miércoles, 24 de noviembre de 2010

Aproximacimación al Conocimiento y a la Verdad en el Proceso Penal

  Hubo un momento en la evolución en el que el hombre tuvo conciencia de su entorno y principalmente de si mismo. Esa “conciencia” se escindía entre los sentimientos, sus creencias, y entre lo que captaban sus sentidos, surgiendo así el gran problema epistemológico, el conocimiento de la realidad; planteándole a vez el enigma de la verdad, que origina en el ser humano la necesidad de conocer.


Luego así, la falta de conocimiento, de una explicación racional para las cosas, el ser humano las suple con otra de sus cualidades, la emotiva, mística, transcendental, dándole de esta forma una explicación a s acontecer existencial, proyectándolos desde sus valores, creencias, aspiraciones y desde su espiritualidad.

Empero el ser humano es un ser cognoscente por esencia, tal como lo decía Sócrates: “La virtud (eficacia) del ser humano es conocer”, o sea, buscar la verdad. Y de la orientación de la razón hacia esa búsqueda nace la ciencia, cuyo objeto esencial es el conocimiento, su fin la verdad y su resultado la certeza.


Nos dice Platón que entre el mundo de las creencias y el de las verdades está el mundo del conocimiento, es decir, lo que creemos que es verdad. Este criterio nos vuelve al problema original, pues, interpretando a este filósofo, todo conocimiento en definitiva es la creencia que tenemos de lo real, luego entonces ¿cuál es verdaderamente la realidad? o ¿hasta que punto podemos acercarnos a ella? Aquí nos planteamos el problema de la certeza del conocimiento, ya que la ciencia no logra alcanzar la verdad sino que obtiene niveles de certeza respecto de ella.


Francis Bacon nos alecciona con esta sentencia: “La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”. Esa pareciera ser la verdadera dificultad del problema cognoscitivo, el tiempo, que pudiere ser infinito; y la autoridad, es decir, la “verdad” conocida, que muchas veces niega la verdad por conocer. Es que la verdad se revela no como una entidad terminada sino como eslabones que van conformando la enorme cadena de conocimientos que conforma el patrimonio cognoscitivo de la humanidad. Y el motor que impulsa ese avanzar es la contradicción, un conocimiento se considera cierto mientras que no sea contradicho científicamente por otro nuevo. Por ello la importancia de la crítica del conocimiento.


Los conocimientos se producen dentro de un marco histórico- evolutivo determinado, por tanto se deben valorar desde esa perspectiva para actualizar su vigencia, reafirmándolo o desechándolo total o parcialmente, a la luz de las nuevas revelaciones de la razón a la conciencia humana. De tal forma que el conocer consiste en esa retahíla infinita de verdades, cuya contradicción determina el saber científico.


Afirmaba el filósofo Henri Bergson: “La inteligencia, en un esfuerzo por captar la realidad, forja conceptos con un fin práctico, y luego elabora conceptos de esos conceptos. Así se aleja cada vez más de la realidad que pretende asir”. Luego, la capacidad de abstracción es lo que permite que de entidades dadas, conocidas, extraigamos otras por acción de la razón, en procesos cada vez más complejos que convergen en las hipótesis y teorías. Empero ese abstraccionismo no puede ser lineal ni infinito. Es decir, una abstracción muy compleja puede resultar en una verdad elemental que a la vez conforma otra abstracción de gran complejidad y así sucesivamente


Ello nos lleva a la conclusión de que las verdades últimas resultan simples, elementales, tanto así que pasan desapercibidas; y que el proceso de aprehensión del conocimiento en el ser humano no es lineal sino que se da en eslabones evolutivos concatenados, en los que de muchas verdades simples evoluciona hacia complejas abstracciones para concluir en una verdad que ya resulta elemental. Tanto es así, que la teoría del Big Bang  resume el origen del universo en un punto originario (“verdad”) de donde derivan todos los elementos y principios que lo componen y lo rigen.


Un ejemplo de lo anterior lo constituye el descubrimiento, en 1982, de la causa de las úlceras pépticas. Resulta que hasta ese momento la ciencia no tenía explicación para tal enfermedad, asignándole diversas causas, entre otras el estrés. Por lo que los tratamientos en pleno siglo XX estaban en el oscurantismo medieval. Hasta que dos investigadores, Robin Warren y Barry J. Marshall, ganadores recientes del premio Nobel, descubrieron que la causa es una simple y literalmente elemental bacteria, pasando del carácter de enfermedad crónica a una afección tratable con régimen de antibióticos. Lo curioso es que ¡¡hasta 1982 esa enfermedad se trataba casi a ciegas!! Y la causa (verdad) más elemental no podía ser.


Otro ejemplo lo constituye un caso en USA, en donde un grupo selecto de científicos se “rebanaban los sesos” con teorías, formulas matemáticas, ecuaciones, complejidades tecnológicas y un abultadísimo presupuesto para la creación de un telescopio especialísimo; hasta que un profesor de física, investigador ayudante de tercera categoría, reveló halló la solución en un tipo de lentes configurados como “ojo de pez”, lo que simplificaba enormemente el diseño y reducía significativamente los costos; pero como si no fuese suficiente con ello, también demostró que no era necesario construir tales sistemas de lentes sino simplemente simularlos…. Esto confirma que las verdades generalmente resultan sencillas y evidentes en si mismas, y el proceso cognoscitivo lo que hace es revelarlas.


Otra característica del conocimiento científico es que, merced a la formalidad metódica y caracteres objetivos que lo determinan, adquiere estabilidad, es decir las verdades conocidas se deben tomar como tales hasta tanto sean sustituidas por otras verdades conforme al mismo proceso de aquellas, o sea, por el método científico. Ello plantea la dificultad respecto de cómo valorar el resultado de los complejos procesos de abstracción que no han tenido una comprobación metódica; la solución son las hipótesis y las teorías, que constituyen un entre tanto, pues se admiten como explicación válida de la realidad mientras no sean falseados en sus supuestos fundamentales, teniendo un valor inestimable en la ciencia, puesto que muchos de los conocimientos que admitimos como verdades en la actualidad, hace algunas décadas eran considerados simples especulaciones científicas. Al respecto nos dice Montesquieu: “La verdad en un tiempo es error en otro”.


También esa estabilidad necesaria puede convertirse en un obstáculo al conocimiento, cuando anticientíficamente se pretende sostener lo conocido por sobre las evidencias científicas, negándole legitimidad y validez a los nuevos conocimientos (Algo así ocurre en nuestra ciencia jurídica, que se aferra a su verdad dada y no acepta las verdades reveladas por los Derechos Humanos)

Un ejemplo paradigmático es el de Albert Einstein y su teoría de la relatividad (1915). Que fue rechazada por la comunidad científica, inclusive se comenta que asistía a charlas en contra de sus postulados y los primeros aplausos eran los suyos…. Simplemente no la aceptaban. La comunidad científica no asimiló la teoría porque significaba nada más ni nada menos que el derrumbe del sistema perfectamente funcional de Newton. Inclusive, cuando todos esperaban que le otorgasen el premio nobel, no fue sino hasta 1921 que lo obtuvo por el efecto fotoeléctrico y aportes teóricos, pero no por la relatividad, pues el científico encargado de evaluarla ¡no la comprendió! …..


