domingo, 24 de julio de 2011

El Decreto de Guerra a Muerte. Valoración histórica.

Los hechos históricos deben valorarse desde su circunstancia y desde la actualidad, para comprender su alcance y significado en cuanto manifestación evolutiva de la humanidad. De manera que, ciertos hechos aparentemente irrelevantes en su momento, mirados desde la perspectiva histórica resultan realmente trascendentales, o al contrario, acontecimientos supuestamente de gran importancia, magnánimos por las circunstancias y personajes que intervienen, la retrospección histórica objetiva los evidencia en su verdadero significado y valor dentro del contexto al cual otorgan lógica y coherencia. En todo caso, ningún hecho histórico puede ponderarse  aisladamente, ni determinarse solamente por sus aspectos y efectos fácticos, cuando su riqueza conceptual y trasfondo humano responden a complejidades políticas, sociales y culturales que lo originan y lo definen en sus propósitos. 


Ello plantea el problema del estudio científico de la historia; labor hartamente difícil, pues los hechos históricos generalmente oscilan entre tres visiones: La realidad, la conveniencia y el mito. La realidad presenta los hechos en su cualidad humana descarnada. La conveniencia interpreta la historia como un borrador, es decir, resalta u omite hechos y acciones, descontextualizándolos para construir una historia conforme a criterios interesados, tachando de apócrifas todas aquellas evidencias que las contradigan. Los mitos son verdades a la conciencia, sentimientos y aspiraciones del pueblo, independientemente de su origen y de los aspectos discordantes, constituyendo formas de ver, de pensar, de sentir, de querer, de ser y de proyectarse cultural y espiritualmente la sociedad.


Empero, esas visiones no son excluyentes sino que pueden entremezclarse para enriquecer la cultura de los pueblos. Porque, si bien es cierto que el establecimiento y valoración objetiva de los hechos históricos es fundamental para el aprendizaje de las naciones, en cuanto experiencia y conciencia evolutivas; también es verdad que esa enseñanza se interpreta y valora en perspectiva desde otra actualidad existencial, que los simplifica, los poda, dejándole sus notas esenciales, que en lo sucesivo tienden "natualmente" a mitificarse. También existen los mitos "pretaporté", construidos adrede por conveniencias e intereses determinados. Así pues, hay “mitos” e historias “convenientes” y realidades impertinentes.


Todo esto lleva al cuestionamiento del historiador en cuanto investigador y al planteamiento de la dificultad del oficio: La obtención de datos y evidencias históricas, su correlación objetiva, científica, y su valoración política, social y cultural. Lo que supone criterios intelectuales muy amplios y extraordinarios y una metodología casi imposible de seguir individualmente con la objetividad suficiente para dar validez científica y valor cultural cierto al saber histórico. Por lo que el establecimiento objetivo de los hechos históricos, o mejor dicho, la máxima aproximación a la realidad de los acontecimientos pasados y su conciliación justa con los valores y creencias culturales, debe ser labor de un equipo multidisciplinario con una cualidad en común esencial: Criterio científico y espíritu humanista. Algo ciertamente difícil de lograr, pero no imposible.


Dicho esto, trataremos de aproximarnos al "Decreto de Guerra a Muerte", dictado por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo. Sobre los hechos concretos conocidos, intentaremos ubicarlo en la perspectiva histórica del proceso independentista, con sus motivaciones e implicaciones políticas, sociales, culturales.


En los albores de 1813 la situación político social de la recién creada República de Venezuela está en una encrucijada. La declaratoria de su  independencia de España, dada y acelerada por la invasión del reino por otro imperio mayor, el Francés, había pagado con el fracaso su improvisación, su poca profundidad conceptual sincera (rayando en la retórica llana) y su falta de legitimidad, valga decir, de apoyo popular.


Es cierto que en todas estas colonias Españolas existía desde hacía rato un descontento con la España. El problema es que para unos ésta era la "madre patria" y para otros "la madre p...".


