadas y los “puentes de
guerras” entre temáticas, buscando salir del atolladero en que el avezado
periodista, aún con su cautela y buena fe, lo llevaba; con la mirada casi
clamando la indulgencia del entrevistador por las respuestas en deuda;
aceptando al fin la existencia de una crisis económica pero coyuntural, de unos
meses, y resaltando el “apoyo” popular y los triunfos electorales pese a todo…,
al clásico estilo cuartorepublicano; finalmente, al afirmar, con un tono que
haría reventar cualquier polígrafo, que de estas “dificultades” saldrían
airosos, tal como lo hicieron ante verdaderas crisis en el pasado del proceso
revolucionario, al sagaz entrevistador se le atragantó adrede la riposta
pertinente: pero en ellas estaba presente Chávez…
En fin, el problema del socialismo, sea de este o del siglo sopotocientos,
no es de términos sino de realidades, no es lo que se dice sino lo que se
hace, no es de buenas intenciones sino de eficacia y eficiencia, no
es predicar sino dar el ejemplo, no se trata de “poder” hacer lo
que se quiere, sino de querer hacer lo que se debe y se puede. O
sea, otro criterio y relación del poder…
Javier A. Rodríguez G.
Mas allá de la “maldad” ínsita a todo “rebelde” o insurrecto
contra el “orden” establecido, de la “bondad” institucionalizada,
forzada desde el poder del Estado, y de los detalles redundantes
intencionados hacia la estigmatización del personaje, lo que interesa
en estos tiempos de verdades históricas es ponderar el significado
histórico de Boves en cuanto líder de importantes masas populares,
valorando las cualidades no tanto de su persona, sino de los seres
humanos cuyas querencias, odios, resentimientos, sufrimientos ,
aspiraciones, valores y cultura él resumía y expresaba.
Por
eso debemos decir algunas verdades respecto a nuestro proceso
independentista, no para menguarlo ni desmeritarlo en su valor
histórico, al contrario, para dotarlo de la plenitud vivencial de la
construcción de la historia y de la conformación de un sentimiento pleno
de amor, odios y pasiones que nos resume existencialmente : la patria.
Y
precisamente, es desde esa amplitud obvia pero intencionalmente
desconocida del concepto de patria, donde los sofismas de nuestra
historia se desmoronan, desfigurando la estructura perfecta de hombres
buenos contra los malos, de seres inmaculados éticamente por su
alcurnia, enfrentados a las máculas sociales de seres predestinados a
atentar en hordas contra el orden social establecido y querido por
Dios.
Digámoslo de una vez: El proceso independendista
venezolano nació del enyuntamiento histórico circunstancial del rancio
conservadurismo realista y del típico hipócrita liberalismo burgués. Ya
desde mediados del siglo XXVII las nuevas decisiones político
administrativas de la Corona comenzaron a trastocar la cotidianidad de
un orden social de estructura feudalista aderezado con los caracteres
evolutivos propios de una gobernación militar. La instauración de la
Capitanía General y de la Real Audiencia expresaron la intención del
reino de controlar eficientemente sus posesiones, incluyendo en estos a
las personas, con fines de saciar su voracidad burocrática, a la vez
que respondían a las exigencias propias de grupos sociales criollos
crecientes, sobretodo de aquellos marginados por el predominio de la
provincia de Caracas; lo cual lógicamente implicó mayores restricciones a
la autonomía naturalmente anárquica de los terratenientes locales,
sobretodo en materia económica, con el aumento de la carga impositiva y
el control de la evasión; aspecto definitorio de la génesis de los
acontecimientos por venir.
Para 1810 los elementos
necesarios al trastrocamiento del régimen monárquico estaban
configurados: el descontento de los sectores de terratenientes
conservadores ante las crecientes restricciones a sus privilegios; la
merma en las nuevas generaciones del vínculo histórico- cultural, el
cordón umbilical que los une a la madre patria y que sustenta el poder
real, debido a la conformación soterrada de una nacionalidad propia y a
la progresiva nueva conciencia de poder que afloraba desde la incipiente
estructura burguesa, lo cual conducía a su expresión institucional
necesaria, lógica y conveniente: la república liberal burguesa.
Pero
dentro de ese juego de enroques del poder, también estaba presente el
elemento indispensable para la subversión definitiva del orden
establecido hacia un proceso revolucionario: el descontento de las
crecientes masas populares y el enorme saldo de injusticias que
arrastraban históricamente los feudales locales, contenidos por el yugo
de una estructura de desigualdad atroz que en algún momento habría de
romperse.
Y es desde esas masas populares donde debe
estudiarse y plantearse el proceso independentista, y desde cuya óptica
puede hilarse la conformación de nuestra nacionalidad e historia
republicana. Porque, como dice el canto, “la patria es el hombre”, la
mujer y principalmente los niños, que la viven, la sienten, la gozan y
la sufren…
Por ello resulta falaz enfocar el proceso
independentista desde la óptica mantuana de los conjurados de 1810, pues
ellos no nos dieron la independencia del reino español, no, jamás,
aparte de que la mayoría en realidad al principio no lo querían, tampoco
podían. La decisión de ser libres y su concreción no dependía de un
conciliábulo de aristócratas proclamando el parto de una república
gestada desde sus intereses, privilegios y el egoísmo que los
sustentaba. No, esa decisión, como en la revolución francesa, como en
todas las revoluciones y en todos los tiempos, estaba en la voluntad y
determinación de las masa populares, son los pueblos los que hacen las
revoluciones.