También en el conocimiento histórico se presentan tales fenómenos. La civilización griega se extinguió, mejor dicho mutó, creyendo que eran autóctonos. Los romanos crearon el mito de Rómulo y Augusto para borrar las turbulencias de su origen y legitimarlo. Pueblos como el Ur de los Caldeos, situado en el fértil creciente, entre el Tigris y el Éufrates, se creyó un mito hasta que de la pica y la pala “emergió” su cultura. El hombre de Neandertal, por muchas décadas hubo sido considerado como parte de nuestra cadena evolutiva, por detrás de Cro- Magnon, hasta que las modernos análisis biogenéticos comprobaron que en realidad pertenecieron a una rama evolutiva paralela a la nuestra y que ambos grupos homínidos coexistimos durante algunos miles de años, hasta que ellos se extinguieron(hace 30.000 años) Todas esas creencias y especulaciones constituyeron verdades históricas hasta que fueron desechadas por las evidencias científicas.


Tal reacción de no aceptar nuevas verdades, tanto las evidencias científicas que la demuestran como las hipotéticas y teóricas que las plantean, se produce porque el conocimiento, en cuanto valor para el ser humano, tiene implicaciones en toda la actividad de la sociedad, conformando un status quo, que lleva a la intención de no trastocar los fundamentos de las estructuras científico tecnológicas, políticas económicas, culturales y religiosas, conformadas de acuerdo a las verdades dadas, es decir, verdaderos paradigmas. Llegando incluso a la negación del conocimiento, de la verdad y de la ciencia.


Ello conforma una especie de “inercia del conocimiento”, la cual quedó estereotipada en la “inmolación” de Sócrates, tocando extremos con la inquisición religiosa sobre grandes científicos como Galileo, Vesalio, Giordano Bruno, Copérnico etc, cuyas “faltas” consistieron en evidenciar nuevas verdades científicas que contradecían las verdades conocidas y dogmas religiosos; siendo precisamente el tiempo quien insoslayablemente las impuso, obligando recientemente a la Iglesia católica a pedir perdón por tales crímenes. Paradójicamente esos descubrimientos coadyuvaron luego al catolicismo a conformar una religión más cercana a la verdad del ser humano y por ende más autentica y próxima a Dios.


Otro caso aleccionador de cómo a veces el hombre se aferra a las verdades conocidas sincretizándolas con sus creencias, produciéndose el llamado prejuicio cognoscitivo, negando la evidencia científica, es el llamado fraude  de Piltdow: En 1953, una reciente técnica basada en flúor (1950) dató un cráneo en estudio en 50.000 años y no en el millón que se le imputaban. Resulta que en 1912 dicho cráneo hubo sido validado y presentado a la comunidad científica por el prestigioso antropólogo ingles Arthur Smith Woodward del Museo Británico de Historia Natural. Pero esto no hubiese pasado de ser un error insólito a ese nivel investigativo, si no se comprueba también que la mandíbula ¡era de un simio!, modificada para hacerla parecer de la fecha que se le atribuía. Es decir, constituía un fraude validado durante años por la comunidad científica, con base únicamente en la autoridad intelectual del antropólogo ingles, quién permitió en excepcionales ocasiones que la estudiasen por algunos minutos y se limitó a entregar copias en yeso para su estudio. O sea, se obvió totalmente la escrupulosidad en cuanto al método científico. Aquí cabe justamente la citada frase de Bacon en cuanto a la “autoridad”. Pero no suficiente con esto, el siguiente descubrimiento es todavía más deleznable tanto ética como científicamente: dicho fraude se cometió con la intención de sustentar la teoría que afirmaba la originalidad del hombre europeo, cuando todas las evidencias científicas convergían en un origen común en África. De tal forma que al científico inglés se le presentó el dilema entre la verdad que le revelaba el conocimiento científico y sus prejuicios raciales, tratando de someter aquella a esta, jugando como siempre su inexorable papel el tiempo, que pare verdades.


Es que la verdad oscila entre el conocimiento y la creencia. Porque conocemos creemos pero también creemos porque somos capaces de conocer y de aprehender los valores y principios. El pecado original de la ciencia consistió en pretender prepotentemente escindir absolutamente el conocimiento científico de las creencias, sin percatarse que con ello dividía la espiritualidad que los integra, quitándole sentido finalístico a la verdad, cuando ambos deben complementarse en cuanto conformantes de la espiritualidad humana. Es cierto que el conocimiento científico debe despojarse de los llamados “prejuicios cognoscitivos”, que de forma lata son todos aquellos elementos subjetivos que enturbian la objetividad esencial al saber científico, pero ello no implica el abandono del cuestionamiento moral de la actividad cognoscente. El más preclaro ejemplo lo tenemos en la segunda guerra mundial, donde tal abandono casi nos cuesta la existencia de la especie. Bien lo señala Pasteur: “Poca ciencia me aleja de Dios, pero mucha ciencia me acerca a él”


A la luz de lo expuesto consideremos la importancia del conocimiento y de la verdad para el Derecho, en el proceso penal en específico.

Se puede conceptuar el Derecho como una realidad inherente al orden natural, que lo fundamenta en sus valores y principios y lo determina en su fin: la justicia, constituyéndose en un instrumento conceptual y material para regular la libertad y voluntad del ser humano, a los fines de permitirle la satisfacción de sus necesidades existenciales y el pleno desarrollo de sus facultades emotivas, cognoscitivas y espirituales que posibiliten su pacífica coexistencia en sociedad, constituyéndose en elemento esencial de su perfeccionamiento evolutivo, de su conciliación y paz existencial.


Luego así, el Derecho pretende la aplicación de justicia para lograr la paz social, y para ello debe tener certeza de los hechos y actos de la realidad, lo que logra merced a la evidencia derivada del conocimiento, confluyendo todo en la verdad.


Ahora ¿cómo se establece esa verdad? Discurramos un poco: Siendo un hecho determinado lesivo a un bien material o inmaterial de uno o varios de los integrantes de un grupo social, se produce en éstos una reacción instintiva de respuesta a tal agresión, de venganza, que busca no solo la protección de la persona sino también de la sociedad. Constituyendo una forma primitiva de regulación social. Pero esa venganza, por su misma inmediatez, puede desviar la correspondencia entre el daño y la respuesta, resultando generalmente desproporcionada, errada, siendo injusta para el agresor y contraria a los intereses generales del grupo.


Luego entonces, una primera solución es depositar esa facultad de venganza  en un grupo de individuos con experiencia, que establezcan objetivamente el hecho, sopesen los intereses en conflictos y los valoren desde el interés general del grupo social, a la luz de la razón natural de la justicia. Esto es también una forma primitiva de buscar la verdad, de establecer criterios de certeza. Es la manifestación primigenia de la ciencia jurídica.