De tal forma que los cuatro movimientos previos al 5 de julio de 1811, como lo fueron: La insurrección de José Leonardo Chirinos junto a un grupo de esclavos, en 1796; la conspiración de Gual y España, en 1797, de inspiración liberal Francesa.; las invasiones de Miranda de 1806; y la  junta de gobierno conformada por un grupo de mantuanos de Caracas en 1810, que se arrogaba provisionalmente los poderes de Fernando VII. Aunque todos conforman un mismo proceso, en su expresión político social presentan caracteres diferenciadores que vale tener presentes para la justa comprensión del hecho que pretendemos estudiar.


El más legítimo, auténtico, universal y trascendental de tales sucesos, fue el liderado por José Leonardo Chirinos. Porque, de inspiración libertaria Haitiana, no implicó únicamente la rebelión en contra de España, sino básicamente en contra de sus ejecutores inmediatos: los terratenientes mantuanos criollos; y más que eso, en contra de la esclavitud, lesiva a la dignidad humana y opuesta a la igualdad de los hombres. Su grito de libertad hubo estado ahogado en las conciencias de los esclavos por centurias, estremeciendo, más que a España, a la Oligarquía criolla, que de alguna manera escuchó en él la evidencia de un sistema de sociedad que se agotaba y que ya se percibía imposible de sostener a mediano plazo. También porque la excluyente separación de castas estaba permeando por concesiones reales que relajaban las rígidas normas de emparentamiento y ascenso social; agregado a esto el sentimiento de identidad de algunos de las nuevas generaciones de mantuanos, quienes, influenciados por la independencia norteamericana y la revolución francesa, aunque manteniendo la base de sus privilegios, intuía y buscaba otras formas de orden social.


Resulta irónico que la brutal represión en contra de ese movimiento insurreccional de esclavos, fuese ejecutada por los mantuanos criollos, pues la defensa militar de la Capitanía General se establecía en razón directa de los intereses en juego; es decir, los militares pertenecían a las castas dominantes, ya que por la elemental institucionalidad de la colonia y por razones prácticas de la corona, no podían entregarle las armas a quienes no poseyesen bienes que defender (eso le argumentaron a Boves cuando pretendió incorporarse al ejército de su majestad). De tal forma que en realidad José Leonardo fue descuartizado en "escarmiento" no por los "españoles" sino por los blancos criollos, seguramente regocijados ante su testa en la plaza mayor de Caracas. Irónico, porque fueron los  mismos mantuanos que luego invocarían libertad en 1811.


En cuanto a la llamada conspiración de Gual y España, su matriz conceptual fue la misma de la Revolución Francesa: Burgueses intelectuales y progresistas que pretendían la sustitución del anacrónico y deficiente sistema feudal por criterios modernos de convivencia social, sobretodo de interacciones de intereses; pero, debe quedar claro, manteniendo siempre la relativización de la justicia, libertad e igualdad que los privilegiaba.


Luego, el pobre Miranda inició una nueva, su última égida. Tal vez atávicamente continuando la de su padre, cuando hubo sido discriminado por la burguesía criolla, no obstante haber logrado titulo y rango militar, merced a su fortuna habida del comercio, y pese haber obtenido la pureza de sangre; lo cual nunca fue aceptado por la oligarquía criolla, por considerar indigno que un "pata en el suelo" se les equiparase en privilegios.


En verdad eso fue siempre Miranda para la oligarquía criolla: un "pata en suelo". Por eso no salieron a recibirlo como su "par", en Coro; sino como a un orillero parejero, arribista y filibustero que pretendía desplazarlos del poder con que les privilegiaba el reino español. También fueron ellos quienes, ayudados por el ascendiente religioso de sus sacerdotes, le alejaron de las eventuales simpatías de un pueblo receloso y dado únicamente a medio sobrevivir ante el lujo insultante de las clases dominantes; incluso, con sus "militares criollos", cual intruso lo persiguieron y apresaron a sus acompañantes, a quienes ejecutaron salvajemente en "escarmiento" (hasta Andrés Bello sirvió como traductor en aquellos juicios sumarios).