Y es precisamente desde esa masa
ideológicamente informe pero con la injusticia, desigualdad y opresión
histórica descarnados en primitivo instinto de redención, en el cobro
del inmenso pasivo histórico de una estructura de poder que les negaba
inclusive hasta sus cualidades humanas, usando para ello el único
instrumento posible ante el desguarecimiento institucional del momento:
la venganza. La venganza jamás justificada pero muchas veces inevitable
y necesaria. El ojo por ojo que desbroza en su crueldad los caminos
de la justicia, los mismos que buscara el Libertador con aquél terrible
decreto…
Es desde allí, desde esas hordas terribles
vengadoras, donde surge, se sustenta y explica la figura de Boves. Son
ellas, expresando el desborde pasional histórico de un pueblo, las que
construyeron al Taita, al personaje que sintetizaba toda su arrechera
contenida por generaciones, manifiesta en violencia cierta y terrible
pero pálida ante siglos de injusticias y opresión. Son ellas quienes se
alzaron contra quienes debían hacerlo por razón lógica y por deber
moral histórico: los mantuanos opresores, los amos, dueños y señores
del territorio de la nación, dejándoles a los “pata en el suelo” la
pura conciencia y sentimiento por el suelo ajeno que pisaban. Y fue
desde ellas que Bolívar, por medio del Taita Páez y otros tantos,
configuró y concretó el proceso revolucionario independentista del reino
español.
Mas de un "mojigato de la historia" se santigua
ante la horrorosa ejecución del mantuano Rivas, cometida por vándalos
analfabetas, sanguinarios y “sin más hogar que sus caballos”, pero
callan cuando se les pregunta por el destino del negro José Leonardo,
con su testa apostada en la plaza mayor, cual farol irradiando las luces
sin moral, el refinamiento sin cultura y el alto sentido humanista
camuflando los bajos instintos de los representantes de las más
honorables familias de la capitanía… Inclusive, el mismo joven oficial
Rivas, al servicio fiel de su majestad, pudo haber participado en el
“justo” escarmiento al esclavo en aras del “orden” y la “paz” social…
Definitivamente siempre, en cualquier tiempo, los cristales éticos,
políticos, sociales y culturales cambian la perspectiva de los hechos
históricos.
Y es desde esa óptica donde se condena o
exculpa a Boves. O se personifica en él el mal, enfrentado al justo,
sano, honesto y buen proceder, negando el elemento más importante de
nuestra historia y borrando el factor más relevante en la conformación
de nuestra nacionalidad: el pueblo descalzo y analfabeta; o lo
colocamos en su justo lugar de nuestra historia. Porque José Tomás, más
que Boves es el Taita, y más allá del personaje es lo que él
representa. Son los pueblos en expresión pura y simple de sus pasiones,
amores, odios, sentimientos y espiritualidad los que hacen a los líderes
que los expresan. Si Boves se hubiese puesto a cantar y bordar… el
Taita habría sido otro personaje parido por el pueblo; de hecho luego lo
fue el centauro Páez. Aquél momento no daba para especulaciones
moralistas ni tanteos políticos, era la crudeza de las pasiones
represadas durante siglos la que imperaba. Fue la genial obra política,
militar y cultural de Bolívar la que amargaría las pasiones enfrentadas
hacia el propósito libertario en común.
La historia la
escriben los triunfadores, y el reacomodo aristocrático iniciado desde
finales de la década de 1820 defenestró de nuestra nacionalidad a las
hordas populares de Boves, las mismas que luego libertarían a cinco
naciones. Es que si hubiese sido al contrario, y en 1830 se hubiese
instaurado una república popular democrática, la batalla de la Victoria
sería un hecho de heroísmo de aristócratas y sus acólitos legitimando
sus estatus quo, y Boves y sus hordas se valorarían como expresiones
inevitables y relativamente justas y necesarias del proceso
independentista. Al final, tanto Boves como José Leonardo como Ribas como Páez como
Sucre como Camejo como Rondón como Mariño como Piar como Bolívar, y
principalmente, como las hordas populares sin rostro y sin voz pero con
todo su amor, odio, valentía, pasión y esperanza, expresan nuestra
nacionalidad; de allá venimos, de ellos estamos hechos, siendo justo
reconocerles sus lugares en la historia, para así engrandecer nuestra
patria, en cuanto sentimiento vivido y vivible desde cada circunstancia
existencial de nuestra nación.
Ser justos con el
significado histórico de Boves y sus hordas, es reencontrarnos con gran
parte de nuestra nacionalidad y de nuestra patria, y lo más importante,
es aprender de las causas y circunstancias que llevaron aquellos
antepasados nuestros a enfrentarse en guerra fraticida.
Javier A. Rodríguez G.