Pero los principios y valores sobre los que tales criterios se sustentan están sometidos a las subjetividades e intereses del grupo evaluador y resultan inciertos para el resto del ente social, perdiendo su eficacia reguladora. Por ello se someten al testimonio escrito y los hechos se consideran apriorísticamente como “supuestos” que determinan los elementos objetivos y subjetivos que debe tener el hecho real para hacer efectiva “la venganza”. Ese sería el nacimiento de la norma jurídica.


Luego también, la determinación, adecuación y establecimiento de la correspondencia del hecho con la norma requiere de un desarrollo real, material, que garantice el conocimiento de la realidad, de la verdad, y otorgue niveles de certeza a los fines de la aplicación de la justicia. Así surgiría el proceso jurídico.


Así pues, la parte más compleja de la ciencia jurídica consiste en determinar  la realidad del hecho, o mejor dicho, adquirir un nivel de certeza suficiente respecto del mismo, establecer la verdad, que debe ser conforme a derecho, es decir, en cumplimiento de todas las actividades materiales y los controles funcionales y teleológicos que impone la ciencia jurídica para el logro de su fin: la efectiva aplicación de justicia. Por lo que el conocimiento debe ser orientado y delimitado por la norma para lograr niveles suficientes de certeza jurídica respecto del hecho.


Hasta la promulgación del Código Orgánico Procesal Penal (1998) el sistema inquisitivo vigente relativizó en extremo, o mejor dicho, prostituyó la verdad, escindiéndola en una “verdad procesal” y otra “verdad verdadera”. Es decir, poco importaba el conocimiento de lo ocurrido en la realidad, pues la verdad se limitaba a los medios y alcances del proceso, estaba confinada a él. Al contrario del sistema establecido por el nuevo código que fija como fin de la actividad procesal “establecer la verdad de los hechos por las vías jurídicas” Esto se ha pretendido calificar falsamente por algunos como una tautología, es decir, que al fin y a cabo la verdad del juez siempre versará acerca de lo establecido en el proceso.


Empero, las diferencias resultan abismales, pues en con el sistema derogado la verdad era solo un formalismo, la condición de su validez consistía en mantener las apariencias. El juez en su actividad jurisdiccional simplemente “se lavaba las manos”, cuando no su conciencia. El conocimiento no tenía como fin la verdad sino la justificación formal de una decisión, con lo que perdía el norte, quedando a la deriva y prestándose a toda especie de interpretaciones, en fin, qué importaba, si lo relevante era la formalidad (Es algo similar a lo que ocurre con ciertos programas de televisión, en los que  buscan a unas personas para que cuenten una historia real de sus vidas, a los propósitos del programa, pero luego los productores se percatan de que poco importa que sea real, verdadera, si los receptores la dan como cierta, interesando por tanto, únicamente “la historia”, que puede ser contada como propia por cualquier persona…)


Al contrario, el establecer la verdad como un fin del proceso penal, implica una actividad científica a los fines de lograr el conocimiento real de los hechos, teniendo como condición sine qua non la oralidad para llegar a esa verdad y un principio de importancia vital al proceso como lo es la inmediación, es decir, el acceso directo del juzgador a las fuentes de conocimiento y el desarrollo y control de toda la actividad pertinente al establecimiento de los hechos. Otro aspecto generalmente obviado, es que también el Abogado, acusador o defensor, está obligado a la determinación de la verdad.


Además, la búsqueda de la verdad obliga a deslastrar el proceso de burocratismos, tecnicismos y formalismos que afectan su eficacia, y también a orientarlo hacia su exterior, que es donde ella está, porque el proceso aprehende la verdad del hecho, no la posee. Generalmente se afirma que  “la verdad es del proceso”, esto constituye una falacia orientada a prostituirla, otorgándole al proceso cualidades que no puede tener, pues el conocimiento (verdad) es una realidad y no pertenece al medio material que la establece, esto resulta absurdo, la verdad es una, de otra forma no sería un fin.


Luego ¿es posible que el juzgador conozca la verdad? Como hemos visto, la certeza absoluta no es posible, solamente obtenemos niveles de certeza, determinadas por la materia de que se trate, física, química, historia, jurídica etc, y por los métodos, técnicas y criterios para llegar al conocimiento, a la verdad jurídica.


Empero ¿Qué alcance tiene esa verdad? es decir ¿en qué punto se puede decir que se ha cumplido tal fin? y si la justicia es el fin último del proceso ¿dónde termina una y comienza otra? Veamos, la justicia está presente en todas las actividades del proceso como deber ser, pues las garantías procesales se establecen a su luz y también constituyen el marco ético en el que debe determinarse la verdad. Luego así, la verdad y la justicia coexisten, porque la justicia cualifica a la verdad, debe ser una verdad justa, pero no solo como resultado sino también como acción, o sea, en toda la actividad procesal; y de su parte la verdad determina a la justicia como condición sine qua non y criterio de validez para su efectiva aplicación, pues, para que algo sea justo debe ser cierto, verdadero.


Por lo tanto, la sentencia no es sino la concreción de la verdad y de la justicia, resultando en realidad una unidad científico- fáctico-jurídico- ético- transcendental, que legitima en lo verdadero y justo su poder coactivo, que la ley reconoce e impone. De tal forma que, en definitiva, de conformidad a las disposiciones legales y Constitucionales, el fin del proceso penal es la verdad conforme al Derecho y a la justicia, una verdad legal y justa, y como lo jurídico excede a lo legal, podemos resumirla efectivamente en verdad jurídica.


Entonces, podemos afirmar que la verdad del proceso jurídico penal es aquella establecida conforme a la justicia y al estricto cumplimiento de  procedimientos legales, con los medios de conocimiento científico necesarios, valorados con los criterios de justicia y los principios y regulaciones de la ley.

Desglosemos tales elementos. Conforme a la justicia y al estricto cumplimiento de los procedimientos legales: El conocimiento habido en contravención a la norma, sea cierto o no, no tiene validez en el juicio, porque violar la norma para hacerla cumplir o cometer una injusticia para hacer justicia, constituye un absurdo. Amén de la salvaguarda de la dignidad de la persona y sus Derechos Humanos, que prevalecen por sobre cualquier facultad del Estado. Aquí juega un papel predominante el Ministerio Público. Con los medios de conocimiento científico necesarios: Impone la adquisición sistemática y metódica del conocimiento, que el Juez esté desprovisto de cualquier prejuicio cognoscitivo y el auxilio de las ciencias forenses, haciendo de la experticia un medio probatorio de vital importancia. Valorada con los criterios de justicia y principios y regulaciones de la ley: El Juez debe orientarse a establecer la verdad jurídica.