A estos acontecimientos, cuatro años después, en 1810, ante la circunstancia de la invasión de España por Napoleón Bonaparte, y en vista del nombramiento de un Capitán General al que consideraban ilegal e ilegítimo; a la oligarquía criolla se les presentó la oportunidad de oro para liberarse del reino y principalmente de los impuestos e imposiciones reales limitantes a sus privilegios. Los conflictos generacionales, intelectuales y de casta se manifestaron en todo su esplendor. Atrincherados primero en junta conservadora de los derechos la monarquía, los mantuanos conservadores, neutrales y liberales, contraponiendo sus intereses decidieron finalmente rebelarse en contra del poder de la corona española, en ese momento en manos de Francia. Culminando, el 5 de julio de 1811, con el proceso de firma del acta de Independencia y la conformación de la República de Venezuela en cuanto manifiesto político, pero sin legitimidad social.


Otra gran ironía, es que para la conformación de la nueva república y principalmente para su reconocimiento y ayuda internacional, el mantuanaje criollo requería de un sujeto con la capacidad y prestigio militar e intelectual suficiente, y con los contactos diplomáticos necesarios a empresa de tal envergadura; además de poseer un origen social capaz de hacer más atractiva, que no creíble, dicha acción "libertaria", a la masa blanca de pequeños burgueses y de blancos pobres.


Lo  insólito… el personaje ideal resultó ser el hijo del tintorero, el “pata en el suelo”, el vagabundo mercenario que hubieron echado a sangre y fuego en 1806... Empero, el orgullo había que tragárselo, pues la necesidad imperaba. Así, lo contactaron, y entre lisonjas le ofrecieron el oro y el moro a cambio de que les brindase en bandeja de plata el nuevo feudo: la república. Pero una omisión grave les aguardaba en celada, pues, como casi siempre ocurre con las clases poderosas que se disocian de la realidad por el egoísmo de sus intereses, ellos falsamente extendieron sus deseos y aspiraciones hacia los sectores sociales "inferiores". Es la prepotencia del poderoso: Lo que yo quiero es lo que quieren los demás,


Pronto la realidad le estalló en la faz a Miranda. Los “libertarios” mantuanos resultaron ser opresores para la mayoría de los pobladores. Carecían en absoluto de legitimidad para la empresa de invocar libertad y atraer a las masas hacia el propósito en común.


Los fantasmas se desataron. Los José Leonardo, los Gual y España y los pata en el suelo con Boves, comenzaron a alzar la voz. Resultando que en esa marea de contradicciones la cuerda se rompió por su lado más ilegítimo y falaz: La República de los mantuanos. Lo demás era de esperar. Viéndose perdidos y procurando “escurrir el bulto”, traicionaron la fidelidad que por el compromiso adquirido le debían a Miranda. Toal aquel no era de los suyos. Lo culparon de instigarlos con sus ideas liberales, dado los antecedentes del "hijo del Tintorero", y lo entregaron cobardemente al enemigo a cambio de salvoconductos. Así era el mantuanaje criollo. Así actúan los oligarcas siempre.


Enseguida la realidad social reorientó su cauce. Las diferencias y odios sociales se hicieron patentes. La inmediatez de la interacción y el pasivo social acumulado se impuso a la remota aspiración ideal.


Así todo resulta comprensible y lógico. No podía el blanco de orilla, otrora mancillado, despreciado y sometido por el mantuano en nombre del Rey, estar bajo sus órdenes invocando liberarse del yugo, sin entrar en contradicción, pues, para el orillero el opresor era el criollo mantuano. Ni se diga de los esclavos, que vieron la oportunidad de oro para seguir el ejemplo de José Leonardo, ¿contra quién? ¿Contra el distante español peninsular o contra el opresor criollo que finca el látigo sobre sus espaldas y violenta a sus esposas e hijas, ni se diga a su dignidad?


De esa manera la intentona republicana mantuana se diluyó en la dispersión de intereses y las contradicciones sociales y políticas que subyacían en aquella sociedad colonial del nuevo mundo.