Pero ¿cuál es la actividad de las partes en cuanto a la verdad, en razón del nuevo criterio del COPP? Las partes deben evidenciar la verdad, no “su verdad”, y ese es el deber del abogado, sea acusador o defensor. Pues la reserva o privilegio que le otorga la ley al abogado para actuar ante la administración de justicia no es solamente por su conocimiento del Derecho, sino por su compromiso ético ante la justicia y la verdad, que deben derivar de su formación jurídica.


Es común que en los tratados de oratoria jurídica se afirme que el discurso debe orientarse a “convencer al Juez”, pretendiendo reducir de esta forma la oralidad a mera retórica. Ante esto cabe preguntarse ¿acaso el juez es una especie de crédulo de capirote que se impresiona por esta o aquella forma de decir las cosas, por los recursos expresivos etc.?; o es un especialista de una ciencia que debe buscar establecer la verdad conforme a los métodos y criterios de la misma. En el primer caso la verdad del hecho concreto se relativiza y la función de las partes consiste en lograr que “el crédulo con toga” les “crea”, sin importar la veracidad de los argumentos. En el segundo, las partes deben exponer la verdad o la convicción auténtica que tengan de ésta, de otra forma toda su argumentación se caería por su propio peso.


La oratoria jurídica debe orientarse a la correcta, adecuada y pertinente exposición de los hechos, a la argumentación del Derecho, y sobretodo debe  ser intensa y auténtica, en cuanto pretende la verdad. También a veces suele hablarse de “confrontación de las verdades de las partes”, pero eso es un sofisma, pues las partes tienen sólo criterios en cuanto a la verdad, que es una respecto al hecho en concreto: la verdad jurídica. De tal forma que ni las partes ni el Juzgador la poseen porque ésta es el resultado de un procedimiento cognoscitivo sistemático, metódico y objetivo, una verdad científica. Siempre es pertinente considerar estas reflexiones: “No basta decir solamente la verdad, mas conviene mostrar la causa de la falsedad” (Aristóteles) y “Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre” (Albert Einstein)


A este respecto tomemos como ejemplo el caso de aquellos Jueces probos y rectos que actúan sobre la base de criterios estrictamente jurídicos teniendo como norte la verdad y como fin la justicia; y veremos que si la defensa está consciente de la fortaleza de los elementos de convicción respecto del delito de que se trate, se limita a procurar el cumplimiento de las garantías procesales, que se imponga la menor pena posible y generalmente admite los hechos. Es decir, se orienta hacia la verdad, pues sabe que el correcto direccionamiento científico-teleológico del proceso por el Juez, no da margen a “bifurcaciones” interesadas del conocimiento y de la verdad.


Como vemos, el vértice de la administración de justicia lo constituye el Juez, en cuanto ente encargado de establecer la verdad jurídica respecto del hecho en cuestión, conforme a lo determinado por el Ministerio Público, a los alegatos de la defensa y a los elementos de convicción que arroje su actuación; como condición sine qua non para una decisión justa y, por ende, eficaz en cuanto al fin último de la ciencia Jurídica: permitir la pacífica convivencia del ser humano.


Ahora valoremos la función del Ministerio Público en cuanto a la verdad. Si consideramos su función material y legal, el Fiscal, como ente investigador, expone las resultas de su actuación que fundamentan la acusación, si ésta procediere; respecto de la cual, afirma, aclara, reafirma o confirma, ya que esos criterios devienen de un conocimiento científicamente establecido. Empero, aún habiendo determinado con fundados elementos la “verdad” del hecho, serían siempre criterios, pues el establecimiento de la verdad jurídica es una atribución exclusiva del Juzgador. De forma tal que en respeto de la lógica del proceso, el Fiscal no tiene como interés principal en el juicio alegar a favor de su acusación sino de los criterios objetivos de veracidad que la sustentan, pues la acusación es un resultado no un fin, y dado que, en cuanto ente del Estado, su interés no debe estar en la condena del procesado sino en el establecimiento de la verdad jurídica a los fines de la justicia. Esta función del Fiscal debe tenerse clara en cuanto a la eficacia del proceso y de modo alguno puede considerarse como mengua de la misma, pues la justicia no debilita sino que fortalece, ni tampoco es benevolente ni severa, sino justa, lo que le permite tocar ambos extremos sin perder eficacia.


Cabe también hacer mención a la función de la Defensoría Pública. Algunas tergiversaciones la colocan en contraposición al Ministerio Público y le “asignan” como fin la absolución del procesado, o sea, el Fiscal pretende la condena y el Defensor Público la absolución. ¿Y la verdad? Tal falsa dicotomía  constituye una aberración de la lógica del proceso, pues ambos tienen un fin común: la verdad. Y así como hemos señalado que la Fiscalía esencialmente alega a favor de las resultas de su principal aporte al proceso: el conocimiento del hecho conforme a la ley; de igual manera la Defensoría no debe pretender la absolución del procesado sino el establecimiento de la verdad en el marco del cumplimiento de las garantías procesales y el  respeto a su dignidad y a sus Derechos Humanos. De tal forma que tanto la “acusación” como la “defensa pública” son consecuencia de la valoración ética de los criterios de veracidad arrojados por las actividades procesales que hubieron aprehendido el conocimiento del hecho, por lo que son apriorísticas y por ende no determinantes, constituyendo sólo referencias ético-jurídicas para la actividad cognoscitiva orientada hacia la verdad que los obliga a todos.


En fin, el proceso no constituye “una obra teatral” en donde el Juez le da la razón a uno o a otro, como en muchas ocasiones se afirma, sino que es una actividad cierta que busca aprehender la realidad de un hecho concreto y establecer la verdad conforme a la ciencia jurídica a los fines de aplicar la justicia; por lo que la “razón” es una “virtud” del proceso, es una cualidad teleológica que nace de la “verdad justa” y se concretiza en la sentencia. Ya que las partes no argumentan “la verdad” ni “su verdad” sino “hacia la verdad”, pues su deber es orientar el conocimiento hacia la certeza jurídica respecto del hecho. El Juzgador, las partes, los órganos auxiliares, los testigos y los expertos, tienen una función esencial: el conocimiento, un deber legal y ético: la verdad y un fin jurídico y ontológico: la justicia.


“La libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no sólo en relación con los hechos y la información, sino también y especialmente sobre la naturaleza y destino de la persona humana, respecto a la sociedad y el bien común, respecto a nuestra relación con Dios” Juan Pablo II


Javier  A. Rodríguez G.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Bolívar. Monárquico, Liberal y Visionario


En el último cuarto del siglo XVIII vio luz el cuarto hijo de los Marqueses de San Luis (1) una de las familias mas acaudalas de la provincia de Caracas de la Capitanía General de Venezuela. Este nuevo súbdito del rey, al anunciar su nombre el bautizante sobre la pila y a la par del agua bendita, también se ungía del poder de su Majestad, y con él de los privilegios y sus primeras propiedades; entre ellas la negra Hipólita, el regalo de sus padres para que  lo “amamantara” (aparentemente por enfermedad de la madre, de todas formas ese oficio era despreciado por las mantuanas de entonces) Resulta irónico que un niño de meses fuera literalmente dueño del pecho que lo amamantaba….

Ese niño inquieto, despreocupado, un tanto superficial y con cierta, no torpeza sino más bien desinterés en lo intelectual, era lo más alejado de la imagen del niño reflexivo y sabio prematuro que pinta la historia, resultando a simple vista un tanto banal y mundano. Como era de esperar tuvo acceso a un verdadero privilegio para la época: la educación; con maestros exclusivos por supuesto. De la rigidez de Bello seguramente tomó algunas nociones de disciplina que usaría luego, y del espíritu abierto y liberal de Rodríguez a lo mejor avizoró el camino que andaría después, aunque no le gustaba vivir con él junto con otros alumnos, escapando varias veces de aquella imposición atormentadora de su tío-tutor.

Es que ese personaje nació en tiempos de enormes cambios sociales en el mundo. Allende los mares se estaba produciendo un gran movimiento libertario, la luz de la ilustración hacia pedazos siglos de explotación, generando una lumbre liberal- liberadora que determinaría su vida y la de todos los de este continente para siempre.

Mientras tanto, todo para él eran fiestas y flirteos. La dulce vida de los privilegios reales, de los cuales no era responsable pero que muy bien los disfrutaba. Empero..., lo que sí se vislumbraba en aquel joven era su sentido lógico y su excepcional facultad intuitiva, que iría desarrollando y que llevaba a su conciencia a prescindir de las notas inmediatas de los conceptos, buscando los fundamentos que contradecían su realidad, proyectándola hacia el futuro, era esa maravillosa facultad visionaria.

Este español criollo y multimillonario, perdió a sus padres a muy temprana edad y marchó a la España a presumir ante los peninsulares que miraban con menosprecio a los habidos en estas tierras. Pero el que pone el dinero es la estrella de la fiesta… El joven acaudalado sufragaba los deleites, lujos, manjares, excesos y complacencias de sus compatriotas peninsulares con el sudor, dolor y muerte de los esclavos de sus haciendas y minas. Mientras, a la inclemencia del sol y con el escarlata polvo del sufrimiento del esclavo y del “Blanco pata en el suelo”, se fraguaban como pueblo, Boves y Páez.

En fin, la vida de aquel joven oligarca transcurría en la protocolaridad y superficialidad correspondientes a su origen. Y lógicamente se hizo soldado para defender a su Rey (1798) a quien juró fidelidad. Algo que el pata en el suelo mentado Boves no logró, pues no tuvo el monto exigido para acceder a tal privilegio, ya que, evidentemente, no le darían la fuerza de las armas a cualquier “mendrugo de persona”.

Esto le decía desde Veracruz, México, a su querido tío materno, el acaudalado terrateniente Pedro Palacios Blanco, cuando marchaba hacia la “Madre Patria”:

"(...)Mi llegada a este puerto ha sido felismente, gracias a Dios, pero nos hemos detenido aquí  con el motibo…y  ser presiso el pasar por allí, de cinco nabíos y once fragatas… Después de haber gustado catorce días en la nabegación… Hoi me han susedido  tres cosas q. me an complasido mucho….es aber sabido… y partisiparle mi viaje…me alle haquí…que fue donde bibí los ocho días q. estube...  costeó el  biaje…  a quien bine… Hoi a las onse…Vste no estrañe la mala letra… pues estoi  fatigado del mobimiento del coche en q. hacabo de llegar… y me ocurren todas las espesies  de un golpe (...)(2)  (texto literal)

Estando en España se casa con su prima, una hermosa madrileña pariente de los marqueses del Toro. Marchan a vivir a la Capitanía General en cumplimiento de las disposiciones testamentarias, donde asume con diligencia todas las funciones de un terrateniente y el manejo de los réditos de las empresas habidas de sus padres. Principalmente la dirección de la hacienda de San Mateo, la producción, siembra, molienda, el control y manutención de los esclavos etc. En ese momento era uno de los terratenientes más ricos de todas la regiones, con una fortuna estimada en 200.000 Duros, (un duro: valor ideal correspondiente a 20 reales), lo que daba 4.000.000 reales (montos referenciales) de su haber hereditario, aparte de las rentas de todo tipo. De esta responsabilidad administrativa de sus tierras y del rendimiento de su capital estuvo pendiente toda su vida, he aquí un ejemplo de como, a pesar de tantas vicisitudes y de la entrega al propósito libertario, nunca descuidó las empresas heredadas de sus Padres y siempre estuvo muy al pendiente:

“(...) Yo no quiero que compongas la Cuadra ni casa ninguna porque en ese país todas las cosas se caen y descomponen con los temblores. Los que las habitan que las compongan por su cuenta, y si no que las dejen, y dáselas a otros con la misma obligación…Yo te he dejado mi poder para que entiendas mis negocios, pero no para que te entiendas con el arrendador de San Mateo, porque este arrendador debe entenderse directamente conmigo… Todos los esclavos que no eran del vínculo, que tu posees ahora, los he dado por libres porque eran míos y he podido darles la libertad, así ninguno quedará esclavo por ninguna causa ni motivo…..Dime qué están haciendo en la hacienda de Suata….El negocio de la hacienda de Chirgua debe quedar inmediatamente arreglado con mi tío Feliciano, y si no se quisiere arreglar, consulte usted un abogado y preséntese usted al tribunal para que lo mande hacer…. La deuda del tío Juan Félix yo se la perdono a sus herederos, y dígaselo así usted a ellos…. Me alegro mucho que no hayas tomado el trapiche del Guaire, porque de ningún modo me convenía. … Escríbele a Peñalver  para que tenga la bondad de encargar a un sujeto de bien que vaya a Chirgua, a fin de ver qué partido se puede sacar de aquella hacienda; y que haga lo mismo con respecto al Valle de Aroa, que yo no sé quién lo posee ni lo disfruta, ni como haremos para sacar las inmensas ventajas que ofrece en minas, arriendos y aserraderos (...)(3)

Luego, su joven esposa muere. En 1803 marcha a Europa nuevamente. París, en plena efervescencia liberal. Roma y el sacro juramento. El retorno en 1806 imbuido de las ideas Libertarias.

Así pues, ese soldado Real fue uno de los que participaron en la rebelión de 1810, cuando lo más granado de la oligarquía monárquica caraqueña, los llamados amos del valle, en conjura le plantearon a Emparan dos opciones: que les entregara el poder o que les entregara el poder. Luego entonces ¿qué podía hacer el Capitán General, recién nombrado por el imperio Francés, para ese momento hecho con la corona española, oponerse y ordenar a Bolívar y a Rivas que usaran las armas en contra de sus hermanos, primos, tíos y amigos? Todo ello se celebró en el conclave selecto que significaba el Cabildo, en donde sólo se permitió la entrada, en representación del Padre Madariaga, en representación del clero, y  de Juan Germán Roscio, abogado, hijo de un rico hacendado de origen Italiano, discriminado por su sangre “sucia”, de pensamiento liberal moderado con lisonjas monárquicas; como “diputado del pueblo”.