Este es el panorama que pinta el año 1813. El mantuanaje esta deshecho, “la suerte está echada”, no pueden ya dar marcha atrás. Hasta la naturaleza ha hecho suertes, con aquél fatídico terremoto. El pueblo criollo se escinde entre los fieles a la corona, tal vez pensando en pescar en rio revuelto y congraciarse para sustituir a aquellos en el usufructo de los privilegios reales; y los que se pliegan a los mantuanos que aún luchan; unos tal vez agradeciendo favores y otros a lo mejor buscando lograr el ansiado reconocimiento como pares; mientras el resto pretenden un rumbo diferente desde una conciencia de clase incipiente, que luego pretendería capitalizar el mártir pardo Manuel Piar, lo que a la postre le costaría la vida.


Esos hechos son los que precisamente orientan el Decreto de Guerra a Muerte. A los mantuanos conspiradores de 1811 los acontecimientos se les escaparon de las manos. Algunos ya muertos, la mayoría en el exilio y dando lucha el resto, ya sin posibilidad alguna de triunfo. Las facciones sociales que sobreviven buscan imponer sus criterios. Y a todas estas, la beneficiada es la España, que gana tiempo valioso para lanzar un artero y definitivo ataque y ahogar con sangre para siempre las voces de rebelión.


Bolívar, consciente de ello, asume la capitanía del barco que hace aguas y se da a sincretizar, aunque fuere por un tiempo, las posturas en pugna, hacia el propósito en común de independencia, ya con los reacomodos sociales indetenibles. Para ello debe convencer a sus pares mantuanos de la irreversibilidad de los hechos y de la necesidad de mantener la lucha por su espacio social posible. Y a los diversos sectores sociales, en una acción política admirable, los insta a sosegar los odios y diferencias ante la realidad insoslayable que se les impone, prometiendo cambios sociales. Así Bolívar invoca el sentimiento primario de pertenencia, el amor por la tierra, arguyendo que las vivencias, malas o buenas, son propias y expresan una forma de ser que los identifica por sobre otros pueblos, evidenciando como enemigo común a España, y como valor de cohesión y recompensa, la libertad.


Bolívar invoca a la patria y fomenta el sentimiento nacional por un territorio y una cultura en común, el ius soli. Iniciando así la consolidación definitiva de la República y despertando el espíritu soberano del pueblo. Lo que implica el romper definitivamente el cordón umbilical con la "madre patria". De tal forma que el decreto reafirma la nacionalidad, despejando el claroscuro político de la República fallida, o se está o no se está con ella.


Pero la puntilla política magistral es que los nacionales, aún siendo culpables, resultan eximidos de responsabilidad por la patria que los perdona y reconoce como sus hijos, y por la República, dándoles las garantías de ciudadanos. Reafirmándose con esas acciones, a lo interno y ante los pueblos del mundo, la independencia de Venezuela, no ya como simple manifiesto formal e ilegítimo, sino con la fuerza irreductible y autárquica de su soberanía.


Esa fue la acción y significado del Decreto de Guerra a Muerte. Más allá de lo terrible del enunciado, su fundamentación ética  y el propósito efectista tuvieron la eficacia buscada. Ya en adelante la lucha sería entre el reino español y la República de Venezuela, ahora cada vez más ampliada estratégicamente en horizontes hacia pueblos hermanos.


El camino estaba irreductiblemente marcado. Aquel terrateniente caraqueño fue abriendo su mente, su espíritu y su corazón al sentimiento y amor por la libertad de su patria, en una vorágine que lo arrasaba todo. Concluyendo allá en Santa Marta, su vida terrenal, porque la espiritual, con su ejemplo de lucha y de imponerse a la adversidad, apenas iniciaba. Nació inmensamente rico en bienes materiales, pero testó a la posteridad su ejemplo, su lucha, su entrega, su riqueza espiritual y, principalmente, el rumbo delineado por su pensamiento, que verdaderamente comenzó en 1830.


En definitiva. La patria, la nación, la república real y legítima y el bolivarianismo en su concreción como hechos sociales que patentizan la aspiración e ideal de justicia y libertad, iniciaron con la primera prodogiosa acción política de El Libertador: El Decreto de Guerra a Muerte.




 Javier A. Rodríguez G.

EL HUMANISMO SOCIALISTA