Mientras en las distintas poblaciones, dispersas, aisladas, padeciendo los rigores del hambre y, peor aún, los de la ignorancia, el hombre común no sabia de la “liberté”, que aún retumbaba en la Galias; únicamente pugnaba por sobrellevar su destino. Muchos de éstos eran de descendencia Española bastarda, otros famélicos indígenas, grotescas caricaturas de sus altivos ancestros; pero la gran mayoría estaba constituida por una mezcla de colores, que no de sudor, dolor y sufrimiento, que marchitó sus árboles genéticos, fusionándolos con la tierra en la que aún reían, cantaban, soñaban y hasta tenían esperanzas. No era resignación, sino simple instinto de sobrevivencia, pues pareciera que existen momentos en los que los pueblos, por encima de la libertad anteponen la vida. Es la sabiduría de la naturaleza, en un tenso equilibrio, en donde el sobrevivir se impone a la conciencia de libertad, que pareciera acumularse y madurar para estallar luego, formando un torrente que arrasa inclusive con la vida misma.

El espíritu liberal necesariamente imbuye al joven Bolívar, de formación y vida monárquicas, de tal manera que su pensamiento, y quizás su conciencia, serpenteaba entre decires y haceres, que si la fidelidad a su Majestad, que si aprovechar para ser “libres”; y entre  el ser y el deber, ¿libres? ¿quienes? ¿para qué? Si damos un vistazo por aquel escenario, vemos que resultaba descaradamente hipócrita la proclama de libertad de algunos de los miembros del cabildo, cuando ellos eran dueños de docenas de seres humanos, a quienes azotaban cuales borregos de carga. Vaya descaro. ¡El primer acto moral que debieron hacer los sublevados era dar la libertad a los esclavos para legítimamente poder solicitar la propia!

En este ambiente de conflictos de una oligarquía que oscilaba entre el interés y la conveniencia, entre la tradición y la renovación, se va gestando ese movimiento de rebelión ante el poder real. Ya no resultaba tan sacrílego, el ejemplo la Francia lo había dado dos décadas atrás, cuando de un tajo cortaron siglos de opresión. Solo que éstos deseaban cortar la opresión desde ellos hacia arriba, no hacia quienes soportaban la bota de su opresión. En resumidas cuentas, la solución a que llegaron fue la de institucionalizar a su beneficio el poder del Rey, es decir, conformar una oligarquía camuflada de República liberal igualitaria, a los fines de que todo quedara igual para todos menos para ellos, pues ahora se convertirían en los usufructuarios absolutos y legítimos de tal poder. En estos acontecimientos tuvo un papel importante aquel joven, por su cualidad más resaltante: su cuantiosa fortuna. Lo que se  evidenció cuando ofreció cubrir los gastos de la comitiva que junto a Andrés Bello y otros dirigiría a Inglaterra a tratar de obtener ayuda para una causa que ya comenzaba a tomar otro matiz, pues Miranda, con su preclara concepción liberal le daría mayor autenticidad a la idea libertaria.

Visto de forma excéntrica por Miranda, general caraqueño, “blanco de orilla”, de prestigio internacional por sus dotes militares, cualidades que presuntamente usaba también para desartillar las faldas de las damas, algunas de las cuales se “chuleaba”. El joven se percata que su carácter desordenado, imprudente e impulsivo, le chocaba a aquel General de actuar tan organizado, circunspecto, eficiente y comedido, que prendaba de su pecho decenas de victorias con los más grandes ejércitos del mundo y que exigía disciplina y no bochinche. Estas divergencias se acentuaron cuando el impulsivo joven, en un tonto descuido, es traicionado y pierde el fuerte de Puerto Cabello, lo cual constituyó una afrenta al honor y orgullo mantuano del joven militar ante aquel insigne General que admiraba, pero que en cierta forma, merced a los prejuicios heredados, quizás también menospreciaba, por “orillero”. Ante tal falla militar, quizás pudo haber dicho el General: ¿Para qué le entregué ese fuerte a ese loquito ricachón? qué vainas hace uno por los reales que aporta… Y luego ocurre el oscuro hecho en el que traiciona el deber moral para con el General al que hubo ido a implorarle ayuda para la independencia de Venezuela, y junto a tres se conjura para entregarlo a los peninsulares. El silencio histórico finca la especulación de la relación entre tal conjura y el salvoconducto que le diera el representante de Monteverde para marchar a Curazao…

La República había caído, pero, sincera y prácticamente, no por obra de  España sino del pueblo. El hecho cierto es que hubo una guerra civil. Entre los Mantuanos y sus acólitos y el pueblo llano que aprovechaba para buscar su redención. Porque ¿quién era más enemigo del populacho, el Español peninsular que estaba al otro lado del océano o el español criollo que fincaba el látigo sobre sus espaldas? ¿Quién había regulado los latigazos a no más de 25 y quiénes se quejaban de que no era suficiente para el escarmiento, calificándolo de limitante a su “libertad” de castigar? ¿A quien muerde el perro, al dueño del bozal o a quien se lo pone? Esta época es oscura históricamente, por las verdades que no se dicen, y significo un vuelco a los propósitos de la rebelión de 1810, pues toda la estructura feudalista que sustentaba el orden y “paz social" verdaderamente se trastocó, iniciando una serie de acontecimientos en los que el joven militar oligarca, astuta y paulatinamente fue tomando el timón.

De tal manera inició sus pasos libertarios aquel personaje, por un camino sin retornos posibles, con desvíos y atajos que lo fueron invistiendo de una riqueza y autenticidad maravillosas. Un hombre que cargó hasta el día de su muerte con el estigma de su origen. Un ser que a la par de la guerra llevaba su propia batalla contra sus creencias y valores, contra lo que era y lo que aspiraba, contra su realidad y el devenir, contra sus prejuicios y valores, contra los errores y aciertos. Aquel hombre que de un fiel soldado del Rey, pasa al irreflexivo joven participante de la conjuración de 1810, y de allí al brillante estadista de Angostura y del congreso de Panamá, concluyendo en el mito viviente que espiraba en Santa Marta .

Un hombre que fue producto de su época y la interpretó magistralmente. Eso se evidencia cuando justifica los argumentos de la rebelión aristocrática de 1810:

“(...)Todos los pueblos de la tierra se han gobernado por sí mismos con despotismo o con libertad;… pero siempre por sus ciudadanos, refundiendo el bien o el mal en ellos mismos…”...  - En ese mismo empeño de de darle legitimidad a la causa libertaria atrayendo a ésta las masas, hace gala de la más falsa retórica para lavar las manos de los opresores de estas gentes por 300 años - ”… ¿hemos dirigido los destinos de nuestra patria?...” - De seguidas completa con la invocación a la Obediencia debida, señalando - “…La esclavitud misma ¿ha sido ejercida por nosotros? Ni aún el ser instrumento de la opresión nos ha sido concedido... Como seres pasivos, nuestro destino se limitaba a llevar dócilmente el freno que con violencia y rigor manejaban nuestros dueños…” - Es decir, aquí los que mandaban y oprimían al pueblo eran los Españoles peninsulares, y  los esclavos eran de ellos, nosotros simplemente cumplimos con nuestro deber en cuanto súbditos del Rey... Siguiendo con esta queja, más falsa que el “espíritu libertario” del Marqués del Toro: - “...Todo era extranjero en este suelo. Religión, leyes, costumbres, alimentos, vestidos eran de Europa, y nada debíamos ni aún imitar…” Pero bien que se jactaban de los esplendores de la Madre Patria, ambicionaban sus títulos nobiliarios y pagaban lo que fuese por demostrase dignos de su estirpe (...)" (4)

O cuando hace gala de su excepcional capacidad pragmática y visionaria de Estadista, junto a los prejuicios políticos y sociales, resquicios del orden feudal que lo formó en sus primeros años:  

“ (...)Es más difícil dice Montesquieu, sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre…los meridionales de este continente han manifestado el conato de conseguir instituciones liberales y aun perfectas… la que se alcanzará, infaliblemente, en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia, de la libertad y de la igualdad. Pero, ¿seremos nosotros capaces de mantener en verdadero equilibrio la difícil carga de una república? ¿ Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad, sin que, como Ícaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo?... no puedo persuadirme de que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran República; como es imposible, no me atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal de América porque ese proyecto, sin ser útil, es también imposible….las instituciones perfectamente representativas, no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales…” (5) “(...) De ningún modo sería una violación de la igualdad política la creación de un senado hereditario….Todo no se debe dejar al ocaso y a la ventura de las elecciones… Los libertadores de Venezuela son acreedores a ocupar siempre un alto rango en la república que les debe su libertad….Un senado hereditario será… la base fundamental del poder legislativo, y por consiguiente será la base de todo gobierno (...) “ (6) “…En caracas el espíritu del partido tomó su origen en las sociedades, asambleas y elecciones populares; y estos partidos nos tomaron a la esclavitud. Y así como Venezuela ha sido la república americana que más se ha adelantado en sus instituciones políticas, también ha sido el más claro ejemplo de la ineficacia de la forma democrática y federal para nuestros nacientes estados…” (5) “…No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta se desciende siempre al poder absoluto, y el medio entre estos dos términos es la suprema libertad social... Teorías abstractas son las que producen la perniciosa idea de una libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pública se contenga en los límites que la razón y el interés prescriben: que la voluntad nacional se contenga en los límites que un justo poder señala, que una legislación civil y criminal, análoga a nuestra actual constitución, domine imperiosamente sobre el Poder Judiciario, y entonces habrá un equilibrio y no habrá el choque que embaraza la marcha del estado, y no habrá esa complicación que traba, en vez de ligar, la sociedad...” (6) “…En tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina …” (5) “…Al proponeros la división de los ciudadanos en activos y pasivos he pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber….Los que antes eran enemigos de una madrastra, ya son defensores de un patria…….No se puede ser libre, y esclavo a la vez, sino violando a las leyes naturales, las leyes políticas y las leyes civiles….(6) “…La nueva Granada se unirá con Venezuela… en formar una república central… Su gobierno podría imitar al inglés; con la diferencia de que en lugar del rey, habrá un poder ejecutivo, cuando más vitalicio, y jamás hereditario, si se quiere república; una cámara o senado legislativo hereditario, que en tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno, y un cuerpo legislativo, de libre elección, sin otras restricciones que las de la cámara baja de Inglaterra…”(5)

O cuando evidencia su responsabilidad familiar y sus prejuicios de casta a  Anacleto Clemente, su sobrino y administrador de vida muy disipada:

“(...) Faltando… a tu patria, a tu honor, a tu familia y a tu sangre. ¿Es éste el pago que das al cuidado que tuve de llevarte a Europa para que te educases;…? ¿No te da vergüenza ver que unos pobres llaneros sin educación, sin medios de obtenerla, que no han tenido más escuela que la de una guerrilla, se han hecho caballeros; se han convertido en hombres de bien; han aprendido a respetarse a sí mismos tan solo por respetarme a mí? ¿No te da vergüenza…considerar que siendo tú mi sobrino, que teniendo por madre a la mujer de la mas rígida moral, seas inferior a tanto pobre guerrillero que no tiene más familia que la patria? (...)” (7)

Y el poeta que le cantaba a la vida, con las contradicciones entre la razón y el corazón, que en sublime delirio disfrutaba y padecía, el amor:  

“...envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del universo...” (8) “… ¡Mi adorada…lo que puede el amor! No pienso más que en ti…Tú ángel celeste, sola animas mis sentidos y deseos más vivos…la distancia y el tiempo sólo se combinan para poner en mayor grado las deliciosas sensaciones de tus recuerdos… ¡Escríbeme mucho; ya estoy cansado de hacerlo yo y tú, ingrata, no me escribes! Hazlo, o renuncio a este delicioso alivio. Adiós, tu enamorado...” (9)  “…Cada momento estoy pensando en ti… gimo de tan horrible situación por ti; porque te debes reconciliar con quien  no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro. Sí te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento….Cuando tú eras mía yo te amaba más por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos…Pero ahora me parece que la eternidad nos separa…tu estarás sola aunque al lado de tu marido. Yo estaré solo en medio del mundo...” (10) “…Deseo verte libre pero inocente juntamente; porque no puedo soportar la idea de ser el robador de tu corazón que fue virtuosos, y no lo es por mi culpa…” (11)

Cuando manifiesta en excelsa forma su genio visionario, justificando lo sentado que estaba en su tiempo, su preclara conciencia histórica y de los límites que ésta le imponía: Y le da un balance de la guerra de independencia a su tío materno, el rico terrateniente Don Esteban Palacios:

“…Mi querido Tío… usted ha vuelto de entre los muertos a ver los estragos del tiempo inexorable de la guerra cruel de los hombres feroces…. se encontrará en Caracas como un duende…  observará que nada es lo que fue. Usted dejó una dilatada y hermosa familia; ella ha sido segada por la hoz sanguinaria; usted dejó una patria naciente que devolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad;  y usted lo encuentra todo en escombros… todo en memorias. Los vivientes han desaparecido: las obras de los hombres, la casa de Dios, y hasta los campos han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la naturaleza. Usted se preguntará a sí mismo, ¿dónde están mis padres?... ¿dónde están mis hermanos?...¿dónde están mis sobrinos?... Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas, y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre… por el solo delito de… haber amado la justicia. Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agostados por una fatal combinación de meteoros y de crímenes. ¿Dónde está Caracas?... se preguntará usted; Caracas no existe, pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo han quedado resplandecientes de libertad y están cubiertos de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las perdidas, a lo menos éste es el mío y deseo que sea de usted... Yo he recogido el fruto de todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he representado a presencia de los hombres, y yo los representaré a presencia de la posteridad… (12)

O las funestas premoniciones al general de los “pata en el suelo”, Páez:

 “...quién reunirá más los espíritus; quién contendrá las clases oprimidas. La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio, y los demás combatirán hasta la extinción o el triunfo. Los odios apagados entre las diferentes  secciones volverán al galope, como todas las cosas violentas y comprimidas. Cada pensamiento querrá ser soberano, cada mano empuñar el bastón, cada toga la vestirá el más turbulento. Los gritos de sedición resonarán en todas partes. Y todavía es más terrible que todo esto, es que  cuanto digo es verdad…” (13)

Porque Bolívar no fue uno solo, él resume una época, es la suma de voluntades, de culturas y de aspiraciones, un ser de carne y hueso con inmensas virtudes pero también con grandísimos defectos. Bolívar fue infinitamente más grande que aquel famoso General que batalló en ejércitos previamente organizados y que expirara en Cádiz. Porque Bolívar creó un ejército libertario de 5 naciones, pero no sumando el pueblo a la lucha sino agregándose él al pueblo. Lo que constituyó el verdadero punto de inflexión en el proceso de consolidación de la República, pues ciertamente Bolívar devino en el genio y motor que impulsó todo el movimiento que culmino con la independencia, pero esencialmente él fue su producto.

Porque Bolívar sin Sucre, sin Plaza, sin Rivas no sería Bolívar; y sin Páez, Piar o  Mariño, menos sería Bolívar, pero principalmente, sin los Camejo y los Rondón jamás sería Bolívar. El mito de Bolívar es que él los resume a todos.

Simón, de realista español criollo, pasó a republicano liberal de utilería (1810) y de allí, con la luz siempre visible de la revolución francesa, con las preclaras ideales liberales de Rousseau, Montesquieu y los visionarios juicios de su maestro Robinson, sincretiza con las sombras vigentes de la tradición monárquica que signó su necesariamente su vida, conformando el claroscuro de su visionario pragmatismo político, en el que se desplazó tan magistralmente y que constituyo un factor importantísimo para sortear los escollos políticos-históricos-culturales y lograr tan magna obra libertaria. Bolívar paulatinamente se va liberando de sus prejuicios y percatando de las exigencias de un pueblo con una cultura y valores muy amplios y diversos, algo que se le evidenciaba más allá de su pequeño valle, de una tierra inmensa y maravillosa, con gente que en ella ríe, ama, sueña y principalmente que la siente. Bolívar liberta la República y descubre a Venezuela.

Tal vez la mayor significación del proceso conocido como independencia, más allá de una libertad ideal que luego se relativiza en los eterno dilemas históricos, es la de de haber conformado la nacionalidad, es haber nacido Venezuela, no ya como mera declaración de un grupo sectario sino como sentimiento, como realidad y como esperanza de una nación.

Por eso, el titulo de Padre de la Patria resulta inapropiado, pues él es su primer hijo, ya que la patria somos todos. La patria no es un estandarte que se enclaustra en un Panteón, ni mucho menos un bien hereditario que se usufructúa. La patria como expresión cultural es un quehacer constante.

El titulo adecuado es el de Libertador. Pues, literalmente un minúsculo ser, que hoy en día sería rechazado por cualquier escuela militar, terminó creando el mas grande ejército libertario de 5 naciones. Un hombre que a la par se redimía él de sus prejuicios y defectos. Un ser humano común y corriente, como en esencia somos todos, que de súbdito conservador y soldado del Rey, pasó al preclaro ideal liberal moderado con visos de justicia social, terminando en reaccionario por necesidad (en 1929 restituyó el cobro del tributo indígena, mientras el burocratismo devoraba las arcas públicas y la Gran Colombia se desmoronaba) Todo ello lo aderezó con las experiencias, la cultura y tradición y esencialmente esa visión en la que proyectaba sus ideales de justicia e igualdad, que excedían su realidad e inclusive su propia conciencia y voluntad inmediatas, para conformar el ideal Bolivariano.

Bolívar fue un hombre perfectamente situado en su tiempo, pero con un sentido de trascendencia excepcional. Un hombre que nació inmensamente rico y no murió pobre (la mina de Aroa que testó, produjo inmensas fortunas a los explotadores Ingleses hasta 1930) ni murió fracasado, ni derrotado; porque adquirió un valor incuantificable como ser humano. Bolívar hizo lo que tenía que hacer y pudo hacer en su tiempo existencial. Bolívar no erró al pretender la quimera, el absurdo de tratar de forjar nacionalidades artificialmente, pues ello sirvió para aglutinar, aunque temporalmente, fuerzas a un propósito común. Bolívar no fue traicionado por Páez o por Santander, sino que éstos cumplieron también su función y luego fueron llevados a un reacomodo que no dependía de ellos sino de lo que exigía la realidad histórica; que al final de una disociación cultural y social de tal magnitud, reubica a las sociedades y a las naciones, remarcando sus vicios y sectarismos para buscar su identidad, y con ella, su verdadera libertad.

Porque Bolívar no gobernó para su clase, que no lo comprendía, ni para el pueblo, a quien él no entendía, sino más allá, para una circunstancia histórica, para una necesidad libertaria que literalmente arrasaría y transformaría todo, inclusive a él en sus valores y forma de vida, y a las naciones, definiéndolas y marcándoles el camino. Bolívar esencialmente gobernó para el devenir, y los frutos de su gobierno comenzaron a partir de su muerte.



Referencias:

1)    Juan Vicente Bolívar, según datos históricos, pagó el marquesado a su Majestad, pero nunca le fue formalizado. No se sabe si por la ya  burocracia real  o por dudas en la pureza del linaje. Siendo justicia darle el reconocimiento histórico a tan ansiada distinción.

2)     Carta a su tío Pedro Palacios Blanco. Veracruz (México) 20 de marzo de 1799.

3)     Carta a su sobrino Anacleto Clemente. Guayaquil, 29 de mayo de 1823.

4)     Discurso pronunciado el 13 de enero de 1815, en Bogotá, con motivo de la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas.

5)     Carta de Jamaica. Kingston, 6 de septiembre de 1815.

6)     Congreso de angostura 15 de febrero de 1819 día de su instalación.

7)     Carta a su sobrino Anacleto Clemente Lima, 29 de mayo 1829.

8)     Mi delirio sobre el Chimborazo.1823

9)     Carta Bernardina Ibáñez. Cali, 5 de enero de 1822.

10)   Carta a Manuelita Sáenz. Ica, 20 de abril de 1825.

11)  Carta a Manuelita Sáenz. Plata. 26 de noviembre de (1825)

12)  Carta a su tío  Don Esteban Palacios. Cuzco, 10 de junio de 1825

13)  Carta al General José Antonio Páez.  Lima, 8 de agosto de 1826.


Javier A. Rodríguez G.

EL HUMANISMO SOCIALISTA